CAPITULO DÉCIMO TERCERO
Personajes.
No podría seguir con estas líneas sin referirme a personas ya fallecidas
y que dejaron gratos recuerdos en nuestro corregimiento:
Anticipo que no mencionaré para nada los errores y defectos que como seres
humanos hayan tenido a lo largo de sus vidas, no es ese mi propósito. Además de su condición humana, no fueron
hombres con formación académica suficiente para tener amplios conocimientos y
buenas maneras de comportamiento. Lo que sí mencionaré, y con gusto, es la
chispa o sentido del humor que algunos tenían. Hechas estas consideraciones,
vamos con el primero:
Manuel J. Estrada P.- Así firmaba y con buena
letra, un ciudadano que sin ser raizal de nuestro corregimiento, trabajó mucho
por la comarca. En varias ocasiones fue nombrado corregidor o inspector, y
desde ese cargo trabajó con gusto, con voluntad, para realizar pequeñas obras
que se podían hacer sólo con el concurso de la comunidad porque no se contaba
con recursos económicos de parte del municipio y menos del departamento.
Era una gran preocupación de don Manuel, mantener en buen estado los
caminos del corregimiento, para ello era muy exigente con las obligaciones que
de acuerdo a leyes de la época, cada ciudadano tenía que dedicar anualmente
determinado número de días al mantenimiento de caminos. A los desobedientes les aplicaba multas y con
esos pocos pesos compraba pólvora para triturar piedras que hacían difícil el
paso en algunas vías, como en El Gramal y El Motilón. A veces los castigaba con
unas dos horas de calabozo el día domingo.
En una ocasión dos de esos jodones que no faltan, al salir del calabozo
el uno dijo: “Este viejo si nos pone a brinco de chucha”. El otro dijo: “Y
cuando dice och es con todos los marranos”.
Cuando se inició la carretera de Tabiles a Linares, este buen hombre era
el corregidor. Para esa obra si hubo
aportes del departamento. A punta de
pico y pala hasta hoy estaríamos en ese trabajo… El departamento colaboró
enviando por Linares una máquina pequeña y vieja, que llamábamos buldócer. También pagaría el salario del maquinista y
daría los insumos necesarios.
Por razones que no vale la pena mencionar, se tomó la determinación de
subir la máquina a Tabiles por el camino de las Cuatro Esquinas, para que comience
desde allí el trabajo. La subida se inició un día viernes y los tabileños
fuimos convocados con herramientas para ayudar ampliar la vía. Contamos con suerte porque en esas curvas tan
difíciles no se derrumbó el buldócer y mató gente.
Como la convocatoria era por turnos, a mí me tocó el domingo. La máquina ya había remontado el Pailón,
estaba superado lo más difícil. En medio
del gentío encontré a don Manuel, lo saludé y le manifesté mi pesar por las
penurias de ese trabajo. Me dijo esto:
“la ventaja es que ella misma (la máquina) viene hociqueando y ampliando el
camino. Desde el viernes, apenas hoy,
Elisa (la esposa), pudo hacerme llegar una chara con papas y coles verdes y, un
pedazo de puerco, que me supo a gloria”.
Durante los trabajos de apertura de esa carretera, se hacía mingas. Los pudientes del corregimiento, a quienes me
referiré más adelante, regalaban una y hasta dos vacas para el almuerzo de los mingueros, las
mujeres hacían su trabajo.
La no asistencia a la minga, era castigada con multa, o unas dos horas
de calabozo el día domingo. Para una minga que se realizó en cercanías de la
quebrada del carrizal, subió la banda de músicos de Linares, para amenizar el
trabajo. La anécdota no podía faltar;
recordémosla: pasó un minguero halando una yegua, y un caballo que estaba por
allí se entusiasmó tanto que relinchaba como loco; los trabajadores en medio de
risotadas gritaban: viva la banda. Los
músicos siguieron el chiste y tocaban la “Mula Rusia”.
Daniel Mora.- Este señor tampoco era
nativo de Tabiles, había nacido y vivía en el Tambillo de Bravos. Sin embargo, también fue corregidor en
nuestro pueblo en más de una ocasión.
Para la época en que vivió, era un hombre con buena formación, leía
bastante, tenía muchos libros, hasta obras de los filósofos griegos. Se
expresaba bien en un discurso, un memorial, o conversando con quienes nos
gustaba escucharlo. Sus críticos decían
que era un hombre melindroso, yo pienso que sólo era fino en su manera de
expresarse. Y, lo más importante en esos
tiempos, no era sectario en política. Recuerdo un domingo que recién
posesionado como inspector habló al público desde el bordo de la iglesia y la
finalizar dijo: “Les prometo trabajar, servirles a todos, sin tener en cuenta
colores ni matices”. Recibió un caluroso
aplauso.
Protacio Rosero.- Me he paseado por gran
parte del territorio colombiano y en ningún lugar he escuchado el nombre de
este personaje, hasta dudo que se deba escribir con c. Teniendo en cuenta su
labor en la vereda donde vivió y murió, Pueblo Viejo, a Protacio mejor debieron
llamarlo Patricio, eso fue, un Patricio.
Era hijo de Cirilo Rosero y Juanita Estrada, parece que fue nieto de
Ramón Rosero, presunto fundador del pueblo de Tabiles, según la hipótesis
planteada en el primer capítulo. Estuvo casado con doña Trinidad Rojas.
Algunos críticos decían que era grosero, para mí sólo era un
irreverente, con una habilidad asombrosa para ponerle un apodo y tomar del pelo
a todo el mundo, como lo veremos más adelante.
Era de baja estatura, siempre usó anteojos, le decían don cuatro
ojos. Tenía una voz bastante
característica que le daba más gracia a las bromas que siempre tenía a flor de
labios.
Era otro preocupado por tener en buen estado los caminos veredales y el
puente sobre el rio Pacual, para pasar a Sotomayor, Cumbitara, la Llanada y el
Vergel, donde tenía unas propiedades. El
mantenimiento de ese puente a él le costaba dinero y a los demás interesados
trabajo, esfuerzo personal. Organizaba
mingas muy concurridas para transportar los maderos cuando había que reemplazar
los que ya estaban deteriorados. Esos
enormes palos eran las vigas sobre los cuales clavaban tablas de guayacán y así
estaba construido el puente.
Era un hombre acomodado; en su época tuvo la mejor casa y la mejor finca
en Pueblo Viejo. Debemos agradecerle que
buena parte de su fortuna la invirtió en organizar la escuela que tanto
necesitaba la región. Allí pudieron
asistir los niños de tres veredas, Pueblo Viejo, San José y Providencia. Con ese propósito compró una casa grande,
rodeada de un amplio lote. Con la
colaboración de los habitantes le arregló los pisos, andes y cielo raso, la
hizo pintar y la dotó de los muebles necesarios. También le construyó un cuarto
para dormitorio y otro para cocina de la profesora, maestra por esos tiempos.
Alguien me comentaba que durante el primer año de funcionamiento de esa
escuelita, también pagó el sueldo de la profesora.
Protacio era un godo de siete suelas, pero la vida se burló y mucho de
su sectarismo político. Una hermana
suya, María Rosero, se casó con un liberal, Floresmilo Solarte mi tío abuelo.
Un hijo, Diógenes se casó con una mujer liberal Georgina Solarte, hija de
Euclides y sobrina de Floresmilo, y, como si eso fuera poco, una hija, Ernestina,
se casó con un liberal Carlos Unigarro Alvarado. A este yerno, Protacio lo
trataba pocón pocón, pero… esas ironías del destino, lo llevaron a pasar los
últimos años de su vida y a morir en casa de ese yerno liberal, que por cierto
era un hombre noble y generoso.
En lo más bravo de la persecución política a los liberales, muchos lo
acusaban de orientar bajo cuerda los ataques a los pobres cachiporros de la
región. Pudo ser… si eso se daba desde
la presidencia de la república, qué raro era que lo hiciera un jefe de vereda…
Pero, esa época dolorosa pasó y seguimos adelante… Como dice la canción a Rojas
Pinilla: “Olvidemos los rencores y vivamos como hermanos”.
Con el correr de los tiempos, Protacio sólo se servía de la política
para hacer bromas: una noche y ya estando viejo, se había sentado en un rincón,
parecía estar dormido; los demás conversaban y de pronto recordaron a un
muchacho que no sabían a qué partido político pertenecía. Sin levantar la
cabeza, ni mirar a nadie, don Protacio soltó esta perla: “Si tiene cara de
puerco tiene que ser liberal…”.
Entre los hijos de Diógenes y Georgina Solarte, mi tía, hay un hijo de
nombre Cardenio, somos nacidos el mismo año y más que primos parecíamos
hermanos en nuestra niñez y juventud. A
pesar de las diferencias políticas de las dos familias, Cardenio no era del
todo alejado de su abuelo Protacio y fue así como tuve tantas oportunidades de
escucharlo en su casa, en sus fincas, en fiestas y en reuniones.
La chispa o sentido del humor que tenía este hombre era para reír mucho
escuchándolo y ahora recordándolo. Utilizaba mucho el término “bestia” y la
frase “se lo llevó el diablo” para joderle la vida a todo el que se le cruzaba.
Como era corto de vista, y cuando ya estaba viejo, más conocía las personas en
la voz: un día, a eso de las cinco de la tarde lo encontré por el camino y en un
fatal descuido mío lo saludé diciéndole: Buenos días don Protacio, ni tal me
contestó el saludo, pero si me dijo: Este bestia, y donde se te aclaró...?
Su compadre del alma era un vecino llamado Espíritu Santo Guerrero, papá
de Vicente (el paisa) y de Celia (la mocha). Don espíritu Santo era un hombre
alto, flaco y un tanto jorobado por eso le decían: “don cute”. Ese genial compadre que tenía sólo lo
mencionaba “mi compadre Cute”. Don
Espíritu santo era amable, buen conversador, chistoso, pero el compadre
Protacio lo superaba ampliamente. A
veces discutían cualquier bobada y Protacio remataba así el alegato: Compadre
Cute no sea bestia, no diga esas pendejadas.
Otro compadre con el que hacían llevadera la vida campesina, era
Marceliano Caicedo, más conocido como “el bola”. Mi compadre bola lo referenciaba. Don
Marceliano era devoto de San Antonio.
