martes, 8 de julio de 2014

Las calles

En las  fotos   podemos   mirar   las principales  calles  de  TABILES 










                                      INSTITUCION  EDUCATIVA  LUIS  CARLOS  GALAN





lunes, 7 de julio de 2014

Tabiles

“RECUERDOS  DE  TABILES”










 

CAPÍTULOS





CAPITULO PRIMERO
Ubicación de Tabiles y su hipotético fundador.


CAPITULO SEGUNDO
Iglesias.


CAPITULO TERCERO
La plaza.


CAPITULO CUARTO
Cárcel – escuela – asesinato de Gaitán.


CAPITULO QUINTO
Los cementerios.



CAPITULO SEXTO
Creación de la parroquia – algunos párrocos.



CAPITULO SÉPTIMO
Un incendio.




CAPITULO OCTAVO
Explosiones del Galeras.


CAPITULO NOVENO
Los caminos.


CAPITULO DÉCIMO
La política en los años 50’s.


CAPITULO DÉCIMO PRIMERO
Las fiestas.


CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
Enfermedades y médicos.


CAPITULO DÉCIMO TERCERO
Personajes.


CAPITULO DÉCIMO CUARTO
Trapiches y moliendas.


CAPITULO DÉCIMO QUINTO
La Educación.




AL LECTOR




Cuando se acercaba el tiempo de retirarme de la Empresa COMFAMILIAR DE NARIÑO, donde trabajé los últimos 26 años, para disfrutar de mi pensión de jubilación, comencé a contemplar la posibilidad de escribir algo sobre mi pueblo natal, el polvoriento Tabiles.  Pero solamente a los cinco años de estar pensionado comencé a hacer el borrador en cuyo trabajo casi me demoré un año.

Pensé que el título más apropiado era RECUERDOS DE TABILES.  Comienzo por aclarar que no sólo son recuerdos míos, sino, recuerdos de mis padres, abuelos, tíos y varias personas ajenas a mi familia con quienes yo había conversado averiguando cosas interesantes, o meramente curiosas, pero relacionadas con nuestro corregimiento y sus gentes.

Lastimosamente, acerca de sucesos importantes como quién y cuándo fundó el pueblo no se tienen datos confiables, solamente algunas hipótesis, que más parecen suposiciones…

Muchas personas tendrán una cantidad de recuerdos de nuestro pueblo que yo no los conozco; cómo sería de bueno que los escriban, si no tienen tiempo o facilidad para narrarlo pueden asesorarse de personas que los relaten y así darlos a conocer. 


Cordialmente,         


                                  
JORGE SOLARTE ALVARADO



RECUERDOS DE TABILES


CAPITULO PRIMERO

Ubicación de Tabiles y su hipotético fundador.






Tabiles, una población asentada sobre el lomo de un ramal de la cordillera que cruza nuestro departamento de sur a norte; tiene una altura sobre el nivel del mar de unos 2.200 metros y una temperatura promedio de unos 18º C. Es un viejo corregimiento del municipio de Linares, puede tener unos 4.000 habitantes en el poblado y unos 6.000 en el área rural, incluyendo los corregimientos nuevos, Bella Florida y el Motilón. No he podido obtener datos precisos.  

Su nombre parece derivarse de una tribu de indígenas que en remotos tiempos poblaron estas regiones y se extendieron hasta otros lugares hacia el norte. 

A pesar de su presunto origen, nuestras gentes no tienen apellidos que se consideran típicos de los antepasados como Pachajoa, Botina, Jojoa, Tutistar, Yanguatín, Pejendino y tantos otros.  Esos apellidos son comunes en los pueblos que rodean a Pasto y se han extendido a poblaciones más alejadas de la capital como Consacá, Sandoná, El Tambo y el Peñol.  Tampoco nuestras gentes usan términos tan populares en los lugares ya mencionados como dimora en vez de demora, disde por desde, entón por entonces y, así otros vocablos de origen quechua como lluspir, escurrir, paichar.

La señora Salvadora Guevara, regaló el lote donde se construyó el pueblo de Tabiles. Pero, no se trata de la señora que tenía el mismo nombre y apellido y vivió por el camino que conducía a Pueblo Viejo.  La señora benefactora vivió en tiempos más lejanos.
A mi papá, Sergio Solarte, que tenía una cantidad de datos importantes le escuché varias veces que el fundador del pueblo fue un señor de nombre RAMÓN ROSERO, que pudo ser el abuelo, o bisabuelo de don Protacio Rosero, a quien conocí y me referiré más adelante porque fue un valioso personaje de la comarca.

 Como no existe acta de fundación de nuestro polvoriento Tabiles, cualquier comentario que se haga al respecto puede ser una simple hipótesis.

Pero cualquier persona que lo fundó y que sería importante en la época, se nota que no era muy amigo del baño diario, de lo contrario no lo fundaba en ese lugar, en esa cresta donde no hay posibilidad de llevarle agua en abundancia con los pocos recursos económicos que puede tener la población.  Hablando de esto un familiar me decía: el problema no es solo de recursos, sino, que no hay de donde llevar el agua.

Sin embargo, la altura a que se encuentra lo hace importante para escrutar el horizonte; desde allí se puede mirar a lugares muy lejanos. Una profesora pastusa me comentaba que en cierta ocasión estuvo de paseo en nuestro Tabiles y que le gustó bastante poder mirar desde allí la falda occidental del volcán Galeras, las montañas pertenecientes a Sandoná, La Florida, El Tambo y, al occidente las montañas de Samaniego, La Llanada y Sotomayor.  Me decía que le pareció curioso que a Samaniego le digan “ciudad paisaje” si está ubicada en un profundo cañón.

El primer corregidor fue don RAFAEL ORTEGA, hijo de LINO ORTEGA, pariente lejano de mi hermana Aura Elisa.  Este señor Ortega no sabía leer ni escribir, pero estuvo asesorado por un señor de nombre ANTONIO LUNA quien en esa época tenía suficiente formación para organizar y poner a marchar el nuevo corregimiento. Don Rafael era un hombre rico y no tenía esposa ni hijos.  Entonces, como corregidor podía invertir dineros en obras importantes para la comunidad.

Volviendo al problema del agua, hasta hace unos 30 años, o más, el preciado líquido se lo recogía en arroyos, llamados “chorros”. Estos chorros eran tres: el más concurrido y más cercano al pueblo estaba en un hueco y en terrenos del señor Alberto Narváez, por el viejo camino de ir al Carrizal de los Rodríguez, Portillas y Alvarados. Otro por el viejo camino que conducía a Samaniego (hoy carretera) en un punto donde también estaba el matadero, por eso era conocido como el chorro  de la carnicería.  El otro y el más lejano estaba ubicado al pie de la finca de propiedad de la parroquia, llamada San Felipe; del pueblo se bajaba un tramo por el mismo camino que conducía a Pueblo Viejo y al Tambillo de Bravos; y qué bravos eran con los liberales del pueblo y las veredas.
Cómo se transportaba el agua…? No había tarros plásticos porque ese material no lo habían inventado aún, entonces se utilizaba unos calabazos que llamábamos “puros”.  Estos con el uso se mojaban mucho, están “pasmados” decíamos; se volvían pesados sin agua y se rompían con más facilidad, a veces en la espalda del paciente. Se cargaban en unos morrales hechos con cabuya torcida llamados “jigras”.  Los tabileños más acomodados pagaban a personas pobres el acarreo del agua y el lavado de ropa por mensualidad.

Para lavar la ropa, nuestras madres, esposas o lavanderas viajaban a la quebrada de El carrizal, unos la llamaban la quebrada del Palmar, a unos dos kilómetros de la población, para darse un baño (los que teníamos esa rara costumbre) viajábamos a un chorro que había en una finca de don Alejandro Portilla, por allí cerca pasa ahora la carretera a Linares.

Desde hace más de 30 años, en algo se ha solucionado el grave problema del agua. Con el trabajo de motobombas han logrado llevar agua al pueblo y en cada casa la depositan en unos reservorios que llaman tanques o pocetas, poco higiénicas si tenemos en cuenta el polvero que se levanta en tiempos de sol y viento.

Es preocupante el hecho que el agua escasea en los arroyos y la población crece.  A la vuelta de algunos años no sería raro que de Samaniego lleven a vender agua, como sucede en algunos pueblos de la Guajira que compran agua a los vecinos venezolanos.  La falta de agua en nuestro querido Tabiles, nos hacía blanco de una cantidad de bromas en los pueblos vecinos que siempre la han tenido en abundancia. Les cuento unas pocas:

Cuando estudiábamos bachillerato en Samaniego, un sábado después del medio día, yo conversaba con unos compañeros en un andén de la calle que desembocaba en el camino que conducía a Tabiles; de pronto apareció un cura antioqueño que prestaba servicios de auxiliar en la parroquia y se llamaba Alfonso Rivera.  Estaba montado en un caballo blanco-mosqueado.  Lo saludamos y uno de mis compañeros le preguntó: Para dónde viaja padre…? El paisa contestó: a Tabiles, el párroco está ausente y voy a celebrar misa mañana domingo. El bribón compañero mío le dice: Padre, del Motilón se lleva una botella de agua porque allá no hay…

En otra ocasión llegó al pueblo desde Linares el médico Néstor Córdoba, recién graduado en Argentina, llegó para hacer una brigada de salud y de paso buscar clientela. Estaba acompañado de una enfermera de nombre Sofía; le prestaron para consultorio la oficina del corregimiento y como mesa auxiliar una vieja banca larga de madera. Allí se le derramó a la enfermera un poco de alcohol encendido, ella se asusto y el médico le dice: Sofía, cómo se le ocurre venir a hacer incendios aquí donde no hay agua. 

Cuando por novios se peleaban las señoritas de Tabiles con las de Linares, los insultos siempre eran de este tenor:    Las tabileñas a las de linares: paliduchas, flacuchentas, picadas de los mosquitos y, las linareñas ripostaban: y ustedes que sólo viven arropadas, si no de polvo, de neblina, y todas culisacadas de tanto cargar agua. 

En tiempos de verano, el torrente de los chorros era escaso y había demoras para llenar los puros, la gente tenía que hacer cola, y, como todos eran conocidos aprovechaban la espera para chismosear un poco; las casadas para quejarse del marido, que el domingo se gastaba la plata bebiendo trago, apostando a los gallos o jugando “cucunuba”, un juego que en esa época tenía muchos viciosos. Cuando ya hubo radios de pilas, comentaban las novelas que seguían con mucho entusiasmo. Pero no faltaban casos en que se encontraban algunas mujeres que tenían sus disgustos, allí tenían todo el tiempo para insultarse y hasta tirarse de los pelos. 

En una ocasión siendo inspector de policía (corregidor en la época) don Gustavo Rodríguez, se vio en la obligación de echar al calabozo a unas dos señoras que eran conocidas como braveras y ya habían hecho varios bochinches en el chorro de la carnicería.  Las enchiqueraron una tarde entera…


















CAPITULO SEGUNDO

Iglesias.




Es muy poco lo que se sabe de la primera iglesia de nuestro pueblo. Que fue muy pequeña, que su techo era de paja y que estuvo ubicada en el mismo lugar donde más tarde construyeron la que recordamos la mayoría de los tabileños vivientes.  Que de vez en cuando llegaban sacerdotes misioneros que celebraban misa y atendían solicitudes de sacramentos como bautismos y matrimonios.  Que para las fiestas más importantes llevaban sacerdotes de Túquerres; a buen caballo si llegaban en un día.  Partiendo de la edad que tuvieron en la época algunas, patriarcas de la región como Protacio Rosero, Espíritu Santo Guerrero, Euclides Solarte, Tobías Alvarado y tantos otros que sería largo mencionar, parece que en la primera década del siglo pasado, o en los primeros cinco años de la segunda, pudo construirse la segunda iglesia del pueblo.

Era una casona en la cabecera de la plaza, sobre un nivel más alto que formaba un bordo de unos dos metros de altura.  Como en el centro de ese costado tenía una puerta lateral, o puerta falsa, que sólo se abría en las ceremonias de semana santa y, la puerta principal estaba enfrente a la casa esquinera de don José María Acosta, donde ahora está la casa de doña Elisa Madroñero.  Los muros eran gruesas tapias de tierra pisada; el techo estaba cubierto por pesadas tejas de barro que no se sabe si las llevaron de Linares o las fabricaron en alguna vereda del corregimiento.  Lo dispendioso que sería el transporte de tantas tejas. Así mismo, como sería de duro el transporte de la madera necesaria para la construcción de ese edificio tan grande en tiempos que no había buenos caminos  y  menos carreteras por donde transitar con más  comodidad.  Pensemos en el peso de los maderos que utilizaron como vigas, o tirantes.  Todos esos trabajos los realizaron con el aporte de los pobladores reunidos, lo que hasta hoy llamamos “mingas”.

El trabajo comunitario conocido con el nombre de minga es una buena herencia que nos dejaron los antepasados indígenas.  Sólo de esa manera ellos realizaron obras que ahora nos llenan de admiración y en algunos casos hasta de asombro. A nosotros las mingas nos han servido para mejorar nuestros pueblos y el nivel de vida de sus moradores.

Algunos tabileños más viejos que yo, me contaban lo concurrida que fue una minga para transportar un madero con el cual hicieron una enorme y desproporcionada cruz que estuvo instalada diagonal a la antigua escuela de varones, vecina de doña Joba Hernández.

Si para transportar un solo madero se hizo una minga tan concurrida, cómo serían las mingas para transportar la madera para la construcción de la iglesia y las escuelas, para llevar la teja y hasta la tierra y el cascote que mezclaban para hacer las tapias.

Y no dejemos de mencionar las mingas y el aporte en dinero que sería necesario para construir el convento y la iglesia de San Felipe, que luego, alegremente abandono la comunidad religiosa.

Nuestra humilde iglesia tenía un altar bellísimo, tallado en madera, tal vez por algún artesano ecuatoriano.  El estilo era gótico, según decían los entendidos en la materia.

En lo alto del altar mayor había a lo ancho de la iglesia un letrero a manera de pasacalle, que en letras grandes y negras decía: OH CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS.  En la iglesia actual hay un letrero pequeño que dice: QUÉ BUENO QUE VINISTE. Es el título de una de tres obras escritas por un sacerdote bastante inconforme con algunos postulados de la iglesia católica. Las otras dos obras se titulan: UN SEÑOR COMO DIOS MANDA y EL SEÑOR DE LOS AMIGOS.

Al lado opuesto de la plaza, donde ahora está el colegio, había un huerto cerrado con alambre de púas y retupido con cañas de maíz. Allí el cura sembraba maíz que le daba buena cosecha. En tiempos de choclos, los que se podían alcanzar desde la calle le robaban al cura, qué pecado…

En la esquina, frente a la actual escuela, estaban los muros (tapias) de la escuela donde estudiaron nuestros viejos.  Ahora hay un mural con la efigie del doctor Luis Carlos Galán.

Mi abuelo Tobías, me comentaba que en un lugar en el camino que conducía a Túquerres, había una mina de tierra blanca muy fina, de donde llevaron toda la necesaria para blanquear los muros (tapias) de la iglesia.  Parece que la cal era muy escasa y, ni hablar de las pinturas que hoy conocemos.

Para el lado del ya citado huerto, la iglesia tenía dos caidizos, uno servía de sacristía y el otro de pila bautismal.  En la torre, techo y hasta en el interior había una buena concurrencia de golondrinas.

Alguna vez le escuché a mi papá una anécdota relacionada con la construcción de la iglesia, que le contaron a él los más viejos.  Que un día, cuando ya trabajaban en la instalación de los tirantes y canecillos uno de los trabajadores se sentó sobre un canecillo que no estaba asegurado y los dos, el obrero y el madero volaron por los aires y fueron a caer al lado de la plaza.  En medio de desespero el hombre pudo agarrar una ruana que seguramente le sirvió como paracaídas y no le pasó nada.  Cuando los compañeros trabajadores bajaron al lugar, seguidos por el cura que los acompañaba y encontraron que el caído, un señor de apellido Ortega, no tenía ninguna lesión, don Protacio Rosero, joven por entonces, con esa chispa que siempre tuvo a flor de labios, salió con esta perla: casi se lo lleva el diablo.  En medio de la risotada el cura le pregunta, y quién se lo iba a llevar Protacio? Y él le confirma: el diablo. 

Cuando esa iglesia, ya vieja, comenzó a deteriorarse, el cura de turno le hacía reparaciones que a los feligreses les resultaban tan costosas como si la hubieran hecho nueva, porque no constituían una junta administradora y era el curita quien manejaba a su gusto los recursos y todo lo relacionado con las obras.

Cuando ya fue inútil repararla porque los reflejos de un maremoto en la costa pacífica, la deterioraron mucho, tomaron la determinación de derribarla para hacer la que tenemos ahora. Las imágenes fueron guardadas en casas particulares donde había espacio para alojarlas y, desapareció el bello altar al que ya me referí.  Todo parece indicar que lo convirtieron en leña para cocinar sancocho.
En la empresa donde trabajé los últimos años, Comfamiliar de Nariño, trabajó también una señora del Tambillo de Bravos, se llama María del Carmen Pérez; esta señora tenía un buen sentido del humor y nos hacíamos bromas como esta: un día y en presencia de otros compañeros, yo comentaba que los paisanos de María del Carmen, godos y de los malos, salían a los domingos a nuestro pueblo, primero asistían a su santa misa, luego se emborrachaban y cogían a piedra y machete las casas de los liberales… Pero mi compañera ripostó así: cómo serían estos de herejes… cualquier día sacaron los santos a pedir posada, derrumbaron la iglesia y en el lote les sembraron maíz, repollos y calabazas.

España ayudó con una partida para la construcción de la iglesia actual.  Alemania ayudó para la construcción de la casa cural.


CAPITULO TERCERO

La plaza.




Mi papá y varias personas de su generación recordaban la plaza del pueblo en épocas en que buena parte de ella estaba cubierta por una hierba propia de la región llamada verbena (ahora llaman verbena popular a una parranda callejera).  Que sólo una franja comprendida entre la esquina de la casa cural y la esquina donde comienza la calle que desemboca en la carretera que conduce a Pueblo Viejo, estaba despejada y allí jugaban pelota de mano (chaza). Y que buen brazo tendrían los jugadores de esos tiempos, lástima no tener sus nombres para relacionarlos aquí.  Contaban también que en medio de la verbena aún había estacas y raíces de árboles grandes que serían derribados a golpe de hacha para despejar el lugar y arreglar la plaza.

Desde que yo la recuerdo ya estaba limpia de verbena, además era negra y bien pareja, como se ven ahora espacios cubiertos de asfalto. No solo era buena para jugar chaza, sino para jugar también los niños a las bolas de cristal, chochos, achiras, trompos y cuspes.

Entre los mejores jugadores de pelota de mano o chaza, que yo recuerde estaban don Demetrio Mora, Clímaco Benavides, Julio Díaz, Alonso Grijalva. Luego otros más jóvenes como estos: Miguel Oliva, Arcelio Narváez, Luis Alfonso Guerrero, Jorge Benavides, Venancio Villamarin.  Muchos se me quedarán en el tintero. 
La plaza tenía problemas por el clima, la altura y la tierra polvorienta.  En invierno estaba cubierta de una neblina tan espesa que no dejaba ver una buena cola a dos metros de distancia… Y, en verano un polvero que los pies limpios o con alpargatas, se hundían hasta los tobillos.  A veces se formaban unos tornados como un embudo gigante, elevando basuras hasta unos cien metros de altura. En verano vivíamos empolvados hasta las pestañas y con esa escases de agua…

Ahora está pavimentada, tiene dos niveles y una pequeña plataforma donde suben a echar discursos los que sabemos, cuando necesitan votos.  Desde allí saludan muy cariñosamente a los asistentes y hasta ofrecen las tradicionales hojas de cinc, los metros de manguera negra, los uniformes a los deportistas y si el candidato está billetudo hasta cualquier bulto de cemento… 

Lo paradójico es que el candidato triunfador resulta gastando en la campaña mucha más plata de la que ganará durante todo el periodo de su mandato… Mi papá sabía una copla (verso decía él) que viene como anillo al dedo: “Sacristán que vende ceras sin tener su cerería, de dónde estará sacándoles sino de la sacristía”.






CAPITULO CUARTO

Cárcel – escuela – asesinato de Gaitán.




Como la escuelita de la vereda donde vivía mi papá con la familia estaba muy distante de nuestro rancho, tomó la determinación de ponerme a la escuela en el pueblo, era el año de 1947.

Recuerdo como si fuera ayer, que el primer día mi mamá me llevó hasta la escuela, iba con nosotros un niño más grande y menos montañero que yo, se llamaba Pedro Hernández.  El problema para mi mamá fue cuando trató de dejarme, comencé a llorar y a colgarme de la falda y no me desprendí de ella.  Seguramente el profesor le aconsejó que para la jornada de la tarde no me acompañe, que me despache con otro niño, así fue.  A la hora de volver a la escuela llegó a la casa el niño Pedro y con él me fui tranquilo.  Al finalizar el año escolar, dizque era yo el mejor alumno del curso, así lo dijo el profesor en la clausura.  Si yo era el mejor, cómo serían los demás...

En esa época la escuela de barones era una casona de gruesas tapias, dos plantas y ya muy vieja.  Estaba ubicada en una esquina y tanto la casa como el amplio patio trasero colindaban con casa y huerto de propiedad del señor Alberto Narváez. La primera planta la conformaban dos cuartos oscuros, piso en tierra y el muro o tapia de la parte de atrás estaba arrimada al bordo, por lo tanto la humedad se sentía de las puertas.  Allí funcionaba la cárcel; los dos cuartos eran dos calabozos donde encerraban el domingo en la tarde y noche a los borrachitos jodones que no faltaban.  Los borrachitos habían logrado desmoronar la gruesa tapia y hacer un hueco tras del umbral de cada puerta y cuando ya les pasaba la borrachera por allí pedían a familiares o amigos algo de comer y, algunos flacos hasta podían salirse.

Mi papá tenía un hermano llamado Octaviano, era de baja estatura y barrigón; todos lo llamaban el pipón Octaviano, era toma trago y jodón.  Un domingo se emborracharon él y otro hermano llamado Gerardo, quien murió hace poco, y, como de costumbre se pusieron a joderle la vida al todo el que encontraban.  A los dos los echaron al mismo calabozo, cuando ya les pasó la perra, Gerardo pudo salirse por el mencionado hueco pero el pipón no pudo salir.  Entonces a Gerardo no le quedó otra cosa que ir a conseguir algo para comer y alguna cobija vieja para pasar la noche y entrarse al calabozo para acompañar al hermano barrigón.

La Escuela.- Funcionaba en un salón grande de la segunda planta. Allí las tapias estaban pintadas de blanco, con la tradicional cal, los pisos cubiertos con unas tablas viejas y torcidas que crujían con cada paso que se daba. Los muebles: una mesa vieja, negra por la edad y falta de pintura, una silla también vieja y ruidosa que le servían al profesor, que por esos tiempos se llamaba maestro.

Para los alumnos había unas bancas –mesas largas donde nos instalábamos hasta cinco niños; consistían en un remedo de mesa con un entrepaño donde guardábamos los útiles y una tabla del mismo largo donde nos sentábamos. Todo ese mueble tan humilde se llamaba banca.

En ese mi primer año de escuela el profesor era Celso Parménides Bravo, un señor de Ipiales a quien encontramos en esa ciudad en el año 1951.  Estábamos viviendo allá desplazados de Tabiles por los hermanos godos que nos destruyeron el rancho en la finca de El Guadual y amenazaban con matar a mi papá. 

