“RECUERDOS
DE TABILES”
CAPÍTULOS
CAPITULO
PRIMERO
Ubicación de Tabiles y su hipotético fundador.
CAPITULO
SEGUNDO
Iglesias.
CAPITULO
TERCERO
La plaza.
CAPITULO
CUARTO
Cárcel – escuela – asesinato de Gaitán.
CAPITULO
QUINTO
Los cementerios.
CAPITULO
SEXTO
Creación de la parroquia – algunos párrocos.
CAPITULO
SÉPTIMO
Un incendio.
CAPITULO
OCTAVO
Explosiones del Galeras.
CAPITULO
NOVENO
Los caminos.
CAPITULO
DÉCIMO
La política en los años 50’s.
CAPITULO
DÉCIMO PRIMERO
Las fiestas.
CAPITULO
DÉCIMO SEGUNDO
Enfermedades y médicos.
CAPITULO
DÉCIMO TERCERO
Personajes.
CAPITULO
DÉCIMO CUARTO
Trapiches y moliendas.
CAPITULO
DÉCIMO QUINTO
La Educación.
AL LECTOR
Cuando se acercaba
el tiempo de retirarme de la Empresa COMFAMILIAR DE NARIÑO, donde trabajé los
últimos 26 años, para disfrutar de mi pensión de jubilación, comencé a
contemplar la posibilidad de escribir algo sobre mi pueblo natal, el
polvoriento Tabiles. Pero solamente a
los cinco años de estar pensionado comencé a hacer el borrador en cuyo trabajo
casi me demoré un año.
Pensé que el
título más apropiado era RECUERDOS DE TABILES.
Comienzo por aclarar que no sólo son recuerdos míos, sino, recuerdos de
mis padres, abuelos, tíos y varias personas ajenas a mi familia con quienes yo
había conversado averiguando cosas interesantes, o meramente curiosas, pero
relacionadas con nuestro corregimiento y sus gentes.
Lastimosamente,
acerca de sucesos importantes como quién y cuándo fundó el pueblo no se tienen
datos confiables, solamente algunas hipótesis, que más parecen suposiciones…
Muchas personas
tendrán una cantidad de recuerdos de nuestro pueblo que yo no los conozco; cómo
sería de bueno que los escriban, si no tienen tiempo o facilidad para narrarlo
pueden asesorarse de personas que los relaten y así darlos a conocer.
Cordialmente,
JORGE SOLARTE ALVARADO
RECUERDOS
DE TABILES
CAPITULO PRIMERO
Ubicación de Tabiles y su hipotético fundador.
Tabiles, una
población asentada sobre el lomo de un ramal de la cordillera que cruza nuestro
departamento de sur a norte; tiene una altura sobre el nivel del mar de unos
2.200 metros y una temperatura promedio de unos 18º C. Es un viejo
corregimiento del municipio de Linares, puede tener unos 4.000 habitantes en el
poblado y unos 6.000 en el área rural, incluyendo los corregimientos nuevos,
Bella Florida y el Motilón. No he podido obtener datos precisos.
Su nombre parece
derivarse de una tribu de indígenas que en remotos tiempos poblaron estas
regiones y se extendieron hasta otros lugares hacia el norte.
A pesar de su
presunto origen, nuestras gentes no tienen apellidos que se consideran típicos
de los antepasados como Pachajoa, Botina, Jojoa, Tutistar, Yanguatín, Pejendino
y tantos otros. Esos apellidos son
comunes en los pueblos que rodean a Pasto y se han extendido a poblaciones más
alejadas de la capital como Consacá, Sandoná, El Tambo y el Peñol. Tampoco nuestras gentes usan términos tan
populares en los lugares ya mencionados como dimora en vez de demora, disde por
desde, entón por entonces y, así otros vocablos de origen quechua como lluspir,
escurrir, paichar.
La señora
Salvadora Guevara, regaló el lote donde se construyó el pueblo de Tabiles.
Pero, no se trata de la señora que tenía el mismo nombre y apellido y vivió por
el camino que conducía a Pueblo Viejo.
La señora benefactora vivió en tiempos más lejanos.
A mi papá, Sergio
Solarte, que tenía una cantidad de datos importantes le escuché varias veces
que el fundador del pueblo fue un señor de nombre RAMÓN ROSERO, que pudo ser el
abuelo, o bisabuelo de don Protacio Rosero, a quien conocí y me referiré más
adelante porque fue un valioso personaje de la comarca.
Como no existe acta de fundación de nuestro
polvoriento Tabiles, cualquier comentario que se haga al respecto puede ser una
simple hipótesis.
Pero cualquier
persona que lo fundó y que sería importante en la época, se nota que no era muy
amigo del baño diario, de lo contrario no lo fundaba en ese lugar, en esa
cresta donde no hay posibilidad de llevarle agua en abundancia con los pocos
recursos económicos que puede tener la población. Hablando de esto un familiar me decía: el
problema no es solo de recursos, sino, que no hay de donde llevar el agua.
Sin embargo, la
altura a que se encuentra lo hace importante para escrutar el horizonte; desde
allí se puede mirar a lugares muy lejanos. Una profesora pastusa me comentaba
que en cierta ocasión estuvo de paseo en nuestro Tabiles y que le gustó
bastante poder mirar desde allí la falda occidental del volcán Galeras, las
montañas pertenecientes a Sandoná, La Florida, El Tambo y, al occidente las
montañas de Samaniego, La Llanada y Sotomayor.
Me decía que le pareció curioso que a Samaniego le digan “ciudad
paisaje” si está ubicada en un profundo cañón.
El primer
corregidor fue don RAFAEL ORTEGA, hijo de LINO ORTEGA, pariente lejano de mi
hermana Aura Elisa. Este señor Ortega no
sabía leer ni escribir, pero estuvo asesorado por un señor de nombre ANTONIO
LUNA quien en esa época tenía suficiente formación para organizar y poner a
marchar el nuevo corregimiento. Don Rafael era un hombre rico y no tenía esposa
ni hijos. Entonces, como corregidor
podía invertir dineros en obras importantes para la comunidad.
Volviendo al
problema del agua, hasta hace unos 30 años, o más, el preciado líquido se lo
recogía en arroyos, llamados “chorros”. Estos chorros eran tres: el más
concurrido y más cercano al pueblo estaba en un hueco y en terrenos del señor
Alberto Narváez, por el viejo camino de ir al Carrizal de los Rodríguez,
Portillas y Alvarados. Otro por el viejo camino que conducía a Samaniego (hoy
carretera) en un punto donde también estaba el matadero, por eso era conocido
como el chorro de la carnicería. El otro y el más lejano estaba ubicado al pie
de la finca de propiedad de la parroquia, llamada San Felipe; del pueblo se
bajaba un tramo por el mismo camino que conducía a Pueblo Viejo y al Tambillo
de Bravos; y qué bravos eran con los liberales del pueblo y las veredas.
Cómo se
transportaba el agua…? No había tarros plásticos porque ese material no lo
habían inventado aún, entonces se utilizaba unos calabazos que llamábamos
“puros”. Estos con el uso se mojaban mucho,
están “pasmados” decíamos; se volvían pesados sin agua y se rompían con más
facilidad, a veces en la espalda del paciente. Se cargaban en unos morrales
hechos con cabuya torcida llamados “jigras”.
Los tabileños más acomodados pagaban a personas pobres el acarreo del
agua y el lavado de ropa por mensualidad.
Para lavar la
ropa, nuestras madres, esposas o lavanderas viajaban a la quebrada de El
carrizal, unos la llamaban la quebrada del Palmar, a unos dos kilómetros de la
población, para darse un baño (los que teníamos esa rara costumbre) viajábamos
a un chorro que había en una finca de don Alejandro Portilla, por allí cerca
pasa ahora la carretera a Linares.
Desde hace más de
30 años, en algo se ha solucionado el grave problema del agua. Con el trabajo
de motobombas han logrado llevar agua al pueblo y en cada casa la depositan en
unos reservorios que llaman tanques o pocetas, poco higiénicas si tenemos en
cuenta el polvero que se levanta en tiempos de sol y viento.
Es preocupante el
hecho que el agua escasea en los arroyos y la población crece. A la vuelta de algunos años no sería raro que
de Samaniego lleven a vender agua, como sucede en algunos pueblos de la Guajira
que compran agua a los vecinos venezolanos.
La falta de agua en nuestro querido Tabiles, nos hacía blanco de una
cantidad de bromas en los pueblos vecinos que siempre la han tenido en
abundancia. Les cuento unas pocas:
Cuando
estudiábamos bachillerato en Samaniego, un sábado después del medio día, yo
conversaba con unos compañeros en un andén de la calle que desembocaba en el
camino que conducía a Tabiles; de pronto apareció un cura antioqueño que
prestaba servicios de auxiliar en la parroquia y se llamaba Alfonso
Rivera. Estaba montado en un caballo
blanco-mosqueado. Lo saludamos y uno de
mis compañeros le preguntó: Para dónde viaja padre…? El paisa contestó: a
Tabiles, el párroco está ausente y voy a celebrar misa mañana domingo. El
bribón compañero mío le dice: Padre, del Motilón se lleva una botella de agua
porque allá no hay…
En otra ocasión
llegó al pueblo desde Linares el médico Néstor Córdoba, recién graduado en
Argentina, llegó para hacer una brigada de salud y de paso buscar clientela.
Estaba acompañado de una enfermera de nombre Sofía; le prestaron para
consultorio la oficina del corregimiento y como mesa auxiliar una vieja banca
larga de madera. Allí se le derramó a la enfermera un poco de alcohol
encendido, ella se asusto y el médico le dice: Sofía, cómo se le ocurre venir a
hacer incendios aquí donde no hay agua.
Cuando por novios
se peleaban las señoritas de Tabiles con las de Linares, los insultos siempre
eran de este tenor: Las tabileñas a
las de linares: paliduchas, flacuchentas, picadas de los mosquitos y, las
linareñas ripostaban: y ustedes que sólo viven arropadas, si no de polvo, de
neblina, y todas culisacadas de tanto cargar agua.
En tiempos de
verano, el torrente de los chorros era escaso y había demoras para llenar los
puros, la gente tenía que hacer cola, y, como todos eran conocidos aprovechaban
la espera para chismosear un poco; las casadas para quejarse del marido, que el
domingo se gastaba la plata bebiendo trago, apostando a los gallos o jugando
“cucunuba”, un juego que en esa época tenía muchos viciosos. Cuando ya hubo
radios de pilas, comentaban las novelas que seguían con mucho entusiasmo. Pero
no faltaban casos en que se encontraban algunas mujeres que tenían sus
disgustos, allí tenían todo el tiempo para insultarse y hasta tirarse de los
pelos.
En una ocasión
siendo inspector de policía (corregidor en la época) don Gustavo Rodríguez, se
vio en la obligación de echar al calabozo a unas dos señoras que eran conocidas
como braveras y ya habían hecho varios bochinches en el chorro de la
carnicería. Las enchiqueraron una tarde
entera…
CAPITULO SEGUNDO
Iglesias.
Es muy poco lo que
se sabe de la primera iglesia de nuestro pueblo. Que fue muy pequeña, que su
techo era de paja y que estuvo ubicada en el mismo lugar donde más tarde
construyeron la que recordamos la mayoría de los tabileños vivientes. Que de vez en cuando llegaban sacerdotes
misioneros que celebraban misa y atendían solicitudes de sacramentos como
bautismos y matrimonios. Que para las fiestas
más importantes llevaban sacerdotes de Túquerres; a buen caballo si llegaban en
un día. Partiendo de la edad que
tuvieron en la época algunas, patriarcas de la región como Protacio Rosero,
Espíritu Santo Guerrero, Euclides Solarte, Tobías Alvarado y tantos otros que
sería largo mencionar, parece que en la primera década del siglo pasado, o en
los primeros cinco años de la segunda, pudo construirse la segunda iglesia del
pueblo.
Era una casona en
la cabecera de la plaza, sobre un nivel más alto que formaba un bordo de unos
dos metros de altura. Como en el centro
de ese costado tenía una puerta lateral, o puerta falsa, que sólo se abría en
las ceremonias de semana santa y, la puerta principal estaba enfrente a la casa
esquinera de don José María Acosta, donde ahora está la casa de doña Elisa
Madroñero. Los muros eran gruesas tapias
de tierra pisada; el techo estaba cubierto por pesadas tejas de barro que no se
sabe si las llevaron de Linares o las fabricaron en alguna vereda del
corregimiento. Lo dispendioso que sería
el transporte de tantas tejas. Así mismo, como sería de duro el transporte de
la madera necesaria para la construcción de ese edificio tan grande en tiempos
que no había buenos caminos y menos carreteras por donde transitar con más comodidad.
Pensemos en el peso de los maderos que utilizaron como vigas, o tirantes. Todos esos trabajos los realizaron con el
aporte de los pobladores reunidos, lo que hasta hoy llamamos “mingas”.
El trabajo
comunitario conocido con el nombre de minga es una buena herencia que nos
dejaron los antepasados indígenas. Sólo
de esa manera ellos realizaron obras que ahora nos llenan de admiración y en
algunos casos hasta de asombro. A nosotros las mingas nos han servido para
mejorar nuestros pueblos y el nivel de vida de sus moradores.
Algunos tabileños
más viejos que yo, me contaban lo concurrida que fue una minga para transportar
un madero con el cual hicieron una enorme y desproporcionada cruz que estuvo
instalada diagonal a la antigua escuela de varones, vecina de doña Joba
Hernández.
Si para
transportar un solo madero se hizo una minga tan concurrida, cómo serían las
mingas para transportar la madera para la construcción de la iglesia y las
escuelas, para llevar la teja y hasta la tierra y el cascote que mezclaban para
hacer las tapias.
Y no dejemos de
mencionar las mingas y el aporte en dinero que sería necesario para construir
el convento y la iglesia de San Felipe, que luego, alegremente abandono la
comunidad religiosa.
Nuestra humilde
iglesia tenía un altar bellísimo, tallado en madera, tal vez por algún artesano
ecuatoriano. El estilo era gótico, según
decían los entendidos en la materia.