Tenía una imagen de aquel santo en un altarcito humilde, pero bonito. Un
buen día lo ve don Protacio y pregunta: Compadre Bola, ese santo tan chiquito
puede ser milagros…?
Otra vez le ve al mismo compadre un escapulario y unas medallas sobre el
cuello y le pregunta: “compadre Bola esos arremuescos que tiene colgados, para
qué sirven…?” Marceliano responde: “es un escapulario de la virgen del Carmen y
unas medallas de otras virgencitas; esas reliquias llevamos los buenos
cristianos, usted no las lleva compadre…?” Protacio responde: “Ahí sí me jodió
porque yo no tengo esos colgandejos”.
Por aquellos tiempos, el bautizo de un bebé era la oportunidad para
reunirse un buen rato entre familiares y amigos de los padres del bautizado,
allí conversaban, hacían bromas, comentaban los chismes más frescos y hasta
recordaban anécdotas de pasados tiempos.
En una de esas reuniones alguien comentó que en un pueblo de clima frío,
el cura párroco tenía un hijo en una de sus feligresas. Protacio, que era uno de los invitados, salió
con la suya, nos hizo este comentario: Cuando peleábamos con el padre Remigio
Narváez, viajamos a Pasto unos cuantos opositores para pedirle al señor obispo
que traslade ese curita a otro lugar.
Estando reunidos con el prelado, apareció en la sala un Sibundoy y
descargó un canasto que traía lleno de cosas.
A nosotros ni siquiera nos miró, se arrodilló pidió la bendición y luego
dijo: “obespo aquí traigo unos regalitos, esto para voz obespo, le entregó un
paquete, no supimos que contenía; luego sacó otro paquete y dijo: esto para la
obespa, tu mojer y estos otros regalitos para los obespetos, tus guaguas”.
El señor obispo un poco turbado le dijo: hijo te agradezco mucho, pero
te explico qué yo como obispo, como hombre dedicado al servicio de Dios, no
puedo tener esposa, tampoco hijos, de manera que sólo dejo el regalo mío que
Dios te pague. El indígena contestó: Aaa, como el cora que mandaste a mi
pueblo, allá tiene corana y coranitos, yo pensaba que voz también. Se arrodilló
de nuevo, pidió la bendición y se fue…
Comentaban los más viejos, que hubo unos hermanos, sino recuerdo mal, de
apellido Madroñero, que por apodo les decían “los diablos”. Los recordaban como hombres bien robustos y
con una fuerza admirable; le gustaba el trabajo de cargar leña y caña a la
espalda para los trapiches desde lugares donde no podían entrar las mulas por
falta de caminos adecuados.
Que en cierta ocasión el señor cura párroco enfermó de gravedad de
manera que su familia consideró conveniente llevarlo en camilla hasta Túquerres
donde lo podían tratar médicos profesionales. Y como era apenas lógico los
hermanos Madroñero eran los más indicados para transportarlo. El día de iniciar
el viaje, asistieron varios feligreses para despedir a su párroco, desearle
buen viaje y pronta mejoría. Entre los
asistentes estaba el joven Protacio Rosero; una vez partieron con el enfermo,
Protacio salió con la suya: “Cómo les parece, ahora sí es cierto que al padre
se lo llevaron los diablos”.
Aunque ya envejecido y enfermo, Protacio no abandonó su gran obra, la
escuela, siempre estuvo pendiente de hacerle las reparaciones que necesitaba y
cuando tocó reclamar un lote que jurídicamente se podía recuperar, para
construir allí otra escuela, él fue pieza importante para orientar todos los
trámites que las leyes exigían.
En unos festivales que se realizaron en la escuela, los habitantes de
las veredas Pueblo Viejo, San José y Providencia, programaron también un
homenaje de gratitud a don Protacio, asistió el cura párroco Juan Bautista
Díaz, conocido como “Juan chiquito”. Éste presbítero no era un buen orador, pero esta vez estuvo a la altura del
evento; e improvisó un discurso muy sentido, muy emotivo y con una elocuencia
que conmovió a los presentes. Comenzó diciendo: “No es mi costumbre asistir a
festivales en horas de la noche, pero no podía estar ausente en este merecido
homenaje que la comarca le quiere ofrecer a la persona que durante muchos años
los ha representado, los ha liderado, los ha ayudado para realizar obras tan
útiles, como esta escuela, donde tantos niños aprendieron sus primeras letras y
recibieron la formación que les sirvió para más tarde ser personas de bien a lo
largo de su existencia. A pesar de estar ya carcomido por los años y las
enfermedades, sigue siendo un hombre prestante, digno de todo respeto, de
consideración y aprecio”. Y para terminar dijo: “don Protacio: con gusto vine y
emocionado estoy aquí, interpretando el sentir de todos sus coterráneos para
pedirle que reciba el más sentido agradecimiento por su incansable labor,
reciba también el respeto y el cariño de todos los aquí presentes y del cielo
las bendiciones que bien se las merece”. Y dirigiéndose al público dijo: “pido
un caluroso aplauso para nuestro personaje homenajeado”. Así fue, y muchos de los asistentes, pasaron
por el lugar donde estaba el anciano Protacio para abrazarlo o estrecharle la
mano.
Y yo, no quiero terminar estas líneas dedicadas a este valioso ejemplar
humano, sin felicitar a sus descendientes, a la vez que los invito a imitarlo
en todo lo bueno que tuvo este patriarca.
Gumersindo Rodríguez.- Curiosamente, don
Gumersindo estuvo casado con una señora que se llamaba Gumersinda
Rodríguez. De ese matrimonio hubo dos
hijos, Gustavo, el padre del político doctor Aramio Rodríguez, y Beatriz, que
se casó con Gustavo Caicedo y pasó a vivir a la población de Ancua.
Esta familia Rodríguez Rodríguez, era pudiente, fueron los primeros en
la región que se dieron el lujo de tener planta eléctrica en su casa y así
llevar radio y toca-discos, lo cual era un verdadero lujo en esa época. En las
fiestas sacaban al pueblo la planta y la instalaban en una casona que tenían
sobre una esquina de la plaza; allí se podía ver luz eléctrica, escuchar radio
y música grabada. Entre la cantidad de
discos que tenían había uno ecuatoriano, muy de moda y llamado “Pañuelito” en
los arreglos se escuchaba una sordina que sonaba bellísimo.
Don Gumersindo, fue un gran benefactor en reparaciones a la iglesia del
pueblo, en mantenimiento de caminos y en la apertura de la carretera Tabiles –
Linares. En varias ocasiones regaló vaquitas para las mingas que ya comenté en
otro lugar de este escrito; asimismo, buenas sumas de dinero para comprar aguardiente y cigarrillos que
daban más ánimo a los mingueros.
A la iglesia y a los devotos les regaló una hermosa imagen de la Virgen
de Fátima, que la hizo venir de Barcelona – España. Barcelona es una gran
ciudad ubicada al oriente de España y sobre el mar mediterráneo.
Gustavo, estudió unos años de bachillerato y por enfermedad no pudo
terminar. Más tarde contrajo matrimonio con Ermencia Rosero, hija de Enrique.
Fue corregidor en más de una ocasión.
Era un buen conversador y le gustaban mucho las bromas para amenizar las
reuniones. Cuando siendo corregidor llegaba diciembre, redactaba el testamento
de año viejo, documento que lo hacía muy bien y se comentaba mucho por lo
gracioso de las herencias.
A mi abuelo Euclides, a mi papá Sergio y sus hermanos, las herencias no
podían ser otras: El partido liberal, las cantinas del pueblo y del camino a
Pueblo Viejo y una docena de gallos finos a cada uno. Veamos una herencia que
hizo reír mucho hasta varios días
después: había en el pueblo un señor solterón, llamado Manuel Guevara, le
decían, el “cabezón Manuel”, tenía una bicicleta para alquilar a los muchachos
y un telar para tejer empaques de cabuya.
Todo el pueblo sabía de los amoríos que tenía con otra solterona llamada
María, pero más conocida por su apodo.
En los primeros días de un diciembre, que llueve tanto, se encontraron
por el camino estos dos solterones, cerca del pueblo y se trabaron en una
acalorada discusión. Parecía que Manuel
se salió de la ropa y le dio un empujón que la tiró sobre el barro del camino.
Ese detallito llegó a oídos de don Gustavo que estaba escribiendo el testamento
y la herencia fue la siguiente: “A mi hijo Manuel Guevara, el cabezoncito, le
dejo un bicicleta y un telar, y cuando encuentre la vaca loca que no se ponga a
torear”, que tal…
Los testamentos de año viejo en los pueblos, donde las gentes se conocen
y saben las debilidades de cada quien, son un verdadero goce; también en las
instituciones y empresas de las ciudades.
Cuando estudiábamos en Samaniego, un jovencito de esa población de
apellido Ruiz, estudiaba en el seminario de Pasto; de vez en cuando aparecía
por el pueblo y se lo veía paseando con dos amigas, que tenían su
correspondiente apodo. A la una le
decían “polla pucha” y a la otra “la perdiz”.
Llegó un 31 de diciembre y el que redactó el testamento le dio por
joderles la vida a las dos chicas, escribió así: “Volando, volando viene, la
carta del padre Ruiz, será para la polla pucha o será la perdiz”.
En la construcción de las carreteras, tanto la que nos lleva a Linares,
la primera que construimos, como la que conduce a Samaniego, la más transitada
hoy en día, hubo personas que colaboraron mucho, se entregaron a esas obras con
alma y vida. Sin el empeño de ellas,
esas obras tan necesarias se hubieran demorado mucho más tiempo. Nombremos
algunas de esas personas: Petronila Mora Benavides y sus hermanos, Faustino
Getial, Remigio Portilla (que en paz descanse), Luis Alfonso Guerrero,
Filadelfo Portilla, y otros que se me quedarán en el tintero, a quienes les
ruego me disculpen ese olvido involuntario. Estos tabileños, interesados en las
carreteras, recibían funcionarios que llegaban a visitar las obras, viajaban a
Pasto en busca de partidas de dinero, de maquinaria, repuestos, insumos, pólvora. Todo eso demandaba tiempo y dinero. Sentidos agradecimientos para todos ellos.