Asesinato de Gaitán.- Durante ese año, escolar para mí, asesinaron a Gaitán, el 9 de abril de 1948, viernes 1:05 de la tarde.  El día siguiente, sábado 10, ya de noche mi papá llegó de la finca y trajo la notica.  Hasta ahora no me explico cómo diablos se enteró el hombre allá en el monte y cuando no había los medios de comunicación que ahora tenemos.  Recuerdo que mientras cenábamos a la luz de una lámpara de petróleo, de la que salía un chorro de humo negro, mi papá le decía a mi mamá: Ahora los godos nos van a perseguir más, y así fue…

El lunes 12, no hubo clases en las escuelas; el pueblo se alborotó porque el gobierno había llamado reservas militares y del pueblo varios reservistas tenían la obligación de presentarse en Ipiales para viajar en avión a Bogotá. Recuerdo que los convocados, también familiares y amigos, tomaban trago y por las calles galopaban en los caballos que los iban a llevar hasta Samaniego para tomar carro hacia Ipiales.

Entre los reservistas que fueron convocados estaba Guillermo Solarte, hermano de mi papá y un cuñado, David Guevara. Mi mamá estaba muy preocupada y llorando porque mi taita también era reservista pero más viejo, ya tenía 41 años; a esa edad ya le hubiera pesado mucho el equipo y el desproporcionado fusil MAUSSER austriaco, que todavía estaba en uso. El temor de mi mamá era que si seguía alborotado el país podían pedir reservas de varios años atrás y se llevaban el marido.

Dieciséis años antes, en 1932, siendo aún soltero, mi taita fue convocado para asistir al conflicto colombo-peruano.  También acudieron a ese llamado estos reservistas tabileños: Luvino Sánchez, Antonio Zambrano (apodado casa grande), Licimaco y Leopoldo Alvarado, hermanos de Segundo, el saca-muelas del pueblo y Juan Ortega apodado Juan Tigre. Del Tambillo de Bravos acudió al llamado un reservista de nombre Aureliano Acosta, quien no regreso, murió ahogado al ser atacado por un temblón.  El temblón es un pez de color café oscuro, casi negro, que produce descargas eléctricas que no son mortales pero ocasionan trastornos físicos y mentales, de manera que el atacado no tiene fuerza ni voluntad para salir del agua y muere ahogado. 

Varios años después de la muerte de Gaitán, un día conversaba con mi tío Guillermo y le pregunté cómo se sintió en el aeropuerto de Ipiales para viajar a lo que se sabía era una guerra. Me contestó: ya estando allá reunido con otros reservistas me había pasado un poco el pesar Rrrosssa, el hablaba así, ya estaba contento para irme en avión a conocer Bogotá… y,  lo que iba a conocer si todo el centro de la ciudad ya estaba en ruinas y las calles con regueros de muertos.  Pero no viajaron porque el país volvió a la calma.

A los diez años del asesinato conocí Bogotá y me gustaba sentarme en parques y plazas a conversar con personas que aún tenían frescos los recuerdos del bogotazo.  En el parque Santander se apostaba un cachaco que le gustaba contar anécdotas y cuentos de moda: un día nos contó esto: el nueve de abril, una cuadrilla de revoltosos se metieron a un convento de monjas y las saludaron así: viejas cunchudas y rezanderas, las vamos a violar a todas, a todas… las monjitas en medio del llanto decían: a la madre superiora no, no… pero ella, resuelta y altiva les dijo: señores: Guerra es guerra…

Admiro mucho a Gaitán, he reunido importante información de su actividad profesional y política.  Alguien escribió, que Gaitán fue la inteligencia más vasta que produjo el país en el siglo XX, por eso lo asesinaron. 

En el hotel Agualongo de esta ciudad, donde trabaje 9 años, en cierta ocasión tuve la oportunidad de conversar una hora con la hija de Gaitán, la doctora Gloria; es amable y gentil cuando observa admiración por el caudillo.  Estudió filosofía y economía.  Una de sus hijas es casada con el hijo de un pastuso de apellido Del Castillo. 

No quiero seguir adelante sin antes transcribir algunos apartes de lo mucho que han escrito importantes plumas del país y del exterior con respecto al caudillo asesinado.

“Jorge Eliécer Gaitán dedicó su existencia a luchar con todo el poder de su inteligencia y su oratoria por los oprimidos de Colombia, sin tener en cuenta el partido político al que pertenecían.  En la plaza pública siempre decía: “El hambre del pueblo no es liberar ni conservadora. En Colombia sólo hay dos partidos, el de los opresores y el de los oprimidos”. Otra vez dijo: “Pobre Colombia cuando las oligarquías liberal y conservadora se unan por lo alto”, y no tardó mucho tiempo (10 años) cuando se cristalizó esa unión, se llamó FRENTE NACIONAL”.

“En la capital de la república estableció los llamados Viernes Liberales en el teatro municipal, hoy teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde se reunían sus seguidores liberales y conservadores para escuchar semanalmente una conferencia sobre algún tema de actualidad”.

El periodista Plinio Apuleyo Mendoza, en su obra Zonas de Fuego, refiriéndose a los viernes liberales de Gaitán nos dice:

“Si cerrara los ojos un momento, oiría la inmensa multitud que llenaba la platea, los palcos, el vestíbulo, la entrada del teatro y todas las calles adyacentes varias cuadras a la redonda, gritando, Gaitán sí otro no.  Y cuando Gaitán aparecía al fin, más bien pequeño, mestizo, con un traje de rayas, abriéndose paso con gran dificultad hacia el escenario era el delirio.  Jamás he visto nada igual, ni siquiera cuando Fidel Castro llegaba triunfante a la Habana. Era como si la multitud fuera arrebatada por una ráfaga de locura, como si toda su pasión se transfiguraba en gritos, en puños al aire, en caras exaltadas”.

“Y no sería posible ovación igual a la que estallaba en la bóveda del teatro después de que Gaitán decía cómo el rico era más rico y el pobre más pobre y cómo el oligarca liberal y el conservador explotaban al campesino liberal y conservador.  Sin duda Gaitán se refería a realidades verificables y flagrantes desigualdades sociales enmarcadas por el enfrentamiento vertical de los partidos históricos.  Si ustedes quieren, aquel Gaitán, asumía a su manera una forma de lucha de clases…”

“Las tesis de Gaitán concientizaron, y a la vez agitaron las masas populares, despertaron en el pueblo un sentimiento de unidad, de lucha para llevar a su caudillo a la presidencia de Colombia y así hubiera sido de no caer asesinado en una calle de Bogotá”.
“Por eso su asesinato produjo tanta indignación, tanta frustración, tantos deseos de venganza que años más tarde cuando los rebeldes de los llanos eran invitados a deponer las armas, en una reunión con enviados del gobierno, uno de esos jefes guerrilleros dijo: “Es que a Gaitán no nos lo han acabado de pagar”.  Otro añadió: “A Gaitán no lo hemos acabado de cobrar”.

En el asesinato de Gaitán, según algunos estudiosos de la política colombiana, está, no el origen, pero si el agravamiento de la terrible violencia política de los años 50’s, y de la lucha de clases que vivimos hoy en día.  Hace algunos años, varios intelectuales muy famosos juntaron sus plumas para escribir un libro que titularon EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ COLOMBIA. En una de las crónicas de aquella obra, hay un relato de los instantes en que el autor vio al caudillo caído en medio de un charco de sangre, concluye diciendo: EN ESE MOMENTO SE JODIÓ COLOMBIA. 

En los años 1969 y 1970, el movimiento político Alianza Nacional Popular ANAPO, tuvo un periódico llamado ALERTA. Este medio de comunicación seguía las tesis de Gaitán y sus columnistas se referían al caudillo de esta manera: “Gaitán fue capaz de despertar al pueblo colombiano, por eso hubo necesidad de asesinarlo. Cualquier cambio que se realice en Colombia, ha de seguir sus enseñanzas, cualquier idea que se relacione con nuestra liberación tiene en Gaitán su origen y puede encontrarse en sus escritos y discursos, fue mejor que nadie la encarnación del pueblo, el sentimiento nacional.  Gaitán al morir dejó un testamento escrito en el cual puede encontrarse la solución para los problemas de Colombia”.

“Con el asesinato de Gaitán no sólo perdieron los humildes, a quienes representó, por quienes luchó hasta el final, perdió Colombia entera.  Su extraordinaria inteligencia le hubiera permitido conducir al país por senderos de paz y de progreso. La salud, la educación y el trabajo, serían derechos de todos los colombianos y no artículos de lujo, solamente alcanzables por la burguesía nacional”.


CAPITULO QUINTO

Los cementerios.




Ahora recordemos los cementerios de nuestro pueblo:

Tengo un borroso recuerdo de los funerales de un señor llamado Abdón Sánchez, el papá de Teofilo Sánchez, un señor que vivió en la loma de los “quingos”, camino a Sotomayor.  Iba yo de la mano de mi mamá que decía ser ahijada del difunto Abdón.  Pero el cementerio en esa época estaba situado en un terreno tras de la vivienda del señor Telésforo Chilanguá.  En medio de ese Campo Santo había una enorme cruz de madera.  Cuando ya no era cementerio se veía en ese lote un sembrado de maíz muy bueno… con ese abono…

El actual cementerio ya parece estar repleto, muy pronto tendrán que comprar un lote aledaño para ampliarlo, o construir otro en un lugar más distante del pueblo.  Y pensar que este cementerio se acabó de llenar con tanto muerto que está dejando la violencia desatada en toda esa región.   Hay sectores donde uno o dos sepultados murió de vejez o enfermedad, los demás fueron asesinados y, lo que más duele, eran jóvenes con mucha vida por delante. ­¿Será el culto trágico que le tienen que rendir a eso que allá llaman “la matica”…?

En cercanías del pueblo, en una colina, que allá decimos una tola, donde tenía su casa y potreros don Ramón Ortega, se sabe que hubo otro cementerio pero sería en tiempos de mamá upa porque los viejos con los que yo hable sobre ese particular, ninguno recordaba nada.  Otros comentaban que en el oratorio, en terrenos que luego pertenecieron a don Manuel Acosta, hubo otro cementerio, pero me parece que sólo son especulaciones.

Las personas que trabajaron en la explanación del lote para hacer la iglesia actual, cuentan que encontraron varias osamentas, lo que los llevó a pensar que allí hubo otro cementerio, pero cuando sería ese cuando.  Entre los viejos había otro comentario que lo considero poco creíble: que en Pueblo Viejo hubo otra población antes de fundar el actual Tabiles, pero, nadie ha encontrado vestigios de una iglesia o de un cementerio lo que llevaría a confiar en esa hipótesis. Es posible que por lo plano del terreno, y por arroyos de agua que allí si los hay, hayan construido varias viviendas pero sin trazado de calles.  O será que sólo se regían por el nombre del sector, Pueblo Viejo. En muchos municipios del departamento hay veredas con ese nombre.

Cómo sería de bueno que tanto en el pueblo como en las veredas se construyeran salas de velación para salir de esa mala costumbre de asistir a un velorio, sólo cuando hay “otro muerto”, una vaca o un cerdo. Esas comilonas tendrían razón de ser en una fiesta, por ejemplo un matrimonio, pero un velorio está lejos, muy lejos de ser una fiesta.  No es justo que a los dolientes, todo entristecidos y confundidos por la pérdida de su ser querido, se les agregue la preocupación de alimentar de lo mejor a los amigos y vecinos…



CAPITULO SEXTO

Algunos sacerdotes que fueron párrocos en Tabiles.




Para constituir la parroquia y tener un sacerdote en forma permanente, fue necesario aportar una cuantiosa suma de dinero a la diócesis de Pasto.  Ese hecho dio origen a la creencia que el padre (párroco) era comprado.  Mi papá me explicaba ese decir de la siguiente manera: que la diócesis se comprometió a entregar los intereses de esa plata al párroco, para su manutención. Pero mi taita no sabía si al párroco le seguían pagando esos intereses, o sí con el correr del tiempo la Diócesis dejó de cumplir ese compromiso y tampoco devolvió el dinero.

Que fue el mismo señor Rafael Ortega, quien salió de Tabiles llevando en un caballo la enorme suma, en plata blanca, lo que significa una carga con bastante peso.  Que al cruzar el municipio de La Florida, el caballo se cansó y el viaje se demoró más de lo normal mientras el animal descansaba y reponía fuerzas para continuar el vieja hasta la ciudad de Pasto.

En una finca que tuvo la parroquia en el sector donde ahora hay una polvorienta cancha de fútbol, la comunidad de los padres filipenses, había construido con trabajo y plata de los pobladores, un convento y una capilla. No tengo conocimiento si religiosos de esa comunidad estarían viviendo allí por algún tiempo o solamente iban de visita.  Tal vez un poco tarde se dieron cuenta que los pobladores de la región, en su mayoría eran pobres, que no había posibilidades de enriquecer más a la comunidad religiosa y por esa causa abandonaron ese mini monasterio que mucho, muchísimo trabajo y muchas limosnas costaría a los tabileños. 

Cuando ya estando en la escuela conocí ese lugar, todavía existían unos muros (tapias) de lo que fueron los aposentos y la capilla.  Mi mamá recordaba que los pisos estaban cubiertos con una duela muy bonita, instalada en forma de palmera, decía ella.  Alguien me contaba que las campanas y la puerta principal de la capilla del Tambillo de Bravos, pertenecieron a la capilla de San Felipe en Tabiles.

También me comentaban los más viejos que yo, que en ese monasterio estuvieron alojados algunas temporadas unos sacerdotes alemanes que tenían su sede en Samaniego.  Veamos algo relacionado con esos religiosos: como misioneros vinieron de Alemania a Portoviejo, en el Ecuador, bajo la dirección  de un obispo llamado Pedro Schumacker (escribiré los apellidos como se pronuncian en nuestro idioma).  Los curas se llamaban: Pedro Ecker, Walterio Fleifer y Hernán Cleismich. Este último también era médico. 

Por esos tiempos se desató una guerra civil en Ecuador y los padres alemanes junto con su obispo fueron expulsados. Cometieron el error de participar en la guerra a favor de uno de los dos bandos en contienda, el conservador, y siendo extranjeros.  Eso no era raro, también en Colombia y concretamente en Pasto lo hizo un obispo español llamado Ezequiel Moreno Díaz, quien estuvo al frente de esta diócesis de 1896 – 1906.  Le dio por tomar partido a favor de los conservadores en la sangrienta guerra de los Mil Días entre liberales y conservadores.  Esa terrible guerra comenzó en 1899 y se terminó en el año 1902.

Los insultos dominicales de monseñor Moreno Díaz, desde el púlpito de la iglesia de San Juan, a los “malditos liberales” como él los llamaba eran temerarios y peligrosos.  Yo tuve oportunidad de hablar con algunos ancianos que recordaban esos incendiarios sermones en contra de los pocos “cachiporros” (liberales) que había en esta ciudad en esa época.  Pero, como nuestra madre iglesia toma unas decisiones que nadie las entiende, ahora ese prelado politiquero es llamado: San Ezequiel…

Volvamos a los padres alemanes: recordaba mi papá que a unos exámenes escolares de fin de año asistió el padre Pedro Ecker y a un alumno llamado Gonzalo Hernández, papá de mi amigo Pedro, le dictó una frase para que la escribiera en el tablero.  La frase era esta: “En la pared tengo un perrero”, pero, el curita que no podía pronunciar algunas palabras del español no dictó perrero, sino perero; el alumno escribió así, lo que ocasionó risas entre los asistentes.

El 7 de agosto del 2008, estuve de paseo por el vecino país de Ecuador, y en el periódico EL COMERCIO, encontré un artículo escrito por el periodista Rodrigo Fierro Benítez, relacionado con la participación en política del obispo Schumacker.  Una fotocopia de ese artículo aparece al final de este capítulo. 

Recordemos ahora a algunos sacerdotes que fueron párrocos y que por su desempeño como tales, dejaron recuerdos buenos y malos en los feligreses tabileños.
Padre Remigio Narváez.- Por los años de 1936 y siguientes, estuvo como párroco en Tabiles un sacerdote llamado Remigio Narváez, natural de Puerres (Nariño). Según algunas fotografías que he visto de él, era bastante corpulento y con rasgos indígenas.  No tengo conocimientos suficientes de los motivos que tuvieron algunos tabileños, la mayoría parece, para oponerse frontalmente a la forma como estaba dirigiendo a sus feligreses.

La población de polarizó, unos a favor del cura y otros en contra.  La división fue dura y generó una cantidad de desórdenes y enfrentamientos.  Algunas familias se dividieron también, ese fue el caso de los Solartes… Euclides y Floresmilo eran hermanos.  El primero y sus hijos estaban en contra de Remigio, entre ellos mi papá.  Floresmilo y sus hijos, entre ellos Zacarías, estaban a favor.

Sucedieron hechos que llaman la atención por lo absurdos que parecen.  Se le ocurrió al padre Remigio, organizar lo que ahora se llamaría una Institución Educativa, él la llamó: “Centro Cultural”.  En ese centro pretendió instruir a sus feligreses, no desde lo elemental como debió ser lo correcto, sino, por lo bien alto.  Allí se dictaban áreas como historia y geografía universal, filosofía y literatura, a un alumnado que escasamente tendrían terminado la enseñanza primaria.  Para dar por terminado un periodo de estudios, un año tal vez, conformó un jurado calificador para evaluar a los estudiantes.  Se supone que ese jurado estaría asesorado en todo y por todo por el catedrático Remigio, porque entre los integrantes del selecto jurado estaba una señora de nombre  María Alvarado, prima de mi abuelo Tobías; esta señora no sabía leer ni escribir…

Era de público conocimiento que este curita tenía sus enredos amorosos con una profesora y con otra señorita de la sociedad tabileña de aquel entonces. Un buen día, las dos rivales se encontraron en la casa cural y no sólo se halaron las mechas, sino que hasta se causaron lesiones con arma blanca. 

Por esos tiempos en Nariño sólo había la Diócesis de Pasto. Cuando el obispo se enteró de ese conflicto en Tabiles llamó al cura Remigio para saber los motivos del enfrentamiento.  Éste le respondió que se trataba de una lucha política entre liberales y conservadores.  Lo cual no era cierto… Enterados los adversarios de esa falsa información al superior, se conformó una comisión de opositores al cura, integrados por godos y cachiporros que viajaría a Pasto para desvirtuar el cuento de que se trataba de odios por política.

En la comisión y por el lado de los conservadores se destacaba don Protacio Rosero, un godo de siete suelas y, como si eso fuera poco, tío materno de los Solarte, hijos de Floresmilo y amigos del cura… Entre los liberales sobresalía don José María Unigarro, reconocido cachiporro y persona muy querida y respetada.  En este bando también viajó mi taita Sergio.  Con las quejas que llevaron al obispo y con la demostración clara y precisa de que no se trataba de un enfrentamiento político, a los pocos días, semanas tal vez, el cura Remigio fue trasladado a otra parroquia.

En varias ocasiones yo pregunté a los más viejos, el por qué se produjo ese enfrentamiento: me decían que mi abuelo Euclides y otros propietarios de tierras, se disgustaron cuando el cura les atravesó unas fincas al abrir una variante del camino que conducía a Samaniego por las Cuatro Esquinas.

La finca de mi abuelo así dividida era la que ahora ocupa, en parte, el cementerio y el camino, el mismo por donde ahora está la carretera.

Bueno, Euclides, sus hijos y otros propietarios de tierras, tuvieron ese pretexto, pendejo sin duda, si se trataba de abrir un camino para acortar distancias y evitar una empinada cuesta en el Motilón, pero, los demás opositores al cura tendrían otros motivos y graves si se tiene en cuenta la magnitud del enfrentamiento.  Ni Euclides ni sus hijos, tampoco los otros propietarios tendrían perfiles de liderazgo en la región para pensar que buena parte de los habitantes los hubieran respaldado.



Padre Martínez.- Años más tarde fue párroco en Tabiles un padre llamado Lucio Alfonso Martínez. Este sacerdote era de baja estatura y sus feligreses lo bautizaron a él con el apodo de “padre guineo”. Todo el tiempo los tabileños hemos sido expertos en los apodos.



Juan Cruz Bolaños.- También fue párroco en nuestro pueblo. Cuentan que este curita tenía un temperamento amable y festivo, que hasta le gustaban las bromas.  Lo recordaban por anécdotas como estas: Cuando algún feligrés se confesaba cualquier simpleza, él le decía: “Vete en paz hijo mío, por la mañana sacudes bien las sábanas y a la mierda pecados veniales”.  Que después de las fiestas de diciembre, cuando ya le tocaba desmontar los arreglos navideños decía: “Terminada la navidad, a la mierda los pastores”.

Luis Aníbal Solarte.- Otro cura que dejó recuerdos poco agradables en Tabiles fue este tuquerreño que llegó muy joven, era de buen porte y buen físico, pero resultó también un godo de siete suelas.  Le dio por atacar a los liberales desde el púlpito con insultos como estos: Comunistas, masones,  enemigos de Dios y de la iglesia. En pocos días se conformaron grupos de conservadores ignorantes y fanáticos que comenzaron a hostigar a los pocos liberales que había en el pueblo y en las veredas. Los ultrajaban, los golpeaban y les causaban heridas con arma blanca, les destruían las viviendas a punta de piedra y machete, algunas las quemaron.  El corregidor, un señor que aún vive aquí en Pasto, era el jefe de las pandillas, que las llamábamos “marimberos”.

Después del asesinato de Gaitán, el curita Luis Aníbal dijo en un sermón dominical: que el asesino Roa Sierra le hizo un gran favor al partido conservador, a Dios y la Iglesia porque Gaitán era un hombre malo y peligroso… Estaría equivocado el curita… parece que sí.

Cuando mi hija estudiaba derecho en la Universidad de Nariño, Luis Aníbal era párroco de San Agustín y en la universidad tenía la cátedra de derecho Canónico.  Un día, esta chica irreverente, le mencionó su paso por Tabiles y su persecución a los liberales del lugar.  Un poco molesto le contestó, que los Solartes de ese pueblo eran liberales muy sectarios, pero que esas épocas ya pasaron, que esos sentimientos  que tanto daño le hicieron al país ya están superados y que no valía la pena recordarlos.

Pero, en esos tiempos no era el padre Luis Aníbal el único politiquero en su parroquia.  En Linares estaba un cura de apellido Vélez, que también perseguía a los liberales desde el púlpito. En Sotomayor un cura Miguel Ángel Vallejo, con las mismas ínfulas y, el más bravero estaba en la Llanada, un cura Alberto Hernández.

Al padre Vélez, en Linares le tenían este cuento: Que un día lo llamó a Pasto el obispo y lo regañó por su participación en política; le dijo que esa actividad la deje a los señores políticos, que él se limite a explicar el santo evangelio.  Que el cura de regreso a Linares, al siguiente domingo le tocó explicar las Bodas de Caná, donde agua fue convertida en vino.  Terminó su sermón así: El vino del milagro y que se sirvió al final de la fiesta fue el mejor.  Los asistentes tomaron y gozaron mucho.  Pero, no faltaron quienes se emborracharon, hicieron escándalos y dañaron la santa fiesta. Quienes fueron esos…? Los malditos liberales, que se habían colado.
CAPITULO SÉPTIMO

Un incendio.




Regresemos en el tiempo, a 1947.  En el mes de agosto de ese año, en lo más bravo del verano, se ocasionó un incendio que dejó convertido en cenizas buena parte de nuestro corregimiento y del vecino municipio de Sotomayor.

Los lunes en la mañana era raro que mi papá ya estuviera en la finca, por lo general estaba tomando traguito en el pueblo o en las cantinas que había por el camino; pero el lunes del incendio, cuando estaba almorzando un amigo lo llamaba a gritos desde una curva del camino frente a nuestra vivienda, cuando Sergio contestó, le dijo alarmado: comenzó un incendio desde la cueva de los Andrade y le aumentó el apodo que éstos tenían…

Ramón Andrade y sus hijos tenían una finca que iba hasta el río Pacual, en la misma loma de la finca de Euclides Solarte y sus hijos, entre ellos mi taita Sergio. Esta familia Andrade no tenía rancho en esa finca y cuando bajaban a trabajar acampaban en una cueva que había debajo de una roca. Curiosamente esa cueva tenía dos niveles, uno le servía para cocina y el otro para dormitorio. El viento sacaría el fuego de allí y se propagó en minutos de una manera que causaba horror. No sólo abrazó la loma donde se inició, sino que por el cañón del río alcanzó las lomas siguientes como San José, Providencia y el Oratorio, es que casi llega al pueblo.  Sin duda, el viento levantó algún trozó de madera encendido y lo tiró al otro lado del río, porque en minutos estaba encendida la loma de enfrente, perteneciente a Sotomayor.  Tanto de lado nuestro como del vecino municipio hubo muchos estragos. Se quemaron cinco (5) trapiches de bueyes, tres en nuestro corregimiento y dos en Sotomayor. Uno era de propiedad de don José Villamarín, otro de Luvino Caicedo, mi tío abuelo, y otro de don Jenaro Gualmatán.  Los dos quemados al otro lado del río, uno de don Epaminondas Rojas y otro de don Gumersindo Delgado, natural de Linares y conocido como “el abogado pobre”.