En lo alto del
altar mayor había a lo ancho de la iglesia un letrero a manera de pasacalle,
que en letras grandes y negras decía: OH CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS SEÑOR DE
LOS EJÉRCITOS. En la iglesia actual hay
un letrero pequeño que dice: QUÉ BUENO QUE VINISTE. Es el título de una de tres
obras escritas por un sacerdote bastante inconforme con algunos postulados de
la iglesia católica. Las otras dos obras se titulan: UN SEÑOR COMO DIOS MANDA y
EL SEÑOR DE LOS AMIGOS.
Al lado opuesto de
la plaza, donde ahora está el colegio, había un huerto cerrado con alambre de
púas y retupido con cañas de maíz. Allí el cura sembraba maíz que le daba buena
cosecha. En tiempos de choclos, los que se podían alcanzar desde la calle le
robaban al cura, qué pecado…
En la esquina,
frente a la actual escuela, estaban los muros (tapias) de la escuela donde
estudiaron nuestros viejos. Ahora hay un
mural con la efigie del doctor Luis Carlos Galán.
Mi abuelo Tobías,
me comentaba que en un lugar en el camino que conducía a Túquerres, había una
mina de tierra blanca muy fina, de donde llevaron toda la necesaria para
blanquear los muros (tapias) de la iglesia.
Parece que la cal era muy escasa y, ni hablar de las pinturas que hoy
conocemos.
Para el lado del
ya citado huerto, la iglesia tenía dos caidizos, uno servía de sacristía y el
otro de pila bautismal. En la torre,
techo y hasta en el interior había una buena concurrencia de golondrinas.
Alguna vez le escuché
a mi papá una anécdota relacionada con la construcción de la iglesia, que le
contaron a él los más viejos. Que un
día, cuando ya trabajaban en la instalación de los tirantes y canecillos uno de
los trabajadores se sentó sobre un canecillo que no estaba asegurado y los dos,
el obrero y el madero volaron por los aires y fueron a caer al lado de la
plaza. En medio de desespero el hombre
pudo agarrar una ruana que seguramente le sirvió como paracaídas y no le pasó
nada. Cuando los compañeros trabajadores
bajaron al lugar, seguidos por el cura que los acompañaba y encontraron que el
caído, un señor de apellido Ortega, no tenía ninguna lesión, don Protacio
Rosero, joven por entonces, con esa chispa que siempre tuvo a flor de labios,
salió con esta perla: casi se lo lleva el diablo. En medio de la risotada el cura le pregunta,
y quién se lo iba a llevar Protacio? Y él le confirma: el diablo.
Cuando esa
iglesia, ya vieja, comenzó a deteriorarse, el cura de turno le hacía
reparaciones que a los feligreses les resultaban tan costosas como si la
hubieran hecho nueva, porque no constituían una junta administradora y era el
curita quien manejaba a su gusto los recursos y todo lo relacionado con las
obras.
Cuando ya fue
inútil repararla porque los reflejos de un maremoto en la costa pacífica, la
deterioraron mucho, tomaron la determinación de derribarla para hacer la que
tenemos ahora. Las imágenes fueron guardadas en casas particulares donde había
espacio para alojarlas y, desapareció el bello altar al que ya me referí. Todo parece indicar que lo convirtieron en
leña para cocinar sancocho.
En la empresa
donde trabajé los últimos años, Comfamiliar de Nariño, trabajó también una
señora del Tambillo de Bravos, se llama María del Carmen Pérez; esta señora
tenía un buen sentido del humor y nos hacíamos bromas como esta: un día y en
presencia de otros compañeros, yo comentaba que los paisanos de María del
Carmen, godos y de los malos, salían a los domingos a nuestro pueblo, primero
asistían a su santa misa, luego se emborrachaban y cogían a piedra y machete
las casas de los liberales… Pero mi compañera ripostó así: cómo serían estos de
herejes… cualquier día sacaron los santos a pedir posada, derrumbaron la
iglesia y en el lote les sembraron maíz, repollos y calabazas.
España ayudó con
una partida para la construcción de la iglesia actual. Alemania ayudó para la construcción de la
casa cural.
CAPITULO TERCERO
La plaza.
Mi papá y varias
personas de su generación recordaban la plaza del pueblo en épocas en que buena
parte de ella estaba cubierta por una hierba propia de la región llamada
verbena (ahora llaman verbena popular a una parranda callejera). Que sólo una franja comprendida entre la
esquina de la casa cural y la esquina donde comienza la calle que desemboca en
la carretera que conduce a Pueblo Viejo, estaba despejada y allí jugaban pelota
de mano (chaza). Y que buen brazo tendrían los jugadores de esos tiempos,
lástima no tener sus nombres para relacionarlos aquí. Contaban también que en medio de la verbena
aún había estacas y raíces de árboles grandes que serían derribados a golpe de
hacha para despejar el lugar y arreglar la plaza.
Desde que yo la
recuerdo ya estaba limpia de verbena, además era negra y bien pareja, como se
ven ahora espacios cubiertos de asfalto. No solo era buena para jugar chaza,
sino para jugar también los niños a las bolas de cristal, chochos, achiras,
trompos y cuspes.
Entre los mejores
jugadores de pelota de mano o chaza, que yo recuerde estaban don Demetrio Mora,
Clímaco Benavides, Julio Díaz, Alonso Grijalva. Luego otros más jóvenes como
estos: Miguel Oliva, Arcelio Narváez, Luis Alfonso Guerrero, Jorge Benavides,
Venancio Villamarin. Muchos se me
quedarán en el tintero.
La plaza tenía
problemas por el clima, la altura y la tierra polvorienta. En invierno estaba cubierta de una neblina
tan espesa que no dejaba ver una buena cola a dos metros de distancia… Y, en
verano un polvero que los pies limpios o con alpargatas, se hundían hasta los
tobillos. A veces se formaban unos
tornados como un embudo gigante, elevando basuras hasta unos cien metros de
altura. En verano vivíamos empolvados hasta las pestañas y con esa escases de
agua…
Ahora está
pavimentada, tiene dos niveles y una pequeña plataforma donde suben a echar
discursos los que sabemos, cuando necesitan votos. Desde allí saludan muy cariñosamente a los
asistentes y hasta ofrecen las tradicionales hojas de cinc, los metros de
manguera negra, los uniformes a los deportistas y si el candidato está billetudo
hasta cualquier bulto de cemento…
Lo paradójico es
que el candidato triunfador resulta gastando en la campaña mucha más plata de
la que ganará durante todo el periodo de su mandato… Mi papá sabía una copla
(verso decía él) que viene como anillo al dedo: “Sacristán que vende ceras sin
tener su cerería, de dónde estará sacándoles sino de la sacristía”.
CAPITULO CUARTO
Cárcel – escuela – asesinato de Gaitán.
Como la escuelita
de la vereda donde vivía mi papá con la familia estaba muy distante de nuestro
rancho, tomó la determinación de ponerme a la escuela en el pueblo, era el año
de 1947.
Recuerdo como si
fuera ayer, que el primer día mi mamá me llevó hasta la escuela, iba con
nosotros un niño más grande y menos montañero que yo, se llamaba Pedro
Hernández. El problema para mi mamá fue
cuando trató de dejarme, comencé a llorar y a colgarme de la falda y no me
desprendí de ella. Seguramente el
profesor le aconsejó que para la jornada de la tarde no me acompañe, que me
despache con otro niño, así fue. A la
hora de volver a la escuela llegó a la casa el niño Pedro y con él me fui
tranquilo. Al finalizar el año escolar,
dizque era yo el mejor alumno del curso, así lo dijo el profesor en la
clausura. Si yo era el mejor, cómo
serían los demás...
En esa época la
escuela de barones era una casona de gruesas tapias, dos plantas y ya muy
vieja. Estaba ubicada en una esquina y
tanto la casa como el amplio patio trasero colindaban con casa y huerto de
propiedad del señor Alberto Narváez. La primera planta la conformaban dos
cuartos oscuros, piso en tierra y el muro o tapia de la parte de atrás estaba
arrimada al bordo, por lo tanto la humedad se sentía de las puertas. Allí funcionaba la cárcel; los dos cuartos
eran dos calabozos donde encerraban el domingo en la tarde y noche a los
borrachitos jodones que no faltaban. Los
borrachitos habían logrado desmoronar la gruesa tapia y hacer un hueco tras del
umbral de cada puerta y cuando ya les pasaba la borrachera por allí pedían a
familiares o amigos algo de comer y, algunos flacos hasta podían salirse.
Mi papá tenía un
hermano llamado Octaviano, era de baja estatura y barrigón; todos lo llamaban
el pipón Octaviano, era toma trago y jodón.
Un domingo se emborracharon él y otro hermano llamado Gerardo, quien
murió hace poco, y, como de costumbre se pusieron a joderle la vida al todo el
que encontraban. A los dos los echaron
al mismo calabozo, cuando ya les pasó la perra, Gerardo pudo salirse por el
mencionado hueco pero el pipón no pudo salir.
Entonces a Gerardo no le quedó otra cosa que ir a conseguir algo para
comer y alguna cobija vieja para pasar la noche y entrarse al calabozo para
acompañar al hermano barrigón.
La Escuela.-
Funcionaba en un salón grande de la segunda planta. Allí las tapias estaban
pintadas de blanco, con la tradicional cal, los pisos cubiertos con unas tablas
viejas y torcidas que crujían con cada paso que se daba. Los muebles: una mesa
vieja, negra por la edad y falta de pintura, una silla también vieja y ruidosa
que le servían al profesor, que por esos tiempos se llamaba maestro.
Para los alumnos
había unas bancas –mesas largas donde nos instalábamos hasta cinco niños;
consistían en un remedo de mesa con un entrepaño donde guardábamos los útiles y
una tabla del mismo largo donde nos sentábamos. Todo ese mueble tan humilde se
llamaba banca.
En ese mi primer
año de escuela el profesor era Celso Parménides Bravo, un señor de Ipiales a
quien encontramos en esa ciudad en el año 1951.
Estábamos viviendo allá desplazados de Tabiles por los hermanos godos
que nos destruyeron el rancho en la finca de El Guadual y amenazaban con matar
a mi papá.
Asesinato de
Gaitán.- Durante ese año, escolar para mí, asesinaron a Gaitán, el 9 de abril
de 1948, viernes 1:05 de la tarde. El
día siguiente, sábado 10, ya de noche mi papá llegó de la finca y trajo la
notica. Hasta ahora no me explico cómo
diablos se enteró el hombre allá en el monte y cuando no había los medios de
comunicación que ahora tenemos. Recuerdo
que mientras cenábamos a la luz de una lámpara de petróleo, de la que salía un
chorro de humo negro, mi papá le decía a mi mamá: Ahora los godos nos van a
perseguir más, y así fue…
El lunes 12, no
hubo clases en las escuelas; el pueblo se alborotó porque el gobierno había
llamado reservas militares y del pueblo varios reservistas tenían la obligación
de presentarse en Ipiales para viajar en avión a Bogotá. Recuerdo que los
convocados, también familiares y amigos, tomaban trago y por las calles
galopaban en los caballos que los iban a llevar hasta Samaniego para tomar
carro hacia Ipiales.
Entre los
reservistas que fueron convocados estaba Guillermo Solarte, hermano de mi papá
y un cuñado, David Guevara. Mi mamá estaba muy preocupada y llorando porque mi
taita también era reservista pero más viejo, ya tenía 41 años; a esa edad ya le
hubiera pesado mucho el equipo y el desproporcionado fusil MAUSSER austriaco,
que todavía estaba en uso. El temor de mi mamá era que si seguía alborotado el
país podían pedir reservas de varios años atrás y se llevaban el marido.
Dieciséis años
antes, en 1932, siendo aún soltero, mi taita fue convocado para asistir al
conflicto colombo-peruano. También
acudieron a ese llamado estos reservistas tabileños: Luvino Sánchez, Antonio
Zambrano (apodado casa grande), Licimaco y Leopoldo Alvarado, hermanos de
Segundo, el saca-muelas del pueblo y Juan Ortega apodado Juan Tigre. Del
Tambillo de Bravos acudió al llamado un reservista de nombre Aureliano Acosta,
quien no regreso, murió ahogado al ser atacado por un temblón. El temblón es un pez de color café oscuro,
casi negro, que produce descargas eléctricas que no son mortales pero ocasionan
trastornos físicos y mentales, de manera que el atacado no tiene fuerza ni
voluntad para salir del agua y muere ahogado.
Varios años
después de la muerte de Gaitán, un día conversaba con mi tío Guillermo y le
pregunté cómo se sintió en el aeropuerto de Ipiales para viajar a lo que se
sabía era una guerra. Me contestó: ya estando allá reunido con otros
reservistas me había pasado un poco el pesar Rrrosssa, el hablaba así, ya
estaba contento para irme en avión a conocer Bogotá… y, lo que iba a conocer si todo el centro de la
ciudad ya estaba en ruinas y las calles con regueros de muertos. Pero no viajaron porque el país volvió a la
calma.
A los diez años
del asesinato conocí Bogotá y me gustaba sentarme en parques y plazas a
conversar con personas que aún tenían frescos los recuerdos del bogotazo. En el parque Santander se apostaba un cachaco
que le gustaba contar anécdotas y cuentos de moda: un día nos contó esto: el
nueve de abril, una cuadrilla de revoltosos se metieron a un convento de monjas
y las saludaron así: viejas cunchudas y rezanderas, las vamos a violar a todas,
a todas… las monjitas en medio del llanto decían: a la madre superiora no, no…
pero ella, resuelta y altiva les dijo: señores: Guerra es guerra…
Admiro mucho a
Gaitán, he reunido importante información de su actividad profesional y
política. Alguien escribió, que Gaitán
fue la inteligencia más vasta que produjo el país en el siglo XX, por eso lo
asesinaron.
En el hotel
Agualongo de esta ciudad, donde trabaje 9 años, en cierta ocasión tuve la
oportunidad de conversar una hora con la hija de Gaitán, la doctora Gloria; es
amable y gentil cuando observa admiración por el caudillo. Estudió filosofía y economía. Una de sus hijas es casada con el hijo de un
pastuso de apellido Del Castillo.
No quiero seguir
adelante sin antes transcribir algunos apartes de lo mucho que han escrito
importantes plumas del país y del exterior con respecto al caudillo asesinado.