Luvino
Caicedo Díaz. Fue el hijo menor del matrimonio
conformado por Belisario Caicedo y Tránsito Díaz, hermano de mi abuela María
Isolina Caicedo. Según él mismo lo
comentaba, algunos años de su juventud los vivió con la
hermana y el cuñado Euclides Solarte.
Una vez le escuché decir que al cuñado Euclides le agradecía mucho que
le enseñó a trabajar y a ser hombre de bien, cumpliendo a cabalidad con todos
los compromisos adquiridos.
Luvino era un hombre alto y robusto, bastante refinado, se expresaba
bien, le gustaba hablar en público y no lo hacía mal. Era muy perfeccionista, le gustaba hacer las
cosas lo mejor posible. Todo en la vida hay que hacerlo con técnica decía; su
gran amigo don Protacio, lo llamaba “don técnico”.
A primera vista parecía muy serio, hasta despótico, sin embargo le
gustaban mucho las bromas, finas eso sí.
Pero cuando se reunían con don Protacio, eran un verdadero circo. Luvino con sus refinamientos y el otro para
joderle la vida, se volvía bien ordinario.
Por allí en la vereda Oratorio, vivían unas primas de Luvino, que les
decían las “venadas”. En una ocasión
llevó a una de ellas para que le ayude a cosechar café. En cualquier momento al primo Luvino le dio
por cantar: “De qué le sirve al ciego casa pintada, ventanas a la calle, y si
no venada”. La señora que si entendió la
cosa, le dice: “Primo, dígame venada sin andar por tras de las ramas”.
Tuvo un trabajador permanente, más que peón, era como hijo adoptivo, se
llamaba Lorenzo; éste Lorenzo tenía cierto retraso mental, lo que lo hacía
ordinario, rústico y mal hablado. Como
sucede con todos los que tienen esa condición mental, para sus maldades,
Lorenzo razonaba mejor que tantos de los que equivocadamente nos consideramos
normales.
Un día de semana santa llegaban a casa, después de confesarse, Luvino,
la esposa y Rosita (la única hija que tuvieron), también Lorenzo. Este bribón, tomándose una taza de café soltó
esta perla: “Confesados los patrones y el peón, nos componemos o nos lleva el
diablo”.
Luvino era conservador pero nunca persiguió a ningún liberal, al
contrario, les brindó protección a algunos amigos que fueron perseguidos
brutalmente; así lo hizo con Adolfo Alvarado y Ruperto Benavides. A este último un domingo lo sacaron de su
casa y le propinaron una paliza que por poco lo matan. Tenía una bonita finca y casa de vivienda por
el camino viejo que conducía a Pueblo Viejo, a unos 2 ½ kilómetros del pueblo. Se dijo luego que Luvino había comprado esa
finca buscando evitar que le destruyan la casa, pero, en otro domingo le
hicieron saber en el pueblo que se dirigía una pandilla comandada por el
corregidor, con el propósito de destruir esa vivienda.
Luvino que siempre andaba a buen caballo, sin pensarlo dos veces se
enrumbó al lugar; al salir del pueblo una amiga lo previno: no te vayas solo,
te pueden matar porque son muchos. Él
dijo: “me moriré solo”. La amiga le
preguntó si llevaba algún arma, Luvino respondió que solo el perrero para
animar el caballo, ella le dice: espera te consigo algo, y volvió con un
machete de cubierta, y bien que le sirvió…
Llegó a la casa atacada y se encontró con el corregidor dirigiendo la
destrucción, lo cogió a planazos y hasta le cortó un poco el saco que tenía
puesto. Los pandilleros viendo a su jefe
humillado y vencido, huyeron. El
corregidor también se fue pero amenazando a Luvino que lo atacarían en su
propia vivienda. Este le dijo: “Cuando
quieras puedes ir, pero te advierto, que yo sí estaré esperándote”. Nos contaba después que varías noches los
esperó armado con unas piedras, un machete y un revólver que le prestó un
amigo, pero nunca llegaron los pandilleros.
Por esas cosas raras de la vida, después de algunos años, este
corregidor se casó con una hija extramatrimonial que tenía Luvino.
Parménides Maya.- Otro conservador,
campesino humilde, pero de buen corazón con los liberales perseguidos. Era un hombre muy corpulento, tendría mínimo
1.90 de estatura, sus brazos y manos parecían de un oso, tenía una fuerza
descomunal.
Un domingo en la tarde, un grupo de “marimberos” (así los llamábamos a
los pandilleros) estaban tirando piedras a las casas de los liberales en el
pueblo. Unas primas de mi papá tenían un pequeño almacén en el costado norte de
la plaza; les mandaron a decir que ya iban donde ellas… De esa amenazante razón
se enteró don Parménides, se fue a verlas y las encontró todo asustadas. Les
dijo: “No se preocupen, consíganme un buen machete y yo respondo”. Se ubicó en
la puerta y cuando se acercaban los marimberos, les dijo: “Aquí la cosa es
conmigo, a ver, quien se viene de primero”, y les mostró el machete… Con ese
muchacho en la puerta, armado y desafiante, los atacantes la vieron fea y se
fueron…
Si analizamos el encontrón de Luvino con el corregidor y éste de
Parménides con otros, o los mismos pandilleros, podemos llegar a la conclusión
que esos maleantes no eran tan valientes; cuando alguien los enfrentaba salían
corriendo. Pero los pocos liberales estaban desorganizados y atemorizados;
además, presionados por el miedo y el llanto de las esposas y los hijos
pequeños que no los dejaban reaccionar y lo único que hacían era huir…
Parménides era cazador y tenía en su casa de campo dos escopetas de
fisto. Un día de esa época azarosa, se
llegaron a su casa dos maleantes y le pidieron en préstamo esas armas. Les preguntó para qué las necesitaban si
ellos no eran cazadores… Les respondieron que esa noche iban a atacar la
vivienda de Sergio Solarte, mi taita. Se puso bravo Parménides y les dijo: “Es
que no se dan cuenta que en esa familia hay niños y que los pueden matar…?”.
Los sinvergüenzas le respondieron: “A eso es que vamos”. Se embejucó el pequeño
Maya y con una de esas escopetas los iba a echar a culatazos. Se fueron asustados.
Enseguida éste buen hombre mandó por desechos una hija con esa noticia a
mi papá; de esa manera nos salvó la vida. A eso de media noche comenzó el
ataque al rancho, pero gracias a Parménides nosotros estábamos a unos 500 metros de distancia, acampando en una zanja.
Cuando terminaron mi papá dijo: “Al menos no le prendieron candela”. Pero al
día siguiente mi mamá no pudo llegar hasta la cocina para preparar almuerzo. En
todo el interior del rancho sólo había montones de escombros.
En esa situación era imposible seguir viviendo en la vereda y tuvimos
que salir. Mi papá se fue donde unos
primos que vivían en La Peña, una vereda de Samaniego, y mi mamá, con cuatro
hijos donde papá Tobías Alvarado, cerca del pueblo. Así vivimos unas semanas, o meses tal vez,
mientras organizaban el viaje a Ipiales donde había liberales desplazados de
varios pueblos del departamento.
Una tarde conversaba mi papá con otros desplazados en una esquina del
barrio donde vivíamos, de pronto apareció un borrachito y a todo gráznate
gritaba: “Viva el gran partido liberal”.
Cuánto tiempo llevarían esos liberales sin escuchar esos vivas, que uno
de ellos dijo: “Qué grito tan sabroso”.
Por esos tiempos el contrabando con el Ecuador también era muy activo;
el cambio era de 5 y 6 sucres por 1 peso. Lo que más se traía de Tulcán era,
harina de trigo, arroz, haba seca, maíz capio y enlatados. A las cuatro de la tarde salía yo de la
escuela, también unos primos, nos daban en casa un cafecito con pan de leche y
para Tulcán por los caminos del contrabando, algunos hasta hoy existen. De allá regresábamos a Ipiales pasadas las
siete de la noche.
Miércoles o jueves bajaban a Samaniego para vender esos productos y
comprar panela y frutas. El viernes en
la tarde salían a Ipiales para el mercado del sábado. Por esos tiempos era plaza de mercado lo que
ahora es Parque de la Pola. En una esquina de esa plaza había un restaurante,
que a la vez era cafetería y cantina; en la puerta colgaban un pequeño parlante
donde sonaba mucho ese conocido disco “Senderito de amor”.
José María Acosta. Era hijo de madre
soltera, ella llamó Celia Acosta y era medio hermana de los Solarte Viejos;
Euclides, Floresmilo y Laura. Las malas
lenguas hicieron de público conocimiento que José María era hijo del padrastro,
Antonio Solarte, lo que hacía más cercano el parentesco con los Solarte ya
mencionados. Este pariente era de buen porte, buen físico, muy serio pero buen
conversador y amante de los chistes finos, se expresaba bien y tenía buena
letra. Estuvo casado con doña Modesta Delgado (Tía de Raúl Delgado). Ésta señora era una conversadora incansable,
chistosa, agradable y, lo más querido en ella, era muy generosa no sólo con la
familia, sino con todos los que la rodeaban. Recuerdo, y no olvidaré jamás
cuando llegamos desplazados a Ipiales, nos recibieron en su casa a mis padres y
cuatro hijos, allí estuvimos con alimentación y alojamiento gratuitos hasta
conseguir la casa donde vivir, la encontraron frente a la guarnición militar.
Don José y doña Modesta, ya envejecido bajaron a vivir a Samaniego, allí
fallecieron. En esa ciudadela sobrevive una hija, Aula Gelia, a quien visito
con cariño y gratitud cuando de paseo estoy por esa tierra. Otro hijo de José y
Modesta fue Diomedes, a quien apreciábamos mucho en la familia.
Mis abuelos.- No quiero terminar la
referencia de algunos antepasados de mi pueblo, sin hacer una corta mención de
mis abuelos. Debo aclarar primero que
ellos no tuvieron el perfil de quienes ya relacioné, pero los conocí lo
suficiente para tener una idea de cómo fueron y lo que significaron dentro del
entorno familiar. A quienes lean este escrito y no pertenezcan a mi familia,
les ruego me disculpen esta vanidad.