El incendio destruyó todas las cementeras que encontró a su paso y también los ranchos donde los finqueros se alojaban para trabajar sus tierras. Mi papá vivía del cultivo de la caña de azúcar, se le quemó toda la que tenía, quedó arruinado, se quemaron hasta las plataneras, sólo pudo defender el rancho donde vivíamos. El fuego llegó hasta las goteras del trapiche, pero no lo quemó,  ya era muy tarde, el sol y los vientos se habían calmado un poco y así pudieron defenderlo.  En los huecos donde había grandes árboles secos el fuego duró hasta quince días.  Para completar la ruina económica, un domingo en una pelea de borrachos en el pueblo, a mi papá le pegaron un varillazo en la cabeza y estuvo a punto de morir. En octubre de ese mismo año 1947, comencé mi primer año de primaria en el pueblo.








CAPITULO OCTAVO

Explosiones del Galeras.




Entre los años 1949 y 1950, el volcán Galeras produjo unas explosiones de ceniza muy superiores a las que hemos visto en los últimos años, pero en esos tiempos no había tanta alarma y tantas precauciones como ahora.   Era tanta la ceniza que caía en las noches que las zanjas que dividían algunos potreros se llenaban y las vacas se paseaban muy orondas en los potreros ajenos.  Las matas de cabuya recibían tanta ceniza que las hojas se doblaban y luego quedaban como si hubieran recibido fuego, totalmente marchitas.

En los contornos de la casa de mi abuelo Tobías, había unas pequeñas cuevas donde dormían cerdos y ovejas.  Una noche la ceniza había taponado las salidas de esas cuevas y en la mañana siguiente con palas tuvieron que despejar y sacar los animales, que salían algo torombolos por la falta de aire y los gases de la ceniza.  Como las bocas están al lado occidental del volcán, desde nuestro pueblo se observaba las explosiones nocturnas como si toda la montaña estaba encendida.

Aquí una curiosidad perruna.- En la vereda Pueblo Viejo, vivió don Tulio Melo, estaba casado con la señora Alejandrina Insuasty.  Estos esposos eran acomodados, muy trabajadores y contaban con el respeto y aprecio de los habitantes de la comarca.  Compraron un radio grande que funcionaba con una pila enorme.  En esa casa, que era muy amplia, se reunían en la noche varios vecinos para escuchar radio. 

Si no recuerdo mal, unos amigos de clima frío les regalaron un perro, todavía cachorro, al que le pusieron el nombre de “molque”. El color era muy semejante al de los perros de la raza San Bernardo, blanco con manchas amarillas.  Claro que no era tan acuerpado porque el San Bernardo más parece un novillo que un perro.  Sin embargo, molque no era un chandoso cualquiera, tenía buen porte y una presencia que asustaba, por algo era perro de rico. Pero, molque no era bravo, cuando encontraba gentes, los miraba de frente, saludaba con la cola y pasaba.

Se hizo popular en la vereda porque se volvió muy, pero muy andariego. No era raro encontrarlo por los pueblos, o por los caminos, de Linares, Samaniego, La Llanada, El Vergel, Sotomayor. Cuando las gentes tenían que referirse a una persona también andariega, decían: ese ya se parece al molque de don Tulio.










CAPITULO NOVENO

Los caminos.




A donde, por dónde y cómo viajaban nuestros viejos:

A Túquerres.-  Parece que hasta la década de 1920 a 1930, la ruta más importante para los tabileños fue el camino de herradura que por el cerro del 60, el Partidero, La Guada, El Cerro Gordo y un Páramo, viajaban a Túquerres, Guaitarilla, Ospina, Sapuyes, Iles y otros pueblos de clima frío.

A los habitantes de clima abrigado nos llamaban, y no llaman hasta hoy “guaicosos” y a los de clima frío “provincianos”, también “caltarranos”.

En Túquerres hubo una licorera oficial donde compraban panela a buenos precios y la pagaban de contado. La presentación era diferente a la que fabricaban para el consumo, para vender en nuestro pueblo y en los pueblos arriba nombrados.

La licorera les compraba en bloques grandes que llamaban “panelón”; una bestia solo cargaba dos (2) uno de cada lado.  Hubo una época en que les compraban miel de llena, que la transportaban en unos sacos de cuero que llamaban “zurrones”.  No tengo conocimiento si nuestros paneleros fabricaban ellos mismos esos zurrones o los compraban en otros pueblos.

A los demás mercados llevaban a vender la panela redonda y envuelta en látigos, como la vemos hasta hoy, aunque poco a poco está despareciendo, en todos los trapiches fabrican panela en cuadros.  El campesino generalmente dice “ladrillo de panela”, pero el ladrillo es de barro y no sirve para endulzar el café, sino, para hacer casas.

En Túquerres, que desde esa época era una ciudad muy comercial, nuestros paneleros compraban ropa, herramientas, medicinas para humanos y animales; en broma decían: “para animal y bestia”.  También compraban los alimentos propios de clima frío como harina de trigo, cebada (la tradicional chara) que tanto gustaba con papas, ullucos y coles verdes.  También ocas, cebolla, repollo.

Como el trayecto era largo y con bestias cargadas no se caminaba rápido, gastaban dos días entre Tabiles y Túquerres.  A medio camino tenían que pasar una noche en posadas donde había comida para los arrieros y potreraje para las bestias.  En ocasiones, cuando había mucho viajero, les tocaba dormir en los corredores de las casas y en climas tan fríos. 

Para proteger los panelones y panelas, usaba unas lonas cubiertas de una cera negra, que llamaban “encerados”, yo los conocí.  Esos encerados también les servían de cobija.

Eran muchos los tabileños que tenían amigos, y buenos amigos en esos pueblos fríanos; se visitaban todos los años e intercambiaban regalos que consistían en productos alimenticios de sus respectivos climas.  Los provincianos les llevaban a los guaicosos papas, harina de trigo, la codiciada “chara”, habas secas y otros alimentos de lo frío; llevaban de regreso el apetecido café, panela, maíz y algunas frutas.
Mi papá tenía unos amigos en Iles, de apellido Guzmán, gente muy buena y acomodada.  Los amigos de esos climas fríos eran muy generosos y buenos para tomar trago; mi papá y los hermanos gozaban de lo lindo con esos amigos.

De esos viajes tenían una gran cantidad de anécdotas para reírse toda la vida, veamos siquiera una: me contaba Luvino Caicedo – mi tío abuelo -, que una vez viajaban a Túquerres arriando mulas con José María Acosta y Adolfo Alvarado – primo de mis abuelo Tobías Alvarado – Adolfo era alto, de ojos verdes, piel blanca y todo velludo, parecía español.

Entre las mulas que arriaba Adolfo, llevaba una muy joven (chúcara decían) bonita, pero con una enjalma muy vieja y la retranca estaba en peores condiciones.  Durante todo el viaje los compañeros le jodieron la vida diciéndole que un Adolfo Alvarado, tan bien parado y llevando una mula con semejante retranca, todo remendada por vieja, que eso era el colmo… Al fin se cansó Adolfo de las bromas, y les dijo: “Hola, dejen la puta joda, que la retranca está en el culo de la mula y nó en el de ustedes.

Adolfo era muy ocurrente, le gustaban las coplas, le aprendí estas:
“En el cielo no se siembra
ni se riega cebadal,
ni tampoco van los godos
que mi Dios es liberal”.


“No vine por carretera
llegué por camino real,
me gusta el amor y el trago
y el partido liberal”.

“Esto dijo el armadillo
sembrando palos de yuca,
cuando uno ya está viejo
hasta el… cuero se le chupa”.


“Yo no me caso con viuda
Aunque la vistan de seda,
porque mula que otro amansa
algún resabio le queda”.



Camino a Samaniego.  Cuando Samaniego ya tuvo carretera, poco a poco abandonaron el camino a Túquerres, pues, a Samaniego se podía llegar arriando bestias en un solo día y por buen clima.  Al día siguiente vendían los productos que llevaban, generalmente panela, hacían compras y tranquilamente regresaban tomando traguito y hasta guarapo que había bastante a lo largo del camino.

Para viajar a Samaniego seguían el mismo camino de Túquerres hasta la vereda Motilón (hoy corregimiento) de allí, y después de una endiablada bajada pasaban a la vereda La Mesa ya en el municipio de Samaniego. Cuando yo conocí Samaniego, ya no baje ese trecho tan largo, sino por la variante que dirigió el padre Remigio, que la redujo a la mitad, más o menos. En ese viaje a Samaniego conocí los carros y escuché radio la primera vez.  Mi mamá que había viajado en carro de Túquerres hasta Las Lajas, despertaba en mí una gran curiosidad por esos aparatos, para mí tan enormes.  Me decía que la velocidad a que viajaba era increíble; que se veía que las ramas del borde de la carretera se daban contra el piso y que los postes de las cercas pasaban a gran velocidad.  Asimismo me comentaba la belleza de las carreteras, tan amplias, parejas y sin las cuestas que tenían nuestros caminos. Y tenía razón… por lentos que hayan sido los carros de esas épocas, en carreteras angostas y destapadas, andaban mucho más que un caballo a galope tendido, y lo hacían durante horas y horas, lo que un caballo no resistía.  En cuanto a las carreteras, serían una maravilla comparadas con nuestros caminos de herradura, y qué decir de los caminos internos de las fincas por donde se transportaba el agua, la leña, los plátanos, las yucas, las arracachas.

Sentados con mi papá y mi mamá en el andén de un almacén de unos señores de apellido Ruiz, en una esquina de la plaza, escuché radio por primera vez.  Era de noche y tenían sintonizada una estación ecuatoriana, por lo que decía mi papá, sonaba bastante ruidosa y como mis oídos no estaban acostumbrados, era muy poco lo que entendía. Al día siguiente me llevaron a conocer las baldosas, “baldosín” decían por esos tiempos.  Había una sola casa que en el andén tenía esa belleza. Yo le pasaba los dedos de la mano y me sorprendía lo liso de la superficie.  Años más tarde en esa casa tenía el consultorio dental don Rodrigo Calderón.

Mi papá fue a vender panela y como arriero (fletero decían) fue don Parménides Maya. Mi tío Octaviano, fue como de paseo y en el caballo que él montaba me llevó en ancas.  Había este refrán: “quien va al anca no va lejos”.  La plaza de mercado era la misma que ahora es patio de palomas y en agosto sirve para el concurso de bandas musicales.  En un cacharro de esa plaza me vi la imagen de la virgen de Las Lajas en un cuadrito que semejaba una gruta, para mí era una maravilla nunca vista y le di candanga a mi papá hasta que me la compró.

Los samanieguenses ya tenían acueducto, pero no hasta las casas; la  tubería llegaba hasta unas pilas que había en algunas esquinas, una al pie de la plaza.  De allí la llevaban en baldes y ollas.  Los niños tenían unos carritos sencillos que le servían para llevar el agua; consistían en dos ruedas de madera sujetadas por un eje, también de madera, parecía un carreto grande. A ese eje le aplicaban una vara que se echaban al hombre y sobre ella llevaban los baldes.

Ya en casa yo  le pedí a mi papá que me fabricara un carrito así, pero el hombre no tenía dotes de carpintero, ni tendría la herramienta necesaria, por eso jamás tuve el carrito ese para jugar.


Camino a Linares.- Como Tabiles siempre ha pertenecido a Linares, a esa población viajaban para vender productos, hacer compras y tramitar todo lo relacionado con la administración municipal.  El camino, el mismo que existe hasta ahora, por las Cuatro Esquinas, la falda del cerro y El Pailón.  Por los tiempos que ya recuerdo, en Linares había buenos almacenes y un famoso mercado dominical en la plaza central que ahora es parque. En la cabecera de la plaza había un buen almacén de propiedad del señor Bolívar Bravo y, al pie de la misma plaza otro almacén de Nemeciano Bravo, hermano del anterior.

Para tramitar asuntos en el juzgado y en la alcaldía, había varios abogados sin título (tinterillos) que eran muy expertos, muy hábiles en su oficio. Entre estos tinterillos estaban: Artemio Lucero, Temístocles Solarte, Lisímaco Orbes, Venancio Solarte, Ancelmo Arturo Díaz y otros cuyos nombres ya no recuerdo. Más tarde hubo dos abogados titulados, Pablo Emilio Solarte y Pablo Emilio Andrade. Estos profesionales del derecho, en más de una ocasión se descuidaban en los asuntos y los tinterillos más cuidadosos y más marrulleros, los ponían en aprietos y hasta les ganaban los pleitos.


La banda de músicos.- Se llama Banda Fátima, por esos tiempos tenían fama por la cantidad y calidad de sus músicos, era placentero escucharlos en las fiestas.


Camino a Cumbitara.- Un camino largo y difícil era el de viajar a esa lejana población. Por la loma de los Quingos se bajaba hasta el río Pacual donde puede haber unos 25 grados de calor; de allí se subía hasta las faldas del cerro de Sotomayor y después de recorrer un páramo se llegaba a un paraje solitario, de muchos vientos y muy difícil para transitar, llamado Escalón. En verdad eran dos los escalones, uno largo y otro más corto.  Los dos consistían en zanjones con un graderío tallado en la roca por las herraduras de las bestias; había mucha piedra suelta, que hacía difícil caminar, los animales bajaban con miedo y la carga no podía ser muy pesada. Si la carga era un jinete, éste prefería bajar a pie esos dos trechos y dejar que la cabalgadura lo haga desocupada. Se llegaba luego a otro paraje no sólo difícil, sino, bastante peligroso: la Piedra Liza. Esto era un desfiladero donde ni siquiera se podía ver el fondo del abismo. Si una bestia se derrumbaba allí, ni pensar en bajar a buscar restos de la carga.

Terminada esa pendiente se llegaba a una vereda, El Caucho, allí el clima era mejor y también la topografía del terreno. En esta vereda vivía un famoso artesano, si no estoy equivocado, el nombre era Sabino Toro, fabricante de unas guitarras que tenían fama en toda la región del occidente del departamento.  El hombre siempre tenía pedidos que lo mantenían muy ocupado.  Era un señor alto, delgado, un poco jorobado y difícil de tratarlo, pero con una habilidad asombrosa en su trabajo de hacer guitarras. 

Bueno, de El Caucho en una hora se podía llegar a Cumbitara, una población pequeña con gentes buenas y acogedoras.  Así como había gentes pobres, también había ricos, porque se dedicaban a la cría de ganado, caballos y cerdos.  También hubo épocas en que se dedicaron a la minería, había en su territorio buenas vetas de oro.  Una empresa norteamericana estuvo por esos lares explotando las minas del precioso metal.  En las playas del río Patía, tuvieron una pequeña pista donde aterrizaban los gringos en sus avionetas.

Parece que en la década del 20 al 30, hubo por Tabiles, El Tambillo, Linares y alrededores, una sequía que dio origen a una gran hambruna; mucha gente de estas tierras se fueron a vivir a Cumbitara donde hay agua en abundancia. Por lo tanto, en esa población, había mucho paisano, amigos y en algunos casos hasta parientes de nuestros viejos.

Recordando la hambruna, mi mamá contaba que no habiendo con qué alimentar las gallinas optaron por torcerles el pescuezo a todas, pero, sólo había eso para comer, ni una yuca, ni una arracacha para echarle al caldo.  Los habitantes de los lugares afectados por la sequía y que tenían bestias y dinero, viajaban a esa población en busca de comida.  Lo más apetecido y práctico para traer era maíz, fríjoles y cacao.



Camino a Pasto.- Por la mayor distancia y los costos del viaje, a Pasto viajaban poco los viejos tabileños, eran muchos los que se morían sin conocer la capital del departamento.  El recorrido lo hacían por Linares, Sapallurco (hoy Llano Grande), el Guaitara, los Corrales, La Florida y Nariño.  En estos dos últimos municipios todavía existen unos tramos de ese viejo camino.

Entraban a Pasto por el sector donde ahora está el hospital San Pedro.  Por allí había unos potreros donde les arrendaban para las bestias que traían. Años más tarde, en el cruce de la panamericana con la calle 16 que sube hasta el hospital, había una sub-estación de la hidroeléctrica de don Julio Bravo, al lugar le pusieron el nombre de “el peligro de muerte” porque allí se electrocutó un ladronzuelo que quiso robar alambre de cobre porque lo vio amarillo y pensó que era de oro.  Era muy frecuente escuchar a nuestros viejos mencionar el tal peligro de muerte.  Nuestros mayores también entraban con sus cabalgaduras hasta unas posadas que había por la calle del colorado y el San Andresito.

En una pelea de borrachos, mi abuelo Euclides le cortó la cara a un señor con el coto de una botella; por ese delito fue traído preso a Pasto.  Como era lógico, la familia lo visitaba y fue así como mi papá vino a conocer Pasto siendo aún niño, era nacido en 1907.  Recordaba que los presos (ahora se llaman internos) sólo iban a dormir a la cárcel, el día los tenían trabajando, unos en la construcción del edificio de la gobernación y otros en el Parque Nariño.

Y como venía hablando de caminos, hago aquí otro recuerdo: si no estoy equivocado en el año, fue en 1950 que llovió en esa región de una manera alarmante, días y noches que no paraba de llover; los caminos se volvieron intransitables para los humanos.

Nosotros recorríamos el que conduce del pueblo a Pueblo Viejo y El Guadual.  En todo ese tramo le hicieron desechos por potreros y cementeras que estaban a los lados del camino; las bestias iban por esos barriales enterradas hasta la barriga y los dueños por los desechos echándoles ojo y animándolas con gritos y cualquier grosería.

Esos senderos hechos por los potreros, también le servían a los liberales para ocultarse de los conservadores que los perseguían…  lo más cruel para los perseguidos cachiporros era cuando había amenazas de ataque a las viviendas por cuadrillas de los hermanos godos; había que salir a dormir al monte y en semejante tiempo tan lluvioso.  Hasta esa época no había los plásticos tan útiles hoy en día.  En alguna zanja o debajo de algunos arbustos, los pobres cachiporros improvisaban un rancho que lo cubrían con hojas de plátano o paja de loma y se dormía sobre la madre tierra, sin poder encender si quiera un fósforo porque esa pequeña luz podía delatarlos.  Muchos años después escuché una copla que me hizo recordar esas noches de miedo y de lluvia, dice así: 


Ya se calló el arbolito
donde dormía el pavo real
ahora duerme en el suelito
como cualquier liberal.








Peregrino Riascos Sánchez.- Por la década de 1950 estuvo como párroco en Tabiles el padre Peregrino Riascos Sánchez; también era nativo de Puerres Nariño, y al que muchos recordarán. Estaba acompañado de su señor padre que se llamaba lo mismo que el hijo.  Era un señor de buen porte, de buenas maneras, impecablemente vestido.

Por el nombre, algunos malcriados le decían al padre “perro gringo”, pero de gringo no tenía nada… era rezandero, santucho, y fanático como ningún otro cura de esos tiempos, aumentó mucho la asistencia de sus feligreses a todas las ceremonias religiosas. Cuando no le gustaba la asistencia de la gente al rosario de la tarde, se salía rezando a las gradas de la entrada de la iglesia, y a veces hasta la plaza, para invitar más feligreses al rezo. Algo que merece recordarlo con gratitud: Se interesó mucho por el cementerio; lo dividió en parcelas y a cada vereda, también al pueblo, le asignó una con la perentoria obligación de sembrarle flores y mantenerla limpia.  Todo el cementerio era un bello jardín, daba gusto ir a ese lugar.

Años más tarde, era tal el abandono de ese campo santo, que cuando yo iba al pueblo, para visitar la tumba de mi mamá tenía que pedir un machete y entrar arremangando helechos y la espinosa zarza.

Del padre Peregrino también hay un recuerdo agridulce: En unas fiestas de diciembre, un habitante del pueblo que se había tomado sus tragos, a eso de las cuatro de la madrugada andaba haciendo bulla por las calles y plaza del pueblo.  El curita Peregrino, seguramente se desveló, salió del convento todo bravo, encontró al borracho en la plaza y se puso a regañarlo, éste se mostró más bravo, le pegó un puñetazo que le rompió la ceja.  Al día siguiente apareció el padre con un parche de gasa y esparadrapo en la frente.  El pueblo estaba dividido; unos enojados con el borrachito y otros diciendo que el padrecito, a esas horas debió estar durmiendo en su convento, y si estaba desvelado, rezando, pero no regañando borrachos en la plaza, que ese trabajo era de la policía.



Silvio Lara Ramos.- Este cura es natural de La Florida Nariño.  Cuando estuvo en Tabiles ya era viejo y sin lugar a dudas el más malo que le han mandado a ese pobre pueblo.  A penas llegó comenzó a ganarse enemigos, pero, como los Tabileños hemos sido tan demócratas, no faltaron algunos que se pusieron a su favor, y siguieron los enfrentamientos.

Se le envió un memorial con quejas al obispo de Ipiales, un monseñor antioqueño de nombre Alonso Arteaga Yépez (que en paz descanse) que no le paró ni cinco de bolas; le hizo saber al cura Lara Ramos y éste se puso más furioso, parecía loco en el púlpito.  Hicimos otro memorial, más contundente y con Higinio Mora viajamos a Ipiales para entregarlo personalmente.  El obispo paisa leía el escrito y de cada párrafo pedía explicaciones, que las dimos con todo detalle.

A los pocos días nos visitó el monseñor.  Guillermo Zambrano, uno de los adversarios del cura, pronunció un discurso de bienvenida al obispo que gustó mucho al prelado y a los asistentes.  El obispo convocó a reuniones, primero a los amigos del cura y luego a los opositores.  Cuando ellos salían de la reunión llegábamos los adversarios, no tratamos mal a nadie pero, estos señores se habían quedado por la calle de la casa cural esperando a que terminara la reunión con nosotros.  Cuando salimos nos insultaron y trataron de atacarnos.  Alguien le hizo saber al obispo ese detalle, salió, los regañó y les exigió que se fueran a sus casas.  Recuerdo palabras del regaño: “Cuando ustedes salieron, ellos llegaban también a reunirse conmigo, a nadie molestaron, entraron ordenados y con respeto”.  Habían pasado unas semanas de calma chicha, cuando tuvimos la noticia que el cura Silvio era trasladado a otra parroquia. No faltó un descocado de los nuestros que proponía derribar unos árboles sobre la carretera para impedirle el paso el día que se vaya. Otro más pensador le dijo: no seas pendejo; si lo que queremos es que se vaya, como le vamos a taponar la carretera.

Años más tarde, el padre Lara Ramos apareció como párroco en Santa Ana, una población cercana a Túquerres. Allí sí que la cosa fue peor; Silvio ya estaba más viejo y mas jodón.  Un día cualquiera lo llamó el obispo para halarle las orejas, lo más seguro.  Cuando regresó encontró las puertas de la casa cural selladas con soldadura; para colmo de males, los cerrajeros del pueblo eran también sus enemigos, le toco hacer venir un cerrajero de Túquerres para que le abriera las puertas.  Desde ese incidente ya no permanecía en el pueblo y cuando por fin llegó a recoger sus corotos, tuvo que hacerlo acompañado de 25 soldados de la guarnición de Ipiales.

Por esos tiempos circulaba en Pasto y Nariño, un periódico llamado El Derecho, de orientación conservadora.  En ese diario aparecían los desmanes del cura Lara Ramos en Santa Ana, yo que ya vivía en esta ciudad, recortaba esas crónicas y las enviaba a mis compañeros de lucha en Tabiles.