“Jorge Eliécer
Gaitán dedicó su existencia a luchar con todo el poder de su inteligencia y su
oratoria por los oprimidos de Colombia, sin tener en cuenta el partido político
al que pertenecían. En la plaza pública
siempre decía: “El hambre del pueblo no es liberar ni conservadora. En Colombia
sólo hay dos partidos, el de los opresores y el de los oprimidos”. Otra vez
dijo: “Pobre Colombia cuando las oligarquías liberal y conservadora se unan por
lo alto”, y no tardó mucho tiempo (10 años) cuando se cristalizó esa unión, se
llamó FRENTE NACIONAL”.
“En la capital de
la república estableció los llamados Viernes Liberales en el teatro municipal,
hoy teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde se reunían sus seguidores liberales y
conservadores para escuchar semanalmente una conferencia sobre algún tema de
actualidad”.
El periodista
Plinio Apuleyo Mendoza, en su obra Zonas de Fuego, refiriéndose a los viernes
liberales de Gaitán nos dice:
“Si cerrara los ojos
un momento, oiría la inmensa multitud que llenaba la platea, los palcos, el
vestíbulo, la entrada del teatro y todas las calles adyacentes varias cuadras a
la redonda, gritando, Gaitán sí otro no.
Y cuando Gaitán aparecía al fin, más bien pequeño, mestizo, con un traje
de rayas, abriéndose paso con gran dificultad hacia el escenario era el
delirio. Jamás he visto nada igual, ni
siquiera cuando Fidel Castro llegaba triunfante a la Habana. Era como si la
multitud fuera arrebatada por una ráfaga de locura, como si toda su pasión se
transfiguraba en gritos, en puños al aire, en caras exaltadas”.
“Y no sería
posible ovación igual a la que estallaba en la bóveda del teatro después de que
Gaitán decía cómo el rico era más rico y el pobre más pobre y cómo el oligarca
liberal y el conservador explotaban al campesino liberal y conservador. Sin duda Gaitán se refería a realidades
verificables y flagrantes desigualdades sociales enmarcadas por el
enfrentamiento vertical de los partidos históricos. Si ustedes quieren, aquel Gaitán, asumía a su
manera una forma de lucha de clases…”
“Las tesis de
Gaitán concientizaron, y a la vez agitaron las masas populares, despertaron en
el pueblo un sentimiento de unidad, de lucha para llevar a su caudillo a la
presidencia de Colombia y así hubiera sido de no caer asesinado en una calle de
Bogotá”.
“Por eso su
asesinato produjo tanta indignación, tanta frustración, tantos deseos de
venganza que años más tarde cuando los rebeldes de los llanos eran invitados a
deponer las armas, en una reunión con enviados del gobierno, uno de esos jefes
guerrilleros dijo: “Es que a Gaitán no nos lo han acabado de pagar”. Otro añadió: “A Gaitán no lo hemos acabado de
cobrar”.
En el asesinato de
Gaitán, según algunos estudiosos de la política colombiana, está, no el origen,
pero si el agravamiento de la terrible violencia política de los años 50’s, y
de la lucha de clases que vivimos hoy en día.
Hace algunos años, varios intelectuales muy famosos juntaron sus plumas
para escribir un libro que titularon EN
QUÉ MOMENTO SE JODIÓ COLOMBIA. En una de las crónicas de aquella obra, hay
un relato de los instantes en que el autor vio al caudillo caído en medio de un
charco de sangre, concluye diciendo: EN
ESE MOMENTO SE JODIÓ COLOMBIA.
En los años 1969 y
1970, el movimiento político Alianza Nacional Popular ANAPO, tuvo un periódico
llamado ALERTA. Este medio de comunicación seguía las tesis de Gaitán y sus
columnistas se referían al caudillo de esta manera: “Gaitán fue capaz de
despertar al pueblo colombiano, por eso hubo necesidad de asesinarlo. Cualquier
cambio que se realice en Colombia, ha de seguir sus enseñanzas, cualquier idea
que se relacione con nuestra liberación tiene en Gaitán su origen y puede
encontrarse en sus escritos y discursos, fue mejor que nadie la encarnación del
pueblo, el sentimiento nacional. Gaitán
al morir dejó un testamento escrito en el cual puede encontrarse la solución
para los problemas de Colombia”.
“Con el asesinato
de Gaitán no sólo perdieron los humildes, a quienes representó, por quienes
luchó hasta el final, perdió Colombia entera.
Su extraordinaria inteligencia le hubiera permitido conducir al país por
senderos de paz y de progreso. La salud, la educación y el trabajo, serían
derechos de todos los colombianos y no artículos de lujo, solamente alcanzables
por la burguesía nacional”.
CAPITULO QUINTO
Los cementerios.
Ahora recordemos
los cementerios de nuestro pueblo:
Tengo un borroso
recuerdo de los funerales de un señor llamado Abdón Sánchez, el papá de Teofilo
Sánchez, un señor que vivió en la loma de los “quingos”, camino a
Sotomayor. Iba yo de la mano de mi mamá
que decía ser ahijada del difunto Abdón.
Pero el cementerio en esa época estaba situado en un terreno tras de la
vivienda del señor Telésforo Chilanguá.
En medio de ese Campo Santo había una enorme cruz de madera. Cuando ya no era cementerio se veía en ese
lote un sembrado de maíz muy bueno… con ese abono…
El actual
cementerio ya parece estar repleto, muy pronto tendrán que comprar un lote
aledaño para ampliarlo, o construir otro en un lugar más distante del
pueblo. Y pensar que este cementerio se
acabó de llenar con tanto muerto que está dejando la violencia desatada en toda
esa región. Hay sectores donde uno o
dos sepultados murió de vejez o enfermedad, los demás fueron asesinados y, lo
que más duele, eran jóvenes con mucha vida por delante. ¿Será el culto trágico
que le tienen que rendir a eso que allá llaman “la matica”…?
En cercanías del
pueblo, en una colina, que allá decimos una tola, donde tenía su casa y
potreros don Ramón Ortega, se sabe que hubo otro cementerio pero sería en
tiempos de mamá upa porque los viejos con los que yo hable sobre ese
particular, ninguno recordaba nada.
Otros comentaban que en el oratorio, en terrenos que luego pertenecieron
a don Manuel Acosta, hubo otro cementerio, pero me parece que sólo son
especulaciones.
Las personas que
trabajaron en la explanación del lote para hacer la iglesia actual, cuentan que
encontraron varias osamentas, lo que los llevó a pensar que allí hubo otro
cementerio, pero cuando sería ese cuando.
Entre los viejos había otro comentario que lo considero poco creíble:
que en Pueblo Viejo hubo otra población antes de fundar el actual Tabiles,
pero, nadie ha encontrado vestigios de una iglesia o de un cementerio lo que
llevaría a confiar en esa hipótesis. Es posible que por lo plano del terreno, y
por arroyos de agua que allí si los hay, hayan construido varias viviendas pero
sin trazado de calles. O será que sólo
se regían por el nombre del sector, Pueblo Viejo. En muchos municipios del
departamento hay veredas con ese nombre.
Cómo sería de
bueno que tanto en el pueblo como en las veredas se construyeran salas de
velación para salir de esa mala costumbre de asistir a un velorio, sólo cuando
hay “otro muerto”, una vaca o un cerdo. Esas comilonas tendrían razón de ser en
una fiesta, por ejemplo un matrimonio, pero un velorio está lejos, muy lejos de
ser una fiesta. No es justo que a los
dolientes, todo entristecidos y confundidos por la pérdida de su ser querido,
se les agregue la preocupación de alimentar de lo mejor a los amigos y vecinos…
CAPITULO SEXTO
Algunos sacerdotes que fueron párrocos en Tabiles.
Para constituir la
parroquia y tener un sacerdote en forma permanente, fue necesario aportar una
cuantiosa suma de dinero a la diócesis de Pasto. Ese hecho dio origen a la creencia que el
padre (párroco) era comprado. Mi papá me
explicaba ese decir de la siguiente manera: que la diócesis se comprometió a entregar los
intereses de esa plata al párroco,
para su manutención. Pero mi taita no sabía si al párroco le seguían pagando
esos intereses, o sí con el correr del tiempo la Diócesis dejó de cumplir ese
compromiso y tampoco devolvió el dinero.
Que fue el mismo
señor Rafael Ortega, quien salió de Tabiles llevando en un caballo la enorme
suma, en plata blanca, lo que significa una carga con bastante peso. Que al cruzar el municipio de La Florida, el
caballo se cansó y el viaje se demoró más de lo normal mientras el animal
descansaba y reponía fuerzas para continuar el vieja hasta la ciudad de Pasto.
En una finca que
tuvo la parroquia en el sector donde ahora hay una polvorienta cancha de
fútbol, la comunidad de los padres filipenses, había construido con trabajo y
plata de los pobladores, un convento y una capilla. No tengo conocimiento si
religiosos de esa comunidad estarían viviendo allí por algún tiempo o solamente
iban de visita. Tal vez un poco tarde se
dieron cuenta que los pobladores de la región, en su mayoría eran pobres, que
no había posibilidades de enriquecer más a la comunidad religiosa y por esa
causa abandonaron ese mini monasterio que mucho, muchísimo trabajo y muchas
limosnas costaría a los tabileños.
Cuando ya estando
en la escuela conocí ese lugar, todavía existían unos muros (tapias) de lo que
fueron los aposentos y la capilla. Mi
mamá recordaba que los pisos estaban cubiertos con una duela muy bonita,
instalada en forma de palmera, decía ella.
Alguien me contaba que las campanas y la puerta principal de la capilla
del Tambillo de Bravos, pertenecieron a la capilla de San Felipe en Tabiles.
También me
comentaban los más viejos que yo, que en ese monasterio estuvieron alojados
algunas temporadas unos sacerdotes alemanes que tenían su sede en
Samaniego. Veamos algo relacionado con
esos religiosos: como misioneros vinieron de Alemania a Portoviejo, en el
Ecuador, bajo la dirección de un obispo
llamado Pedro Schumacker (escribiré los apellidos como se pronuncian en nuestro
idioma). Los curas se llamaban: Pedro
Ecker, Walterio Fleifer y Hernán Cleismich. Este último también era
médico.
Por esos tiempos
se desató una guerra civil en Ecuador y los padres alemanes junto con su obispo
fueron expulsados. Cometieron el error de participar en la guerra a favor de
uno de los dos bandos en contienda, el conservador, y siendo extranjeros. Eso no era raro, también en Colombia y
concretamente en Pasto lo hizo un obispo español llamado Ezequiel Moreno Díaz,
quien estuvo al frente de esta diócesis de 1896 – 1906. Le dio por tomar partido a favor de los
conservadores en la sangrienta guerra de los Mil Días entre liberales y
conservadores. Esa terrible guerra
comenzó en 1899 y se terminó en el año 1902.
Los insultos
dominicales de monseñor Moreno Díaz, desde el púlpito de la iglesia de San
Juan, a los “malditos liberales” como él los llamaba eran temerarios y
peligrosos. Yo tuve oportunidad de
hablar con algunos ancianos que recordaban esos incendiarios sermones en contra
de los pocos “cachiporros” (liberales) que había en esta ciudad en esa
época. Pero, como nuestra madre iglesia
toma unas decisiones que nadie las entiende, ahora ese prelado politiquero es
llamado: San Ezequiel…
Volvamos a los
padres alemanes: recordaba mi papá que a unos exámenes escolares de fin de año
asistió el padre Pedro Ecker y a un alumno llamado Gonzalo Hernández, papá de
mi amigo Pedro, le dictó una frase para que la escribiera en el tablero. La frase era esta: “En la pared tengo un
perrero”, pero, el curita que no podía pronunciar algunas palabras del español
no dictó perrero, sino perero; el alumno escribió así, lo que ocasionó risas
entre los asistentes.
El 7 de agosto del
2008, estuve de paseo por el vecino país de Ecuador, y en el periódico EL
COMERCIO, encontré un artículo escrito por el periodista Rodrigo Fierro
Benítez, relacionado con la participación en política del obispo
Schumacker. Una fotocopia de ese
artículo aparece al final de este capítulo.
Recordemos ahora a
algunos sacerdotes que fueron párrocos y que por su desempeño como tales,
dejaron recuerdos buenos y malos en los feligreses tabileños.
Padre Remigio Narváez.- Por los años de 1936 y siguientes, estuvo como párroco en
Tabiles un sacerdote llamado Remigio Narváez, natural de Puerres (Nariño).
Según algunas fotografías que he visto de él, era bastante corpulento y con
rasgos indígenas. No tengo conocimientos
suficientes de los motivos que tuvieron algunos tabileños, la mayoría parece,
para oponerse frontalmente a la forma como estaba dirigiendo a sus feligreses.
La población de
polarizó, unos a favor del cura y otros en contra. La división fue dura y generó una cantidad de
desórdenes y enfrentamientos. Algunas
familias se dividieron también, ese fue el caso de los Solartes… Euclides y Floresmilo
eran hermanos. El primero y sus hijos
estaban en contra de Remigio, entre ellos mi papá. Floresmilo y sus hijos, entre ellos Zacarías,
estaban a favor.
Sucedieron hechos
que llaman la atención por lo absurdos que parecen. Se le ocurrió al padre Remigio, organizar lo
que ahora se llamaría una Institución Educativa, él la llamó: “Centro
Cultural”. En ese centro pretendió
instruir a sus feligreses, no desde lo elemental como debió ser lo correcto,
sino, por lo bien alto. Allí se dictaban
áreas como historia y geografía universal, filosofía y literatura, a un
alumnado que escasamente tendrían terminado la enseñanza primaria. Para dar por terminado un periodo de
estudios, un año tal vez, conformó un jurado calificador para evaluar a los
estudiantes. Se supone que ese jurado
estaría asesorado en todo y por todo por el catedrático Remigio, porque entre
los integrantes del selecto jurado estaba una señora de nombre María Alvarado, prima de mi abuelo Tobías;
esta señora no sabía leer ni escribir…
Era de público
conocimiento que este curita tenía sus enredos amorosos con una profesora y con
otra señorita de la sociedad tabileña de aquel entonces. Un buen día, las dos
rivales se encontraron en la casa cural y no sólo se halaron las mechas, sino
que hasta se causaron lesiones con arma blanca.