Euclides Hermógenes Solarte Acosta. Así se llamó mi abuelo
paterno, era conocido como Euclides Solarte, hijo de Antonio Solarte y Mercedes
Acosta, el mayor de tres hermanos, los otros eran Floresmilo y Laura.
Floresmilo dejó nueve hijos, Laura estuvo casada pero no tuvo hijos.
Quienes conocieron a Euclides en su juventud hacían buenos comentarios
por su estatura y su buen físico. Yo lo
recuerdo ya viejo, muy fornido y de color tan blanco que parecía fabricado de
porcelana. Tenía el rostro afeado por un
pañuelo que siempre llevó amarrado a la cabeza para ocultar la falta de un ojo
que había perdido cuando joven al triturar con pólvora una roca en busca de una
huaca, que jamás encontraría. Por el
mismo accidente tenía cierta deformidad en la nariz.
Estuvo casado con María Isolina Caicedo Díaz, una señora alta, delgada y
de ojos grises, casi verdes y una abundante cabellera. Al contrario del marido, tenía un genio muy
agradable con propios y extraños. Era de
familia conservadora y en tiempos de persecución a los liberales se vio
enfrentada a su misma familia a favor de hijos y marido.
En la fiesta patronal de julio 2 de 1948, los hermanos godos del
Tambillo, atacaron la casa que tenían en el pueblo el matrimonio Solarte
Caicedo. A Euclides le causaron varias heridas, recuerdo una muy profunda que
tenía en una pierna; a la esposa le causaron una herida en un brazo cuando
defendía a Gerardo, el hijo menor. Algunos buenos vecinos pudieron sacara
Euclides al huerto de su casa y debajo de unas ramas de campanillo lo ocultaron
para evitar que lo mataran. Ya de noche
le avisaron a mi papá y él fue con amigos a sacarlo del escondite y llevarlo a
casa para curarlo con baños y remedios caseros, lo mismo a la esposa. Al día
siguiente mi papá viajó a Samaniego a conseguir medicamentos, pero como las
heridas no fueron suturadas, demoraron mucho en sanar y les dejaron cicatrices
muy visibles.
Aparte de los oficios domésticos, Isolina fabricaba un jabón llamado
“jabón negro”, que utilizaban para lubricar los trapiches de madera. También lo utilizaban como shampoo anti
caspa.
Siendo aún solteros adquirieron el primer hijo, Sergio, mi papá. Más tarde, Euclides reconoció ese hijo
mediante escritura pública. Yo conservo
ese documento. Fueron seis (6) los hijos
de ese matrimonio: (Sergio, Georgina, Octaviano, Guillermo, Edelina y
Gerardo).
Como lo recordaba el cuñado Luvino, Euclides fue un hombre muy
trabajador, responsable con sus compromisos y generoso con sus hijos. Fue liberal, y de los jodones, alborotista y
pendenciero. Tomó traguito toda la vida
y tenía fama en toda la región, de malgeniado.
La esposa lo llamaba: “Viejo resoplón” y su consuegro Protacio, lo
referenciaba: “Tuerto genio de perro”. Entre sus amigos de tragos, había uno
llamado José Araujo, natural de Guaitarilla.
Recordaba mi papá que un domingo en la tarde, y bien borrachos los dos
caminaban por la plaza del pueblo; de pronto José pisó mal y se fue a tierra. Euclides ayudándolo a levantarse le recitó
esta copla: “Ancuya téngase duro, que Guitarilla se cayó, Túquerres quedó
temblando, del puto miedo que le dio”.
Cuando se tomaba sus guarilaques, lo que hacía con mucha frecuencia, le
daba por cantar; aunque no tenía ni voz ni gracia para el canto, gustaba escucharlo
porque cambiaba la letra de las canciones por cualquier grosería. Le gustaba mucho una vieja canción
ecuatoriana, “Dolencias” y una estrofa al canta así: “Nadie se admire que yo,
venga a recoger mi prenda, dueño soy puedo quitarla al hijuepuerca que la
tenga”.
Euclides dejó a sus hijos tres pequeñas fincas: La más amplia llamaba
Guadual, donde tuvo dos trapiches de bueyes. Otra llamaba Guabal, a 5
kilómetros del pueblo y donde también tuvo un trapiche. La otra llamaba Naranjo,
donde no había ni un solo árbol de naranjas, lo que había era un pedrero
endiablado. Si algunos de los hijos,
entre ellos mi papá, no aprovecharon bien esa herencia que recibieron, la culpa
fue sólo de ellos.
Ya viejo y enfermo, mejor que con medicinas, calmaba los nervios, el mal
genio y las dolencias con un buen trago, que nunca le falto en el rincón de la
cama. Cuando decía que se sentía enfermo, la esposa le preguntaba si quería que
lo visite el sacerdote. Le contestaba:
“Y para qué?, El diezmo y la primicia contigo le mandé a pagar”, pero, cuando
ya estuvo muy enfermo él mismo solicitó que le lleven el padre. Murió el 18 de julio de 1957 a los 82 años de
edad.
El gusto o interés por las huacas, lo había heredado uno de los hijos,
Guillermo; veamos esta anécdota:
Una noche se va acompañado de mi tío materno Segundo Alvarado, a buscar
una huaca en un lugar del camino que conduce a pueblo viejo; muy cerca de la
casa del señor Otoniel Ortega, se
pusieron a abrir un hueco, y no faltó quien los vea y los conozca. Al siguiente domingo, un anónimo les dedicó
en el parlante un disco llamado “El Guaquero”.
Caía como anillo al dedo una estrofa que dice: “Yo son el guaquero viejo
y vengo de sacar huacas”. Los dos ya estaban haciéndose viejos.
Hagamos aquí un paréntesis para comentar lo que fue el famoso parlante:
con ese nombre era conocido un altavoz muy potente, que a punta de
contribuciones y festivales compró para
la parroquia el padre Román Solarte.
Ese aparato modificó mucho la vida de los habitantes del pueblo y sus
alrededores; se escuchaba la música de moda, los chismes más frescos, se lo
llevaba a los festivales de las veredas y hasta servía de alcahueta de los
enamorados. A nombre de “un amigo o una
amiga” se hacía las dedicatorias musicales, unas veces románticas y otras de
despecho. Cuando una novia se disgustaba
y tomaba la determinación de irse a Pasto, o a otro lugar, pero pronto
regresaba al pueblo, el novio abandonado días antes, le dedicaba ese bonito
bolero de los Isleños “Gotitas de dolor” por esos versos que dicen: “Por qué no
te quedaste por allá, por donde andabas, por qué no te pudiste comportar con
quien estabas…” Qué tal…
El primer locutor (Porque también lo llamaban emisora) fue el profesor
Luis Meneses. El siguiente locutor y por mucho tiempo, fue Raúl Delgado
Solarte, un excelente amigo y conocido como el “patojo Raúl”. También hizo locución Fanny Narváez, tenía
una voz muy agradable y facilidad de expresión; cariñosamente le decíamos la
negra Fanny, era una trigueña muy bonita y con un acento valluno que la hacía
más elegante.
Tobías Alvarado Figueroa.- Así se llamó mi abuelo
materno. Era hijo de Manuel Alvarado y
Obdulia Figueroa, estuvo casado dos veces.
La primera esposa se llamó Alejandrina Basante, con quien tuvo seis hijos. Al poco tiempo de muerta esta señora, Tobías
se casó con una cuñada de nombre Eumelia y con ella tuvo otros cuatro hijos
entre ellos mi mamá Cervelina y el tío Segundo, el dentista del pueblo. Los
hijos de Tobías en esos dos matrimonios, sí en realidad eran primos hermanos.
Tobías fue un trabajador incansable, con una fuerza y una resistencia
admirables. Fue acomodado, tuvo buenas tierras y bien ubicadas. En amplios
potreros de la finca del Carrizal, cerca del pueblo, tuvo ganado, bestias,
cerdos y una buena cantidad de ovejas.
Tuvo una bonita finca en la Golondrina, en los confines de la loma del
Tambillo de Bravos y sobre el río Pacual.
En tiempos de la persecución a los liberales, era el único cachiporro
que andaba por esa vereda, a veces le propinaban algunos insultos, pero de allí
no pasó.
Comentaban los hijos que cuando joven también le gustaba el traguito y
que dando golpes era temido por lo duro que pegaba.
“Los viejos
también andaban
con apodos
a granel,
a la chicha
llamaban Juana
y al
aguardiente Manuel”.
Mis tíos Alvarado tenían esta anécdota escuchada a los más viejos: Que
había expendios de chica y aguardiente un poco adentro del camino y la clave
para preguntar era ésta: ¿Está don Manuel? Si la respuesta era que sí, había
aguardiente; pero, a veces contestaban: Don Manuel no se encuentra, sólo está
doña Juana, eso significaba que sólo había chicha.
Desde que yo lo recuerdo, el abuelo Tobías ya no tomaba ningún licor y
era un hombre tímido y alejado totalmente de todo lo que en la época significa
sociedad. Nunca lo vi en Tabiles,
Linares o Samaniego, sólo iba a esos pueblos cuando tenía que hacer algunas
diligencias en oficinas públicas.
Durante muchos años lo acompañó un hijo solterón llamado Florentino; a
éste hijo le había escriturado todas sus propiedades… Muerto el papá,
Florentino mostró las escrituras a los hermanos. Como éste tío no tenía esposa ni hijos, se
pensó que al morir dejaría todo a los demás herederos, y ya estaba viejo. Pero, después de unos días de muerto, cuál
sería la sorpresa de los hermanos (yo ya vivía en Pasto) cuando los vecinos se
presentaron con escrituras, pues, les había vendido todo lo que le dejó el
papá. Así se esfumó la fortuna del
abuelo Tobías. Algunos amigos me han
hecho preguntas como ésta: ¿Y ustedes qué diablos hicieron con la herencia que
recibirían de don Tobías…?
En otro capítulo expliqué como llegaron los primeros Solarte a la
región. Los primeros Alvarado llegaron
de España al Ecuador, de allí pasaron a Guachucal en Colombia, y de allí a Tabiles,
Sotomayor y Cumbitara. En Guachucal hay
descendientes de los viejos Alvarado, son personas acomodadas, dueñas de
fincas, ganados, y almacenes en el pueblo.