En Comfamiliar de Nariño, tuve como compañero de trabajo un señor nativo de La Florida, paisano del padre Lara Ramos.  Un día me comentaba que cuando joven este religioso tenía por costumbre, los domingos en la tarde llegarse a cualquier cantina de pueblo a tomarse sus tragos con los parroquianos; lo malo estaba en que sí había alguien que no le caía bien le buscaba camorra.  Y como nadie quería enfrentarse con él, dejaban la cantina vacía.  Pero, llegó el día en que se topo con un campesino, también de malas pulgas, lo enfrentó y se formó el bochinche.  Se levantó Silvio de su mesa y le dijo al campesino: “Espérate me quito este cunche y verás que también tengo pantalones”. Se quitó la sotana, la tiró al suelo y se abalanzó sobre él parroquiano, pero éste le salió adelante y de dos trancazos lo tiró al piso. Cuando Silvio se levantaba, los que allí estaban lo sacaron para que no reciba más golpes. Que pasaron unos minutos y apareció en la cantina un hermano del cura, que era el alcalde, y con revolver en mano preguntaba por el grosero que le sacudió el polvo al reverendo Silvio.
Comentarios adicionales.- Entre los lectores de estas líneas, no faltarán quienes digan: este ciudadano es muy irrespetuoso con los sacerdotes.  No soy irrespetuoso, simplemente soy realista.

Si antes se veía al sacerdote como un ángel vestido de negro, que rara vez salía de su convento para darse un paseo por las calles de un poblado, hoy en día lo vemos de otra manera, como es en realidad, un ser humano, hombre como los demás, con sentimientos, con gustos, con deseos, con pasiones, así haya recibido una formación académica totalmente diferente, siempre encaminada a mantener en él y para que lo inculque en sus feligreses, ese sentimiento llamado fe, esos dogmas, mitos y leyendas en los que mucha gente ha dejado de creer.

A pesar de mi ignorancia en materia religiosa, guiado solamente por la luz natural de la razón, considero que la iglesia católica sigue siendo muy injusta con sus ministros, o mejor, con sus servidores.  Cuándo será ese cuándo que la iglesia entienda que mantener el celibato es un absurdo.  Sería más humano y decente un sacerdote con esposa y con hijos que acusado de violación de menores… me gustaría ver un sacerdote oficiando misa (ahora Eucaristía) y que estuviera acompañándolo la esposa e hijos, o colaborándole como acólitos.

También me parece un error muy grande de la iglesia esa discriminación odiosa que hace de la mujer, al no permitirle llegar al  sacerdocio.  La mujer hoy en día, gracias a su formación académica, está demostrando a lo largo y ancho del planeta que no es menos inteligente que el hombre.  Es más responsable en el cumplimiento de las labores que le hayan encomendado, y lo más importante, lo más digno de destacar: ES MAS HONESTA.  Nos está dejando ver más dignidad, más donde gentes.  Entonces, por qué la iglesia la descalifica como servidora suya, que injusticia…

Volvamos a los curas de nuestra parroquia: Algunos dejaron buenos recuerdos, injusto sería desconocerlo.  El mismo padre Remigio, al liderar esa variante en el camino a Samaniego, hizo una obra importante que benefició mucho a todos los tabileños.  El padre Román Solarte, se interesó en la construcción de la escuela de varones, al respaldo del actual colegio.  El padre Juan Bautista Díaz, trabajó bastante en la construcción de la carretera a Linares; recuerdo que en una minga se acomodó la sotana y con machete y palanca arremangaba zarza como cualquier campesino. Asimismo, fueron directores espirituales de una comunidad con educación muy deficiente.  Pudo suceder que liderando obras, sacaron su tajada, pero si las obras se hicieron la feligresía les agradeció el oportuno liderazgo.
Lastimosamente, también hubo curas que le hicieron daños a la parroquia y a la población en general.  Unos alimentaron resentimientos políticos, o de clase, como ya lo hemos visto, y causaron enfrentamientos peligrosos,  cuyos rescoldos duraban cierto tiempo. Otros causaron daños económicos al vender propiedades raíces que tenía la parroquia.  Esas propiedades hoy en día tendrían un gran valor comercial y servirían para la manutención del sacerdote enviado a servirle a nuestro pueblo, a acompañar a sus feligreses en las buenas y en las malas. 

Recordemos las dos fincas que tuvo la parroquia y que fueron vendidas.  Una, la llamada San Felipe, donde estuvo el convento de los Filipenses y ahora está la cancha de fútbol, en las goteras del pueblo. Allí el cura mantenía la vaquita de leche y el caballo de paso para recorrer las veredas y viajar a Linares o Samaniego cuando aún no había carreteras. La otra finca se llamaba San Rafael, la había donado el señor Rafael Ortega, el mismo que ya hemos mencionado en otros capítulos. Esta finca estaba situada en la vereda Providencia y daba al camino real que conducía a Pueblo Viejo; tenía un amplio potrero que se arrendaba a los vecinos que tenían ganando.  Algún dinero producto de la venta de alguna de esas dos fincas se invirtió en comprar una finquita pequeña, más retirada del pueblo y cuya topografía y calidad del terreno no es igual a las que tuvo la parroquia.

Cuando ya no hubo bienes raíces para vender, hubo curas que vendieron trastos viejos.  Veamos esta historia: uno de estos señores vendió unos transformadores de energía viejos de propiedad del municipio.  Estos aparatos fueron instalados en el pueblo cuando Linares tuvo una pequeña hidroeléctrica y durante unos meses, años tal vez, le vendió energía a la población.  Uno de los transformadores estuvo en una esquina de la plaza y el otro en la esquina de la casa del señor Alberto Narváez.

Cuando con el amigo Higinio Mora, visitamos al señor obispo de Ipiales Alonso Arteaga Yépez, este prelado después de leer cuidadosamente nuestro memorial con quejas del párroco Silvio Lara, tuvo la amabilidad de conversar unos minutos con nosotros y nos contó el problema que tuvo con los viejos transformadores. Palabras más, palabras menos nos dijo esto: algunos padres me ocasionan ciertos problemas. Al padre Román Solarte, tuve que traerlo aquí a San Juan para tenerlo cerca ya que he recibido muchas quejas de él.  El padre que estuvo allá en Tabiles antes del párroco actual, vendió en Cali unos transformadores de energía que no eran propiedad de la parroquia, sino del municipio.  El alcalde lo denunció penalmente y yo tuve que viajar a esa ciudad, devolver el dinero que el padre había recibido para poder recuperarlos y devolverlos a Linares; en caso contrario al padre lo iban a meter a la cárcel.

Por ese incidente, algunos funcionarios de Linares se burlaron mucho de nosotros y razón no les faltaba… veamos esto: unos meses antes, autoridades de Linares subieron a Tabiles con el propósito de llevarse esos transformadores; como era un día en semana prácticamente no había hombres en el pueblo, sólo estaban las mujeres, éstas se alborotaron y no permitieron que los linareños se llevaran esos aparatos.  Pero, llegó el día en que el curita dio la orden de bajarlos de los postes donde estaba empotrados y llevarlos a Samaniego, por esa vía se fueron a Cali.

Durante el corto tiempo que hubo energía en el pueblo, muchas personas compraron radios, la mejor marca era Philips, unos radios grandes que sonaban duro, aunque un tanto ruidosos, así eran esos aparatos que funcionaron con tubos.  El más potente era uno que tenía don Julio Díaz en un almacén al pie de la plaza.  Por esos tiempos había en Cali una emisora que se llamaba RCO, Radio Cadena de Occidente, era muy potente y en nuestro Tabiles entraba como cañonazo.  Esa emisora tenía un programa de complacencias musicales los días sábados de 7 a 11 de la noche.  Se escribía una carta o se mandaba un telegrama haciendo la petición, qué novedoso era escuchar nuestros nombres a través de la radio.  Las canciones de moda que más se solicitaban eran: Flor sin retoño, de Pedro Infante, Espinita, de los Embajadores, El tren lento, de Lucho Vásquez.

El padre Román Solarte, a quien se refirió el señor obispo, también fue párroco en Tabiles por lo tanto Higinio y yo lo conocíamos y sabíamos muy bien cuál era el motivo de las quejas de todas las parroquias donde había estado: le gustaban las niñas bonitas… con todo derecho, pienso yo, porque era un hombre como los demás; pero como la feligresía extremadamente puritana en esas épocas no pensaba de esa manera, lo criticaban mucho y enviaban quejas al superior.

Años después desaparecieron las tres campanas de la iglesia.  El pretexto para sacarlas del pueblo fue que había que hacerles unas reparaciones, pero nunca volvieron a su lugar, la iglesia.  Lo mismo sucedió con una antiquísima imagen de San Felipe.  Estas campanas tenían un sonido particular que gustaba mucho a la feligresía en general; estábamos acostumbrados a su llamado.  Durante muchos años fueron la única voz para convocar a los devotos a todas las ceremonias religiosas.  Cuando tocaban a muerto su tristeza era infinita, y, cuando tocaban a vuelo eran la única melodía a gran volumen que escuchaban nuestros oídos. 


Entre los abogados de esta ciudad circula un chiste pastuso con el que se burlan de ellos mismos y también de los curas, es este: un pastuso muy pobre se enfermó de gravedad y considerando que estaba cerca el final, pidió a los dolientes que le lleven un sacerdote y un abogado.  Los familiares susurraban entre sí: está bien que pida el sacerdote, para que lo aconseje, le dé valor y le ayude a morir como buen cristiano, pero, el abogado para qué demonios si no tiene nada para dejar… como el enfermo insistía en su pedido, le llevaron los dos personajes.  Una vez estuvieron en la alcoba del moribundo,  éste pidió que los instalen uno a cada lado de su lecho de enfermo; cumplido su deseo manifestó: “Así quiero morir, como murió Jesucristo”, el resto lo sabe todo el mundo.  



CAPITULO DÉCIMO

La política en los años 50’s.




A vuelo de pájaro veamos unos aspectos políticos de aquellos años violentos por la despiadada persecución a los liberales:

Para comenzar y durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez, se practicó una operación desarme a todos los liberales y en todo el territorio nacional.  En horas de la noche llegaron policías a las casas para practicar una minuciosa requisa en busca de armas.  Decomisaban las escopetas de fisto que tenían para cazar tórtolas y algún pequeño animal.  También decomisaban los machetes de cubierta y cuchillos grandes que se utilizaban para cosechar látigo y cabuya verde.

Mis tíos Alvarado eran aficionados a la cacería y tenían dos escopetas de mejor calidad, no eran de fisto, disparaban unos cartuchos de fábrica, ellos las llamaban carabinas. Una noche les llegaron los encargados de las requisas y se llevaron esas carabinas y unos machetes de cubierta. A Segundo le estrujaron los libros de medicina pensando que eran obras de comunismo.

Veamos esta anécdota a propósito de las requisas: en la subida de Linares a Tabiles vivía un señor de nombre Juan Solarte, conocido allá como “Juan cojo”.  Era de la misma familia nuestra y mi papá cada vez que salía por ese camino entraba a saludarlo, tomar café y conversar un rato. Un día le contó Juan que le cayeron los requisadores al mando de un Luis Díaz, que tenía fama de maloso.  Le esculcaron toda la casa pero no encontraron armas; se fueron y cuando ya iban al otro lado les pegó el grito: Luis, acá se te quedó algo, y, con un revólver hizo tres tiros… estuvo de buenas que no se regresaron y le dieron su paliza.

En 1950 asumió la presidencia de Colombia el doctor Laureano Gómez Castro, después de resultar electo en unas elecciones en las cuales no participó el partido liberal por falta de garantías.  Laureano Gómez fue uno de los mejores oradores que tuvo el partido conservador.  No pudo posesionarse ante el congreso como ha sido tradicional en el país, porque el parlamento fue clausurado el 9 de noviembre de 1949 por el presidente Ospina Pérez.  Gómez se posesionó ante la Corte Suprema de Justicia, le tomó el juramento de rigor el presidente de esa corporación, doctor Domingo Sarasty, un político nariñense que inmediatamente fue nombrado ministro de gobierno. 


Si Ospina Pérez, durante su periodo presidencial, 1946 – 1950, persiguió mucho a los liberales, Laureano Gómez trató de exterminarlos. De primero se los invitaba a “protestar” a su partido, si no lo hacían los desterraban, o los asesinaban, así de sencillo.

A continuación el texto de la renuncia, o protesta, que debían firmar los liberales, llamados rojos malditos, masones, enemigos de Dios y de la religión:

“Nosotros, los suscritos ciudadanos colombianos, mayores de edad, vecinos del municipio de…… con residencia habitual en el mismo territorio, cedulados bajos los números abajo citados, en completo goce de nuestras facultades mentales, en nuestra absoluta y espontánea voluntad, sin presiones o coacción de directiva alguna, en forma enérgica y orgullosa y bajo la gravedad del juramente, ante Dios y los hombres, y en presencia de testigos declaramos:

Que protestamos del partido liberal y de seguir siendo en sus filas los soldados de antes, porque ese partido es el de la anarquía, disociador moral, que atenta contra el orden y las buenas costumbres, y contra la iglesia católica, como lo demostró el 9 de abril de 1948. Desde hoy pertenecemos al partido conservador, único que respeta el patrimonio legado por el Padre de la Patria.  Juramos defender al partido conservador hasta morir”.

¡Qué belleza hermanos godos!...

Y pensar que entre los rojos malditos de todo el país, había y sigue habiendo, creyentes hasta en el rejo de las campanas y más camanduleros que cualquier godo sectario.

Desde varios años atrás, el doctor Gómez venía sufriendo de presión arterial alta y durante su periodo presidencial le sobrevino un derrame cerebral que lo obligó a separarse temporalmente del cargo para recibir tratamiento médico en el exterior.  Fue encargado del poder el doctor Roberto Urdaneta Arbeláez. 

Aunque los dos eran conservadores, pero el doctor Laureano Gómez y el general Rojas Pinilla, se odiaban y desde muchos años atrás. Teniendo en cuenta que la persecución al liberalismo era aterradora en todo el país, el general Rojas Pinilla, recibió el apoyo de muchísimos colombianos para dar un golpe de estado, asumir el poder y pacificar la nación. El alto militar no aceptó la propuesta mientras el doctor Urdaneta estuviera como presidente encargado. Entonces se presionó a Urdaneta Arbeláez para que entregue el poder al presidente titular Laureano Gómez Castro, cuando éste regresó al país y asumió el cargo, el general le propinó el golpe el 13 de junio  de 1953.  Los estudiantes más jodones de la época cantaban en alusión  al golpe: “El trece de junio la virgen María tumbo al presidente y sentó un policía”.

En Bogotá circulaba un chiste en torno al odio que se tenían estos dos personajes de la política colombiana. Decían que Rojas al subir a la presidencia se propuso eliminar el segundo apellido de los políticos más importantes del país, dijo lo siguientes: A Lleras Camargo, le quito lo Camargo, a Lleras Restrepo, lo Restrepo, a Betancourt Cuartas, lo Cuartas y a Laureano Gómez, lo castro…

En su primer discurso como presidente, Rojas prometió a los colombianos pacificar la nación: “No más odios, no más resentimientos, no más sangre, no más depredaciones.  Este será mi lema de gobierno”. Y en efecto, la nación comenzó a vivir en paz, a trabajar para restaurar las ruinas y restañar las heridas de esa lucha sangrienta.

El general se preocupó mucho por la educación. Hasta los pueblos más apartados llegaban útiles escolares, leche en polvo, queso enlatado y pan para los niños más pobres. 

Durante el gobierno del general Rojas se construyeron importantes obras en todo el país, como no se habían construido en gobiernos anteriores. Para gobernar a nuestro departamento nombró al costeño Sergio Antonio Ruano, bajo cuya administración se construyó el coliseo cubierto, que lleva su nombre, el teatro al Aire Libre, el estadio Libertad, la carretera al aeropuerto y el hotel de turismo Morasurco. Y algo importantísimo, se pacificó el departamento.  Como es bien conocido, en algunos municipios como Guaitarilla, Samaniego, Sotomayor y Linares, hubo grandes brotes de violencia política.

El contento era muy grande en las regiones pacificadas.  Se grabaron canciones con letra y música de corte popular, para festejar la concordia entre los colombianos.  Esta es la letra de una de ellas:

Que alegre está Colombia
con el nuevo presidente,
ese nombre lo merece
por honrado y por valiente.

Coro:
No más sangre entre nosotros
estimados colombianos,
olvidemos los rencores
y vivamos como hermanos.

Qué viva Rojas Pinilla
y la fuerza militar,
que viva pues, el trabajo
que viva la libertad.  (Coro)

El teniente general
adquirió la buena fama
porque le trajo la calma
a la patria colombiana. (Coro)

Mi papá que sufrió mucho la persecución conservadora, era tan agradecido del general, que no quería hablar de otros personajes de la política, sino del general Rojas Pinilla.  Por ese cariño desmedido le cambiaron el apodo de “Barrabás” por los dos apellidos del general, hasta los hermanos le decían, Rojas Pinilla.

El apodo Barrabás, es algo que nunca nos ha molestado a los Solarte, al contrario, lo llevamos con cierta satisfacción… cuando nos encontramos con algún familiar que no hemos visto por algún tiempo, no es raro saludarlo así: Hola pariente Barrabás, que gusto volver a verte.

Una vez que estaban reunidos algunos de los Solarte, más viejos, yo les pregunté: ¿Quiénes y por qué nos chantaron ese apodo de Barrabás? Después de una general risotada, alguien me explicó lo siguiente: Que en una de las tantas guerras civiles del siglo XIX, desde el Cauca Grande vino un batallón de liberales comandados por un coronel llamado Manuel Solarte, que no sería un angelito bajado del cielo por eso tenía ese singular, o significativo apodo.  Parece que ese coronel Solarte se quedó en algún pueblo de Nariño que pudo ser La Unión, Túquerres o Linares, donde dejó hijos que heredaron el apodo.

Mi bisabuelo Antonio Solarte, cuando se emborrachaba (lo que parece era muy frecuente) tenía por costumbre gritar: seré nieto, bisnieto, o tataranieto de Barrabás… en todo caso soy como Barrabás.

Bueno, volvamos al general Rojas Pinilla y a la política por esos tiempos: los jefes de los dos partidos tradicionales, que al principio aplaudieron el golpe de Estado, al cabo de un tiempo comenzaron a sentirse huérfanos de poder, acostumbrados como estaban a mandar, a sangre y fuego, si consideraban necesario para mantenerse en las más altas posiciones.  Estos genios de la política, buscaron y encontraron la manera de tumbar al presidente, a quien consideraban un dictador.

Para ventaja de estos jefes políticos, el mismo general les allanó el camino, coloquialmente, les dio papaya. Clausuró los dos grandes periódicos del país, El Tiempo, y El Espectador.  Sus soldados mataron a unos asistentes a la Plaza de Toros de Bogotá y, días después asesinaron a unos estudiantes en las calles de la misma ciudad capital.

Teniendo como base estos lamentables hechos, se reunieron en una población de España, el derrocado y exiliado Laureano Gómez y el jefe liberal Alberto Lleras Camargo.  Los dos caudillos llegaron a un acuerdo para derrocar a Rojas del poder. A ese acuerdo lo bautizaron con el nombre pomposo de “FRENTE NACIONAL”.

El objetivo principal de ese acuerdo fue repartirse el poder entre liberales y conservadores durante 16 años, cuatro (4) periodos presidenciales.  Gaitán dijo una vez: “Pobre Colombia cuando las oligarquías liberal y conservadora se unan por lo alto”.  A los diez años de su asesinato esa unión estaba consolidada. 

Lleras Camargo vino a Bogotá y organizó el golpe de Estado al mandatario Rojas Pinilla. Para conseguir su objetivo alborotó a los estudiantes y a los transportadores.  El golpe se dio el 10 de mayo de 1957.

El Frente Nacional pacificó algunas regiones del país que aún eran violentas como el Valle y el Tolima, pero corrompió a los partidos políticos, más al liberal que aprovechó mal sus mayorías.

El gobierno de turno no tenía ninguna oposición porque hasta el cargo de porteros estaba repartido entre liberales y conservadores. A esa actitud, el presidente León Valencia la llamó, “milimetría”.

Los presidentes del Frente Nacional fueron: Alberto Lleras Camargo, liberal, de 1958 a 1962.  Guillermo León Valencia, conservador, de 1962 a 1966. Carlos Lleras Restrepo, liberal, de 1966 – 1970.  Misael Pastrana Borrero, conservador, de 1970 a 1974.

La elección de Pastrana Borrero fue muy cuestionada, mucho se habló de fraude, de robo al otro candidato el general Gustavo Rojas Pinilla.  El protesta a este presunto fraude, se fundó el M-19.  Las elecciones donde resultó electo Pastrana Borrero, se realizaron el 19 de abril de 1970.














 


CAPITULO DÉCIMO PRIMERO

Las fiestas.




Cuando yo era niño, las fiestas más sonadas en nuestro pueblo eran: La patronal el 2 de julio, la semana santa y la Navidad.

En el centro de la plaza había un kiosco que tenía dos niveles; al segundo piso subían los músicos de la banda que traían los fiesteros.  En las esquinas de la plaza sembraban unos palos con dos o tres brazos (los llamaban horquetas), en las puntas de esos brazos les amarraban trapos, les echaban petróleo y así iluminaban la negra plaza y las calles adyacentes.

Para las fiestas el párroco siempre traía otro sacerdote como auxiliar; como las ceremonias eran tan largas, si estaba sólo le quedaba muy pesado el trabajo.  A los feligreses les gustaba la venida de otro padre porque no los conocía para confesarse y escuchaban sermones en otra voz, aunque los temas eran los mismos.

Yo hice mi primera comunión en Ipiales, estudiaba en la escuela Francisco José de Caldas, el celebrante fue el padre Carlos Humberto Ortega, un sacerdote muy querido en toda esa comarca.  Después de algunos años fue a Tabiles, para una semana santa; me gustó mucho volver a verlo y escuchar su voz que era muy característica.

Para las fiestas de semana santa, se conformaba el Batallón de Infantería  No. 10, de Tabiles, integrado por jóvenes reservistas y unos cuantos aficionados a la vida militar. Durante muchos años estuvo comandado por mi capitán Luis Unigarro Alvarado. Éste militar tenía una excelente voz de mando, buen porte y buena presencia, indispensables para ese cargo; por algo él y Raúl Solarte Rosero, prestaron su servicio militar en el Batallón Guardia Presidencia en Bogotá.  A ese batallón no llevan cualquier soldado tiritingo, son seleccionados. 

Ese batallón de soldados tabileños, marchaba por la plaza y calles de la población, a toque de buenos tambores, que de alguna manera los conseguían; también prestaban guardia en la iglesia y lo más vistoso era el acompañamiento que hacían en la procesión del viernes por la noche.

En las fiestas diferentes a la semana santa, el mejor atractivo era la banda de músicos que traían los fiesteros.  Por esos tiempos sólo se escuchaba música en las cantinas  donde había unas vitrolas ruidosas; no había radios por falta de energía eléctrica.  Entre las bandas que traían era muy famosa la de Sotomayor; esos buenos músicos venían por el camino de los Quingos, gastarían unas siete u ocho horas de pueblo a pueblo, pues, les tocaba subir esa endiablada cuesta desde el río hasta el partidero de donde gastaban una hora hasta Tabiles.  Entre los músicos de esa banda había unos que tenían buena voz y cuando ya se tomaban unos guarilaques, les daba por cantar y los demás los acompañaban con los instrumentos, ese detalle artístico gustaba mucho a los oyentes. 