Por esos tiempos
en Nariño sólo había la Diócesis de Pasto. Cuando el obispo se enteró de ese
conflicto en Tabiles llamó al cura Remigio para saber los motivos del
enfrentamiento. Éste le respondió que se
trataba de una lucha política entre liberales y conservadores. Lo cual no era cierto… Enterados los
adversarios de esa falsa información al superior, se conformó una comisión de
opositores al cura, integrados por godos y cachiporros que viajaría a Pasto
para desvirtuar el cuento de que se trataba de odios por política.
En la comisión y
por el lado de los conservadores se destacaba don Protacio Rosero, un godo de
siete suelas y, como si eso fuera poco, tío materno de los Solarte, hijos de
Floresmilo y amigos del cura… Entre los liberales sobresalía don José María
Unigarro, reconocido cachiporro y persona muy querida y respetada. En este bando también viajó mi taita
Sergio. Con las quejas que llevaron al
obispo y con la demostración clara y precisa de que no se trataba de un
enfrentamiento político, a los pocos días, semanas tal vez, el cura Remigio fue
trasladado a otra parroquia.
En varias
ocasiones yo pregunté a los más viejos, el por qué se produjo ese
enfrentamiento: me decían que mi abuelo Euclides y otros propietarios de
tierras, se disgustaron cuando el cura les atravesó unas fincas al abrir una
variante del camino que conducía a Samaniego por las Cuatro Esquinas.
La finca de mi
abuelo así dividida era la que ahora ocupa, en parte, el cementerio y el camino,
el mismo por donde ahora está la carretera.
Bueno, Euclides,
sus hijos y otros propietarios de tierras, tuvieron ese pretexto, pendejo sin
duda, si se trataba de abrir un camino para acortar distancias y evitar una
empinada cuesta en el Motilón, pero, los demás opositores al cura tendrían
otros motivos y graves si se tiene en cuenta la magnitud del
enfrentamiento. Ni Euclides ni sus
hijos, tampoco los otros propietarios tendrían perfiles de liderazgo en la región
para pensar que buena parte de los habitantes los hubieran respaldado.
Padre Martínez.- Años más tarde fue párroco en Tabiles un padre llamado
Lucio Alfonso Martínez. Este sacerdote era de baja estatura y sus feligreses lo
bautizaron a él con el apodo de “padre guineo”. Todo el tiempo los tabileños
hemos sido expertos en los apodos.
Juan Cruz Bolaños.- También fue párroco en nuestro pueblo. Cuentan que este
curita tenía un temperamento amable y festivo, que hasta le gustaban las
bromas. Lo recordaban por anécdotas como
estas: Cuando algún feligrés se confesaba cualquier simpleza, él le decía:
“Vete en paz hijo mío, por la mañana sacudes bien las sábanas y a la mierda
pecados veniales”. Que después de las
fiestas de diciembre, cuando ya le tocaba desmontar los arreglos navideños decía:
“Terminada la navidad, a la mierda los pastores”.
Luis Aníbal Solarte.- Otro cura que dejó recuerdos poco agradables en Tabiles
fue este tuquerreño que llegó muy joven, era de buen porte y buen físico, pero
resultó también un godo de siete suelas.
Le dio por atacar a los liberales desde el púlpito con insultos como
estos: Comunistas, masones, enemigos de
Dios y de la iglesia. En pocos días se conformaron grupos de conservadores
ignorantes y fanáticos que comenzaron a hostigar a los pocos liberales que
había en el pueblo y en las veredas. Los ultrajaban, los golpeaban y les
causaban heridas con arma blanca, les destruían las viviendas a punta de piedra
y machete, algunas las quemaron. El
corregidor, un señor que aún vive aquí en Pasto, era el jefe de las pandillas,
que las llamábamos “marimberos”.
Después del
asesinato de Gaitán, el curita Luis Aníbal dijo en un sermón dominical: que el
asesino Roa Sierra le hizo un gran favor al partido conservador, a Dios y la
Iglesia porque Gaitán era un hombre malo y peligroso… Estaría equivocado el
curita… parece que sí.
Cuando mi hija
estudiaba derecho en la Universidad de Nariño, Luis Aníbal era párroco de San
Agustín y en la universidad tenía la cátedra de derecho Canónico. Un día, esta chica irreverente, le mencionó su
paso por Tabiles y su persecución a los liberales del lugar. Un poco molesto le contestó, que los Solartes
de ese pueblo eran liberales muy sectarios, pero que esas épocas ya pasaron,
que esos sentimientos que tanto daño le
hicieron al país ya están superados y que no valía la pena recordarlos.
Pero, en esos
tiempos no era el padre Luis Aníbal el único politiquero en su parroquia. En Linares estaba un cura de apellido Vélez,
que también perseguía a los liberales desde el púlpito. En Sotomayor un cura
Miguel Ángel Vallejo, con las mismas ínfulas y, el más bravero estaba en la
Llanada, un cura Alberto Hernández.
Al padre Vélez, en
Linares le tenían este cuento: Que un día lo llamó a Pasto el obispo y lo
regañó por su participación en política; le dijo que esa actividad la deje a
los señores políticos, que él se limite a explicar el santo evangelio. Que el cura de regreso a Linares, al
siguiente domingo le tocó explicar las Bodas de Caná, donde agua fue convertida
en vino. Terminó su sermón así: El vino
del milagro y que se sirvió al final de la fiesta fue el mejor. Los asistentes tomaron y gozaron mucho. Pero, no faltaron quienes se emborracharon,
hicieron escándalos y dañaron la santa fiesta. Quienes fueron esos…? Los
malditos liberales, que se habían colado.
CAPITULO SÉPTIMO
Un incendio.
Regresemos en el
tiempo, a 1947. En el mes de agosto de
ese año, en lo más bravo del verano, se ocasionó un incendio que dejó
convertido en cenizas buena parte de nuestro corregimiento y del vecino
municipio de Sotomayor.
Los lunes en la
mañana era raro que mi papá ya estuviera en la finca, por lo general estaba
tomando traguito en el pueblo o en las cantinas que había por el camino; pero
el lunes del incendio, cuando estaba almorzando un amigo lo llamaba a gritos
desde una curva del camino frente a nuestra vivienda, cuando Sergio contestó,
le dijo alarmado: comenzó un incendio desde la cueva de los Andrade y le
aumentó el apodo que éstos tenían…
Ramón Andrade y
sus hijos tenían una finca que iba hasta el río Pacual, en la misma loma de la
finca de Euclides Solarte y sus hijos, entre ellos mi taita Sergio. Esta
familia Andrade no tenía rancho en esa finca y cuando bajaban a trabajar
acampaban en una cueva que había debajo de una roca. Curiosamente esa cueva
tenía dos niveles, uno le servía para cocina y el otro para dormitorio. El
viento sacaría el fuego de allí y se propagó en minutos de una manera que
causaba horror. No sólo abrazó la loma donde se inició, sino que por el cañón
del río alcanzó las lomas siguientes como San José, Providencia y el Oratorio,
es que casi llega al pueblo. Sin duda,
el viento levantó algún trozó de madera encendido y lo tiró al otro lado del
río, porque en minutos estaba encendida la loma de enfrente, perteneciente a
Sotomayor. Tanto de lado nuestro como
del vecino municipio hubo muchos estragos. Se quemaron cinco (5) trapiches de
bueyes, tres en nuestro corregimiento y dos en Sotomayor. Uno era de propiedad
de don José Villamarín, otro de Luvino Caicedo, mi tío abuelo, y otro de don
Jenaro Gualmatán. Los dos quemados al
otro lado del río, uno de don Epaminondas Rojas y otro de don Gumersindo
Delgado, natural de Linares y conocido como “el abogado pobre”.
El incendio
destruyó todas las cementeras que encontró a su paso y también los ranchos
donde los finqueros se alojaban para trabajar sus tierras. Mi papá vivía del
cultivo de la caña de azúcar, se le quemó toda la que tenía, quedó arruinado,
se quemaron hasta las plataneras, sólo pudo defender el rancho donde vivíamos.
El fuego llegó hasta las goteras del trapiche, pero no lo quemó, ya era muy tarde, el sol y los vientos se
habían calmado un poco y así pudieron defenderlo. En los huecos donde había grandes árboles
secos el fuego duró hasta quince días.
Para completar la ruina económica, un domingo en una pelea de borrachos
en el pueblo, a mi papá le pegaron un varillazo en la cabeza y estuvo a punto
de morir. En octubre de ese mismo año 1947, comencé mi primer año de primaria
en el pueblo.
CAPITULO OCTAVO
Explosiones del Galeras.
Entre los años
1949 y 1950, el volcán Galeras produjo unas explosiones de ceniza muy
superiores a las que hemos visto en los últimos años, pero en esos tiempos no
había tanta alarma y tantas precauciones como ahora. Era tanta la ceniza que caía en las noches
que las zanjas que dividían algunos potreros se llenaban y las vacas se
paseaban muy orondas en los potreros ajenos.
Las matas de cabuya recibían tanta ceniza que las hojas se doblaban y
luego quedaban como si hubieran recibido fuego, totalmente marchitas.
En los contornos
de la casa de mi abuelo Tobías, había unas pequeñas cuevas donde dormían cerdos
y ovejas. Una noche la ceniza había
taponado las salidas de esas cuevas y en la mañana siguiente con palas tuvieron
que despejar y sacar los animales, que salían algo torombolos por la falta de
aire y los gases de la ceniza. Como las
bocas están al lado occidental del volcán, desde nuestro pueblo se observaba
las explosiones nocturnas como si toda la montaña estaba encendida.
Aquí una
curiosidad perruna.- En la vereda Pueblo Viejo, vivió don Tulio Melo, estaba
casado con la señora Alejandrina Insuasty.
Estos esposos eran acomodados, muy trabajadores y contaban con el
respeto y aprecio de los habitantes de la comarca. Compraron un radio grande que funcionaba con
una pila enorme. En esa casa, que era
muy amplia, se reunían en la noche varios vecinos para escuchar radio.
Si no recuerdo
mal, unos amigos de clima frío les regalaron un perro, todavía cachorro, al que
le pusieron el nombre de “molque”. El color era muy semejante al de los perros
de la raza San Bernardo, blanco con manchas amarillas. Claro que no era tan acuerpado porque el San
Bernardo más parece un novillo que un perro.
Sin embargo, molque no era un chandoso cualquiera, tenía buen porte y
una presencia que asustaba, por algo era perro de rico. Pero, molque no era
bravo, cuando encontraba gentes, los miraba de frente, saludaba con la cola y
pasaba.
Se hizo popular en
la vereda porque se volvió muy, pero muy andariego. No era raro encontrarlo por
los pueblos, o por los caminos, de Linares, Samaniego, La Llanada, El Vergel,
Sotomayor. Cuando las gentes tenían que referirse a una persona también
andariega, decían: ese ya se parece al molque de don Tulio.
CAPITULO NOVENO
Los caminos.
A donde, por dónde y cómo viajaban nuestros viejos:
A Túquerres.- Parece que hasta la década de 1920 a 1930, la
ruta más importante para los tabileños fue el camino de herradura que por el
cerro del 60, el Partidero, La Guada, El Cerro Gordo y un Páramo, viajaban a
Túquerres, Guaitarilla, Ospina, Sapuyes, Iles y otros pueblos de clima frío.
A los habitantes de clima abrigado nos llamaban, y no llaman hasta hoy
“guaicosos” y a los de clima frío “provincianos”, también “caltarranos”.
En Túquerres hubo una licorera oficial donde compraban panela a buenos
precios y la pagaban de contado. La presentación era diferente a la que
fabricaban para el consumo, para vender en nuestro pueblo y en los pueblos
arriba nombrados.
La licorera les compraba en bloques grandes que llamaban “panelón”; una
bestia solo cargaba dos (2) uno de cada lado.
Hubo una época en que les compraban miel de llena, que la transportaban
en unos sacos de cuero que llamaban “zurrones”.
No tengo conocimiento si nuestros paneleros fabricaban ellos mismos esos
zurrones o los compraban en otros pueblos.
A los demás mercados llevaban a vender la panela redonda y envuelta en
látigos, como la vemos hasta hoy, aunque poco a poco está despareciendo, en todos
los trapiches fabrican panela en cuadros.
El campesino generalmente dice “ladrillo de panela”, pero el ladrillo es
de barro y no sirve para endulzar el café, sino, para hacer casas.
En Túquerres, que desde esa época era una ciudad muy comercial, nuestros
paneleros compraban ropa, herramientas, medicinas para humanos y animales; en
broma decían: “para animal y bestia”.
También compraban los alimentos propios de clima frío como harina de
trigo, cebada (la tradicional chara) que tanto gustaba con papas, ullucos y
coles verdes. También ocas, cebolla,
repollo.
Como el trayecto era largo y con bestias cargadas no se caminaba rápido,
gastaban dos días entre Tabiles y Túquerres.
A medio camino tenían que pasar una noche en posadas donde había comida
para los arrieros y potreraje para las bestias.
En ocasiones, cuando había mucho viajero, les tocaba dormir en los
corredores de las casas y en climas tan fríos.
Para proteger los panelones y panelas, usaba unas lonas cubiertas de una
cera negra, que llamaban “encerados”, yo los conocí. Esos encerados también les servían de cobija.
Eran muchos los tabileños que tenían amigos, y buenos amigos en esos
pueblos fríanos; se visitaban todos los años e intercambiaban regalos que consistían
en productos alimenticios de sus respectivos climas. Los provincianos les llevaban a los guaicosos
papas, harina de trigo, la codiciada “chara”, habas secas y otros alimentos de
lo frío; llevaban de regreso el apetecido café, panela, maíz y algunas frutas.
Mi papá tenía unos amigos en Iles, de apellido Guzmán, gente muy buena y
acomodada. Los amigos de esos climas
fríos eran muy generosos y buenos para tomar trago; mi papá y los hermanos
gozaban de lo lindo con esos amigos.
De esos viajes tenían una gran cantidad de anécdotas para reírse toda la
vida, veamos siquiera una: me contaba Luvino Caicedo – mi tío abuelo -, que una
vez viajaban a Túquerres arriando mulas con José María Acosta y Adolfo Alvarado
– primo de mis abuelo Tobías Alvarado – Adolfo era alto, de ojos verdes, piel
blanca y todo velludo, parecía español.