Tengo la satisfacción que mis abuelos tuvieron apellidos que sueñan bien
y tienen buen origen: Solarte Acosta, apellidos típicos de Linares y de origen
Español. Alvarado Figueroa, apellidos
que se escuchan con frecuencia en radio y televisión de la madre España.
CAPITULO DÉCIMO CUARTO
Trapiches y moliendas.
No me detendré
narrando como eran los trapiches de madera, movidos por bueyes, porque creo que
hasta los jóvenes los conocieron, inclusive, en Pueblo Viejo hay uno que aún
está funcionando y si no estoy mal informado es de propiedad del señor Diógenes
Rosero. En la vereda Carrizal, los herederos de don Reinaldo Alvarado, mi tío
materno, tienen la maquinaria de otro en perfecto funcionamiento. Pero sí quiero
referirme un poco a las moliendas: eran un trabajo muy duro y de mucho cuidado,
donde actuaba un buen número de trabajadores y para ciertos oficios era
indispensable conocimientos, experiencia y habilidad, lo que ahora llaman
Talento.
En una semana de
molienda intervenían un mínimo de 17 trabajadores que operaban así:
En la máquina o
trapiche, cuatro personas, dos moledores, un bagacero y un arriero. En el horno principal, un trabajador llamado
hornero. En el hornillo, dos
trabajadores, llamados labradores. Una cocinera y su auxiliar. El aguatero, cuando
no había agua cerca del trapiche. El “chirimbolo”, un trabajador dedicado a
hacer mandados. Si faltaba o enfermaba
cualquier trabajador, el chirimbolo estaba para reemplazarlo. El leñero.
Éste trabajador, en mula o a la espalda, transportaba la leña para los
hornos. Para la cocina no hacía falta
leña, cocinaban con el fuego del horno que salía a través de un conducto que
llamaba oído. Dos cortadores de
caña. Dos acarreadores o transportadores
de la caña de la plantación al trapiche. El cogollero, éste transportaba el
cogollo de la caña para alimentar a los bueyes.
Si a estos 17
seres humanos le agregamos las tres yuntas (parejas) de bueyes, las dos parejas
de mulas de los acarreadores de la caña y la mula del cogollero, ya son 29
seres vivientes que intervenían en la molienda.
Me estaba olvidando de dos perros que generalmente tenía el dueño de la
molienda y que se pasaban la semana jodiéndoles la vida a los bueyes que
estaban en descanso.
En el trapiche
trabajaban todo el día y en la noche hasta las dos o tres de la madrugada. Si
la caña estaba maluca no rendía el trabajo y algunas noches le pegaban hasta el
amanecer y seguían derecho para cumplir las 23 botijas que eran obligatorias en
la semana. Pero, así como trabajaban, comían, de día y de noche. Más o menos a media noche, tenían un sabroso
caldo de carne que llamaban desayuno; tenían también a disposición una olla
grande con café tibio para tomar a cualquier hora, pero no había pan.
El sistema de
iluminación era muy rudimentario, unas lámparas de petróleo que no aclaraban ni
para conversar, pero no había más, las velas resultaban muy costosas y el
viento las terminaba rápido.
La cachaza.- El guarapo al calentarse separa una sustancia espesa
llamada cachaza, la que se debe retirar para que la panela salga fina y limpia.
La cachaza es buena comida para las mulas y caballos que trabajan en los
trapiches, también para los marranos.
Cuando no hay moliendas, los animales que están acostumbrados a ese
alimento se flaquean.
El labrador, así
se llamaba en los trapiches de bueyes el trabajador encargado de elaborar la
panela. No era cualquier obrero; debía
saber el punto en que podía sacar la cocha sobre la artesa (una pequeña canoa
de madera), allí debía saber cuánto tenía que batir el dulce hasta que estaba
en punto de llevarlo a los moldes que eran platos de madera, tallados en unos
enormes tablones de guayacán.
Ya secas y frías
las panelas eran retiradas de los moldes y llevadas a otro lugar, allí venía la
parte artesanal más importante, envolverlas con tiras de látigo. Ese trabajo no
era para todos… cualquier trabajador en otro oficio que intentaba envolver una
panela, pasaba el chasco de no poder hacerlo, si al fin lo hacía corría el
riesgo que al primero movimiento de la panela ésta se desenvolviera porque el
trabajo estaba mal hecho.
Hasta que llegaron
los radios de pilas, la manera de espantar el sueño era cantando y
silbando. Había unos trabajadores que
tenían buena voz, se destacaba uno llamado Jesús Madroñero, más conocido como
“Jesús conejo”. Éste señor era más
buscado y preferido por los patrones por oírlo cantar. Le gustaba mucho una canción ecuatoriana
llamada “Negra del Alma”. En las
emisoras estéreo de los pueblos hasta ahora se la escucha.
“Allá va mi corazón
querida negra del alma
hazlo cuatro pedazos
querida negra del alma”.
Además este señor
tenía un admirable sentido del humor, a todos cuántos lo rodeaban los tenía
riendo.
En una noche de
molienda, la patrona doña Alejandrina Instuasty, dejó mal parqueada una sartén
llena de chicharrones, los trabajadores de la máquina los encontraron y se los
comieron, a la vez que cantaban esa canción de Olimpo Cárdenas: “Que se acabe
ahorita mismo la existencia de mi ser”. Al día siguiente se da cuenta doña
Alejandrina, y con ese genio medio atravesado que tenía dijo: “Y éstos
muérganos me cantaban, se acaban ahorita mismo”.
CAPITULO DÉCIMO QUINTO
La Educación.
En un capítulo
anterior señalé el lugar donde estuvo ubicada la casa que sirvió de escuela,
colegio y universidad de nuestros viejos.
Mi tío abuelo, y a
la vez primo José María Acosta, con cierta gracia me decía una vez: El primer
grado era la escuela, el segundo el colegio y el tercero la universidad. Como sólo enseñaban hasta el tercer grado no
se habló de posgrados.
Bueno, si algunos
padres de familia querían que sus hijos hicieran la primaria completa, se
asociaban y le pagaban por aparte al profesor, que era uno sólo, para que les
dicte el cuarto y quinto grado. Así
varios jovencitos hicieron su primaria completa, entre ellos: Horacio Luna,
Agustín Mora, Antonio Zambrano, Juan Ortega, Aureliano Acosta, mi papá, y otros
cuyos nombres ya se me han olvidado.
A dos profesores
(maestros en esa época) recordaban con mucho cariño y gratitud por su gran
trabajo: Gumersindo Rodríguez de una familia que les decían los “Currucos” y
que después se fueron a vivir a Cumbitara.
El otro se llamó Luis Delgado. Éste maestro fue trasladado a Sotomayor y
algunos padres de familia mandaron sus hijos a esa población a estudiar con el
profesor Delgado, uno de esos chiquillos fue Gerardo Solarte, mi tío.
Según algunas
informaciones que pude recoger, por esos mismos tiempos, la escuela de niñas
estuvo ubicada por la salida a Pueblo Viejo, por el sector donde ahora está la
residencia de la señora Petronila viuda de Paredes. Allí trabajó una profesora
llamada Isabel Ortega, a quien recordaban como una excelente maestra. Esta señorita era natural de una población de
clima frío, Sapuyes si no estoy equivocado, y se quedó viviendo en Tabiles
porque contrajo matrimonio con Manuel Acosta, pariente de mi abuelo Euclides. De ese matrimonio hubo dos hijos: Mardonio y
Celina, que más tarde también fue profesora en nuestro pueblo.
Los estudiantes de
nuestro pueblo en la segunda y tercera década del siglo pasado, utilizaron la
“pizarra”, que todos sabemos cómo era. Los cuadernos, que también utilizaban,
los tenían que fabricar ellos mismos, recortando pliegos de papel ministro y
cosiéndolos con hilos caseros. Ahora
vienen elegantemente elaborados, con tapas plastificadas y con fotografías de
bellísimas modelos.
Por esos tiempos
estudiaron bastante la religión católica (también hasta el tiempo nuestro) por
lo tanto era infaltable el catecismo del padre Astete para los primeros grados
y para los últimos había uno llamado catecismo mayor. También estudiaron y
estudiamos con seriedad la urbanidad de Manuel Antonio Carreño, una autor
venezolano; ese librito pequeño que tanta falta hace hoy en día, no sólo a los
estudiantes…
La dificultad para
estudiar la primaria completa duró mucho tiempo porque tanto en la escuela de
varones como en la de niñas había un solo profesor y no estaba obligado a
enseñar más de los tres primeros grados.
Estoy convencido
que la enseñanza que impartieron el maestro curruco y los que le siguieron, fue
importantísima, merecedora de admiración y agradecimientos. Quienes fueron sus alumnos, hasta viejos
recordaban puntos importantes de gramática, de geografía e historia, dominaban
las cuatro operaciones básicas de la aritmética, eran expertos haciendo cuentas
sin lápiz ni papel porque se sabían al dedillo las tablas de multiplicar (ahora
eso lo saben las calculadoras).
Mi taita, en un
mapa moral de Colombia que hasta hoy lo conservo, ubicaba con facilidad las
principales ciudades, los ríos más importantes, los volcanes, las dos costas y
los Llanos Orientales. Sabía las fechas de nacimiento de los próceres de la
independencia, los lugares y fechas de las más importantes batallas. Cuando en una olla sonaba el maíz pira
reventando crispetas decía: “La batalla de Palo Negro en Santander, en la
guerra de los Mil Díaz”. Se sabía de
memoria toda la letra de nuestro himno nacional, tenía buena letra y una
redacción aceptable… De todas estas cosas, que son cultura general, los
bachilleres de hoy saben pocón, pocón…
Hasta que yo hice la
primaria sólo enseñaban hasta el grado tercero; mi papá y otros padres de
familia se pusieron de acuerdo y le rogaron al profesor que nos dictara el
cuarto nivel, acordaron un sobresueldo y nos matricularon.
El profesor era un
señor de Samaniego llamado Luis Meneses Rodríguez, un maestro con una
responsabilidad en su trabajo, que hoy en día puede resultar increíble. Era incansable en su labor de enseñar al que
no sabe, por las buenas o por las malas; digo esto porque era muy estricto y
regañón, como todos los buenos maestros de esos tiempos; tenía mística, cariño
por su profesión.