Recuerdo como si fuera ayer, un año que fue fiestero mi abuelo Euclides.  Qué bella oportunidad para tomar trago, él y los sedientos de los hijos… las fiestas en algunos años comenzaban el día viernes.  A media mañana llegaba la banda y el pueblo se prendía, ni más faltaba.
En el año arriba mencionado, ya era el día martes de la siguiente semana, cuando a eso de las nueve de la mañana, los músicos de Sotomayor estaban listos para emprender el viaje de regreso a su pueblo; también nosotros, papá, mamá, un trabajador y yo, nos alistábamos para regresar a la finca.  El trabajador estaba cargando los chécheres en un caballo, cuando los geniales músicos, reunidos en una esquina de la plaza, les dio por despedirse cantando y tocando una vieja canción llamada Serrana Ingrata. Esa canción le gustaba a mi papá con alma, vida y sombrero; al escucharla en la banda nos dejó solos para viajar y medio chaveco como estaba, se fue a reunirse con los parroquianos que escuchaban la despedida.  Ni cortos ni perezosos, les propusieron a los músicos que se quedaran otro día y noche, pagándoles más dinero, desde luego. Ellos aceptaron y siguieron tocando. Mamá y yo con el trabajador, bajamos a la finca de El Guadual y papá Sergio llegó al día siguiente, ya bien tarde y tarareando la Serrana Ingrata.  Esa canción es más conocida en versión de los Trovadores del Cuyo.  En mi música del recuerdo la tengo como reliquia.

Había fiesteros que queriendo sobresalir, a veces se metían en camisa de once varas.  Para una fiesta patronal les dio por llevar cine. Cómo la ven, si no había energía eléctrica en el pueblo, desde Samaniego hicieron llevar el proyector, en ese tiempo un aparato enorme, y lo más dispendioso, la planta eléctrica, grande y pesada.

Un señor de esa vecina población se comprometió a transportar esos aparatos; armó una parihuela que la amarró a dos caballos y allí puso la pesada carga.  En el Motilón había unos tramos del camino muy estrechos y con piedras grandes que hacían más difícil y peligroso el paso.  Allí, el pobre transportador tuvo que descargar los aparatos, desmontar la parihuela y pasar al brazo la pesada carga. No venía solo, desde luego, traía ayudantes y los fiesteros mandaron unos auxiliares.  Recuerdo que ya entrada la noche llegaron al pueblo.  En el centro de la plaza se instaló la pantalla grande. Una de las películas que presentaron era del Gordo y el Flaco, otra se titulaban Perros y Perradas; el protagonista era un perro que hacía pilatunas sin cuento. Los altavoces que llevaron sirvieron también para escuchar música grabada a buen volumen.

La vieja casona que servía de vivienda al cura párroco y que conocíamos con el nombre de convento, tenía en su interior un tablado que llamábamos escenario donde se hacían presentaciones teatrales, clausura de año escolar y otros eventos a los que asistía el público. El amplio patio interno servía de sala o teatro.  Había hombres y mujeres  con excelente voz y habilidad para desempeñar papeles en las comedias que se presentaban en las fiestas. Entre estas voces recuerdo a Marcial Ibáñez, con una voz artística, Flor Elisa Estrada, Carmen Castro y otros.

En las fiestas era llamativo la ruidosa quema de pólvora que en esa cresta sonaba como si estábamos en guerra. Ahora pensarían en los pueblos vecinos,   que se trata de un saludo del ejército a los pupilos del Mono Jojoy.  También era infaltable la quema de castillo y vaca loca.

El tabileño que bailaba la vaca loca era muy conocido por el estilo de bailar los sanjuanitos que desde el bordo de la iglesia le tocaba la banda; se llamaba Gonzalo Hernández.  Pero una noche de fiesta apareció la vaca loca, bailada por otro señor, que lo hacía mejor. La gente decía: ese no es Gonzalo, qué bien baila este señor…cuando se le terminó la pólvora a la vaca, la tiró al piso y se fue corriendo al convento… resultó ser el padre Luis Aníbal Solarte.


CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO

Enfermedades y médicos.




Enfermedades.- Antes de descubrirse los antibióticos, en cualquier lugar del planeta aparecían epidemias que se propagaban y mataban mucha gente.  Nuestro Tabiles y los pueblos vecinos también fueron atacados por algunas epidemias que causaron estragos.

Los más viejos contaban que llegó un tifus que ocasionó muchas muertes, las altísimas fiebres prácticamente los fundía. Un hermano de mi mamá llamado Buenaventura, falleció siendo muy joven, ella misma estuvo a punto de morir, tenía once años; lo que indica que corría el año 1928, era nacida en 1917.

Cuando yo recuerdo, apareció otro tifus que mató muchos tabileños.  De la familia Chilanguá murieron varios integrantes; entre ellos había un señor llamado Mario, era cantor en la iglesia y le tocó desempeñar ese oficio en los funerales de sus familiares, cualquier día enfermó y también murió. Asimismo, causaban muchas muertes de niños, el sarampión y la viruela. Yo hacía mi primer año escolar cuando me atacó el sarampión, estuve a punto de morir, perdí 30 días de clase. Recuerdo que cuando mi mamá me bañaba, con cocimientos de sauco, lloraba al verme tan enflaquecido y lleno de cicatrices. Como al siguiente año la viruela también me puso en peligro, una noche la fiebre que tenía era tan alta que me hizo convulsionar y eso daña el cerebro. Seguramente desde allí quedé medio pendejo…

Ahora, y desde varios años atrás, es alarmante tantos casos de cáncer que se han presentado en nuestras gentes. Mis familiares ya fallecidos, casi todos han muertos a causa de esa enfermedad, unos en Tabiles y otros en diferentes lugares del país.

Los médicos.- A la falta de medicinas apropiadas se sumaba la falta de médicos profesionales en toda la región, sólo había curanderos.  Mencionemos algunos: comentaban los más viejos, que hubo un afamado curandero en el Latillo, un caserío cerca de Sandoná; hasta allí viajaban los familiares de enfermos para llevar “remedios”, los que consistían en bebedizos envasados en cualquier botella y taponados con algún viejo corcho o un pedazo de tusa de maíz. Cuando ya recuerdo había otro curandero llamado José María Rosales, era nativo de Yascual, quien vivió un tiempo en Tabiles, luego se fue a vivir a Samaniego.  En El Partidero había otro médico de apellido Melo.  Otro por el estilo era Joaquín Cuasquen, era un señor que tenía muchos rasgos de indígena y era muy difícil de tratarlo.  Más tarde también curaban un señor llamado Horacio Luna, Segundo Alvarado, mi tío materno. En la vereda Vendiaguja, vecina a Linares, había otro curandero de nombre Célimo Belalcazar. 

Pero, el mejor de estos aficionados a la medicina estuvo en Samaniego y se llamaba Miguel Ruales; este señor, sin ser profesional tenía amplios conocimientos de medicina, hasta practicaba pequeñas cirugías, además, tenía una droguería bien surtida. Se daban casos en que los trabajadores en los trapiches se molían una mano y parte del antebrazo; don Miguel podía realizar la amputación y así evitar una gangrena. 

En un trapiche de don Tulio Melo, se molió la mano izquierda y parte del brazo un trabajador llamado Leonardo Guerrero, don Miguel le amputó el brazo. Este Leonardo con un solo brazo trabajaba en la agricultura mejor que los que teníamos los dos brazos.  Era chistoso verlo manejar la botella cuando repartía aguardiente en las cantinas.  Pero, la mala suerte lo perseguía: en una noche de parranda, le dio muerte de una puñalada a un paisano más acuerpado y con los dos brazos. El difunto se llamó Salomón Sánchez, le decían “el plato”.

Para fortuna de nuestros coterráneos, las cosas han cambiado y mucho, ahora en todas esas poblaciones prestan sus servicios, médicos y odontólogos profesionales, además, con la red de carreteras se facilita conseguir los medicamentos o remitir al paciente a los hospitales donde diariamente se salvan tantas vidas.

Las señoras comadronas se quedaron sin oficio porque las mujeres van a recibir sus bebés en un hospital, donde son atendidas higiénicamente, y si el parto se complica, le practican una cesárea, de manera que el chiquillo sale por que sale y la mama se salva.

CAPITULO DÉCIMO PRIMERO

Las fiestas.




Cuando yo era niño, las fiestas más sonadas en nuestro pueblo eran: La patronal el 2 de julio, la semana santa y la Navidad.

En el centro de la plaza había un kiosco que tenía dos niveles; al segundo piso subían los músicos de la banda que traían los fiesteros.  En las esquinas de la plaza sembraban unos palos con dos o tres brazos (los llamaban horquetas), en las puntas de esos brazos les amarraban trapos, les echaban petróleo y así iluminaban la negra plaza y las calles adyacentes.

Para las fiestas el párroco siempre traía otro sacerdote como auxiliar; como las ceremonias eran tan largas, si estaba sólo le quedaba muy pesado el trabajo.  A los feligreses les gustaba la venida de otro padre porque no los conocía para confesarse y escuchaban sermones en otra voz, aunque los temas eran los mismos.

Yo hice mi primera comunión en Ipiales, estudiaba en la escuela Francisco José de Caldas, el celebrante fue el padre Carlos Humberto Ortega, un sacerdote muy querido en toda esa comarca.  Después de algunos años fue a Tabiles, para una semana santa; me gustó mucho volver a verlo y escuchar su voz que era muy característica.

Para las fiestas de semana santa, se conformaba el Batallón de Infantería  No. 10, de Tabiles, integrado por jóvenes reservistas y unos cuantos aficionados a la vida militar. Durante muchos años estuvo comandado por mi capitán Luis Unigarro Alvarado. Éste militar tenía una excelente voz de mando, buen porte y buena presencia, indispensables para ese cargo; por algo él y Raúl Solarte Rosero, prestaron su servicio militar en el Batallón Guardia Presidencia en Bogotá.  A ese batallón no llevan cualquier soldado tiritingo, son seleccionados. 

Ese batallón de soldados tabileños, marchaba por la plaza y calles de la población, a toque de buenos tambores, que de alguna manera los conseguían; también prestaban guardia en la iglesia y lo más vistoso era el acompañamiento que hacían en la procesión del viernes por la noche.

En las fiestas diferentes a la semana santa, el mejor atractivo era la banda de músicos que traían los fiesteros.  Por esos tiempos sólo se escuchaba música en las cantinas  donde había unas vitrolas ruidosas; no había radios por falta de energía eléctrica.  Entre las bandas que traían era muy famosa la de Sotomayor; esos buenos músicos venían por el camino de los Quingos, gastarían unas siete u ocho horas de pueblo a pueblo, pues, les tocaba subir esa endiablada cuesta desde el río hasta el partidero de donde gastaban una hora hasta Tabiles.  Entre los músicos de esa banda había unos que tenían buena voz y cuando ya se tomaban unos guarilaques, les daba por cantar y los demás los acompañaban con los instrumentos, ese detalle artístico gustaba mucho a los oyentes. 

Recuerdo como si fuera ayer, un año que fue fiestero mi abuelo Euclides.  Qué bella oportunidad para tomar trago, él y los sedientos de los hijos… las fiestas en algunos años comenzaban el día viernes.  A media mañana llegaba la banda y el pueblo se prendía, ni más faltaba.
En el año arriba mencionado, ya era el día martes de la siguiente semana, cuando a eso de las nueve de la mañana, los músicos de Sotomayor estaban listos para emprender el viaje de regreso a su pueblo; también nosotros, papá, mamá, un trabajador y yo, nos alistábamos para regresar a la finca.  El trabajador estaba cargando los chécheres en un caballo, cuando los geniales músicos, reunidos en una esquina de la plaza, les dio por despedirse cantando y tocando una vieja canción llamada Serrana Ingrata. Esa canción le gustaba a mi papá con alma, vida y sombrero; al escucharla en la banda nos dejó solos para viajar y medio chaveco como estaba, se fue a reunirse con los parroquianos que escuchaban la despedida.  Ni cortos ni perezosos, les propusieron a los músicos que se quedaran otro día y noche, pagándoles más dinero, desde luego. Ellos aceptaron y siguieron tocando. Mamá y yo con el trabajador, bajamos a la finca de El Guadual y papá Sergio llegó al día siguiente, ya bien tarde y tarareando la Serrana Ingrata.  Esa canción es más conocida en versión de los Trovadores del Cuyo.  En mi música del recuerdo la tengo como reliquia.

Había fiesteros que queriendo sobresalir, a veces se metían en camisa de once varas.  Para una fiesta patronal les dio por llevar cine. Cómo la ven, si no había energía eléctrica en el pueblo, desde Samaniego hicieron llevar el proyector, en ese tiempo un aparato enorme, y lo más dispendioso, la planta eléctrica, grande y pesada.

Un señor de esa vecina población se comprometió a transportar esos aparatos; armó una parihuela que la amarró a dos caballos y allí puso la pesada carga.  En el Motilón había unos tramos del camino muy estrechos y con piedras grandes que hacían más difícil y peligroso el paso.  Allí, el pobre transportador tuvo que descargar los aparatos, desmontar la parihuela y pasar al brazo la pesada carga. No venía solo, desde luego, traía ayudantes y los fiesteros mandaron unos auxiliares.  Recuerdo que ya entrada la noche llegaron al pueblo.  En el centro de la plaza se instaló la pantalla grande. Una de las películas que presentaron era del Gordo y el Flaco, otra se titulaban Perros y Perradas; el protagonista era un perro que hacía pilatunas sin cuento. Los altavoces que llevaron sirvieron también para escuchar música grabada a buen volumen.

La vieja casona que servía de vivienda al cura párroco y que conocíamos con el nombre de convento, tenía en su interior un tablado que llamábamos escenario donde se hacían presentaciones teatrales, clausura de año escolar y otros eventos a los que asistía el público. El amplio patio interno servía de sala o teatro.  Había hombres y mujeres  con excelente voz y habilidad para desempeñar papeles en las comedias que se presentaban en las fiestas. Entre estas voces recuerdo a Marcial Ibáñez, con una voz artística, Flor Elisa Estrada, Carmen Castro y otros.

En las fiestas era llamativo la ruidosa quema de pólvora que en esa cresta sonaba como si estábamos en guerra. Ahora pensarían en los pueblos vecinos,   que se trata de un saludo del ejército a los pupilos del Mono Jojoy.  También era infaltable la quema de castillo y vaca loca.

El tabileño que bailaba la vaca loca era muy conocido por el estilo de bailar los sanjuanitos que desde el bordo de la iglesia le tocaba la banda; se llamaba Gonzalo Hernández.  Pero una noche de fiesta apareció la vaca loca, bailada por otro señor, que lo hacía mejor. La gente decía: ese no es Gonzalo, qué bien baila este señor…cuando se le terminó la pólvora a la vaca, la tiró al piso y se fue corriendo al convento… resultó ser el padre Luis Aníbal Solarte.


CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO

Enfermedades y médicos.




Enfermedades.- Antes de descubrirse los antibióticos, en cualquier lugar del planeta aparecían epidemias que se propagaban y mataban mucha gente.  Nuestro Tabiles y los pueblos vecinos también fueron atacados por algunas epidemias que causaron estragos.

Los más viejos contaban que llegó un tifus que ocasionó muchas muertes, las altísimas fiebres prácticamente los fundía. Un hermano de mi mamá llamado Buenaventura, falleció siendo muy joven, ella misma estuvo a punto de morir, tenía once años; lo que indica que corría el año 1928, era nacida en 1917.

Cuando yo recuerdo, apareció otro tifus que mató muchos tabileños.  De la familia Chilanguá murieron varios integrantes; entre ellos había un señor llamado Mario, era cantor en la iglesia y le tocó desempeñar ese oficio en los funerales de sus familiares, cualquier día enfermó y también murió. Asimismo, causaban muchas muertes de niños, el sarampión y la viruela. Yo hacía mi primer año escolar cuando me atacó el sarampión, estuve a punto de morir, perdí 30 días de clase. Recuerdo que cuando mi mamá me bañaba, con cocimientos de sauco, lloraba al verme tan enflaquecido y lleno de cicatrices. Como al siguiente año la viruela también me puso en peligro, una noche la fiebre que tenía era tan alta que me hizo convulsionar y eso daña el cerebro. Seguramente desde allí quedé medio pendejo…

Ahora, y desde varios años atrás, es alarmante tantos casos de cáncer que se han presentado en nuestras gentes. Mis familiares ya fallecidos, casi todos han muertos a causa de esa enfermedad, unos en Tabiles y otros en diferentes lugares del país.

Los médicos.- A la falta de medicinas apropiadas se sumaba la falta de médicos profesionales en toda la región, sólo había curanderos.  Mencionemos algunos: comentaban los más viejos, que hubo un afamado curandero en el Latillo, un caserío cerca de Sandoná; hasta allí viajaban los familiares de enfermos para llevar “remedios”, los que consistían en bebedizos envasados en cualquier botella y taponados con algún viejo corcho o un pedazo de tusa de maíz. Cuando ya recuerdo había otro curandero llamado José María Rosales, era nativo de Yascual, quien vivió un tiempo en Tabiles, luego se fue a vivir a Samaniego.  En El Partidero había otro médico de apellido Melo.  Otro por el estilo era Joaquín Cuasquen, era un señor que tenía muchos rasgos de indígena y era muy difícil de tratarlo.  Más tarde también curaban un señor llamado Horacio Luna, Segundo Alvarado, mi tío materno. En la vereda Vendiaguja, vecina a Linares, había otro curandero de nombre Célimo Belalcazar. 

Pero, el mejor de estos aficionados a la medicina estuvo en Samaniego y se llamaba Miguel Ruales; este señor, sin ser profesional tenía amplios conocimientos de medicina, hasta practicaba pequeñas cirugías, además, tenía una droguería bien surtida. Se daban casos en que los trabajadores en los trapiches se molían una mano y parte del antebrazo; don Miguel podía realizar la amputación y así evitar una gangrena. 

En un trapiche de don Tulio Melo, se molió la mano izquierda y parte del brazo un trabajador llamado Leonardo Guerrero, don Miguel le amputó el brazo. Este Leonardo con un solo brazo trabajaba en la agricultura mejor que los que teníamos los dos brazos.  Era chistoso verlo manejar la botella cuando repartía aguardiente en las cantinas.  Pero, la mala suerte lo perseguía: en una noche de parranda, le dio muerte de una puñalada a un paisano más acuerpado y con los dos brazos. El difunto se llamó Salomón Sánchez, le decían “el plato”.

Para fortuna de nuestros coterráneos, las cosas han cambiado y mucho, ahora en todas esas poblaciones prestan sus servicios, médicos y odontólogos profesionales, además, con la red de carreteras se facilita conseguir los medicamentos o remitir al paciente a los hospitales donde diariamente se salvan tantas vidas.

Las señoras comadronas se quedaron sin oficio porque las mujeres van a recibir sus bebés en un hospital, donde son atendidas higiénicamente, y si el parto se complica, le practican una cesárea, de manera que el chiquillo sale por que sale y la mama se salva.


CAPITULO DÉCIMO TERCERO

Personajes.




No podría seguir con estas líneas sin referirme a personas ya fallecidas y que dejaron gratos recuerdos en nuestro corregimiento:

Anticipo que no mencionaré para nada los errores y defectos que como seres humanos hayan tenido a lo largo de sus vidas, no es ese mi propósito.  Además de su condición humana, no fueron hombres con formación académica suficiente para tener amplios conocimientos y buenas maneras de comportamiento. Lo que sí mencionaré, y con gusto, es la chispa o sentido del humor que algunos tenían. Hechas estas consideraciones, vamos con el primero:


Manuel J. Estrada P.- Así firmaba y con buena letra, un ciudadano que sin ser raizal de nuestro corregimiento, trabajó mucho por la comarca. En varias ocasiones fue nombrado corregidor o inspector, y desde ese cargo trabajó con gusto, con voluntad, para realizar pequeñas obras que se podían hacer sólo con el concurso de la comunidad porque no se contaba con recursos económicos de parte del municipio y menos del departamento.

Era una gran preocupación de don Manuel, mantener en buen estado los caminos del corregimiento, para ello era muy exigente con las obligaciones que de acuerdo a leyes de la época, cada ciudadano tenía que dedicar anualmente determinado número de días al mantenimiento de caminos.  A los desobedientes les aplicaba multas y con esos pocos pesos compraba pólvora para triturar piedras que hacían difícil el paso en algunas vías, como en El Gramal y El Motilón. A veces los castigaba con unas dos horas de calabozo el día domingo.  En una ocasión dos de esos jodones que no faltan, al salir del calabozo el uno dijo: “Este viejo si nos pone a brinco de chucha”. El otro dijo: “Y cuando dice och es con todos los marranos”.

Cuando se inició la carretera de Tabiles a Linares, este buen hombre era el corregidor.  Para esa obra si hubo aportes del departamento.  A punta de pico y pala hasta hoy estaríamos en ese trabajo… El departamento colaboró enviando por Linares una máquina pequeña y vieja,  que llamábamos buldócer.  También pagaría el salario del maquinista y daría los insumos necesarios.

Por razones que no vale la pena mencionar, se tomó la determinación de subir la máquina a Tabiles por el camino de las Cuatro Esquinas, para que comience desde allí el trabajo. La subida se inició un día viernes y los tabileños fuimos convocados con herramientas para ayudar ampliar la vía.  Contamos con suerte porque en esas curvas tan difíciles no se derrumbó el buldócer y mató gente.

Como la convocatoria era por turnos, a mí me tocó el domingo.  La máquina ya había remontado el Pailón, estaba superado lo más difícil.  En medio del gentío encontré a don Manuel, lo saludé y le manifesté mi pesar por las penurias de ese trabajo.  Me dijo esto: “la ventaja es que ella misma (la máquina) viene hociqueando y ampliando el camino.  Desde el viernes, apenas hoy, Elisa (la esposa), pudo hacerme llegar una chara con papas y coles verdes y, un pedazo de puerco, que me supo a gloria”.

Durante los trabajos de apertura de esa carretera, se hacía mingas.  Los pudientes del corregimiento, a quienes me referiré más adelante, regalaban una y hasta dos vacas  para el almuerzo de los mingueros, las mujeres hacían su trabajo.

La no asistencia a la minga, era castigada con multa, o unas dos horas de calabozo el día domingo. Para una minga que se realizó en cercanías de la quebrada del carrizal, subió la banda de músicos de Linares, para amenizar el trabajo.  La anécdota no podía faltar; recordémosla: pasó un minguero halando una yegua, y un caballo que estaba por allí se entusiasmó tanto que relinchaba como loco; los trabajadores en medio de risotadas gritaban: viva la banda.  Los músicos siguieron el chiste y tocaban la “Mula Rusia”.


Daniel Mora.- Este señor tampoco era nativo de Tabiles, había nacido y vivía en el Tambillo de Bravos.  Sin embargo, también fue corregidor en nuestro pueblo en más de una ocasión.  Para la época en que vivió, era un hombre con buena formación, leía bastante, tenía muchos libros, hasta obras de los filósofos griegos. Se expresaba bien en un discurso, un memorial, o conversando con quienes nos gustaba escucharlo.  Sus críticos decían que era un hombre melindroso, yo pienso que sólo era fino en su manera de expresarse.  Y, lo más importante en esos tiempos, no era sectario en política. Recuerdo un domingo que recién posesionado como inspector habló al público desde el bordo de la iglesia y la finalizar dijo: “Les prometo trabajar, servirles a todos, sin tener en cuenta colores ni matices”.  Recibió un caluroso aplauso.

Protacio Rosero.- Me he paseado por gran parte del territorio colombiano y en ningún lugar he escuchado el nombre de este personaje, hasta dudo que se deba escribir con c. Teniendo en cuenta su labor en la vereda donde vivió y murió, Pueblo Viejo, a Protacio mejor debieron llamarlo Patricio, eso fue, un Patricio.

Era hijo de Cirilo Rosero y Juanita Estrada, parece que fue nieto de Ramón Rosero, presunto fundador del pueblo de Tabiles, según la hipótesis planteada en el primer capítulo. Estuvo casado con doña Trinidad Rojas.

Algunos críticos decían que era grosero, para mí sólo era un irreverente, con una habilidad asombrosa para ponerle un apodo y tomar del pelo a todo el mundo, como lo veremos más adelante.

Era de baja estatura, siempre usó anteojos, le decían don cuatro ojos.  Tenía una voz bastante característica que le daba más gracia a las bromas que siempre tenía a flor de labios.