Entre las mulas que arriaba Adolfo, llevaba una muy joven (chúcara
decían) bonita, pero con una enjalma muy vieja y la retranca estaba en peores
condiciones. Durante todo el viaje los
compañeros le jodieron la vida diciéndole que un Adolfo Alvarado, tan bien
parado y llevando una mula con semejante retranca, todo remendada por vieja,
que eso era el colmo… Al fin se cansó Adolfo de las bromas, y les dijo: “Hola,
dejen la puta joda, que la retranca está en el culo de la mula y nó en el de
ustedes.
Adolfo era muy ocurrente, le gustaban las coplas, le aprendí estas:
“En el cielo no se siembra
ni se riega cebadal,
ni tampoco van los godos
que mi Dios es liberal”.
“No vine por carretera
llegué por camino real,
me gusta el amor y el trago
y el partido liberal”.
“Esto dijo el armadillo
sembrando palos de yuca,
cuando uno ya está viejo
hasta el… cuero se le chupa”.
“Yo no me caso con viuda
Aunque la vistan de seda,
porque mula que otro amansa
algún resabio le queda”.
Camino a Samaniego.
Cuando Samaniego ya
tuvo carretera, poco a poco abandonaron el camino a Túquerres, pues, a
Samaniego se podía llegar arriando bestias en un solo día y por buen
clima. Al día siguiente vendían los
productos que llevaban, generalmente panela, hacían compras y tranquilamente
regresaban tomando traguito y hasta guarapo que había bastante a lo largo del
camino.
Para viajar a
Samaniego seguían el mismo camino de Túquerres hasta la vereda Motilón (hoy
corregimiento) de allí, y después de una endiablada bajada pasaban a la vereda
La Mesa ya en el municipio de Samaniego. Cuando yo conocí Samaniego, ya no baje
ese trecho tan largo, sino por la variante que dirigió el padre Remigio, que la
redujo a la mitad, más o menos. En ese viaje a Samaniego conocí los carros y
escuché radio la primera vez. Mi mamá
que había viajado en carro de Túquerres hasta Las Lajas, despertaba en mí una
gran curiosidad por esos aparatos, para mí tan enormes. Me decía que la velocidad a que viajaba era
increíble; que se veía que las ramas del borde de la carretera se daban contra
el piso y que los postes de las cercas pasaban a gran velocidad. Asimismo me comentaba la belleza de las
carreteras, tan amplias, parejas y sin las cuestas que tenían nuestros caminos.
Y tenía razón… por lentos que hayan sido los carros de esas épocas, en
carreteras angostas y destapadas, andaban mucho más que un caballo a galope
tendido, y lo hacían durante horas y horas, lo que un caballo no resistía. En cuanto a las carreteras, serían una
maravilla comparadas con nuestros caminos de herradura, y qué decir de los
caminos internos de las fincas por donde se transportaba el agua, la leña, los
plátanos, las yucas, las arracachas.
Sentados con mi
papá y mi mamá en el andén de un almacén de unos señores de apellido Ruiz, en
una esquina de la plaza, escuché radio por primera vez. Era de noche y tenían sintonizada una
estación ecuatoriana, por lo que decía mi papá, sonaba bastante ruidosa y como
mis oídos no estaban acostumbrados, era muy poco lo que entendía. Al día
siguiente me llevaron a conocer las baldosas, “baldosín” decían por esos
tiempos. Había una sola casa que en el
andén tenía esa belleza. Yo le pasaba los dedos de la mano y me sorprendía lo
liso de la superficie. Años más tarde en
esa casa tenía el consultorio dental don Rodrigo Calderón.
Mi papá fue a
vender panela y como arriero (fletero decían) fue don Parménides Maya. Mi tío
Octaviano, fue como de paseo y en el caballo que él montaba me llevó en
ancas. Había este refrán: “quien va al
anca no va lejos”. La plaza de mercado
era la misma que ahora es patio de palomas y en agosto sirve para el concurso
de bandas musicales. En un cacharro de
esa plaza me vi la imagen de la virgen de Las Lajas en un cuadrito que semejaba
una gruta, para mí era una maravilla nunca vista y le di candanga a mi papá
hasta que me la compró.
Los samanieguenses
ya tenían acueducto, pero no hasta las casas; la tubería llegaba hasta unas pilas que había en
algunas esquinas, una al pie de la plaza. De allí la llevaban en baldes y ollas. Los niños tenían unos carritos sencillos que
le servían para llevar el agua; consistían en dos ruedas de madera sujetadas
por un eje, también de madera, parecía un carreto grande. A ese eje le
aplicaban una vara que se echaban al hombre y sobre ella llevaban los baldes.
Ya en casa yo le pedí a mi papá que me fabricara un carrito
así, pero el hombre no tenía dotes de carpintero, ni tendría la herramienta
necesaria, por eso jamás tuve el carrito ese para jugar.
Camino a Linares.- Como Tabiles siempre ha pertenecido a Linares, a esa
población viajaban para vender productos, hacer compras y tramitar todo lo
relacionado con la administración municipal.
El camino, el mismo que existe hasta ahora, por las Cuatro Esquinas, la
falda del cerro y El Pailón. Por los
tiempos que ya recuerdo, en Linares había buenos almacenes y un famoso mercado
dominical en la plaza central que ahora es parque. En la cabecera de la plaza
había un buen almacén de propiedad del señor Bolívar Bravo y, al pie de la
misma plaza otro almacén de Nemeciano Bravo, hermano del anterior.
Para tramitar
asuntos en el juzgado y en la alcaldía, había varios abogados sin título
(tinterillos) que eran muy expertos, muy hábiles en su oficio. Entre estos tinterillos
estaban: Artemio Lucero, Temístocles Solarte, Lisímaco Orbes, Venancio Solarte,
Ancelmo Arturo Díaz y otros cuyos nombres ya no recuerdo. Más tarde hubo dos
abogados titulados, Pablo Emilio Solarte y Pablo Emilio Andrade. Estos
profesionales del derecho, en más de una ocasión se descuidaban en los asuntos
y los tinterillos más cuidadosos y más marrulleros, los ponían en aprietos y
hasta les ganaban los pleitos.
La banda de músicos.- Se llama Banda Fátima, por esos tiempos tenían fama por
la cantidad y calidad de sus músicos, era placentero escucharlos en las
fiestas.
Camino a Cumbitara.- Un camino largo y difícil
era el de viajar a esa lejana población. Por la loma de los Quingos se bajaba
hasta el río Pacual donde puede haber unos 25 grados de calor; de allí se subía
hasta las faldas del cerro de Sotomayor y después de recorrer un páramo se
llegaba a un paraje solitario, de muchos vientos y muy difícil para transitar,
llamado Escalón. En verdad eran dos los escalones, uno largo y otro más corto. Los dos consistían en zanjones con un
graderío tallado en la roca por las herraduras de las bestias; había mucha
piedra suelta, que hacía difícil caminar, los animales bajaban con miedo y la
carga no podía ser muy pesada. Si la carga era un jinete, éste prefería bajar a
pie esos dos trechos y dejar que la cabalgadura lo haga desocupada. Se llegaba
luego a otro paraje no sólo difícil, sino, bastante peligroso: la Piedra Liza.
Esto era un desfiladero donde ni siquiera se podía ver el fondo del abismo. Si una
bestia se derrumbaba allí, ni pensar en bajar a buscar restos de la carga.
Terminada esa pendiente se llegaba a una vereda, El Caucho, allí el clima
era mejor y también la topografía del terreno. En esta vereda vivía un famoso
artesano, si no estoy equivocado, el nombre era Sabino Toro, fabricante de unas
guitarras que tenían fama en toda la región del occidente del
departamento. El hombre siempre tenía
pedidos que lo mantenían muy ocupado.
Era un señor alto, delgado, un poco jorobado y difícil de tratarlo, pero
con una habilidad asombrosa en su trabajo de hacer guitarras.
Bueno, de El Caucho en una hora se podía llegar a Cumbitara, una
población pequeña con gentes buenas y acogedoras. Así como había gentes pobres, también había
ricos, porque se dedicaban a la cría de ganado, caballos y cerdos. También hubo épocas en que se dedicaron a la
minería, había en su territorio buenas vetas de oro. Una empresa norteamericana estuvo por esos
lares explotando las minas del precioso metal.
En las playas del río Patía, tuvieron una pequeña pista donde
aterrizaban los gringos en sus avionetas.
Parece que en la década del 20 al 30, hubo por Tabiles, El Tambillo,
Linares y alrededores, una sequía que dio origen a una gran hambruna; mucha
gente de estas tierras se fueron a vivir a Cumbitara donde hay agua en
abundancia. Por lo tanto, en esa población, había mucho paisano, amigos y en
algunos casos hasta parientes de nuestros viejos.
Recordando la hambruna, mi mamá contaba que no habiendo con qué alimentar
las gallinas optaron por torcerles el pescuezo a todas, pero, sólo había eso
para comer, ni una yuca, ni una arracacha para echarle al caldo. Los habitantes de los lugares afectados por
la sequía y que tenían bestias y dinero, viajaban a esa población en busca de
comida. Lo más apetecido y práctico para
traer era maíz, fríjoles y cacao.
Camino a Pasto.- Por la mayor distancia y los costos del viaje, a Pasto
viajaban poco los viejos tabileños, eran muchos los que se morían sin conocer
la capital del departamento. El
recorrido lo hacían por Linares, Sapallurco (hoy Llano Grande), el Guaitara,
los Corrales, La Florida y Nariño. En
estos dos últimos municipios todavía existen unos tramos de ese viejo camino.
Entraban a Pasto
por el sector donde ahora está el hospital San Pedro. Por allí había unos potreros donde les
arrendaban para las bestias que traían. Años más tarde, en el cruce de la
panamericana con la calle 16 que sube hasta el hospital, había una sub-estación
de la hidroeléctrica de don Julio Bravo, al lugar le pusieron el nombre de “el
peligro de muerte” porque allí se electrocutó un ladronzuelo que quiso robar
alambre de cobre porque lo vio amarillo y pensó que era de oro. Era muy frecuente escuchar a nuestros viejos
mencionar el tal peligro de muerte.
Nuestros mayores también entraban con sus cabalgaduras hasta unas
posadas que había por la calle del colorado y el San Andresito.
En una pelea de
borrachos, mi abuelo Euclides le cortó la cara a un señor con el coto de una
botella; por ese delito fue traído preso a Pasto. Como era lógico, la familia lo visitaba y fue
así como mi papá vino a conocer Pasto siendo aún niño, era nacido en 1907. Recordaba que los presos (ahora se llaman
internos) sólo iban a dormir a la cárcel, el día los tenían trabajando, unos en
la construcción del edificio de la gobernación y otros en el Parque Nariño.
Y como venía
hablando de caminos, hago aquí otro recuerdo: si no estoy equivocado en el año,
fue en 1950 que llovió en esa región de una manera alarmante, días y noches que
no paraba de llover; los caminos se volvieron intransitables para los humanos.
Nosotros
recorríamos el que conduce del pueblo a Pueblo Viejo y El Guadual. En todo ese tramo le hicieron desechos por
potreros y cementeras que estaban a los lados del camino; las bestias iban por
esos barriales enterradas hasta la barriga y los dueños por los desechos
echándoles ojo y animándolas con gritos y cualquier grosería.
Esos senderos
hechos por los potreros, también le servían a los liberales para ocultarse de
los conservadores que los perseguían… lo
más cruel para los perseguidos cachiporros era cuando había amenazas de ataque
a las viviendas por cuadrillas de los hermanos godos; había que salir a dormir
al monte y en semejante tiempo tan lluvioso.
Hasta esa época no había los plásticos tan útiles hoy en día. En alguna zanja o debajo de algunos arbustos,
los pobres cachiporros improvisaban un rancho que lo cubrían con hojas de
plátano o paja de loma y se dormía sobre la madre tierra, sin poder encender si
quiera un fósforo porque esa pequeña luz podía delatarlos. Muchos años después escuché una copla que me
hizo recordar esas noches de miedo y de lluvia, dice así:
Ya se calló el arbolito
donde dormía el pavo real
ahora duerme en el suelito
como cualquier liberal.
Peregrino Riascos Sánchez.- Por la década de 1950 estuvo como párroco en Tabiles el
padre Peregrino Riascos Sánchez; también era nativo de Puerres Nariño, y al que
muchos recordarán. Estaba acompañado de su señor padre que se llamaba lo mismo
que el hijo. Era un señor de buen porte,
de buenas maneras, impecablemente vestido.
Por el nombre,
algunos malcriados le decían al padre “perro gringo”, pero de gringo no tenía
nada… era rezandero, santucho, y fanático como ningún otro cura de esos
tiempos, aumentó mucho la asistencia de sus feligreses a todas las ceremonias
religiosas. Cuando no le gustaba la asistencia de la gente al rosario de la
tarde, se salía rezando a las gradas de la entrada de la iglesia, y a veces
hasta la plaza, para invitar más feligreses al rezo. Algo que merece recordarlo
con gratitud: Se interesó mucho por el cementerio; lo dividió en parcelas y a
cada vereda, también al pueblo, le asignó una con la perentoria obligación de
sembrarle flores y mantenerla limpia.
Todo el cementerio era un bello jardín, daba gusto ir a ese lugar.
Años más tarde,
era tal el abandono de ese campo santo, que cuando yo iba al pueblo, para
visitar la tumba de mi mamá tenía que pedir un machete y entrar arremangando
helechos y la espinosa zarza.
Del padre Peregrino también hay un recuerdo agridulce: En unas fiestas
de diciembre, un habitante del pueblo que se había tomado sus tragos, a eso de
las cuatro de la madrugada andaba haciendo bulla por las calles y plaza del
pueblo. El curita Peregrino, seguramente
se desveló, salió del convento todo bravo, encontró al borracho en la plaza y
se puso a regañarlo, éste se mostró más bravo, le pegó un puñetazo que le
rompió la ceja. Al día siguiente
apareció el padre con un parche de gasa y esparadrapo en la frente. El pueblo estaba dividido; unos enojados con
el borrachito y otros diciendo que el padrecito, a esas horas debió estar
durmiendo en su convento, y si estaba desvelado, rezando, pero no regañando
borrachos en la plaza, que ese trabajo era de la policía.