En esas épocas de
feliz recordación, los maestros sólo pensaban en trabajar, no en buscar un
pretexto para hacer un paro. En estos últimos tiempos con tristeza hemos
observado en algunos años que, la misma semana en que inician labores, decretan
un paro.
Antes de Meneses
estuvo en Tabiles otro famoso profesor, Libardo Muñoz, que luego trabajó, vivió
y murió en Linares, donde viven algunos de sus hijos.
Quienes fueron mis
compañeros en los dos últimos niveles, estarán de acuerdo conmigo en que
Meneses fue un excelente profesor, que si algo le faltaba saber para enseñarlo,
lo buscaba hasta encontrarlo. Por esos tiempos el gobierno tenía establecido
unos programas de enseñanza; este señor los tenía desarrollados punto por
punto, de manera honrada, amplia y suficiente. A los alumnos que pagábamos por separado nos
dictaba clase hasta los sábados en la mañana.
A vuelo de pájaro,
veamos cómo trabajaba este maestro, a quien le decíamos señor Meneses: Llegaba
a la escuela a las siete de la mañana; los alumnos, en unos diez minutos
estábamos todos en el salón. Entrábamos
en completo orden y disciplina para estudiar las lecciones del día hasta las
7:50 a.m. A esa hora salíamos al patio para formar y contestar lista;
entrábamos al salón, dos oraciones y clases hasta las 9:30, hora en que
salíamos para un recreo de treinta minutos, luego clases hasta las doce, para
volver a las dos de la tarde. La hora de salida era a las 5 p.m., un cafecito
en la casa y el “puro” estaba listo para ir a traer agua y de paso ver a las
niñas más bonitas que también iban por agua.
Nombremos unas pocas: Noemí Solarte, Aura Elisa y Carmela Rosero, Enna
Lucía Paredes, Zoila Mora, Elba Eraso, Hilda Mora, Saturia Villamarín, Angélica
Guevara Torres, y muchas otras cuyos nombres se me quedan en el tintero.
Mis compañeros en
el cuarto grado fueron: Rómulo Ruales, Claudio Solarte, Hernando y Marcos
Torres, Celix Ortega, Moisés Narváez, Francisco y Aurelio Portilla. Es posible
que olvide a más de uno. De los
nombrados tres ya fallecieron. Para el grado quinto algunos se fueron a
Samaniego, allá dictaban ese grado en el Colegio Simón Bolívar y lo llamaban
preparatorio.
Cuando terminamos
el cuarto grado, el profesor presentó exámenes orales, como eran en ese tiempo,
durante tres días seguidos y, cuando terminamos el quinto los presentó durante
cuatro días; fueron cuatro días de duro trabajo para el maestro, los alumnos y
los jurados, generalmente el presidente de la junta era el párroco y secretario
el mismo secretario del corregimiento, tenía la obligación de sentar acta.
Terminado el grado
quinto, cuando presentó en Túquerres la correspondiente documentación, el
inspector escolar (hoy tiene otro nombre) le propinó cierto regaño, le dijo que
lo felicitaba por su gran trabajo, pero que los exámenes estaban programados
por el Ministerio de Educación para un solo día; le exigió presentar excusa por
escrito. Meneses, con cierta ironía puso
de presente que había material para dos días más de exámenes. Lo acompañábamos
algunos alumnos, de los más grandes quienes le confirmamos al inspector que eso
era verdad.
Como puede verse,
en materia de educación sí cabe decir que todo tiempo pasado fue mejor. Antes los maestros soportaban tirones de
orejas por exceso de trabajo, ahora el Ministerio de Educación Nacional, se ve
en la obligación de amenazarlos con el nó pago del tiempo que dejan de trabajar
mientras anda alborotando y hasta tirando piedra en las calles y plazas de las
ciudades.
Nos dicen ahora
que nosotros aprendíamos como loros porque las lecciones se aprendían de
memoria, pero, lo así aprendido se grabó de tal manera que hasta viejos
recordamos lo más esencia. Ahora sólo le pegan un vistazo a las lecciones y de esa manera lo que ven en
un mes al siguiente lo han olvidado.
En la empresa
donde trabajé los últimos 26 años, había unos funcionarios que también eran
docentes, trabajaban en colegios nocturnos.
Más de una vez conversé con ellos sobre estos temas. Un buen día les comentaba que en mi tiempo
sólo se hacía dos exámenes, uno en medio año y otro al final, mientras que
ahora comienzas clases un lunes y el jueves o viernes ya están en exámenes… Me
explicaban: es que ustedes aprendían de moría, ahora el sistema es diferente,
se trata de que el alumno solamente entienda los temas, pero, si se deja pasar
más tiempo se olvidan y todos se rajan… Yo les comentaba que antes nos
enseñaban en las aulas lo que ahora los mandan a copiar de un libro o del
Internet. Me explicaban: Que ese sistema
es para enseñar a los alumnos a investigar, pero, la investigación en estos
casos parece que sólo se reduce a encontrar el libro y la página donde hay que
copiar. Así será muy poco lo que
aprenden. Me decían que luego tienen que exponer en clase, pero la tal
exposición se reduce a un poco de cháchara, incoherente lo que antes decíamos,
“echar paja”. Sin embargo, como el
sistema es así, el profesor tiene que aceptar y calificar bien.
No sé cómo será en
los colegios de pueblo el sistema que en las ciudades llaman trabajos en grupo.
Se reúnen en la casa de uno de los integrantes del grupo, o en una biblioteca;
lo primero que hacen es chismosear de las novias, de los novios, comentan las
telenovelas y los cantantes de moda. Luego
hacen el dispendioso trabajo, uno dicta y otro copia, los demás siguen sus
comentarios y una vez copiado el trabajo le aplican la firma para entregar al
día siguiente; quedando pendiente la exposición en clase.
Es importante
hacer esta aclaración: La mala calidad de la educación hoy en día no es culpa
de los profesores, la culpa es del Estado, que con el cuento de actualizarla,
de modernizarla, la ha deteriorado tanto hasta ponerla en un deshonroso lugar a
nivel mundial. El año pasado, por radio
y televisión, también en los periódicos, nos decían que en materia de educación
estábamos ubicados junto con países señalados como muy atrasados, hasta daban
nombres de esos países, la mayoría del África.
Esa modernización
de la educación, introdujo el facilismo; para muestra un botón: Antes nos
tocaba leer libros completos, ahora hay resúmenes que se pueden leer en unas
dos horas, y qué decir de los trabajos que los hace un computador…
Sin embargo, hay
cosas que admiro mucho en los profesores de hoy; es la paciencia, la
resignación y la valentía para lidiar con alumnos tan difíciles de manejar por
lo indisciplinados que son. Las leyes de protección al menor, que en algunos
casos son muy importantes, en otros resultaron perjudiciales, porque colmaron a
los menores de derechos y les quitaron obligaciones y deberes. Los papás ya no
pueden reprenderlos, menos los profesores, si lo hacen estarían violando “LOS
DERECHOS DEL MENOR”. Los profesores se exponen al odio de los alumnos, a que
les pongan apodos ofensivos y a ultrajes de la familia. En otras regiones del país, se han dado caso
de agresiones físicas y hasta asesinato de profesores a manos de algún alumno desadaptado. Da
tristeza saber de tanto menor en la delincuencia. Cuando alguno de esos jovencitos es sorprendido
por las autoridades cometiendo delitos, lo primero que hace es manifestar que
es menor de edad, significando con eso, que puede hacer lo que le venga en
gana, sin que haya leyes ni autoridades que lo castiguen.
Se necesita ser
muy valiente para llevarse un grupo de alumnos, ya jovencitos, a una excursión.
Cuántos alumnos han terminado muertos, porque de noche y borrachos se tiran a
nadar, pues, generalmente las excursiones las hacen a centros recreaciones a
orillas del mar. Cómo será la angustia de los profesores ante una desgracia de
ese tamaño; una vida perdida a tan temprana edad, con el consiguiente dolor, el
vacío, la tristeza para su familia.
Al final de este
capítulo encontrarán fotocopia de dos artículos escritos en el periódico El Tiempo
por el periodista y profesor de colegios privados, señor Andrés Hurtado,
referente a las excursiones y a la indisciplina de los alumnos hoy en día. Eran
tres lo artículos, pero el primero lo presté a una amiga cabeza de familia y
ella lo perdió.
Cómo sería de
importante un cambio radical (pero no como el de Vargas Lleras) en este estado
de cosas, referentes a nuestros menores, todo encaminado a hacer un hombre
nuevo, que cada niño, cada “TABILITO” (en nuestro caso) sea preparado también
para la paz, para la concordia, para el perdón y no para el odio, para la
dignidad, la decencia, el don de gentes; sólo así tendríamos un hombre nuevo
que tanto necesita nuestro pueblo y el país entero. Pero, eso es pensar con el deseo. Se han introducido culturas nuevas que ya no
permiten cambios que mejoren la conducta del menor; veamos solamente el primer
peldaño de la escala, no los demás, porque podría herir susceptibilidades y ese
no es mi propósito: las madres de familia, ya no son hogareñas como las de antaño,
ya no les gusta cuidar a sus hijos, los envían a los Hogares Infantiles, donde
las personas encargadas sólo se interesan en cuidarlos y alimentarlos, no en
educarlos, y aunque quisieran hacerlo, no tienen la necesaria formación para
esa labora tan importante.
Bueno, hechas
estas consideraciones, volvamos a nuestro último año de primaria con el
profesor Meneses. El día de la clausura, julio de 1955, este señor pronunció un
emocionado discurso y al final nos despidió con el cariño y la tristeza de un
papá que despide a unos hijos que sólo le duraron dos años.
Dijo que algunos
jovencitos, de los que allí terminábamos la primaria, merecíamos seguir
estudiando porque teníamos capacidades y cariño por el estudio; pero que
nuestros padres no tenían recursos para enviarnos a otros lugares, el más
cercano Samaniego. Se le ocurrió pedir a los riquitos del corregimiento que nos
ayudaran. Los asistentes le aplaudieron
la idea.