Era otro preocupado por tener en buen estado los caminos veredales y el puente sobre el rio Pacual, para pasar a Sotomayor, Cumbitara, la Llanada y el Vergel, donde tenía unas propiedades.  El mantenimiento de ese puente a él le costaba dinero y a los demás interesados trabajo, esfuerzo personal.  Organizaba mingas muy concurridas para transportar los maderos cuando había que reemplazar los que ya estaban deteriorados.  Esos enormes palos eran las vigas sobre los cuales clavaban tablas de guayacán y así estaba construido el puente.

Era un hombre acomodado; en su época tuvo la mejor casa y la mejor finca en Pueblo Viejo.  Debemos agradecerle que buena parte de su fortuna la invirtió en organizar la escuela que tanto necesitaba la región.  Allí pudieron asistir los niños de tres veredas, Pueblo Viejo, San José y Providencia.   Con ese propósito compró una casa grande, rodeada de un amplio lote.  Con la colaboración de los habitantes le arregló los pisos, andes y cielo raso, la hizo pintar y la dotó de los muebles necesarios. También le construyó un cuarto para dormitorio y otro para cocina de la profesora, maestra por esos tiempos. Alguien me comentaba que durante el primer año de funcionamiento de esa escuelita, también pagó el sueldo de la profesora.

Protacio era un godo de siete suelas, pero la vida se burló y mucho de su sectarismo político.  Una hermana suya, María Rosero, se casó con un liberal, Floresmilo Solarte mi tío abuelo. Un hijo, Diógenes se casó con una mujer liberal Georgina Solarte, hija de Euclides y sobrina de Floresmilo, y, como si eso fuera poco, una hija, Ernestina, se casó con un liberal Carlos Unigarro Alvarado. A este yerno, Protacio lo trataba pocón pocón, pero… esas ironías del destino, lo llevaron a pasar los últimos años de su vida y a morir en casa de ese yerno liberal, que por cierto era un hombre noble y generoso.

En lo más bravo de la persecución política a los liberales, muchos lo acusaban de orientar bajo cuerda los ataques a los pobres cachiporros de la región.  Pudo ser… si eso se daba desde la presidencia de la república, qué raro era que lo hiciera un jefe de vereda… Pero, esa época dolorosa pasó y seguimos adelante… Como dice la canción a Rojas Pinilla: “Olvidemos los rencores y vivamos como hermanos”. 

Con el correr de los tiempos, Protacio sólo se servía de la política para hacer bromas: una noche y ya estando viejo, se había sentado en un rincón, parecía estar dormido; los demás conversaban y de pronto recordaron a un muchacho que no sabían a qué partido político pertenecía. Sin levantar la cabeza, ni mirar a nadie, don Protacio soltó esta perla: “Si tiene cara de puerco tiene que ser liberal…”. 

Entre los hijos de Diógenes y Georgina Solarte, mi tía, hay un hijo de nombre Cardenio, somos nacidos el mismo año y más que primos parecíamos hermanos en nuestra niñez y juventud.  A pesar de las diferencias políticas de las dos familias, Cardenio no era del todo alejado de su abuelo Protacio y fue así como tuve tantas oportunidades de escucharlo en su casa, en sus fincas, en fiestas y en reuniones.

La chispa o sentido del humor que tenía este hombre era para reír mucho escuchándolo y ahora recordándolo. Utilizaba mucho el término “bestia” y la frase “se lo llevó el diablo” para joderle la vida a todo el que se le cruzaba. Como era corto de vista, y cuando ya estaba viejo, más conocía las personas en la voz: un día, a eso de las cinco de la tarde lo encontré por el camino y en un fatal descuido mío lo saludé diciéndole: Buenos días don Protacio, ni tal me contestó el saludo, pero si me dijo: Este bestia, y donde se te aclaró...?

Su compadre del alma era un vecino llamado Espíritu Santo Guerrero, papá de Vicente (el paisa) y de Celia (la mocha). Don espíritu Santo era un hombre alto, flaco y un tanto jorobado por eso le decían: “don cute”.  Ese genial compadre que tenía sólo lo mencionaba “mi compadre Cute”.  Don Espíritu santo era amable, buen conversador, chistoso, pero el compadre Protacio lo superaba ampliamente.  A veces discutían cualquier bobada y Protacio remataba así el alegato: Compadre Cute no sea bestia, no diga esas pendejadas.

Otro compadre con el que hacían llevadera la vida campesina, era Marceliano Caicedo, más conocido como “el bola”.  Mi compadre bola lo referenciaba. Don Marceliano era devoto de San Antonio.  Tenía una imagen de aquel santo en un altarcito humilde, pero bonito. Un buen día lo ve don Protacio y pregunta: Compadre Bola, ese santo tan chiquito puede ser milagros…?

Otra vez le ve al mismo compadre un escapulario y unas medallas sobre el cuello y le pregunta: “compadre Bola esos arremuescos que tiene colgados, para qué sirven…?” Marceliano responde: “es un escapulario de la virgen del Carmen y unas medallas de otras virgencitas; esas reliquias llevamos los buenos cristianos, usted no las lleva compadre…?” Protacio responde: “Ahí sí me jodió porque yo no tengo esos colgandejos”.

Por aquellos tiempos, el bautizo de un bebé era la oportunidad para reunirse un buen rato entre familiares y amigos de los padres del bautizado, allí conversaban, hacían bromas, comentaban los chismes más frescos y hasta recordaban anécdotas de pasados tiempos. 

En una de esas reuniones alguien comentó que en un pueblo de clima frío, el cura párroco tenía un hijo en una de sus feligresas.  Protacio, que era uno de los invitados, salió con la suya, nos hizo este comentario: Cuando peleábamos con el padre Remigio Narváez, viajamos a Pasto unos cuantos opositores para pedirle al señor obispo que traslade ese curita a otro lugar.  Estando reunidos con el prelado, apareció en la sala un Sibundoy y descargó un canasto que traía lleno de cosas.  A nosotros ni siquiera nos miró, se arrodilló pidió la bendición y luego dijo: “obespo aquí traigo unos regalitos, esto para voz obespo, le entregó un paquete, no supimos que contenía; luego sacó otro paquete y dijo: esto para la obespa, tu mojer y estos otros regalitos para los obespetos, tus guaguas”. 

El señor obispo un poco turbado le dijo: hijo te agradezco mucho, pero te explico qué yo como obispo, como hombre dedicado al servicio de Dios, no puedo tener esposa, tampoco hijos, de manera que sólo dejo el regalo mío que Dios te pague. El indígena contestó: Aaa, como el cora que mandaste a mi pueblo, allá tiene corana y coranitos, yo pensaba que voz también. Se arrodilló de nuevo, pidió la bendición y se fue…

Comentaban los más viejos, que hubo unos hermanos, sino recuerdo mal, de apellido Madroñero, que por apodo les decían “los diablos”.  Los recordaban como hombres bien robustos y con una fuerza admirable; le gustaba el trabajo de cargar leña y caña a la espalda para los trapiches desde lugares donde no podían entrar las mulas por falta de caminos adecuados.

Que en cierta ocasión el señor cura párroco enfermó de gravedad de manera que su familia consideró conveniente llevarlo en camilla hasta Túquerres donde lo podían tratar médicos profesionales. Y como era apenas lógico los hermanos Madroñero eran los más indicados para transportarlo. El día de iniciar el viaje, asistieron varios feligreses para despedir a su párroco, desearle buen viaje y pronta mejoría.  Entre los asistentes estaba el joven Protacio Rosero; una vez partieron con el enfermo, Protacio salió con la suya: “Cómo les parece, ahora sí es cierto que al padre se lo llevaron los diablos”.

Aunque ya envejecido y enfermo, Protacio no abandonó su gran obra, la escuela, siempre estuvo pendiente de hacerle las reparaciones que necesitaba y cuando tocó reclamar un lote que jurídicamente se podía recuperar, para construir allí otra escuela, él fue pieza importante para orientar todos los trámites que las leyes exigían.

En unos festivales que se realizaron en la escuela, los habitantes de las veredas Pueblo Viejo, San José y Providencia, programaron también un homenaje de gratitud a don Protacio, asistió el cura párroco Juan Bautista Díaz, conocido como “Juan chiquito”. Éste presbítero no era un buen  orador, pero esta vez estuvo a la altura del evento; e improvisó un discurso muy sentido, muy emotivo y con una elocuencia que conmovió a los presentes. Comenzó diciendo: “No es mi costumbre asistir a festivales en horas de la noche, pero no podía estar ausente en este merecido homenaje que la comarca le quiere ofrecer a la persona que durante muchos años los ha representado, los ha liderado, los ha ayudado para realizar obras tan útiles, como esta escuela, donde tantos niños aprendieron sus primeras letras y recibieron la formación que les sirvió para más tarde ser personas de bien a lo largo de su existencia. A pesar de estar ya carcomido por los años y las enfermedades, sigue siendo un hombre prestante, digno de todo respeto, de consideración y aprecio”. Y para terminar dijo: “don Protacio: con gusto vine y emocionado estoy aquí, interpretando el sentir de todos sus coterráneos para pedirle que reciba el más sentido agradecimiento por su incansable labor, reciba también el respeto y el cariño de todos los aquí presentes y del cielo las bendiciones que bien se las merece”. Y dirigiéndose al público dijo: “pido un caluroso aplauso para nuestro personaje homenajeado”.  Así fue, y muchos de los asistentes, pasaron por el lugar donde estaba el anciano Protacio para abrazarlo o estrecharle la mano.

Y yo, no quiero terminar estas líneas dedicadas a este valioso ejemplar humano, sin felicitar a sus descendientes, a la vez que los invito a imitarlo en todo lo bueno que tuvo este patriarca.


Gumersindo Rodríguez.- Curiosamente, don Gumersindo estuvo casado con una señora que se llamaba Gumersinda Rodríguez.  De ese matrimonio hubo dos hijos, Gustavo, el padre del político doctor Aramio Rodríguez, y Beatriz, que se casó con Gustavo Caicedo y pasó a vivir a la población de Ancua. 

Esta familia Rodríguez Rodríguez, era pudiente, fueron los primeros en la región que se dieron el lujo de tener planta eléctrica en su casa y así llevar radio y toca-discos, lo cual era un verdadero lujo en esa época. En las fiestas sacaban al pueblo la planta y la instalaban en una casona que tenían sobre una esquina de la plaza; allí se podía ver luz eléctrica, escuchar radio y música grabada.  Entre la cantidad de discos que tenían había uno ecuatoriano, muy de moda y llamado “Pañuelito” en los arreglos se escuchaba una sordina que sonaba bellísimo.

Don Gumersindo, fue un gran benefactor en reparaciones a la iglesia del pueblo, en mantenimiento de caminos y en la apertura de la carretera Tabiles – Linares. En varias ocasiones regaló vaquitas para las mingas que ya comenté en otro lugar de este escrito; asimismo, buenas sumas de dinero  para comprar aguardiente y cigarrillos que daban más ánimo a los mingueros.

A la iglesia y a los devotos les regaló una hermosa imagen de la Virgen de Fátima, que la hizo venir de Barcelona – España. Barcelona es una gran ciudad ubicada al oriente de España y sobre el mar mediterráneo.

Gustavo, estudió unos años de bachillerato y por enfermedad no pudo terminar. Más tarde contrajo matrimonio con Ermencia Rosero, hija de Enrique. Fue corregidor en más de una ocasión.  Era un buen conversador y le gustaban mucho las bromas para amenizar las reuniones. Cuando siendo corregidor llegaba diciembre, redactaba el testamento de año viejo, documento que lo hacía muy bien y se comentaba mucho por lo gracioso de las herencias.

A mi abuelo Euclides, a mi papá Sergio y sus hermanos, las herencias no podían ser otras: El partido liberal, las cantinas del pueblo y del camino a Pueblo Viejo y una docena de gallos finos a cada uno. Veamos una herencia que hizo reír mucho  hasta varios días después: había en el pueblo un señor solterón, llamado Manuel Guevara, le decían, el “cabezón Manuel”, tenía una bicicleta para alquilar a los muchachos y un telar para tejer empaques de cabuya.  Todo el pueblo sabía de los amoríos que tenía con otra solterona llamada María, pero más conocida por su apodo.  En los primeros días de un diciembre, que llueve tanto, se encontraron por el camino estos dos solterones, cerca del pueblo y se trabaron en una acalorada discusión.  Parecía que Manuel se salió de la ropa y le dio un empujón que la tiró sobre el barro del camino. Ese detallito llegó a oídos de don Gustavo que estaba escribiendo el testamento y la herencia fue la siguiente: “A mi hijo Manuel Guevara, el cabezoncito, le dejo un bicicleta y un telar, y cuando encuentre la vaca loca que no se ponga a torear”, que tal…

Los testamentos de año viejo en los pueblos, donde las gentes se conocen y saben las debilidades de cada quien, son un verdadero goce; también en las instituciones y empresas de las ciudades.

Cuando estudiábamos en Samaniego, un jovencito de esa población de apellido Ruiz, estudiaba en el seminario de Pasto; de vez en cuando aparecía por el pueblo y se lo veía paseando con dos amigas, que tenían su correspondiente apodo.  A la una le decían “polla pucha” y a la otra “la perdiz”.  Llegó un 31 de diciembre y el que redactó el testamento le dio por joderles la vida a las dos chicas, escribió así: “Volando, volando viene, la carta del padre Ruiz, será para la polla pucha o será la perdiz”.

En la construcción de las carreteras, tanto la que nos lleva a Linares, la primera que construimos, como la que conduce a Samaniego, la más transitada hoy en día, hubo personas que colaboraron mucho, se entregaron a esas obras con alma y vida.  Sin el empeño de ellas, esas obras tan necesarias se hubieran demorado mucho más tiempo. Nombremos algunas de esas personas: Petronila Mora Benavides y sus hermanos, Faustino Getial, Remigio Portilla (que en paz descanse), Luis Alfonso Guerrero, Filadelfo Portilla, y otros que se me quedarán en el tintero, a quienes les ruego me disculpen ese olvido involuntario.  Estos tabileños, interesados en las carreteras, recibían funcionarios que llegaban a visitar las obras, viajaban a Pasto en busca de partidas de dinero, de maquinaria, repuestos, insumos, pólvora.  Todo eso demandaba tiempo y dinero.  Sentidos agradecimientos para todos ellos.


Luvino Caicedo Díaz.  Fue el hijo menor del matrimonio conformado por Belisario Caicedo y Tránsito Díaz, hermano de mi abuela María Isolina Caicedo.  Según él mismo lo comentaba, algunos años de su juventud los vivió con la hermana y el cuñado Euclides Solarte.  Una vez le escuché decir que al cuñado Euclides le agradecía mucho que le enseñó a trabajar y a ser hombre de bien, cumpliendo a cabalidad con todos los compromisos adquiridos.   

Luvino era un hombre alto y robusto, bastante refinado, se expresaba bien, le gustaba hablar en público y no lo hacía mal.  Era muy perfeccionista, le gustaba hacer las cosas lo mejor posible. Todo en la vida hay que hacerlo con técnica decía; su gran amigo don Protacio, lo llamaba “don técnico”.

A primera vista parecía muy serio, hasta despótico, sin embargo le gustaban mucho las bromas, finas eso sí.  Pero cuando se reunían con don Protacio, eran un verdadero circo.  Luvino con sus refinamientos y el otro para joderle la vida, se volvía bien ordinario.

Por allí en la vereda Oratorio, vivían unas primas de Luvino, que les decían las “venadas”.  En una ocasión llevó a una de ellas para que le ayude a cosechar café.  En cualquier momento al primo Luvino le dio por cantar: “De qué le sirve al ciego casa pintada, ventanas a la calle, y si no venada”.  La señora que si entendió la cosa, le dice: “Primo, dígame venada sin andar por tras de las ramas”.

Tuvo un trabajador permanente, más que peón, era como hijo adoptivo, se llamaba Lorenzo; éste Lorenzo tenía cierto retraso mental, lo que lo hacía ordinario, rústico y mal hablado.  Como sucede con todos los que tienen esa condición mental, para sus maldades, Lorenzo razonaba mejor que tantos de los que equivocadamente nos consideramos normales.

Un día de semana santa llegaban a casa, después de confesarse, Luvino, la esposa y Rosita (la única hija que tuvieron), también Lorenzo.  Este bribón, tomándose una taza de café soltó esta perla: “Confesados los patrones y el peón, nos componemos o nos lleva el diablo”.

Luvino era conservador pero nunca persiguió a ningún liberal, al contrario, les brindó protección a algunos amigos que fueron perseguidos brutalmente; así lo hizo con Adolfo Alvarado y Ruperto Benavides.  A este último un domingo lo sacaron de su casa y le propinaron una paliza que por poco lo matan.  Tenía una bonita finca y casa de vivienda por el camino viejo que conducía a Pueblo Viejo, a unos 2 ½  kilómetros del pueblo.  Se dijo luego que Luvino había comprado esa finca buscando evitar que le destruyan la casa, pero, en otro domingo le hicieron saber en el pueblo que se dirigía una pandilla comandada por el corregidor, con el propósito de destruir esa vivienda.

Luvino que siempre andaba a buen caballo, sin pensarlo dos veces se enrumbó al lugar; al salir del pueblo una amiga lo previno: no te vayas solo, te pueden matar porque son muchos.  Él dijo: “me moriré solo”.  La amiga le preguntó si llevaba algún arma, Luvino respondió que solo el perrero para animar el caballo, ella le dice: espera te consigo algo, y volvió con un machete de cubierta, y bien que le sirvió…

Llegó a la casa atacada y se encontró con el corregidor dirigiendo la destrucción, lo cogió a planazos y hasta le cortó un poco el saco que tenía puesto.  Los pandilleros viendo a su jefe humillado y vencido, huyeron.  El corregidor también se fue pero amenazando a Luvino que lo atacarían en su propia vivienda.  Este le dijo: “Cuando quieras puedes ir, pero te advierto, que yo sí estaré esperándote”.  Nos contaba después que varías noches los esperó armado con unas piedras, un machete y un revólver que le prestó un amigo, pero nunca llegaron los pandilleros.
Por esas cosas raras de la vida, después de algunos años, este corregidor se casó con una hija extramatrimonial que tenía Luvino.


Parménides Maya.- Otro conservador, campesino humilde, pero de buen corazón con los liberales perseguidos.  Era un hombre muy corpulento, tendría mínimo 1.90 de estatura, sus brazos y manos parecían de un oso, tenía una fuerza descomunal.

Un domingo en la tarde, un grupo de “marimberos” (así los llamábamos a los pandilleros) estaban tirando piedras a las casas de los liberales en el pueblo. Unas primas de mi papá tenían un pequeño almacén en el costado norte de la plaza; les mandaron a decir que ya iban donde ellas… De esa amenazante razón se enteró don Parménides, se fue a verlas y las encontró todo asustadas. Les dijo: “No se preocupen, consíganme un buen machete y yo respondo”. Se ubicó en la puerta y cuando se acercaban los marimberos, les dijo: “Aquí la cosa es conmigo, a ver, quien se viene de primero”, y les mostró el machete… Con ese muchacho en la puerta, armado y desafiante, los atacantes la vieron fea y se fueron…

Si analizamos el encontrón de Luvino con el corregidor y éste de Parménides con otros, o los mismos pandilleros, podemos llegar a la conclusión que esos maleantes no eran tan valientes; cuando alguien los enfrentaba salían corriendo. Pero los pocos liberales estaban desorganizados y atemorizados; además, presionados por el miedo y el llanto de las esposas y los hijos pequeños que no los dejaban reaccionar y lo único que hacían era huir…

Parménides era cazador y tenía en su casa de campo dos escopetas de fisto.  Un día de esa época azarosa, se llegaron a su casa dos maleantes y le pidieron en préstamo esas armas.  Les preguntó para qué las necesitaban si ellos no eran cazadores… Les respondieron que esa noche iban a atacar la vivienda de Sergio Solarte, mi taita. Se puso bravo Parménides y les dijo: “Es que no se dan cuenta que en esa familia hay niños y que los pueden matar…?”. Los sinvergüenzas le respondieron: “A eso es que vamos”. Se embejucó el pequeño Maya y con una de esas escopetas los iba a echar a culatazos.  Se fueron asustados. 

Enseguida éste buen hombre mandó por desechos una hija con esa noticia a mi papá; de esa manera nos salvó la vida. A eso de media noche comenzó el ataque al rancho, pero gracias a Parménides nosotros estábamos a unos 500  metros de distancia, acampando en una zanja. Cuando terminaron mi papá dijo: “Al menos no le prendieron candela”. Pero al día siguiente mi mamá no pudo llegar hasta la cocina para preparar almuerzo. En todo el interior del rancho sólo había montones de escombros.

En esa situación era imposible seguir viviendo en la vereda y tuvimos que salir.  Mi papá se fue donde unos primos que vivían en La Peña, una vereda de Samaniego, y mi mamá, con cuatro hijos donde papá Tobías Alvarado, cerca del pueblo.  Así vivimos unas semanas, o meses tal vez, mientras organizaban el viaje a Ipiales donde había liberales desplazados de varios pueblos del departamento. 

Una tarde conversaba mi papá con otros desplazados en una esquina del barrio donde vivíamos, de pronto apareció un borrachito y a todo gráznate gritaba: “Viva el gran partido liberal”.  Cuánto tiempo llevarían esos liberales sin escuchar esos vivas, que uno de ellos dijo: “Qué grito tan sabroso”.
Por esos tiempos el contrabando con el Ecuador también era muy activo; el cambio era de 5 y 6 sucres por 1 peso. Lo que más se traía de Tulcán era, harina de trigo, arroz, haba seca, maíz capio y enlatados.  A las cuatro de la tarde salía yo de la escuela, también unos primos, nos daban en casa un cafecito con pan de leche y para Tulcán por los caminos del contrabando, algunos hasta hoy existen.  De allá regresábamos a Ipiales pasadas las siete de la noche.

Miércoles o jueves bajaban a Samaniego para vender esos productos y comprar panela y frutas.  El viernes en la tarde salían a Ipiales para el mercado del sábado.  Por esos tiempos era plaza de mercado lo que ahora es Parque de la Pola. En una esquina de esa plaza había un restaurante, que a la vez era cafetería y cantina; en la puerta colgaban un pequeño parlante donde sonaba mucho ese conocido disco “Senderito de amor”.


José María Acosta. Era hijo de madre soltera, ella llamó Celia Acosta y era medio hermana de los Solarte Viejos; Euclides, Floresmilo y Laura.   Las malas lenguas hicieron de público conocimiento que José María era hijo del padrastro, Antonio Solarte, lo que hacía más cercano el parentesco con los Solarte ya mencionados. Este pariente era de buen porte, buen físico, muy serio pero buen conversador y amante de los chistes finos, se expresaba bien y tenía buena letra. Estuvo casado con doña Modesta Delgado (Tía de Raúl Delgado).  Ésta señora era una conversadora incansable, chistosa, agradable y, lo más querido en ella, era muy generosa no sólo con la familia, sino con todos los que la rodeaban. Recuerdo, y no olvidaré jamás cuando llegamos desplazados a Ipiales, nos recibieron en su casa a mis padres y cuatro hijos, allí estuvimos con alimentación y alojamiento gratuitos hasta conseguir la casa donde vivir, la encontraron frente a la guarnición militar.

Don José y doña Modesta, ya envejecido bajaron a vivir a Samaniego, allí fallecieron. En esa ciudadela sobrevive una hija, Aula Gelia, a quien visito con cariño y gratitud cuando de paseo estoy por esa tierra. Otro hijo de José y Modesta fue Diomedes, a quien apreciábamos mucho en la familia.


Mis abuelos.- No quiero terminar la referencia de algunos antepasados de mi pueblo, sin hacer una corta mención de mis abuelos.  Debo aclarar primero que ellos no tuvieron el perfil de quienes ya relacioné, pero los conocí lo suficiente para tener una idea de cómo fueron y lo que significaron dentro del entorno familiar. A quienes lean este escrito y no pertenezcan a mi familia, les ruego me disculpen esta vanidad.