Silvio Lara Ramos.- Este cura es natural de
La Florida Nariño. Cuando estuvo en
Tabiles ya era viejo y sin lugar a dudas el más malo que le han mandado a ese
pobre pueblo. A penas llegó comenzó a ganarse
enemigos, pero, como los Tabileños hemos sido tan demócratas, no faltaron
algunos que se pusieron a su favor, y siguieron los enfrentamientos.
Se le envió un memorial con quejas al obispo de Ipiales, un monseñor
antioqueño de nombre Alonso Arteaga Yépez (que en paz descanse) que no le paró
ni cinco de bolas; le hizo saber al cura Lara Ramos y éste se puso más furioso,
parecía loco en el púlpito. Hicimos otro
memorial, más contundente y con Higinio Mora viajamos a Ipiales para entregarlo
personalmente. El obispo paisa leía el escrito
y de cada párrafo pedía explicaciones, que las dimos con todo detalle.
A los pocos días nos visitó el monseñor.
Guillermo Zambrano, uno de los adversarios del cura, pronunció un
discurso de bienvenida al obispo que gustó mucho al prelado y a los asistentes. El obispo convocó a reuniones, primero a los
amigos del cura y luego a los opositores.
Cuando ellos salían de la reunión llegábamos los adversarios, no
tratamos mal a nadie pero, estos señores se habían quedado por la calle de la
casa cural esperando a que terminara la reunión con nosotros. Cuando salimos nos insultaron y trataron de
atacarnos. Alguien le hizo saber al
obispo ese detalle, salió, los regañó y les exigió que se fueran a sus
casas. Recuerdo palabras del regaño:
“Cuando ustedes salieron, ellos llegaban también a reunirse conmigo, a nadie
molestaron, entraron ordenados y con respeto”.
Habían pasado unas semanas de calma chicha, cuando tuvimos la noticia
que el cura Silvio era trasladado a otra parroquia. No faltó un descocado de
los nuestros que proponía derribar unos árboles sobre la carretera para
impedirle el paso el día que se vaya. Otro más pensador le dijo: no seas
pendejo; si lo que queremos es que se vaya, como le vamos a taponar la
carretera.
Años más tarde, el padre Lara Ramos apareció como párroco en Santa Ana,
una población cercana a Túquerres. Allí sí que la cosa fue peor; Silvio ya
estaba más viejo y mas jodón. Un día
cualquiera lo llamó el obispo para halarle las orejas, lo más seguro. Cuando regresó encontró las puertas de la
casa cural selladas con soldadura; para colmo de males, los cerrajeros del
pueblo eran también sus enemigos, le toco hacer venir un cerrajero de Túquerres
para que le abriera las puertas. Desde
ese incidente ya no permanecía en el pueblo y cuando por fin llegó a recoger
sus corotos, tuvo que hacerlo acompañado de 25 soldados de la guarnición de
Ipiales.
Por esos tiempos circulaba en Pasto y Nariño, un periódico llamado El
Derecho, de orientación conservadora. En
ese diario aparecían los desmanes del cura Lara Ramos en Santa Ana, yo que ya
vivía en esta ciudad, recortaba esas crónicas y las enviaba a mis compañeros de
lucha en Tabiles.
En Comfamiliar de
Nariño, tuve como compañero de trabajo un señor nativo de La Florida, paisano
del padre Lara Ramos. Un día me
comentaba que cuando joven este religioso tenía por costumbre, los domingos en
la tarde llegarse a cualquier cantina de pueblo a tomarse sus tragos con los
parroquianos; lo malo estaba en que sí había alguien que no le caía bien le
buscaba camorra. Y como nadie quería
enfrentarse con él, dejaban la cantina vacía.
Pero, llegó el día en que se topo con un campesino, también de malas
pulgas, lo enfrentó y se formó el bochinche.
Se levantó Silvio de su mesa y le dijo al campesino: “Espérate me quito
este cunche y verás que también tengo pantalones”. Se quitó la sotana, la tiró
al suelo y se abalanzó sobre él parroquiano, pero éste le salió adelante y de
dos trancazos lo tiró al piso. Cuando Silvio se levantaba, los que allí estaban
lo sacaron para que no reciba más golpes. Que pasaron unos minutos y apareció
en la cantina un hermano del cura, que era el alcalde, y con revolver en mano
preguntaba por el grosero que le sacudió el polvo al reverendo Silvio.
Comentarios adicionales.- Entre los lectores de estas líneas, no faltarán quienes
digan: este ciudadano es muy irrespetuoso con los sacerdotes. No soy irrespetuoso, simplemente soy
realista.
Si antes se veía
al sacerdote como un ángel vestido de negro, que rara vez salía de su convento
para darse un paseo por las calles de un poblado, hoy en día lo vemos de otra
manera, como es en realidad, un ser humano, hombre como los demás, con
sentimientos, con gustos, con deseos, con pasiones, así haya recibido una
formación académica totalmente diferente, siempre encaminada a mantener en él y
para que lo inculque en sus feligreses, ese sentimiento llamado fe, esos
dogmas, mitos y leyendas en los que mucha gente ha dejado de creer.
A pesar de mi
ignorancia en materia religiosa, guiado solamente por la luz natural de la
razón, considero que la iglesia católica sigue siendo muy injusta con sus
ministros, o mejor, con sus servidores.
Cuándo será ese cuándo que la iglesia entienda que mantener el celibato
es un absurdo. Sería más humano y decente
un sacerdote con esposa y con hijos que acusado de violación de menores… me
gustaría ver un sacerdote oficiando misa (ahora Eucaristía) y que estuviera
acompañándolo la esposa e hijos, o colaborándole como acólitos.
También me parece
un error muy grande de la iglesia esa discriminación odiosa que hace de la
mujer, al no permitirle llegar al
sacerdocio. La mujer hoy en día,
gracias a su formación académica, está demostrando a lo largo y ancho del
planeta que no es menos inteligente que el hombre. Es más responsable en el cumplimiento de las
labores que le hayan encomendado, y lo más importante, lo más digno de
destacar: ES MAS HONESTA. Nos está
dejando ver más dignidad, más donde gentes.
Entonces, por qué la iglesia la descalifica como servidora suya, que
injusticia…
Volvamos a los
curas de nuestra parroquia: Algunos dejaron buenos recuerdos, injusto sería
desconocerlo. El mismo padre Remigio, al
liderar esa variante en el camino a Samaniego, hizo una obra importante que
benefició mucho a todos los tabileños.
El padre Román Solarte, se interesó en la construcción de la escuela de
varones, al respaldo del actual colegio.
El padre Juan Bautista Díaz, trabajó bastante en la construcción de la
carretera a Linares; recuerdo que en una minga se acomodó la sotana y con
machete y palanca arremangaba zarza como cualquier campesino. Asimismo, fueron
directores espirituales de una comunidad con educación muy deficiente. Pudo suceder que liderando obras, sacaron su
tajada, pero si las obras se hicieron la feligresía les agradeció el oportuno
liderazgo.
Lastimosamente,
también hubo curas que le hicieron daños a la parroquia y a la población en
general. Unos alimentaron resentimientos
políticos, o de clase, como ya lo hemos visto, y causaron enfrentamientos peligrosos, cuyos rescoldos duraban cierto tiempo. Otros
causaron daños económicos al vender propiedades raíces que tenía la
parroquia. Esas propiedades hoy en día
tendrían un gran valor comercial y servirían para la manutención del sacerdote
enviado a servirle a nuestro pueblo, a acompañar a sus feligreses en las buenas
y en las malas.
Recordemos las dos
fincas que tuvo la parroquia y que fueron vendidas. Una, la llamada San Felipe, donde estuvo el
convento de los Filipenses y ahora está la cancha de fútbol, en las goteras del
pueblo. Allí el cura mantenía la vaquita de leche y el caballo de paso para
recorrer las veredas y viajar a Linares o Samaniego cuando aún no había
carreteras. La otra finca se llamaba San Rafael, la había donado el señor
Rafael Ortega, el mismo que ya hemos mencionado en otros capítulos. Esta finca
estaba situada en la vereda Providencia y daba al camino real que conducía a
Pueblo Viejo; tenía un amplio potrero que se arrendaba a los vecinos que tenían
ganando. Algún dinero producto de la
venta de alguna de esas dos fincas se invirtió en comprar una finquita pequeña,
más retirada del pueblo y cuya topografía y calidad del terreno no es igual a
las que tuvo la parroquia.
Cuando ya no hubo
bienes raíces para vender, hubo curas que vendieron trastos viejos. Veamos esta historia: uno de estos señores
vendió unos transformadores de energía viejos de propiedad del municipio. Estos aparatos fueron instalados en el pueblo
cuando Linares tuvo una pequeña hidroeléctrica y durante unos meses, años tal
vez, le vendió energía a la población.
Uno de los transformadores estuvo en una esquina de la plaza y el otro
en la esquina de la casa del señor Alberto Narváez.
Cuando con el
amigo Higinio Mora, visitamos al señor obispo de Ipiales Alonso Arteaga Yépez,
este prelado después de leer cuidadosamente nuestro memorial con quejas del
párroco Silvio Lara, tuvo la amabilidad de conversar unos minutos con nosotros
y nos contó el problema que tuvo con los viejos transformadores. Palabras más,
palabras menos nos dijo esto: algunos padres me ocasionan ciertos problemas. Al
padre Román Solarte, tuve que traerlo aquí a San Juan para tenerlo cerca ya que
he recibido muchas quejas de él. El
padre que estuvo allá en Tabiles antes del párroco actual, vendió en Cali unos
transformadores de energía que no eran propiedad de la parroquia, sino del
municipio. El alcalde lo denunció
penalmente y yo tuve que viajar a esa ciudad, devolver el dinero que el padre
había recibido para poder recuperarlos y devolverlos a Linares; en caso
contrario al padre lo iban a meter a la cárcel.
Por ese incidente,
algunos funcionarios de Linares se burlaron mucho de nosotros y razón no les
faltaba… veamos esto: unos meses antes, autoridades de Linares subieron a
Tabiles con el propósito de llevarse esos transformadores; como era un día en
semana prácticamente no había hombres en el pueblo, sólo estaban las mujeres,
éstas se alborotaron y no permitieron que los linareños se llevaran esos
aparatos. Pero, llegó el día en que el
curita dio la orden de bajarlos de los postes donde estaba empotrados y
llevarlos a Samaniego, por esa vía se fueron a Cali.
Durante el corto
tiempo que hubo energía en el pueblo, muchas personas compraron radios, la
mejor marca era Philips, unos radios grandes que sonaban duro, aunque un tanto
ruidosos, así eran esos aparatos que funcionaron con tubos. El más potente era uno que tenía don Julio
Díaz en un almacén al pie de la plaza.
Por esos tiempos había en Cali una emisora que se llamaba RCO, Radio
Cadena de Occidente, era muy potente y en nuestro Tabiles entraba como
cañonazo. Esa emisora tenía un programa
de complacencias musicales los días sábados de 7 a 11 de la noche. Se escribía una carta o se mandaba un
telegrama haciendo la petición, qué novedoso era escuchar nuestros nombres a
través de la radio. Las canciones de
moda que más se solicitaban eran: Flor sin retoño, de Pedro Infante, Espinita,
de los Embajadores, El tren lento, de Lucho Vásquez.
El padre Román
Solarte, a quien se refirió el señor obispo, también fue párroco en Tabiles por
lo tanto Higinio y yo lo conocíamos y sabíamos muy bien cuál era el motivo de
las quejas de todas las parroquias donde había estado: le gustaban las niñas
bonitas… con todo derecho, pienso yo, porque era un hombre como los demás; pero
como la feligresía extremadamente puritana en esas épocas no pensaba de esa
manera, lo criticaban mucho y enviaban quejas al superior.
Años después
desaparecieron las tres campanas de la iglesia.
El pretexto para sacarlas del pueblo fue que había que hacerles unas
reparaciones, pero nunca volvieron a su lugar, la iglesia. Lo mismo sucedió con una antiquísima imagen
de San Felipe. Estas campanas tenían un
sonido particular que gustaba mucho a la feligresía en general; estábamos acostumbrados
a su llamado. Durante muchos años fueron
la única voz para convocar a los devotos a todas las ceremonias
religiosas. Cuando tocaban a muerto su
tristeza era infinita, y, cuando tocaban a vuelo eran la única melodía a gran
volumen que escuchaban nuestros oídos.
Entre los abogados
de esta ciudad circula un chiste pastuso con el que se burlan de ellos mismos y
también de los curas, es este: un pastuso muy pobre se enfermó de gravedad y
considerando que estaba cerca el final, pidió a los dolientes que le lleven un
sacerdote y un abogado. Los familiares
susurraban entre sí: está bien que pida el sacerdote, para que lo aconseje, le
dé valor y le ayude a morir como buen cristiano, pero, el abogado para qué demonios
si no tiene nada para dejar… como el enfermo insistía en su pedido, le llevaron
los dos personajes. Una vez estuvieron
en la alcoba del moribundo, éste pidió
que los instalen uno a cada lado de su lecho de enfermo; cumplido su deseo
manifestó: “Así quiero morir, como murió Jesucristo”, el resto lo sabe todo el
mundo.
CAPITULO DÉCIMO
La política en los años 50’s.
A vuelo de pájaro
veamos unos aspectos políticos de aquellos años violentos por la despiadada
persecución a los liberales:
Para comenzar y
durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez, se practicó una operación desarme
a todos los liberales y en todo el territorio nacional. En horas de la noche llegaron policías a las
casas para practicar una minuciosa requisa en busca de armas. Decomisaban las escopetas de fisto que tenían
para cazar tórtolas y algún pequeño animal.
También decomisaban los machetes de cubierta y cuchillos grandes que se
utilizaban para cosechar látigo y cabuya verde.
Mis tíos Alvarado eran aficionados a la cacería y tenían dos escopetas
de mejor calidad, no eran de fisto, disparaban unos cartuchos de fábrica, ellos
las llamaban carabinas. Una noche les llegaron los encargados de las requisas y
se llevaron esas carabinas y unos machetes de cubierta. A Segundo le estrujaron
los libros de medicina pensando que eran obras de comunismo.