Cuando llegó el
tiempo de matrículas, alguien me informó que una familia pudiente tenía la
intención de ayudar, pero no a mí por ser hijo de un liberal y en ese caso
podían resultar educando un adversario en política; que le ofrecieron esa ayuda
al papá de Hernando Torres, pero que no la aceptó. Si eso fue verdad, qué lástima; Hernando fue
un estudiante con grandes capacidades, si hubiera hecho una carrera profesional
muy pronto descollaba como una auténtico líder de la región. No solo perdió él, perdimos todos los
tabileños. Otro estudiante destacado fue
Rómulo Ruales, pero tampoco pudo hacer una carrera.
Por lo que a mí
respecta; durante un tiempo luché por conseguir una beca en establecimientos
educativos de Bogotá, la única ciudad en aquellos tiempos donde había algunas
posibilidades, pero me faltó lo indispensable en este país, un buen padrino.
Por ese amor al
estudio que tengo desde niño, no he dejado de ser estudiante. Leo bastante, lo que puedo entender, claro
está. Escribo aunque sea pendejadas, como estas que vienen leyendo. Escucho con atención a las personas
instruidas sin tener en cuenta su credo religioso o su tendencia política; así
como admiro mucho la inteligencia y la capacidad oratoria de Gaitán, también me
gusta escuchar los incendiarios discursos de Laureano Gómez. Este político fue un hombre muy inteligente,
un excelente orador, lástima que esas grandes cualidades no las utilizó para
luchar por la grandeza del país, sino, para perseguir a los adversarios.
Nunca me gustó la
política como profesión, aunque admito que allí pudo estar alguna superación,
así me lo han dicho tantas personas.
Aunque soy poco
creyente, durante muchos años escuché con atención el sermón de Viernes Santo
de Monseñor Augusto Trujillo Arango, con quien tuve alguna comunicación
escrita. Por qué me gustaba escuchar a
Monseñor Trujillo? Porque en cada
palabra, pronto salía de lo doctrinal, de lo místico, y abocaba el problema
social colombiano con una visión realista sin temblarle la voz para decir
verdades, duélale a quien le duela. Tengo una cantidad de casetes grabados con
los mejores apartes de esos sermones.
Pero, también leo
obras como el Enigma Sagrado, Saulo en incendiario, El escándalo de los rollos
del Mar Muerto, En nombre de Dios, El Evangelio de Judas, Los Evangelios
Apócrifos, libros estos que cuestionan duramente a nuestro libro sagrado, La
Biblia.
No quiero
enrumbarme al final de este escrito sin antes hacer un paréntesis para
referirme a algo muy importante en nuestro pueblo: El Colegio Luis Carlos
Galán. Qué ventaja para los estudiantes
de hoy, poder hacer su bachillerato sin tener que abandonar sus hogares, como
sucedía antes; y no están estudiando en un colegio cualquiera, lo están
haciendo en un establecimiento de prestigio, prueba de ello es que varios
egresados de allí han podido hacer su carrera profesional en las mejores
universidades del país, ese es el caso de la odontóloga que está prestando sus
servicios al corregimiento después de hacer su carrera en la Universidad
Nacional de Colombia. Felicitaciones
doctora Dilsa, y felicitaciones también a quienes fueron sus profesores en sus
estudios de bachillerato.
En el mes de
agosto del 2008, estuve de paseo por Tabiles y me encontré que el colegio está
publicando anualmente un periódico titulado LO NUESTRO. La señora madre del párroco tuvo la gentileza
de obsequiarme tres ejemplares, uno del año 2002, otro del 2005 y el último,
del 2007. Me leí hasta las propagandas
comerciales, a varios de los propietarios de negocios los conozco. Me gustó el periódico, es interesante. Está bien armado y bien editado y, lo más
importante, contiene el pensamiento claro, altivo y valiente del párroco, de
profesores y de varios alumnos. Qué
buenas las cartas de algunos estudiantes dirigidas al viejo Tiro Fijo; en una
zona roja y con una violencia que ha causado tantos muertos, hay que ser
valiente para escribir así como ellos le escribieron a ese genio del terror.
Felicitaciones chiquillos tabileños.
Encontré un
artículo escrito por una profesora pariente mía, Tania Guerrero Solarte, donde
se refiere a brujas y brujerías y a espíritus que tanto han ocupado la mente de
nuestros coterráneos. Ese artículo me
hizo recordar a una señora que vivió en la vereda El Tablón, a quien muchos la
llamaban bruja, pero sólo era la manera de fregarle la vida, ella no tenía
conocimientos de brujería. Don Protacio
Rosero, pariente lejano de Tania, de frente le decía doña bruja. Esta señora era de buen porte y quienes la
conocieron en su juventud decían que fue muy bonita, vivió hasta una edad muy
avanzada.
Encontré una
lacónica alusión a la muerte de dos caudillos del partido liberal en el siglo
pasado, pero dejaron en el tintero el asesinato de otro caudillo, el general
Rafael Uribe Uribe. Este político
militar fue asesinado en las gradas del Capitolio Nacional el 15 de octubre de
1914. El general Uribe se destaca como
uno de los personajes más polémicos e influyentes de comienzos del siglo
XX. Lo acusaban de haber traicionado al
liberalismo en las negociaciones para ponerle fin a la Guerra de los Mil Díaz,
y, de haber traicionado a la clase trabajadora colaborando con el gobierno de
Rafael Reyes.
Como decía un
locutor pastuso, en este punto y hora, me acosa el deseo de transcribir aquí
algunas páginas de la literatura de hace unos 50 y más años, esa literatura que
utilizaba una terminología exquisita, selecta, sonora y brillante. Para cumplir con ese deseo, transcribiré a
continuación un discurso y unos poemas de grata recordación. Comienzo con la “Oración por la paz”
pronunciada por Gaitán, el 7 de febrero de 1948 en la Plaza de Bolívar en
Bogotá, dos meses antes de su muerte. A
lo largo de 60 años, expertos en la materia nos vienen diciendo que ese
discurso es una página magistral de la literatura colombiana, que aún resuena
en la mente de quienes sufrieron el fragor de la violencia política. Analistas
políticos dicen también, que Gaitán al pronunciar esa oración firmó su
sentencia de muerte.
ORACIÓN POR LA PAZ
Señor Presidente Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra
Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que
esconde su ardiente corazón, lacerado por tanto injusticia, bajo un silencio
clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.
En todo el día de hoy, Excelentísimo Señor, la capital de Colombia ha presenciado un
espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas
las latitudes, de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies, han
llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar
la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud
desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque
en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza
subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz
cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: aquí no se oyen aplausos: solo se ven
banderas negras que se agitan!
Señor Presidente: Vos que sois un hombre de Universidad,
debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra
contrariar las leyes de la sicología colectiva para recatar la emoción de su
silencio, como el de esta inmensa muchedumbre.
Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría
reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración
superior a la presente. Pero si esta
manifestación sucede, es porque hay algo grave, y nó por triviales
razones. Hay un partido de orden capaz
de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que
las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia
general. No me he engañado cuando he
dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido
ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos
desaparecen para que sólo se escuche el rumor emocionado de los millares de
banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres
villanamente asesinados.
Señor Presidente: serenamente, tranquilamente con la
emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os
pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para
devolver al país la tranquilidad pública.
Todo depende ahora de vos!.
Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su
ciega perfidia. Esos espíritus de mala
intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra
barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su
destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis
económicas o políticas. Apenas os
pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante
propios y extraños. Os pedimos hechos de
paz y civilización!
Os pedimos que cese la persecución de las autoridades;
así os lo pide esta inmensa muchedumbre.
Os pedimos una pequeña y grande cosa: Que las luchas políticas se
desarrollen por los causes de la constitucionalidad. No creáis que nuestra serenidad, esta
impresionante serenidad es cobardía!.
Nosotros Señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que
aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado.
Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la
libertad de Colombia.
Impedid, Señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es
lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada,
debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para el beneficio del
pueblo de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta
silenciosa muchedumbre y esto grito mudo de nuestros corazones sólo os reclama;
que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros
hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a
vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes.
Os decimos finalmente, Excelentísimo Señor:
Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no
deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan
tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo,
porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la
historia!
Para las madres de
familia de nuestro pueblo copiemos a continuación una bella página titulada:
HAY UNA MUJER
“Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad
de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una
mujer que, siendo joven, tiene la reflexión del anciano, y en la vejez trabaja
con el ardor de la juventud; una mujer que, si es ignorante, descubre los
secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda
a la simplicidad de los niños; una mujer que, siendo pobre se satisface con la
felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro, por no
sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que, siendo vigorosa
se estremece con el gemido de un niño, y siendo débil, se reviste con la
bravura de un león; una mujer que mientras vive, no las sabemos estimar porque
a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta daríamos todo lo
que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por escuchar un
solo acento de sus labios. De esta mujer
no me exijáis el nombre, sino queréis que empape con lágrimas este álbum,
porque yo la vi pasar por mi camino. Cuando crezcan señora vuestros hijos
leedles esta página, y, ellos cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que
un humilde viajero, en pago de un suntuoso hospedaje recibido ha dejado aquí
para vos y para ellos un boceto del retrato de su MADRE”.
Autor: Un obispo de la iglesia católica, cuyo nombre no
lo recuerdo.
En un 20 de julio,
el año no lo recuerdo, el profesor de la escuela de varones en el pueblo, le
dio por hacer la clausura del año escolar en la plaza. Era un señor de nombre Humberto Checa;
pronunció un emotivo discurso con la elocuencia propia de la época. Ahora
decimos, un discurso veintejuliero cuando a alguien le da por utilizar esa
elocuencia como lo hizo Timochenco para anunciar la muerte de Tirofijo. Luego
un alumno, natural del Tambillo de Bravos, declamó un poema titulado “Bárbula”,
es un homenaje al héroe Atanasio Girardot, muerto en la batalla de El Bárbula
en Venezuela. Ese alumno declamó con
tanta elegancia ese poema épico, con entonación y accionar que le merecieron
muchos aplausos aún antes de terminar.
Este es el texto
de aquel poema:
BÁRBULA
Allí están. Ved, en la altura
de la elevada montaña,
sobre las armas de España
el sol levanta y fulgura;
y bate la brisa pura
el regio pendón que un día
sobre el mundo se extendía
siendo el asombro y el espanto
del agareno en Lepanto
y del francés en Pavía.