Euclides Hermógenes Solarte Acosta. Así se llamó mi abuelo paterno, era conocido como Euclides Solarte, hijo de Antonio Solarte y Mercedes Acosta, el mayor de tres hermanos, los otros eran Floresmilo y Laura. Floresmilo dejó nueve hijos, Laura estuvo casada pero no tuvo hijos.

Quienes conocieron a Euclides en su juventud hacían buenos comentarios por su estatura y su buen físico.  Yo lo recuerdo ya viejo, muy fornido y de color tan blanco que parecía fabricado de porcelana.  Tenía el rostro afeado por un pañuelo que siempre llevó amarrado a la cabeza para ocultar la falta de un ojo que había perdido cuando joven al triturar con pólvora una roca en busca de una huaca, que jamás encontraría.  Por el mismo accidente tenía cierta deformidad en la nariz.
Estuvo casado con María Isolina Caicedo Díaz, una señora alta, delgada y de ojos grises, casi verdes y una abundante cabellera.  Al contrario del marido, tenía un genio muy agradable con propios y extraños.  Era de familia conservadora y en tiempos de persecución a los liberales se vio enfrentada a su misma familia a favor de hijos y marido. 

En la fiesta patronal de julio 2 de 1948, los hermanos godos del Tambillo, atacaron la casa que tenían en el pueblo el matrimonio Solarte Caicedo. A Euclides le causaron varias heridas, recuerdo una muy profunda que tenía en una pierna; a la esposa le causaron una herida en un brazo cuando defendía a Gerardo, el hijo menor. Algunos buenos vecinos pudieron sacara Euclides al huerto de su casa y debajo de unas ramas de campanillo lo ocultaron para evitar que lo mataran.  Ya de noche le avisaron a mi papá y él fue con amigos a sacarlo del escondite y llevarlo a casa para curarlo con baños y remedios caseros, lo mismo a la esposa. Al día siguiente mi papá viajó a Samaniego a conseguir medicamentos, pero como las heridas no fueron suturadas, demoraron mucho en sanar y les dejaron cicatrices muy visibles.

Aparte de los oficios domésticos, Isolina fabricaba un jabón llamado “jabón negro”, que utilizaban para lubricar los trapiches de madera.  También lo utilizaban como shampoo anti caspa.

Siendo aún solteros adquirieron el primer hijo, Sergio, mi papá.  Más tarde, Euclides reconoció ese hijo mediante escritura pública.  Yo conservo ese documento.  Fueron seis (6) los hijos de ese matrimonio: (Sergio, Georgina, Octaviano, Guillermo, Edelina y Gerardo). 

Como lo recordaba el cuñado Luvino, Euclides fue un hombre muy trabajador, responsable con sus compromisos y generoso con sus hijos.  Fue liberal, y de los jodones, alborotista y pendenciero.  Tomó traguito toda la vida y tenía fama en toda la región, de malgeniado.  La esposa lo llamaba: “Viejo resoplón” y su consuegro Protacio, lo referenciaba: “Tuerto genio de perro”. Entre sus amigos de tragos, había uno llamado José Araujo, natural de Guaitarilla.  Recordaba mi papá que un domingo en la tarde, y bien borrachos los dos caminaban por la plaza del pueblo; de pronto José pisó mal y se fue a tierra.  Euclides ayudándolo a levantarse le recitó esta copla: “Ancuya téngase duro, que Guitarilla se cayó, Túquerres quedó temblando, del puto miedo que le dio”.

Cuando se tomaba sus guarilaques, lo que hacía con mucha frecuencia, le daba por cantar; aunque no tenía ni voz ni gracia para el canto, gustaba escucharlo porque cambiaba la letra de las canciones por cualquier grosería.  Le gustaba mucho una vieja canción ecuatoriana, “Dolencias” y una estrofa al canta así: “Nadie se admire que yo, venga a recoger mi prenda, dueño soy puedo quitarla al hijuepuerca que la tenga”.

Euclides dejó a sus hijos tres pequeñas fincas: La más amplia llamaba Guadual, donde tuvo dos trapiches de bueyes. Otra llamaba Guabal, a 5 kilómetros del pueblo y donde también tuvo un trapiche. La otra llamaba Naranjo, donde no había ni un solo árbol de naranjas, lo que había era un pedrero endiablado.  Si algunos de los hijos, entre ellos mi papá, no aprovecharon bien esa herencia que recibieron, la culpa fue sólo de ellos.

Ya viejo y enfermo, mejor que con medicinas, calmaba los nervios, el mal genio y las dolencias con un buen trago, que nunca le falto en el rincón de la cama. Cuando decía que se sentía enfermo, la esposa le preguntaba si quería que lo visite el sacerdote.  Le contestaba: “Y para qué?, El diezmo y la primicia contigo le mandé a pagar”, pero, cuando ya estuvo muy enfermo él mismo solicitó que le lleven el padre.  Murió el 18 de julio de 1957 a los 82 años de edad.

El gusto o interés por las huacas, lo había heredado uno de los hijos, Guillermo; veamos esta anécdota:

Una noche se va acompañado de mi tío materno Segundo Alvarado, a buscar una huaca en un lugar del camino que conduce a pueblo viejo; muy cerca de la casa del señor Otoniel Ortega,  se pusieron a abrir un hueco, y no faltó quien los vea y los conozca.  Al siguiente domingo, un anónimo les dedicó en el parlante un disco llamado “El Guaquero”.  Caía como anillo al dedo una estrofa que dice: “Yo son el guaquero viejo y vengo de sacar huacas”. Los dos ya estaban haciéndose viejos.

Hagamos aquí un paréntesis para comentar lo que fue el famoso parlante: con ese nombre era conocido un altavoz muy potente, que a punta de contribuciones y festivales  compró para la parroquia el padre Román Solarte.

Ese aparato modificó mucho la vida de los habitantes del pueblo y sus alrededores; se escuchaba la música de moda, los chismes más frescos, se lo llevaba a los festivales de las veredas y hasta servía de alcahueta de los enamorados.  A nombre de “un amigo o una amiga” se hacía las dedicatorias musicales, unas veces románticas y otras de despecho.  Cuando una novia se disgustaba y tomaba la determinación de irse a Pasto, o a otro lugar, pero pronto regresaba al pueblo, el novio abandonado días antes, le dedicaba ese bonito bolero de los Isleños “Gotitas de dolor” por esos versos que dicen: “Por qué no te quedaste por allá, por donde andabas, por qué no te pudiste comportar con quien estabas…” Qué tal…

El primer locutor (Porque también lo llamaban emisora) fue el profesor Luis Meneses. El siguiente locutor y por mucho tiempo, fue Raúl Delgado Solarte, un excelente amigo y conocido como el “patojo Raúl”.  También hizo locución Fanny Narváez, tenía una voz muy agradable y facilidad de expresión; cariñosamente le decíamos la negra Fanny, era una trigueña muy bonita y con un acento valluno que la hacía más elegante. 


Tobías Alvarado Figueroa.- Así se llamó mi abuelo materno.  Era hijo de Manuel Alvarado y Obdulia Figueroa, estuvo casado dos veces.  La primera esposa se llamó Alejandrina Basante, con quien tuvo seis hijos.  Al poco tiempo de muerta esta señora, Tobías se casó con una cuñada de nombre Eumelia y con ella tuvo otros cuatro hijos entre ellos mi mamá Cervelina y el tío Segundo, el dentista del pueblo. Los hijos de Tobías en esos dos matrimonios, sí en realidad eran primos hermanos.

Tobías fue un trabajador incansable, con una fuerza y una resistencia admirables. Fue acomodado, tuvo buenas tierras y bien ubicadas. En amplios potreros de la finca del Carrizal, cerca del pueblo, tuvo ganado, bestias, cerdos y una buena cantidad de ovejas.  Tuvo una bonita finca en la Golondrina, en los confines de la loma del Tambillo de Bravos y sobre el río Pacual.  En tiempos de la persecución a los liberales, era el único cachiporro que andaba por esa vereda, a veces le propinaban algunos insultos, pero de allí no pasó.

Comentaban los hijos que cuando joven también le gustaba el traguito y que dando golpes era temido por lo duro que pegaba.

“Los viejos también andaban
con apodos a granel,
a la chicha llamaban Juana
y al aguardiente Manuel”.


Mis tíos Alvarado tenían esta anécdota escuchada a los más viejos: Que había expendios de chica y aguardiente un poco adentro del camino y la clave para preguntar era ésta: ¿Está don Manuel? Si la respuesta era que sí, había aguardiente; pero, a veces contestaban: Don Manuel no se encuentra, sólo está doña Juana, eso significaba que sólo había chicha.

Desde que yo lo recuerdo, el abuelo Tobías ya no tomaba ningún licor y era un hombre tímido y alejado totalmente de todo lo que en la época significa sociedad.  Nunca lo vi en Tabiles, Linares o Samaniego, sólo iba a esos pueblos cuando tenía que hacer algunas diligencias en oficinas públicas.

Durante muchos años lo acompañó un hijo solterón llamado Florentino; a éste hijo le había escriturado todas sus propiedades… Muerto el papá, Florentino mostró las escrituras a los hermanos.  Como éste tío no tenía esposa ni hijos, se pensó que al morir dejaría todo a los demás herederos, y ya estaba viejo.  Pero, después de unos días de muerto, cuál sería la sorpresa de los hermanos (yo ya vivía en Pasto) cuando los vecinos se presentaron con escrituras, pues, les había vendido todo lo que le dejó el papá.  Así se esfumó la fortuna del abuelo Tobías.  Algunos amigos me han hecho preguntas como ésta: ¿Y ustedes qué diablos hicieron con la herencia que recibirían de don Tobías…?

En otro capítulo expliqué como llegaron los primeros Solarte a la región.  Los primeros Alvarado llegaron de España al Ecuador, de allí pasaron a Guachucal en Colombia, y de allí a Tabiles, Sotomayor y Cumbitara.  En Guachucal hay descendientes de los viejos Alvarado, son personas acomodadas, dueñas de fincas, ganados, y almacenes en el pueblo.

Tengo la satisfacción que mis abuelos tuvieron apellidos que sueñan bien y tienen buen origen: Solarte Acosta, apellidos típicos de Linares y de origen Español.  Alvarado Figueroa, apellidos que se escuchan con frecuencia en radio y televisión de la madre España.


CAPITULO DÉCIMO CUARTO

Trapiches y moliendas.




No me detendré narrando como eran los trapiches de madera, movidos por bueyes, porque creo que hasta los jóvenes los conocieron, inclusive, en Pueblo Viejo hay uno que aún está funcionando y si no estoy mal informado es de propiedad del señor Diógenes Rosero. En la vereda Carrizal, los herederos de don Reinaldo Alvarado, mi tío materno, tienen la maquinaria de otro en perfecto funcionamiento. Pero sí quiero referirme un poco a las moliendas: eran un trabajo muy duro y de mucho cuidado, donde actuaba un buen número de trabajadores y para ciertos oficios era indispensable conocimientos, experiencia y habilidad, lo que ahora llaman Talento.

En una semana de molienda intervenían un mínimo de 17 trabajadores que operaban así:

En la máquina o trapiche, cuatro personas, dos moledores, un bagacero y un arriero.  En el horno principal, un trabajador llamado hornero.  En el hornillo, dos trabajadores, llamados labradores. Una cocinera y su auxiliar. El aguatero, cuando no había agua cerca del trapiche. El “chirimbolo”, un trabajador dedicado a hacer mandados.  Si faltaba o enfermaba cualquier trabajador, el chirimbolo estaba para reemplazarlo.  El leñero.  Éste trabajador, en mula o a la espalda, transportaba la leña para los hornos.  Para la cocina no hacía falta leña, cocinaban con el fuego del horno que salía a través de un conducto que llamaba oído.  Dos cortadores de caña.  Dos acarreadores o transportadores de la caña de la plantación al trapiche. El cogollero, éste transportaba el cogollo de la caña para alimentar a los bueyes. 

Si a estos 17 seres humanos le agregamos las tres yuntas (parejas) de bueyes, las dos parejas de mulas de los acarreadores de la caña y la mula del cogollero, ya son 29 seres vivientes que intervenían en la molienda.  Me estaba olvidando de dos perros que generalmente tenía el dueño de la molienda y que se pasaban la semana jodiéndoles la vida a los bueyes que estaban en descanso. 

En el trapiche trabajaban todo el día y en la noche hasta las dos o tres de la madrugada. Si la caña estaba maluca no rendía el trabajo y algunas noches le pegaban hasta el amanecer y seguían derecho para cumplir las 23 botijas que eran obligatorias en la semana. Pero, así como trabajaban, comían, de día y de noche.  Más o menos a media noche, tenían un sabroso caldo de carne que llamaban desayuno; tenían también a disposición una olla grande con café tibio para tomar a cualquier hora, pero no había pan.

El sistema de iluminación era muy rudimentario, unas lámparas de petróleo que no aclaraban ni para conversar, pero no había más, las velas resultaban muy costosas y el viento las terminaba rápido.




La cachaza.- El guarapo al calentarse separa una sustancia espesa llamada cachaza, la que se debe retirar para que la panela salga fina y limpia. La cachaza es buena comida para las mulas y caballos que trabajan en los trapiches, también para los marranos.  Cuando no hay moliendas, los animales que están acostumbrados a ese alimento se flaquean.

El labrador, así se llamaba en los trapiches de bueyes el trabajador encargado de elaborar la panela.  No era cualquier obrero; debía saber el punto en que podía sacar la cocha sobre la artesa (una pequeña canoa de madera), allí debía saber cuánto tenía que batir el dulce hasta que estaba en punto de llevarlo a los moldes que eran platos de madera, tallados en unos enormes tablones de guayacán.

Ya secas y frías las panelas eran retiradas de los moldes y llevadas a otro lugar, allí venía la parte artesanal más importante, envolverlas con tiras de látigo. Ese trabajo no era para todos… cualquier trabajador en otro oficio que intentaba envolver una panela, pasaba el chasco de no poder hacerlo, si al fin lo hacía corría el riesgo que al primero movimiento de la panela ésta se desenvolviera porque el trabajo estaba mal hecho.    

Hasta que llegaron los radios de pilas, la manera de espantar el sueño era cantando y silbando.  Había unos trabajadores que tenían buena voz, se destacaba uno llamado Jesús Madroñero, más conocido como “Jesús conejo”.  Éste señor era más buscado y preferido por los patrones por oírlo cantar.  Le gustaba mucho una canción ecuatoriana llamada “Negra del Alma”.  En las emisoras estéreo de los pueblos hasta ahora se la escucha.


“Allá va mi corazón
querida negra del alma
hazlo cuatro pedazos
querida negra del alma”.


Además este señor tenía un admirable sentido del humor, a todos cuántos lo rodeaban los tenía riendo.


En una noche de molienda, la patrona doña Alejandrina Instuasty, dejó mal parqueada una sartén llena de chicharrones, los trabajadores de la máquina los encontraron y se los comieron, a la vez que cantaban esa canción de Olimpo Cárdenas: “Que se acabe ahorita mismo la existencia de mi ser”. Al día siguiente se da cuenta doña Alejandrina, y con ese genio medio atravesado que tenía dijo: “Y éstos muérganos me cantaban, se acaban ahorita mismo”.


















CAPITULO DÉCIMO QUINTO

La Educación.




En un capítulo anterior señalé el lugar donde estuvo ubicada la casa que sirvió de escuela, colegio y universidad de nuestros viejos.

Mi tío abuelo, y a la vez primo José María Acosta, con cierta gracia me decía una vez: El primer grado era la escuela, el segundo el colegio y el tercero la universidad.  Como sólo enseñaban hasta el tercer grado no se habló de posgrados.

Bueno, si algunos padres de familia querían que sus hijos hicieran la primaria completa, se asociaban y le pagaban por aparte al profesor, que era uno sólo, para que les dicte el cuarto y quinto grado.  Así varios jovencitos hicieron su primaria completa, entre ellos: Horacio Luna, Agustín Mora, Antonio Zambrano, Juan Ortega, Aureliano Acosta, mi papá, y otros cuyos nombres ya se me han olvidado.

A dos profesores (maestros en esa época) recordaban con mucho cariño y gratitud por su gran trabajo: Gumersindo Rodríguez de una familia que les decían los “Currucos” y que después se fueron a vivir a Cumbitara.  El otro se llamó Luis Delgado. Éste maestro fue trasladado a Sotomayor y algunos padres de familia mandaron sus hijos a esa población a estudiar con el profesor Delgado, uno de esos chiquillos fue Gerardo Solarte, mi tío.

Según algunas informaciones que pude recoger, por esos mismos tiempos, la escuela de niñas estuvo ubicada por la salida a Pueblo Viejo, por el sector donde ahora está la residencia de la señora Petronila viuda de Paredes. Allí trabajó una profesora llamada Isabel Ortega, a quien recordaban como una excelente maestra.  Esta señorita era natural de una población de clima frío, Sapuyes si no estoy equivocado, y se quedó viviendo en Tabiles porque contrajo matrimonio con Manuel Acosta, pariente de mi abuelo Euclides.  De ese matrimonio hubo dos hijos: Mardonio y Celina, que más tarde también fue profesora en nuestro pueblo.

Los estudiantes de nuestro pueblo en la segunda y tercera década del siglo pasado, utilizaron la “pizarra”, que todos sabemos cómo era. Los cuadernos, que también utilizaban, los tenían que fabricar ellos mismos, recortando pliegos de papel ministro y cosiéndolos con hilos caseros.  Ahora vienen elegantemente elaborados, con tapas plastificadas y con fotografías de bellísimas modelos.

Por esos tiempos estudiaron bastante la religión católica (también hasta el tiempo nuestro) por lo tanto era infaltable el catecismo del padre Astete para los primeros grados y para los últimos había uno llamado catecismo mayor. También estudiaron y estudiamos con seriedad la urbanidad de Manuel Antonio Carreño, una autor venezolano; ese librito pequeño que tanta falta hace hoy en día, no sólo a los estudiantes…

La dificultad para estudiar la primaria completa duró mucho tiempo porque tanto en la escuela de varones como en la de niñas había un solo profesor y no estaba obligado a enseñar más de los tres primeros grados.
Estoy convencido que la enseñanza que impartieron el maestro curruco y los que le siguieron, fue importantísima, merecedora de admiración y agradecimientos.  Quienes fueron sus alumnos, hasta viejos recordaban puntos importantes de gramática, de geografía e historia, dominaban las cuatro operaciones básicas de la aritmética, eran expertos haciendo cuentas sin lápiz ni papel porque se sabían al dedillo las tablas de multiplicar (ahora eso lo saben las calculadoras).

Mi taita, en un mapa moral de Colombia que hasta hoy lo conservo, ubicaba con facilidad las principales ciudades, los ríos más importantes, los volcanes, las dos costas y los Llanos Orientales. Sabía las fechas de nacimiento de los próceres de la independencia, los lugares y fechas de las más importantes batallas.  Cuando en una olla sonaba el maíz pira reventando crispetas decía: “La batalla de Palo Negro en Santander, en la guerra de los Mil Díaz”.  Se sabía de memoria toda la letra de nuestro himno nacional, tenía buena letra y una redacción aceptable… De todas estas cosas, que son cultura general, los bachilleres de hoy saben pocón, pocón…

Hasta que yo hice la primaria sólo enseñaban hasta el grado tercero; mi papá y otros padres de familia se pusieron de acuerdo y le rogaron al profesor que nos dictara el cuarto nivel, acordaron un sobresueldo y nos matricularon.

El profesor era un señor de Samaniego llamado Luis Meneses Rodríguez, un maestro con una responsabilidad en su trabajo, que hoy en día puede resultar increíble.  Era incansable en su labor de enseñar al que no sabe, por las buenas o por las malas; digo esto porque era muy estricto y regañón, como todos los buenos maestros de esos tiempos; tenía mística, cariño por su profesión.
En esas épocas de feliz recordación, los maestros sólo pensaban en trabajar, no en buscar un pretexto para hacer un paro. En estos últimos tiempos con tristeza hemos observado en algunos años que, la misma semana en que inician labores, decretan un paro.

Antes de Meneses estuvo en Tabiles otro famoso profesor, Libardo Muñoz, que luego trabajó, vivió y murió en Linares, donde viven algunos de sus hijos.

Quienes fueron mis compañeros en los dos últimos niveles, estarán de acuerdo conmigo en que Meneses fue un excelente profesor, que si algo le faltaba saber para enseñarlo, lo buscaba hasta encontrarlo. Por esos tiempos el gobierno tenía establecido unos programas de enseñanza; este señor los tenía desarrollados punto por punto, de manera honrada, amplia y suficiente. A los  alumnos que pagábamos por separado nos dictaba clase hasta los sábados en la mañana.

A vuelo de pájaro, veamos cómo trabajaba este maestro, a quien le decíamos señor Meneses: Llegaba a la escuela a las siete de la mañana; los alumnos, en unos diez minutos estábamos todos en el salón.  Entrábamos en completo orden y disciplina para estudiar las lecciones del día hasta las 7:50 a.m. A esa hora salíamos al patio para formar y contestar lista; entrábamos al salón, dos oraciones y clases hasta las 9:30, hora en que salíamos para un recreo de treinta minutos, luego clases hasta las doce, para volver a las dos de la tarde. La hora de salida era a las 5 p.m., un cafecito en la casa y el “puro” estaba listo para ir a traer agua y de paso ver a las niñas más bonitas que también iban por agua.  Nombremos unas pocas: Noemí Solarte, Aura Elisa y Carmela Rosero, Enna Lucía Paredes, Zoila Mora, Elba Eraso, Hilda Mora, Saturia Villamarín, Angélica Guevara Torres, y muchas otras cuyos nombres se me quedan en el tintero.

Mis compañeros en el cuarto grado fueron: Rómulo Ruales, Claudio Solarte, Hernando y Marcos Torres, Celix Ortega, Moisés Narváez, Francisco y Aurelio Portilla. Es posible que olvide a más de uno.  De los nombrados tres ya fallecieron. Para el grado quinto algunos se fueron a Samaniego, allá dictaban ese grado en el Colegio Simón Bolívar y lo llamaban preparatorio.

Cuando terminamos el cuarto grado, el profesor presentó exámenes orales, como eran en ese tiempo, durante tres días seguidos y, cuando terminamos el quinto los presentó durante cuatro días; fueron cuatro días de duro trabajo para el maestro, los alumnos y los jurados, generalmente el presidente de la junta era el párroco y secretario el mismo secretario del corregimiento, tenía la obligación de sentar acta. 

Terminado el grado quinto, cuando presentó en Túquerres la correspondiente documentación, el inspector escolar (hoy tiene otro nombre) le propinó cierto regaño, le dijo que lo felicitaba por su gran trabajo, pero que los exámenes estaban programados por el Ministerio de Educación para un solo día; le exigió presentar excusa por escrito.  Meneses, con cierta ironía puso de presente que había material para dos días más de exámenes. Lo acompañábamos algunos alumnos, de los más grandes quienes le confirmamos al inspector que eso era verdad.

Como puede verse, en materia de educación sí cabe decir que todo tiempo pasado fue mejor.  Antes los maestros soportaban tirones de orejas por exceso de trabajo, ahora el Ministerio de Educación Nacional, se ve en la obligación de amenazarlos con el nó pago del tiempo que dejan de trabajar mientras anda alborotando y hasta tirando piedra en las calles y plazas de las ciudades.

Nos dicen ahora que nosotros aprendíamos como loros porque las lecciones se aprendían de memoria, pero, lo así aprendido se grabó de tal manera que hasta viejos recordamos lo más esencia. Ahora sólo le pegan un vistazo  a las lecciones y de esa manera lo que ven en un mes al siguiente lo han olvidado.