Veamos esta anécdota a propósito de las requisas: en la subida de
Linares a Tabiles vivía un señor de nombre Juan Solarte, conocido allá como
“Juan cojo”. Era de la misma familia
nuestra y mi papá cada vez que salía por ese camino entraba a saludarlo, tomar
café y conversar un rato. Un día le contó Juan que le cayeron los requisadores
al mando de un Luis Díaz, que tenía fama de maloso. Le esculcaron toda la casa pero no
encontraron armas; se fueron y cuando ya iban al otro lado les pegó el grito:
Luis, acá se te quedó algo, y, con un revólver hizo tres tiros… estuvo de
buenas que no se regresaron y le dieron su paliza.
En 1950 asumió la presidencia de Colombia el doctor Laureano Gómez
Castro, después de resultar electo en unas elecciones en las cuales no
participó el partido liberal por falta de garantías. Laureano Gómez fue uno de los mejores
oradores que tuvo el partido conservador.
No pudo posesionarse ante el congreso como ha sido tradicional en el
país, porque el parlamento fue clausurado el 9 de noviembre de 1949 por el
presidente Ospina Pérez. Gómez se
posesionó ante la Corte Suprema de Justicia, le tomó el juramento de rigor el
presidente de esa corporación, doctor Domingo Sarasty, un político nariñense
que inmediatamente fue nombrado ministro de gobierno.
Si Ospina Pérez, durante su periodo presidencial, 1946 – 1950,
persiguió mucho a los liberales, Laureano Gómez trató de exterminarlos. De
primero se los invitaba a “protestar” a su partido, si no lo hacían los
desterraban, o los asesinaban, así de sencillo.
A continuación el texto de la renuncia, o protesta, que debían firmar
los liberales, llamados rojos malditos, masones, enemigos de Dios y de la
religión:
“Nosotros, los suscritos ciudadanos colombianos, mayores de edad,
vecinos del municipio de…… con residencia habitual en el mismo territorio,
cedulados bajos los números abajo citados, en completo goce de nuestras
facultades mentales, en nuestra absoluta y espontánea voluntad, sin presiones o
coacción de directiva alguna, en forma enérgica y orgullosa y bajo la gravedad
del juramente, ante Dios y los hombres, y en presencia de testigos declaramos:
Que protestamos del partido liberal y de seguir siendo en sus filas
los soldados de antes, porque ese partido es el de la anarquía, disociador
moral, que atenta contra el orden y las buenas costumbres, y contra la iglesia
católica, como lo demostró el 9 de abril de 1948. Desde hoy pertenecemos al
partido conservador, único que respeta el patrimonio legado por el Padre de la
Patria. Juramos defender al partido
conservador hasta morir”.
¡Qué belleza hermanos godos!...
Y pensar que entre los rojos malditos de todo el país, había y sigue
habiendo, creyentes hasta en el rejo de las campanas y más camanduleros que
cualquier godo sectario.
Desde varios años atrás, el doctor Gómez venía sufriendo de presión
arterial alta y durante su periodo presidencial le sobrevino un derrame
cerebral que lo obligó a separarse temporalmente del cargo para recibir
tratamiento médico en el exterior. Fue
encargado del poder el doctor Roberto Urdaneta Arbeláez.
Aunque los dos eran conservadores, pero el doctor Laureano Gómez y el
general Rojas Pinilla, se odiaban y desde muchos años atrás. Teniendo en cuenta
que la persecución al liberalismo era aterradora en todo el país, el general
Rojas Pinilla, recibió el apoyo de muchísimos colombianos para dar un golpe de
estado, asumir el poder y pacificar la nación. El alto militar no aceptó la
propuesta mientras el doctor Urdaneta estuviera como presidente encargado.
Entonces se presionó a Urdaneta Arbeláez para que entregue el poder al
presidente titular Laureano Gómez Castro, cuando éste regresó al país y asumió
el cargo, el general le propinó el golpe el 13 de junio de 1953.
Los estudiantes más jodones de la época cantaban en alusión al golpe: “El trece de junio la virgen María
tumbo al presidente y sentó un policía”.
En Bogotá circulaba un chiste en torno al odio que se tenían estos dos
personajes de la política colombiana. Decían que Rojas al subir a la
presidencia se propuso eliminar el segundo apellido de los políticos más
importantes del país, dijo lo siguientes: A Lleras Camargo, le quito lo
Camargo, a Lleras Restrepo, lo Restrepo, a Betancourt Cuartas, lo Cuartas y a
Laureano Gómez, lo castro…
En su primer discurso como presidente, Rojas prometió a los
colombianos pacificar la nación: “No más odios, no más resentimientos, no más
sangre, no más depredaciones. Este será
mi lema de gobierno”. Y en efecto, la nación comenzó a vivir en paz, a trabajar
para restaurar las ruinas y restañar las heridas de esa lucha sangrienta.
El general se preocupó mucho por la educación. Hasta los pueblos más
apartados llegaban útiles escolares, leche en polvo, queso enlatado y pan para
los niños más pobres.
Durante el gobierno del general Rojas se construyeron importantes
obras en todo el país, como no se habían construido en gobiernos anteriores.
Para gobernar a nuestro departamento nombró al costeño Sergio Antonio Ruano,
bajo cuya administración se construyó el coliseo cubierto, que lleva su nombre,
el teatro al Aire Libre, el estadio Libertad, la carretera al aeropuerto y el
hotel de turismo Morasurco. Y algo importantísimo, se pacificó el departamento. Como es bien conocido, en algunos municipios
como Guaitarilla, Samaniego, Sotomayor y Linares, hubo grandes brotes de
violencia política.
El contento era muy grande en las regiones pacificadas. Se grabaron canciones con letra y música de
corte popular, para festejar la concordia entre los colombianos. Esta es la letra de una de ellas:
Que alegre está Colombia
con el nuevo presidente,
ese nombre lo merece
por honrado y por valiente.
Coro:
No más sangre entre nosotros
estimados colombianos,
olvidemos los rencores
y vivamos como hermanos.
Qué viva Rojas Pinilla
y la fuerza militar,
que viva pues, el trabajo
que viva la libertad. (Coro)
El teniente general
adquirió la buena fama
porque le trajo la calma
a la patria colombiana. (Coro)
Mi papá que sufrió
mucho la persecución conservadora, era tan agradecido del general, que no
quería hablar de otros personajes de la política, sino del general Rojas
Pinilla. Por ese cariño desmedido le
cambiaron el apodo de “Barrabás” por los dos apellidos del general, hasta los
hermanos le decían, Rojas Pinilla.
El apodo Barrabás,
es algo que nunca nos ha molestado a los Solarte, al contrario, lo llevamos con
cierta satisfacción… cuando nos encontramos con algún familiar que no hemos
visto por algún tiempo, no es raro saludarlo así: Hola pariente Barrabás, que
gusto volver a verte.
Una vez que
estaban reunidos algunos de los Solarte, más viejos, yo les pregunté: ¿Quiénes
y por qué nos chantaron ese apodo de Barrabás? Después de una general risotada,
alguien me explicó lo siguiente: Que en una de las tantas guerras civiles del
siglo XIX, desde el Cauca Grande vino un batallón de liberales comandados por
un coronel llamado Manuel Solarte, que no sería un angelito bajado del cielo
por eso tenía ese singular, o significativo apodo. Parece que ese coronel Solarte se quedó en
algún pueblo de Nariño que pudo ser La Unión, Túquerres o Linares, donde dejó
hijos que heredaron el apodo.
Mi bisabuelo
Antonio Solarte, cuando se emborrachaba (lo que parece era muy frecuente) tenía
por costumbre gritar: seré nieto, bisnieto, o tataranieto de Barrabás… en todo
caso soy como Barrabás.
Bueno, volvamos al
general Rojas Pinilla y a la política por esos tiempos: los jefes de los dos
partidos tradicionales, que al principio aplaudieron el golpe de Estado, al
cabo de un tiempo comenzaron a sentirse huérfanos de poder, acostumbrados como
estaban a mandar, a sangre y fuego, si consideraban necesario para mantenerse
en las más altas posiciones. Estos
genios de la política, buscaron y encontraron la manera de tumbar al
presidente, a quien consideraban un dictador.
Para ventaja de
estos jefes políticos, el mismo general les allanó el camino, coloquialmente,
les dio papaya. Clausuró los dos grandes periódicos del país, El Tiempo, y El
Espectador. Sus soldados mataron a unos
asistentes a la Plaza de Toros de Bogotá y, días después asesinaron a unos
estudiantes en las calles de la misma ciudad capital.
Teniendo como base
estos lamentables hechos, se reunieron en una población de España, el derrocado
y exiliado Laureano Gómez y el jefe liberal Alberto Lleras Camargo. Los dos caudillos llegaron a un acuerdo para
derrocar a Rojas del poder. A ese acuerdo lo bautizaron con el nombre pomposo
de “FRENTE NACIONAL”.
El objetivo
principal de ese acuerdo fue repartirse el poder entre liberales y conservadores
durante 16 años, cuatro (4) periodos presidenciales. Gaitán dijo una vez: “Pobre Colombia cuando
las oligarquías liberal y conservadora se unan por lo alto”. A los diez años de su asesinato esa unión
estaba consolidada.
Lleras Camargo
vino a Bogotá y organizó el golpe de Estado al mandatario Rojas Pinilla. Para
conseguir su objetivo alborotó a los estudiantes y a los transportadores. El golpe se dio el 10 de mayo de 1957.
El Frente Nacional
pacificó algunas regiones del país que aún eran violentas como el Valle y el
Tolima, pero corrompió a los partidos políticos, más al liberal que aprovechó
mal sus mayorías.
El gobierno de
turno no tenía ninguna oposición porque hasta el cargo de porteros estaba
repartido entre liberales y conservadores. A esa actitud, el presidente León
Valencia la llamó, “milimetría”.
Los presidentes
del Frente Nacional fueron: Alberto Lleras Camargo, liberal, de 1958 a
1962. Guillermo León Valencia,
conservador, de 1962 a 1966. Carlos Lleras Restrepo, liberal, de 1966 –
1970. Misael Pastrana Borrero,
conservador, de 1970 a 1974.
La elección de
Pastrana Borrero fue muy cuestionada, mucho se habló de fraude, de robo al otro
candidato el general Gustavo Rojas Pinilla.
El protesta a este presunto fraude, se fundó el M-19. Las elecciones donde resultó electo Pastrana
Borrero, se realizaron el 19 de abril de 1970.
CAPITULO DÉCIMO PRIMERO
Las fiestas.
Cuando yo era niño, las fiestas más sonadas en nuestro pueblo eran: La
patronal el 2 de julio, la semana santa y la Navidad.
En el centro de la plaza había un kiosco que tenía dos niveles; al
segundo piso subían los músicos de la banda que traían los fiesteros. En las esquinas de la plaza sembraban unos
palos con dos o tres brazos (los llamaban horquetas), en las puntas de esos
brazos les amarraban trapos, les echaban petróleo y así iluminaban la negra
plaza y las calles adyacentes.
Para las fiestas el párroco siempre traía otro sacerdote como auxiliar;
como las ceremonias eran tan largas, si estaba sólo le quedaba muy pesado el
trabajo. A los feligreses les gustaba la
venida de otro padre porque no los conocía para confesarse y escuchaban
sermones en otra voz, aunque los temas eran los mismos.
Yo hice mi primera comunión en Ipiales, estudiaba en la escuela
Francisco José de Caldas, el celebrante fue el padre Carlos Humberto Ortega, un
sacerdote muy querido en toda esa comarca.
Después de algunos años fue a Tabiles, para una semana santa; me gustó
mucho volver a verlo y escuchar su voz que era muy característica.
Para las fiestas de semana santa, se conformaba el Batallón de
Infantería No. 10, de Tabiles, integrado
por jóvenes reservistas y unos cuantos aficionados a la vida militar. Durante
muchos años estuvo comandado por mi capitán Luis Unigarro Alvarado. Éste
militar tenía una excelente voz de mando, buen porte y buena presencia,
indispensables para ese cargo; por algo él y Raúl Solarte Rosero, prestaron su
servicio militar en el Batallón Guardia Presidencia en Bogotá. A ese batallón no llevan cualquier soldado
tiritingo, son seleccionados.
Ese batallón de soldados tabileños, marchaba por la plaza y calles de la
población, a toque de buenos tambores, que de alguna manera los conseguían;
también prestaban guardia en la iglesia y lo más vistoso era el acompañamiento
que hacían en la procesión del viernes por la noche.
En las fiestas diferentes a la semana santa, el mejor atractivo era la
banda de músicos que traían los fiesteros.
Por esos tiempos sólo se escuchaba música en las cantinas donde había unas vitrolas ruidosas; no había
radios por falta de energía eléctrica.
Entre las bandas que traían era muy famosa la de Sotomayor; esos buenos
músicos venían por el camino de los Quingos, gastarían unas siete u ocho horas
de pueblo a pueblo, pues, les tocaba subir esa endiablada cuesta desde el río
hasta el partidero de donde gastaban una hora hasta Tabiles. Entre los músicos de esa banda había unos que
tenían buena voz y cuando ya se tomaban unos guarilaques, les daba por cantar y
los demás los acompañaban con los instrumentos, ese detalle artístico gustaba
mucho a los oyentes.
Recuerdo como si fuera ayer, un año que fue fiestero mi abuelo
Euclides. Qué bella oportunidad para
tomar trago, él y los sedientos de los hijos… las fiestas en algunos años
comenzaban el día viernes. A media
mañana llegaba la banda y el pueblo se prendía, ni más faltaba.
En el año arriba mencionado, ya era el día martes de la siguiente
semana, cuando a eso de las nueve de la mañana, los músicos de Sotomayor
estaban listos para emprender el viaje de regreso a su pueblo; también
nosotros, papá, mamá, un trabajador y yo, nos alistábamos para regresar a la
finca. El trabajador estaba cargando los
chécheres en un caballo, cuando los geniales músicos, reunidos en una esquina
de la plaza, les dio por despedirse cantando y tocando una vieja canción
llamada Serrana Ingrata. Esa canción le gustaba a mi papá con alma, vida y
sombrero; al escucharla en la banda nos dejó solos para viajar y medio chaveco
como estaba, se fue a reunirse con los parroquianos que escuchaban la
despedida. Ni cortos ni perezosos, les
propusieron a los músicos que se quedaran otro día y noche, pagándoles más
dinero, desde luego. Ellos aceptaron y siguieron tocando. Mamá y yo con el
trabajador, bajamos a la finca de El Guadual y papá Sergio llegó al día
siguiente, ya bien tarde y tarareando la Serrana Ingrata. Esa canción es más conocida en versión de los
Trovadores del Cuyo. En mi música del
recuerdo la tengo como reliquia.