Allí están. Ved lentamente
van por las faldas marchando
tres columnas, ondulando
cual gigantesca serpiente
y agita el ligero ambiente
los altivos pabellones
que a las hispanas legiones
arrancaron la victoria
sobre los campos de gloria
de Angostura y de Horcones.
Sube en el oriente el sol
y al alumbrar la montaña,
los ejércitos baña
con su primer arrebol.
En la cima, el español
que sus ventajas advierte
tras de sus trincheras fuerte
espera a que el otro avance
y esté de su arma al alcance
para lanzarle la muerte.
Y el patriota lentamente
con el fusil en balanza
tranquilo, impasible, avanza,
por la escabrosa pendiente;
pues cada soldado siente,
aquel ardor sin segundo
aquel anhelo profundo
que en la ruda lid inflama
al que su sangre derrama
por la libertad de un mundo.
Se oye de pronto un rugido
terrible, estridente, seco,
que es mil veces por el eco
del monte repercutido;
como volcán encendido
el alto cerro aparece,
entre el humo que oscurece
los resplandores del sol
el pabellón español
envuelto desaparece.
A torrentes la metralla
lanza el cañón enemigo;
los patriotas sin abrigo
van en orden de batalla
y al vivo fuego que estalla
sobre la alta serranía,
sin contestar todavía,
siguen redoblando el paso;
pues, si es su pertrecho escaso,
es mucha su bizarría.
Y avanzan. Siempre adelante
van esas huestes tranquilas;
si un hueco se abre en las filas
hay quien lo llene al instante.
Más de pronto vacilante
una columna se para
como sí se intimidara
ante el fuego aterrador
que sobre ella, en su furor,
el enemigo dispara.
El jefe, que tal advierte
veloz, como un rayo parte,
y el tricolor estandarte
empuña con brazo fuerte
y a despecho de la muerte
que en las filas se pasea,
lanzándose a la pelea,
Girardot valiente exclama
agitando el oriflama
que sobre su frente ondea.
“Permite Dios poderoso
que yo plante esta bandera
donde se mece altanera
la del español furioso,
y yo moriré dichoso
si tal es tu voluntad.
Compañeros avanzad
nos espera el enemigo
venid a buscar conmigo
la muerte o la libertad”.
Dice, y lleno de osadía
hacia las trincheras parte
agitando el estandarte
que es el ejército guía;
todos siguen a porfía
tras el audaz granadino
y cual fiero torbellino
se lanzan a la batalla
sin que pueda la metralla
detenerlos en su camino.
Avanzan con ira fiera
sobre la enemiga tropa
a punta y a quema ropa
dan la descarga primera;
saltan sobre la trinchera
llenos de ardor y de saña,
allí en confusión extraña
se ven luchar pecho a pecho
los que invocan su derecho
y los que invocan a España.
El humo de los cañones
oscurece el limpio cielo
que ya se asemeja un velo
de desgarrados crespones;
y de las detonaciones
al espantoso rugido
se mezcla el triste gemido
que lanzan los moribundos
y los gritos iracundos
del vencedor y el vencido.
Es la victoria segura,
pero, a qué precio comprada?
sobre el sol de esa jornada
se extiende una nube oscura,
pues del Bárbula en la altura,
por traidora bala muerto
el jefe heroico y experto
que asegura la victoria,
cae en el campo de gloria
por su bandera cubierto.
Bolívar, ese coloso
que en la libertad se inspira
esa alma noble que admira
todo lo que es generoso,
llora el héroe valeroso
y los hijos de Granada
piden su primer jornada
para vengar como hermanos
con sangre de los hispanos
aquella sangre adorada.
Y Girardot fue vengado;
tres días después en la
trinchera,
sobre las huestes iberas
va D’enlhuyar denodado,
y cual torrente lanzado
desde elevada montaña,
lleno de ardor y de saña
se lanza con sus legiones
y recoge hecha girones
la altiva insignia de España.
Roberto Macc Donall, poeta y
educador colombiano.
El 30 de
septiembre de 1813 se llevó a cabo la Batalla del Bárbula donde murió el
antioqueño Atanasio Girardot. En ese
hecho histórico se inspiró el autor del anterior poema.
El profesor
Meneses, años tras año enseñaba un poema titulado “Anda”. El alumno que mejor
declamaba era el encargado de ese bello poema.
Esta es la letra:
“ANDA”
A través de la insana
muchedumbre
arrastrando la cruz sobre la
arena,
trepaba el Redentor meditabundo
más blanco que un capullo de
azucena.
Samuel de Belibeth, fornido
atleta
solado de Tiberio desde mozo,
se reía y blasfemaba del profeta
al borde del brocal de un ancho
pozo.
Hasta él llegó Jesús acongojado
y con acento suave y dolorido,
dadme le dice estoy cansado
apacigua mi sed que estoy
herido.
Más ante aquella celestial
demanda
se irguió el judío y con afán
sereno,
“anda” repuso entre blasfemias
“anda”
que yo nada he de darte
Nazareno.
Y Cristo ante aquel hombre
endurecido
clavó sus ojos de color de
selva,
sí, yo me voy le dijo
entristecido
más tú andarás también hasta que vuelva .
Y siguió con la cruz cuando al
instante
en el fondo de esa alma sin
clemencia,
siniestro se agitó el remordimiento
y “anda” gritó una voz en su conciencia.
Era Cristo que le hería con su
gloria
era la maldición: dobló la
frente,
y Cristo despertó por su memoria
subiendo ensangrentado la
pendiente.
Tembloroso, aturdido y sin sosiego
se puso a andar por la fragosa
vía,
y cual si fuera un círculo de
fuego
la voz de su conciencia le
seguía.
Se internó en el osario y al
instante
se pusieron de pie todos los
muertos,
y extendiendo su mano amenazante
“anda” gritaron con sus labios
yertos.
Huyó desesperado y los torrentes
“Anda” gritaron con sus voces
rudas,
“Anda” gritaron árboles y
fuentes
y “Anda” gritó desde el abismo
Judas.
Penetró desolado en su aposento
y “Anda” también dijeron al
maldito,
la madre anciana con terrible
grito
y un tierno niño con acervo grito.
Retrocedió espantado hasta la puerta
y allí un Arcángel fulgido y
divino,
del sol poniente ante la luz
incierta
“Anda” le dijo y le mostró el
camino.
Después besó al infante y a la
anciana
y del sol a los últimos
reflejos,
en cumplimiento de orden soberana
tomó un cayado y se perdió a lo
lejos.
Hoy refieren las gentes por
doquiera
que a veces ven pasar un
peregrino,
de blanca faz y aluenga
cabellera
que nunca se detiene en su
camino.
Y las gentes agregan que en los
ojos
lleva las huellas del perenne
llanto,
y que tiene los párpados muy
rojos
a causa del insomnio y del
quebranto.
A aquel hombre se le nota una
tristeza
lo agobia el peso de una acción
nefanda,
y que siempre resuena en su
cabeza
la voz de Cristo que le grita
“Anda”.
Autor desconocido.
No quiero terminar
esta deshilvanada narración, sin antes hacer un paralelo, o comparación, de
cómo fue antes la vida en Tabiles y como parece ser ahora. Es algo que me da vueltas en la cabeza.
Entonces a manera
de epílogo, veamos estas cosas, o mejor estos detalles:
Cuando no había
carreteras hasta nuestro pueblo, de pronto que podíamos salir a Pasto, de
regreso llegábamos a Linares después de la cinco de la tarde; al que traía
cosas pesadas lo esperaba allí un familiar o un peón con un caballo, mientras
cargaban el animal se hacía de noche.
Los que vivíamos en el campo estábamos llegando al rancho a eso de media
noche. Los únicos problemas que podían
presentarse en la vía, era el ataque de un perro bravo, un tropezón por la
oscuridad, o un buen aguacero si era tiempo de lluvias.
Hoy en día hay
carreteras a Samaniego, Linares y a las
veredas, pero es peligroso transitar de noche…
En dos oportunidades estuve en Samaniego después de las cinco de la
tarde; queriendo ir a dormir a casa de mi hermana, en Tabiles, busqué un
campero que me haga la carrera, ninguno quiso viajar a esa hora, me decían que
ya era peligroso. En otra ocasión
buscaba carro que me lleve hasta Pueblo Viejo y aunque eran como las nueve de
la mañana, ninguno se comprometió a pasar del pueblo, me decían lo mismo, que
era peligroso.
Por esos tiempos
tampoco había energía eléctrica ni acueducto en las veredas, y, si hubiéramos
tenido esos servicios, mucha gente no teníamos con qué pagarlos, así era la
situación. Ahora tienen plata para pagar esos servicios y muchas cosas más,
pero, no tienen la paz y tranquilidad que teníamos antes, en medio de la
pobreza.
Pasaban dos, tres,
cinco y hasta más años, sin que se sucediera un homicidio, y cuando eso
ocurría, la causa era una borrachera; el reo se iba a la cárcel y seguían los
comentarios por meses y años. Ahora los
homicidios son frecuentes, los responsables no van a la cárcel y nadie hace
comentarios fuera del ámbito familiar por temor a represalias.
Se siente mucha
tristeza al observar que nuestras gentes se han acostumbrado a esa situación;
no les importa los muertos, así se trate de personas jóvenes que tenían mucha
vida por delante, o que eran útiles a la comunidad como la enfermera asesinada
en el vecino corregimiento del Tambillo de Bravos.
Vuelvo a hacerme
el interrogante que ya me hice en otro capítulo: ¿Será el trágico tributo que
le rinden a eso que llaman “la matica”?.
Tan encariñados están con esa planta, que hasta le atribuyen milagros. A mediados de agosto que estuve por allá,
alguien me decía: “Estamos en agosto, mes de verano, si está lloviendo es
milagro de “la matica” por ella necesita mucha agua”.
Mientras haya ese
cultivo, habrá buena plata, y mientras haya plata no faltarán las visitas de
los violentos, que llegan a reclamar su
tajada.
JORGE
SOLARTE ALVARADO
San Juan de Pasto,
19 de septiembre de 2008