En la empresa donde trabajé los últimos 26 años, había unos funcionarios que también eran docentes, trabajaban en colegios nocturnos.  Más de una vez conversé con ellos sobre estos temas.  Un buen día les comentaba que en mi tiempo sólo se hacía dos exámenes, uno en medio año y otro al final, mientras que ahora comienzas clases un lunes y el jueves o viernes ya están en exámenes… Me explicaban: es que ustedes aprendían de moría, ahora el sistema es diferente, se trata de que el alumno solamente entienda los temas, pero, si se deja pasar más tiempo se olvidan y todos se rajan… Yo les comentaba que antes nos enseñaban en las aulas lo que ahora los mandan a copiar de un libro o del Internet.  Me explicaban: Que ese sistema es para enseñar a los alumnos a investigar, pero, la investigación en estos casos parece que sólo se reduce a encontrar el libro y la página donde hay que copiar.  Así será muy poco lo que aprenden. Me decían que luego tienen que exponer en clase, pero la tal exposición se reduce a un poco de cháchara, incoherente lo que antes decíamos, “echar paja”.  Sin embargo, como el sistema es así, el profesor tiene que aceptar y calificar bien.

No sé cómo será en los colegios de pueblo el sistema que en las ciudades llaman trabajos en grupo. Se reúnen en la casa de uno de los integrantes del grupo, o en una biblioteca; lo primero que hacen es chismosear de las novias, de los novios, comentan las telenovelas y los cantantes de moda.  Luego hacen el dispendioso trabajo, uno dicta y otro copia, los demás siguen sus comentarios y una vez copiado el trabajo le aplican la firma para entregar al día siguiente; quedando pendiente la exposición en clase.

Es importante hacer esta aclaración: La mala calidad de la educación hoy en día no es culpa de los profesores, la culpa es del Estado, que con el cuento de actualizarla, de modernizarla, la ha deteriorado tanto hasta ponerla en un deshonroso lugar a nivel mundial.  El año pasado, por radio y televisión, también en los periódicos, nos decían que en materia de educación estábamos ubicados junto con países señalados como muy atrasados, hasta daban nombres de esos países, la mayoría del África.

Esa modernización de la educación, introdujo el facilismo; para muestra un botón: Antes nos tocaba leer libros completos, ahora hay resúmenes que se pueden leer en unas dos horas, y qué decir de los trabajos que los hace un computador…

Sin embargo, hay cosas que admiro mucho en los profesores de hoy; es la paciencia, la resignación y la valentía para lidiar con alumnos tan difíciles de manejar por lo indisciplinados que son. Las leyes de protección al menor, que en algunos casos son muy importantes, en otros resultaron perjudiciales, porque colmaron a los menores de derechos y les quitaron obligaciones y deberes. Los papás ya no pueden reprenderlos, menos los profesores, si lo hacen estarían violando “LOS DERECHOS DEL MENOR”. Los profesores se exponen al odio de los alumnos, a que les pongan apodos ofensivos y a ultrajes de la familia.  En otras regiones del país, se han dado caso de agresiones físicas y hasta asesinato de profesores  a manos de algún alumno desadaptado. Da tristeza saber de tanto menor en la delincuencia.  Cuando alguno de esos jovencitos es sorprendido por las autoridades cometiendo delitos, lo primero que hace es manifestar que es menor de edad, significando con eso, que puede hacer lo que le venga en gana, sin que haya leyes ni autoridades que lo castiguen.  

Se necesita ser muy valiente para llevarse un grupo de alumnos, ya jovencitos, a una excursión. Cuántos alumnos han terminado muertos, porque de noche y borrachos se tiran a nadar, pues, generalmente las excursiones las hacen a centros recreaciones a orillas del mar. Cómo será la angustia de los profesores ante una desgracia de ese tamaño; una vida perdida a tan temprana edad, con el consiguiente dolor, el vacío, la tristeza para su familia.

Al final de este capítulo encontrarán fotocopia de dos artículos escritos en el periódico El Tiempo por el periodista y profesor de colegios privados, señor Andrés Hurtado, referente a las excursiones y a la indisciplina de los alumnos hoy en día. Eran tres lo artículos, pero el primero lo presté a una amiga cabeza de familia y ella lo perdió.

Cómo sería de importante un cambio radical (pero no como el de Vargas Lleras) en este estado de cosas, referentes a nuestros menores, todo encaminado a hacer un hombre nuevo, que cada niño, cada “TABILITO” (en nuestro caso) sea preparado también para la paz, para la concordia, para el perdón y no para el odio, para la dignidad, la decencia, el don de gentes; sólo así tendríamos un hombre nuevo que tanto necesita nuestro pueblo y el país entero.  Pero, eso es pensar con el deseo.  Se han introducido culturas nuevas que ya no permiten cambios que mejoren la conducta del menor; veamos solamente el primer peldaño de la escala, no los demás, porque podría herir susceptibilidades y ese no es mi propósito: las madres de familia, ya no son hogareñas como las de antaño, ya no les gusta cuidar a sus hijos, los envían a los Hogares Infantiles, donde las personas encargadas sólo se interesan en cuidarlos y alimentarlos, no en educarlos, y aunque quisieran hacerlo, no tienen la necesaria formación para esa labora tan importante.

Bueno, hechas estas consideraciones, volvamos a nuestro último año de primaria con el profesor Meneses. El día de la clausura, julio de 1955, este señor pronunció un emocionado discurso y al final nos despidió con el cariño y la tristeza de un papá que despide a unos hijos que sólo le duraron dos años. 

Dijo que algunos jovencitos, de los que allí terminábamos la primaria, merecíamos seguir estudiando porque teníamos capacidades y cariño por el estudio; pero que nuestros padres no tenían recursos para enviarnos a otros lugares, el más cercano Samaniego. Se le ocurrió pedir a los riquitos del corregimiento que nos ayudaran.  Los asistentes le aplaudieron la idea.

Cuando llegó el tiempo de matrículas, alguien me informó que una familia pudiente tenía la intención de ayudar, pero no a mí por ser hijo de un liberal y en ese caso podían resultar educando un adversario en política; que le ofrecieron esa ayuda al papá de Hernando Torres, pero que no la aceptó.  Si eso fue verdad, qué lástima; Hernando fue un estudiante con grandes capacidades, si hubiera hecho una carrera profesional muy pronto descollaba como una auténtico líder de la región.  No solo perdió él, perdimos todos los tabileños.  Otro estudiante destacado fue Rómulo Ruales, pero tampoco pudo hacer una carrera.

Por lo que a mí respecta; durante un tiempo luché por conseguir una beca en establecimientos educativos de Bogotá, la única ciudad en aquellos tiempos donde había algunas posibilidades, pero me faltó lo indispensable en este país, un buen padrino.

Por ese amor al estudio que tengo desde niño, no he dejado de ser estudiante.  Leo bastante, lo que puedo entender, claro está. Escribo aunque sea pendejadas, como estas que vienen leyendo.   Escucho con atención a las personas instruidas sin tener en cuenta su credo religioso o su tendencia política; así como admiro mucho la inteligencia y la capacidad oratoria de Gaitán, también me gusta escuchar los incendiarios discursos de Laureano Gómez.  Este político fue un hombre muy inteligente, un excelente orador, lástima que esas grandes cualidades no las utilizó para luchar por la grandeza del país, sino, para perseguir a los adversarios.

Nunca me gustó la política como profesión, aunque admito que allí pudo estar alguna superación, así me lo han dicho tantas personas.

Aunque soy poco creyente, durante muchos años escuché con atención el sermón de Viernes Santo de Monseñor Augusto Trujillo Arango, con quien tuve alguna comunicación escrita.  Por qué me gustaba escuchar a Monseñor Trujillo?  Porque en cada palabra, pronto salía de lo doctrinal, de lo místico, y abocaba el problema social colombiano con una visión realista sin temblarle la voz para decir verdades, duélale a quien le duela. Tengo una cantidad de casetes grabados con los mejores apartes de esos sermones.

Pero, también leo obras como el Enigma Sagrado, Saulo en incendiario, El escándalo de los rollos del Mar Muerto, En nombre de Dios, El Evangelio de Judas, Los Evangelios Apócrifos, libros estos que cuestionan duramente a nuestro libro sagrado, La Biblia.

No quiero enrumbarme al final de este escrito sin antes hacer un paréntesis para referirme a algo muy importante en nuestro pueblo: El Colegio Luis Carlos Galán.  Qué ventaja para los estudiantes de hoy, poder hacer su bachillerato sin tener que abandonar sus hogares, como sucedía antes; y no están estudiando en un colegio cualquiera, lo están haciendo en un establecimiento de prestigio, prueba de ello es que varios egresados de allí han podido hacer su carrera profesional en las mejores universidades del país, ese es el caso de la odontóloga que está prestando sus servicios al corregimiento después de hacer su carrera en la Universidad Nacional de Colombia.  Felicitaciones doctora Dilsa, y felicitaciones también a quienes fueron sus profesores en sus estudios de bachillerato. 

En el mes de agosto del 2008, estuve de paseo por Tabiles y me encontré que el colegio está publicando anualmente un periódico titulado LO NUESTRO.  La señora madre del párroco tuvo la gentileza de obsequiarme tres ejemplares, uno del año 2002, otro del 2005 y el último, del 2007.  Me leí hasta las propagandas comerciales, a varios de los propietarios de negocios los conozco.  Me gustó el periódico, es interesante.  Está bien armado y bien editado y, lo más importante, contiene el pensamiento claro, altivo y valiente del párroco, de profesores y de varios alumnos.  Qué buenas las cartas de algunos estudiantes dirigidas al viejo Tiro Fijo; en una zona roja y con una violencia que ha causado tantos muertos, hay que ser valiente para escribir así como ellos le escribieron a ese genio del terror. Felicitaciones chiquillos tabileños.

Encontré un artículo escrito por una profesora pariente mía, Tania Guerrero Solarte, donde se refiere a brujas y brujerías y a espíritus que tanto han ocupado la mente de nuestros coterráneos.  Ese artículo me hizo recordar a una señora que vivió en la vereda El Tablón, a quien muchos la llamaban bruja, pero sólo era la manera de fregarle la vida, ella no tenía conocimientos de brujería.  Don Protacio Rosero, pariente lejano de Tania, de frente le decía doña bruja.  Esta señora era de buen porte y quienes la conocieron en su juventud decían que fue muy bonita, vivió hasta una edad muy avanzada.

Encontré una lacónica alusión a la muerte de dos caudillos del partido liberal en el siglo pasado, pero dejaron en el tintero el asesinato de otro caudillo, el general Rafael Uribe Uribe.  Este político militar fue asesinado en las gradas del Capitolio Nacional el 15 de octubre de 1914.  El general Uribe se destaca como uno de los personajes más polémicos e influyentes de comienzos del siglo XX.  Lo acusaban de haber traicionado al liberalismo en las negociaciones para ponerle fin a la Guerra de los Mil Díaz, y, de haber traicionado a la clase trabajadora colaborando con el gobierno de Rafael Reyes.

Como decía un locutor pastuso, en este punto y hora, me acosa el deseo de transcribir aquí algunas páginas de la literatura de hace unos 50 y más años, esa literatura que utilizaba una terminología exquisita, selecta, sonora y brillante.  Para cumplir con ese deseo, transcribiré a continuación un discurso y unos poemas de grata recordación.  Comienzo con la “Oración por la paz” pronunciada por Gaitán, el 7 de febrero de 1948 en la Plaza de Bolívar en Bogotá, dos meses antes de su muerte.  A lo largo de 60 años, expertos en la materia nos vienen diciendo que ese discurso es una página magistral de la literatura colombiana, que aún resuena en la mente de quienes sufrieron el fragor de la violencia política. Analistas políticos dicen también, que Gaitán al pronunciar esa oración firmó su sentencia de muerte. 


ORACIÓN POR LA PAZ

Señor Presidente Ospina Pérez:

Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanto injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.

En todo el día de hoy, Excelentísimo Señor,  la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia.  Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes, de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies, han llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos.  Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción.  Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.  

Señor Presidente: aquí no se oyen aplausos: solo se ven banderas negras que se agitan!

Señor Presidente: Vos que sois un hombre de Universidad, debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la sicología colectiva para recatar la emoción de su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre.  Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.

Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente.  Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y nó por triviales razones.  Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general.  No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que sólo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.

Señor Presidente: serenamente, tranquilamente con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública.  Todo depende ahora de vos!.  Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia.  Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.

Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas.  Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños.  Os pedimos hechos de paz y civilización!

Os pedimos que cese la persecución de las autoridades; así os lo pide esta inmensa muchedumbre.  Os pedimos una pequeña y grande cosa: Que las luchas políticas se desarrollen por los causes de la constitucionalidad.  No creáis que nuestra serenidad, esta impresionante serenidad es cobardía!.  Nosotros Señor Presidente, no somos cobardes.  Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado.  Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia. 

Impedid, Señor, la violencia.  Queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para el beneficio del pueblo de Colombia.

Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y esto grito mudo de nuestros corazones sólo os reclama; que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes.

Os decimos finalmente, Excelentísimo Señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.  Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!

Para las madres de familia de nuestro pueblo copiemos a continuación una bella página titulada:


HAY UNA MUJER


“Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión del anciano, y en la vejez trabaja con el ardor de la juventud; una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que, siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro, por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que, siendo vigorosa se estremece con el gemido de un niño, y siendo débil, se reviste con la bravura de un león; una mujer que mientras vive, no las sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por escuchar un solo acento de sus labios.  De esta mujer no me exijáis el nombre, sino queréis que empape con lágrimas este álbum, porque yo la vi pasar por mi camino. Cuando crezcan señora vuestros hijos leedles esta página, y, ellos cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago de un suntuoso hospedaje recibido ha dejado aquí para vos y para ellos un boceto del retrato de su MADRE”.

Autor: Un obispo de la iglesia católica, cuyo nombre no lo recuerdo.


En un 20 de julio, el año no lo recuerdo, el profesor de la escuela de varones en el pueblo, le dio por hacer la clausura del año escolar en la plaza.  Era un señor de nombre Humberto Checa; pronunció un emotivo discurso con la elocuencia propia de la época. Ahora decimos, un discurso veintejuliero cuando a alguien le da por utilizar esa elocuencia como lo hizo Timochenco para anunciar la muerte de Tirofijo. Luego un alumno, natural del Tambillo de Bravos, declamó un poema titulado “Bárbula”, es un homenaje al héroe Atanasio Girardot, muerto en la batalla de El Bárbula en Venezuela.  Ese alumno declamó con tanta elegancia ese poema épico, con entonación y accionar que le merecieron muchos aplausos aún antes de terminar.

Este es el texto de aquel poema:

BÁRBULA

Allí están.  Ved, en la altura
de la elevada montaña,
sobre las armas de España
el sol levanta y fulgura;
y bate la brisa pura
el regio pendón que un día
sobre el mundo se extendía
siendo el asombro y el espanto
del agareno en Lepanto
y del francés en Pavía.


Allí están. Ved lentamente
van por las faldas marchando
tres columnas, ondulando
cual gigantesca serpiente
y agita el ligero ambiente
los altivos pabellones
que  a las hispanas legiones
arrancaron la victoria
sobre los campos de gloria
de Angostura y de Horcones.

Sube en el oriente el sol
y al alumbrar la montaña,
los ejércitos baña
con su primer arrebol.
En la cima, el español
que sus ventajas advierte
tras de sus trincheras fuerte
espera a que el otro avance
y esté de su arma al alcance
para lanzarle la muerte.


Y el patriota lentamente
con el fusil en balanza
tranquilo, impasible, avanza,
por la escabrosa pendiente;
pues cada soldado siente,
aquel ardor sin segundo
aquel anhelo profundo
que en la ruda lid inflama
al que su sangre derrama
por la libertad de un mundo.


Se oye de pronto un rugido
terrible, estridente, seco,
que es mil veces por el eco
del monte repercutido;
como volcán encendido
el alto cerro aparece,
entre el humo que oscurece
los resplandores del sol
el pabellón español
envuelto desaparece.

A torrentes la metralla
lanza el cañón enemigo;
los patriotas sin abrigo
van en orden de batalla
y al vivo fuego que estalla
sobre la alta serranía,
sin contestar todavía,
siguen redoblando el paso;
pues, si es su pertrecho escaso,
es mucha su bizarría.


Y avanzan.  Siempre adelante
van esas huestes tranquilas;
si un hueco se abre en las filas
hay quien lo llene al instante.
Más de pronto vacilante
una columna se para
como sí se intimidara
ante el fuego aterrador
que sobre ella, en su furor,
el enemigo dispara.


El jefe, que tal advierte
veloz, como un rayo parte,
y el tricolor estandarte
empuña con brazo fuerte
y a despecho de la muerte
que en las filas se pasea,
lanzándose a la pelea,
Girardot valiente exclama
agitando el oriflama
que sobre su frente ondea.


“Permite Dios poderoso
que yo plante esta bandera
donde se mece altanera
la del español furioso,
y yo moriré dichoso
si tal es tu voluntad.
Compañeros avanzad
nos espera el enemigo
venid a buscar conmigo
la muerte o la libertad”.


Dice, y lleno de osadía
hacia las trincheras parte
agitando el estandarte
que es el ejército guía;
todos siguen a porfía
tras el audaz granadino
y cual fiero torbellino
se lanzan a la batalla
sin que pueda la metralla
detenerlos en su camino.


Avanzan con ira fiera
sobre la enemiga tropa
a punta y a quema ropa
dan la descarga primera;
saltan sobre la trinchera
llenos de ardor y de saña,
allí en confusión extraña
se ven luchar pecho a pecho
los que invocan su derecho
y los que invocan a España.


El humo de los cañones
oscurece el limpio cielo
que ya se asemeja un velo
de desgarrados crespones;
y de las detonaciones
al espantoso rugido
se mezcla el triste gemido
que lanzan los moribundos
y los gritos iracundos
del vencedor y el vencido.


Es la victoria segura,
pero, a qué precio comprada?
sobre el sol de esa jornada
se extiende una nube oscura,
pues del Bárbula en la altura,
por traidora bala muerto
el jefe heroico y experto
que asegura la victoria,
cae en el campo de gloria
por su bandera cubierto.


Bolívar, ese coloso
que en la libertad se inspira
esa alma noble que admira
todo lo que es generoso,
llora el héroe valeroso
y los hijos de Granada
piden su primer jornada
para vengar como hermanos
con sangre de los hispanos
aquella sangre adorada.


Y Girardot fue vengado;
tres días después en la trinchera,
sobre las huestes iberas
va D’enlhuyar denodado,
y cual torrente lanzado
desde elevada montaña,
lleno de ardor y de saña
se lanza con sus legiones
y recoge hecha girones
la altiva insignia de España.

Roberto Macc Donall, poeta y educador colombiano.
El 30 de septiembre de 1813 se llevó a cabo la Batalla del Bárbula donde murió el antioqueño Atanasio Girardot.  En ese hecho histórico se inspiró el autor del anterior poema.

El profesor Meneses, años tras año enseñaba un poema titulado “Anda”. El alumno que mejor declamaba era el encargado de ese bello poema.  Esta es la letra:



“ANDA”


A través de la insana muchedumbre
arrastrando la cruz sobre la arena,
trepaba el Redentor meditabundo
más blanco que un capullo de azucena.

Samuel de Belibeth, fornido atleta
solado de Tiberio desde mozo,
se reía y blasfemaba del profeta
al borde del brocal de un ancho pozo.


Hasta él llegó Jesús acongojado
y con acento suave y dolorido,
dadme le dice estoy cansado
apacigua mi sed que estoy herido.

Más ante aquella celestial demanda
se irguió el judío y con afán sereno,
“anda” repuso entre blasfemias “anda”
que yo nada he de darte Nazareno.

Y Cristo ante aquel hombre endurecido
clavó sus ojos de color de selva,
sí, yo me voy le dijo entristecido
más tú andarás también  hasta que vuelva .

Y siguió con la cruz cuando al instante
en el fondo de esa alma sin clemencia,
siniestro se agitó el remordimiento
y  “anda” gritó una voz en su conciencia.

Era Cristo que le hería con su gloria
era la maldición: dobló la frente,
y Cristo despertó por su memoria
subiendo ensangrentado la pendiente.

Tembloroso, aturdido y sin sosiego
se puso a andar por la fragosa vía,
y cual si fuera un círculo de fuego
la voz de su conciencia le seguía.

Se internó en el osario y al instante
se pusieron de pie todos los muertos,
y extendiendo su mano amenazante
“anda” gritaron con sus labios yertos.

Huyó desesperado y los torrentes
“Anda” gritaron con sus voces rudas,
“Anda” gritaron árboles y fuentes
y “Anda” gritó desde el abismo Judas.

Penetró desolado en su aposento
y “Anda” también dijeron al maldito,
la madre anciana con terrible grito
y un tierno niño con acervo grito.


Retrocedió espantado  hasta la puerta
y allí un Arcángel fulgido y divino,
del sol poniente ante la luz incierta
“Anda” le dijo y le mostró el camino.

Después besó al infante y a la anciana
y del sol a los últimos reflejos,
en cumplimiento de orden soberana
tomó un cayado y se perdió a lo lejos.

Hoy refieren las gentes por doquiera
que a veces ven pasar un peregrino,
de blanca faz y aluenga cabellera
que nunca se detiene en su camino.

Y las gentes agregan que en los ojos
lleva las huellas del perenne llanto,
y que tiene los párpados muy rojos
a causa del insomnio y del quebranto.

A aquel hombre se le nota una tristeza
lo agobia el peso de una acción nefanda,
y que siempre resuena en su cabeza
la voz de Cristo que le grita “Anda”.

Autor desconocido.


No quiero terminar esta deshilvanada narración, sin antes hacer un paralelo, o comparación, de cómo fue antes la vida en Tabiles y como parece ser ahora.  Es algo que me da vueltas en la cabeza.


Entonces a manera de epílogo, veamos estas cosas, o mejor estos detalles:

Cuando no había carreteras hasta nuestro pueblo, de pronto que podíamos salir a Pasto, de regreso llegábamos a Linares después de la cinco de la tarde; al que traía cosas pesadas lo esperaba allí un familiar o un peón con un caballo, mientras cargaban el animal se hacía de noche.  Los que vivíamos en el campo estábamos llegando al rancho a eso de media noche.  Los únicos problemas que podían presentarse en la vía, era el ataque de un perro bravo, un tropezón por la oscuridad, o un buen aguacero si era tiempo de lluvias.

Hoy en día hay carreteras a Samaniego, Linares y  a las veredas, pero es peligroso transitar de noche…   En dos oportunidades estuve en Samaniego después de las cinco de la tarde; queriendo ir a dormir a casa de mi hermana, en Tabiles, busqué un campero que me haga la carrera, ninguno quiso viajar a esa hora, me decían que ya era peligroso.   En otra ocasión buscaba carro que me lleve hasta Pueblo Viejo y aunque eran como las nueve de la mañana, ninguno se comprometió a pasar del pueblo, me decían lo mismo, que era peligroso.

Por esos tiempos tampoco había energía eléctrica ni acueducto en las veredas, y, si hubiéramos tenido esos servicios, mucha gente no teníamos con qué pagarlos, así era la situación. Ahora tienen plata para pagar esos servicios y muchas cosas más, pero, no tienen la paz y tranquilidad que teníamos antes, en medio de la pobreza.

Pasaban dos, tres, cinco y hasta más años, sin que se sucediera un homicidio, y cuando eso ocurría, la causa era una borrachera; el reo se iba a la cárcel y seguían los comentarios por meses y años.  Ahora los homicidios son frecuentes, los responsables no van a la cárcel y nadie hace comentarios fuera del ámbito familiar por temor a represalias.

Se siente mucha tristeza al observar que nuestras gentes se han acostumbrado a esa situación; no les importa los muertos, así se trate de personas jóvenes que tenían mucha vida por delante, o que eran útiles a la comunidad como la enfermera asesinada en el vecino corregimiento del Tambillo de Bravos.

Vuelvo a hacerme el interrogante que ya me hice en otro capítulo: ¿Será el trágico tributo que le rinden a eso que llaman “la matica”?.  Tan encariñados están con esa planta, que hasta le atribuyen milagros.  A mediados de agosto que estuve por allá, alguien me decía: “Estamos en agosto, mes de verano, si está lloviendo es milagro de “la matica” por ella necesita mucha agua”.

Mientras haya ese cultivo, habrá buena plata, y mientras haya plata no faltarán las visitas de los violentos,  que llegan a reclamar su tajada.




JORGE SOLARTE ALVARADO 




San Juan de Pasto, 19 de septiembre de 2008