Había fiesteros que queriendo sobresalir, a veces se metían en camisa de
once varas. Para una fiesta patronal les
dio por llevar cine. Cómo la ven, si no había energía eléctrica en el pueblo,
desde Samaniego hicieron llevar el proyector, en ese tiempo un aparato enorme,
y lo más dispendioso, la planta eléctrica, grande y pesada.
Un señor de esa vecina población se comprometió a transportar esos
aparatos; armó una parihuela que la amarró a dos caballos y allí puso la pesada
carga. En el Motilón había unos tramos
del camino muy estrechos y con piedras grandes que hacían más difícil y
peligroso el paso. Allí, el pobre
transportador tuvo que descargar los aparatos, desmontar la parihuela y pasar
al brazo la pesada carga. No venía solo, desde luego, traía ayudantes y los
fiesteros mandaron unos auxiliares.
Recuerdo que ya entrada la noche llegaron al pueblo. En el centro de la plaza se instaló la
pantalla grande. Una de las películas que presentaron era del Gordo y el Flaco,
otra se titulaban Perros y Perradas; el protagonista era un perro que hacía
pilatunas sin cuento. Los altavoces que llevaron sirvieron también para
escuchar música grabada a buen volumen.
La vieja casona que servía de vivienda al cura párroco y que conocíamos
con el nombre de convento, tenía en su interior un tablado que llamábamos
escenario donde se hacían presentaciones teatrales, clausura de año escolar y
otros eventos a los que asistía el público. El amplio patio interno servía de
sala o teatro. Había hombres y mujeres con excelente voz y habilidad para desempeñar
papeles en las comedias que se presentaban en las fiestas. Entre estas voces
recuerdo a Marcial Ibáñez, con una voz artística, Flor Elisa Estrada, Carmen
Castro y otros.
En las fiestas era llamativo la ruidosa quema de pólvora que en esa
cresta sonaba como si estábamos en guerra. Ahora pensarían en los pueblos
vecinos, que se trata de un saludo del
ejército a los pupilos del Mono Jojoy.
También era infaltable la quema de castillo y vaca loca.
El tabileño que bailaba la vaca loca era muy conocido por el estilo de
bailar los sanjuanitos que desde el bordo de la iglesia le tocaba la banda; se
llamaba Gonzalo Hernández. Pero una
noche de fiesta apareció la vaca loca, bailada por otro señor, que lo hacía mejor.
La gente decía: ese no es Gonzalo, qué bien baila este señor…cuando se le
terminó la pólvora a la vaca, la tiró al piso y se fue corriendo al convento…
resultó ser el padre Luis Aníbal Solarte.
CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
Enfermedades y médicos.
Enfermedades.- Antes de descubrirse los antibióticos, en cualquier lugar
del planeta aparecían epidemias que se propagaban y mataban mucha gente. Nuestro Tabiles y los pueblos vecinos también
fueron atacados por algunas epidemias que causaron estragos.
Los más viejos
contaban que llegó un tifus que ocasionó muchas muertes, las altísimas fiebres
prácticamente los fundía. Un hermano de mi mamá llamado Buenaventura, falleció
siendo muy joven, ella misma estuvo a punto de morir, tenía once años; lo que
indica que corría el año 1928, era nacida en 1917.
Cuando yo
recuerdo, apareció otro tifus que mató muchos tabileños. De la familia Chilanguá murieron varios
integrantes; entre ellos había un señor llamado Mario, era cantor en la iglesia
y le tocó desempeñar ese oficio en los funerales de sus familiares, cualquier
día enfermó y también murió. Asimismo, causaban muchas muertes de niños, el
sarampión y la viruela. Yo hacía mi primer año escolar cuando me atacó el
sarampión, estuve a punto de morir, perdí 30 días de clase. Recuerdo que cuando
mi mamá me bañaba, con cocimientos de sauco, lloraba al verme tan enflaquecido
y lleno de cicatrices. Como al siguiente año la viruela también me puso en
peligro, una noche la fiebre que tenía era tan alta que me hizo convulsionar y
eso daña el cerebro. Seguramente desde allí quedé medio pendejo…
Ahora, y desde
varios años atrás, es alarmante tantos casos de cáncer que se han presentado en
nuestras gentes. Mis familiares ya fallecidos, casi todos han muertos a causa
de esa enfermedad, unos en Tabiles y otros en diferentes lugares del país.
Los médicos.- A la falta de medicinas apropiadas se sumaba la falta de
médicos profesionales en toda la región, sólo había curanderos. Mencionemos algunos: comentaban los más
viejos, que hubo un afamado curandero en el Latillo, un caserío cerca de
Sandoná; hasta allí viajaban los familiares de enfermos para llevar “remedios”,
los que consistían en bebedizos envasados en cualquier botella y taponados con
algún viejo corcho o un pedazo de tusa de maíz. Cuando ya recuerdo había otro
curandero llamado José María Rosales, era nativo de Yascual, quien vivió un
tiempo en Tabiles, luego se fue a vivir a Samaniego. En El Partidero había otro médico de apellido
Melo. Otro por el estilo era Joaquín
Cuasquen, era un señor que tenía muchos rasgos de indígena y era muy difícil de
tratarlo. Más tarde también curaban un
señor llamado Horacio Luna, Segundo Alvarado, mi tío materno. En la vereda
Vendiaguja, vecina a Linares, había otro curandero de nombre Célimo Belalcazar.
Pero, el mejor de
estos aficionados a la medicina estuvo en Samaniego y se llamaba Miguel Ruales;
este señor, sin ser profesional tenía amplios conocimientos de medicina, hasta
practicaba pequeñas cirugías, además, tenía una droguería bien surtida. Se
daban casos en que los trabajadores en los trapiches se molían una mano y parte
del antebrazo; don Miguel podía realizar la amputación y así evitar una
gangrena.
En un trapiche de
don Tulio Melo, se molió la mano izquierda y parte del brazo un trabajador
llamado Leonardo Guerrero, don Miguel le amputó el brazo. Este Leonardo con un
solo brazo trabajaba en la agricultura mejor que los que teníamos los dos
brazos. Era chistoso verlo manejar la
botella cuando repartía aguardiente en las cantinas. Pero, la mala suerte lo perseguía: en una
noche de parranda, le dio muerte de una puñalada a un paisano más acuerpado y
con los dos brazos. El difunto se llamó Salomón Sánchez, le decían “el plato”.
Para fortuna de
nuestros coterráneos, las cosas han cambiado y mucho, ahora en todas esas
poblaciones prestan sus servicios, médicos y odontólogos profesionales, además,
con la red de carreteras se facilita conseguir los medicamentos o remitir al
paciente a los hospitales donde diariamente se salvan tantas vidas.
Las señoras
comadronas se quedaron sin oficio porque las mujeres van a recibir sus bebés en
un hospital, donde son atendidas higiénicamente, y si el parto se complica, le
practican una cesárea, de manera que el chiquillo sale por que sale y la mama
se salva.
CAPITULO DÉCIMO PRIMERO
Las fiestas.
Cuando yo era niño, las fiestas más sonadas en nuestro pueblo eran: La
patronal el 2 de julio, la semana santa y la Navidad.
En el centro de la plaza había un kiosco que tenía dos niveles; al
segundo piso subían los músicos de la banda que traían los fiesteros. En las esquinas de la plaza sembraban unos
palos con dos o tres brazos (los llamaban horquetas), en las puntas de esos
brazos les amarraban trapos, les echaban petróleo y así iluminaban la negra
plaza y las calles adyacentes.
Para las fiestas el párroco siempre traía otro sacerdote como auxiliar;
como las ceremonias eran tan largas, si estaba sólo le quedaba muy pesado el
trabajo. A los feligreses les gustaba la
venida de otro padre porque no los conocía para confesarse y escuchaban
sermones en otra voz, aunque los temas eran los mismos.
Yo hice mi primera comunión en Ipiales, estudiaba en la escuela
Francisco José de Caldas, el celebrante fue el padre Carlos Humberto Ortega, un
sacerdote muy querido en toda esa comarca.
Después de algunos años fue a Tabiles, para una semana santa; me gustó
mucho volver a verlo y escuchar su voz que era muy característica.
Para las fiestas de semana santa, se conformaba el Batallón de
Infantería No. 10, de Tabiles, integrado
por jóvenes reservistas y unos cuantos aficionados a la vida militar. Durante
muchos años estuvo comandado por mi capitán Luis Unigarro Alvarado. Éste
militar tenía una excelente voz de mando, buen porte y buena presencia,
indispensables para ese cargo; por algo él y Raúl Solarte Rosero, prestaron su
servicio militar en el Batallón Guardia Presidencia en Bogotá. A ese batallón no llevan cualquier soldado
tiritingo, son seleccionados.
Ese batallón de soldados tabileños, marchaba por la plaza y calles de la
población, a toque de buenos tambores, que de alguna manera los conseguían;
también prestaban guardia en la iglesia y lo más vistoso era el acompañamiento
que hacían en la procesión del viernes por la noche.
En las fiestas diferentes a la semana santa, el mejor atractivo era la
banda de músicos que traían los fiesteros.
Por esos tiempos sólo se escuchaba música en las cantinas donde había unas vitrolas ruidosas; no había
radios por falta de energía eléctrica.
Entre las bandas que traían era muy famosa la de Sotomayor; esos buenos
músicos venían por el camino de los Quingos, gastarían unas siete u ocho horas
de pueblo a pueblo, pues, les tocaba subir esa endiablada cuesta desde el río
hasta el partidero de donde gastaban una hora hasta Tabiles. Entre los músicos de esa banda había unos que
tenían buena voz y cuando ya se tomaban unos guarilaques, les daba por cantar y
los demás los acompañaban con los instrumentos, ese detalle artístico gustaba
mucho a los oyentes.
Recuerdo como si fuera ayer, un año que fue fiestero mi abuelo
Euclides. Qué bella oportunidad para
tomar trago, él y los sedientos de los hijos… las fiestas en algunos años
comenzaban el día viernes. A media
mañana llegaba la banda y el pueblo se prendía, ni más faltaba.
En el año arriba mencionado, ya era el día martes de la siguiente
semana, cuando a eso de las nueve de la mañana, los músicos de Sotomayor
estaban listos para emprender el viaje de regreso a su pueblo; también
nosotros, papá, mamá, un trabajador y yo, nos alistábamos para regresar a la
finca. El trabajador estaba cargando los
chécheres en un caballo, cuando los geniales músicos, reunidos en una esquina
de la plaza, les dio por despedirse cantando y tocando una vieja canción
llamada Serrana Ingrata. Esa canción le gustaba a mi papá con alma, vida y
sombrero; al escucharla en la banda nos dejó solos para viajar y medio chaveco
como estaba, se fue a reunirse con los parroquianos que escuchaban la
despedida. Ni cortos ni perezosos, les
propusieron a los músicos que se quedaran otro día y noche, pagándoles más
dinero, desde luego. Ellos aceptaron y siguieron tocando. Mamá y yo con el
trabajador, bajamos a la finca de El Guadual y papá Sergio llegó al día
siguiente, ya bien tarde y tarareando la Serrana Ingrata. Esa canción es más conocida en versión de los
Trovadores del Cuyo. En mi música del
recuerdo la tengo como reliquia.
Había fiesteros que queriendo sobresalir, a veces se metían en camisa de
once varas. Para una fiesta patronal les
dio por llevar cine. Cómo la ven, si no había energía eléctrica en el pueblo,
desde Samaniego hicieron llevar el proyector, en ese tiempo un aparato enorme,
y lo más dispendioso, la planta eléctrica, grande y pesada.
Un señor de esa vecina población se comprometió a transportar esos
aparatos; armó una parihuela que la amarró a dos caballos y allí puso la pesada
carga. En el Motilón había unos tramos
del camino muy estrechos y con piedras grandes que hacían más difícil y
peligroso el paso. Allí, el pobre
transportador tuvo que descargar los aparatos, desmontar la parihuela y pasar
al brazo la pesada carga. No venía solo, desde luego, traía ayudantes y los
fiesteros mandaron unos auxiliares.
Recuerdo que ya entrada la noche llegaron al pueblo. En el centro de la plaza se instaló la
pantalla grande. Una de las películas que presentaron era del Gordo y el Flaco,
otra se titulaban Perros y Perradas; el protagonista era un perro que hacía
pilatunas sin cuento. Los altavoces que llevaron sirvieron también para
escuchar música grabada a buen volumen.
La vieja casona que servía de vivienda al cura párroco y que conocíamos
con el nombre de convento, tenía en su interior un tablado que llamábamos
escenario donde se hacían presentaciones teatrales, clausura de año escolar y
otros eventos a los que asistía el público. El amplio patio interno servía de
sala o teatro. Había hombres y mujeres con excelente voz y habilidad para desempeñar
papeles en las comedias que se presentaban en las fiestas. Entre estas voces
recuerdo a Marcial Ibáñez, con una voz artística, Flor Elisa Estrada, Carmen
Castro y otros.
En las fiestas era llamativo la ruidosa quema de pólvora que en esa
cresta sonaba como si estábamos en guerra. Ahora pensarían en los pueblos
vecinos, que se trata de un saludo del
ejército a los pupilos del Mono Jojoy.
También era infaltable la quema de castillo y vaca loca.
El tabileño que bailaba la vaca loca era muy conocido por el estilo de
bailar los sanjuanitos que desde el bordo de la iglesia le tocaba la banda; se
llamaba Gonzalo Hernández. Pero una
noche de fiesta apareció la vaca loca, bailada por otro señor, que lo hacía mejor.
La gente decía: ese no es Gonzalo, qué bien baila este señor…cuando se le
terminó la pólvora a la vaca, la tiró al piso y se fue corriendo al convento…
resultó ser el padre Luis Aníbal Solarte.
CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
Enfermedades y médicos.
Enfermedades.- Antes de descubrirse los antibióticos, en cualquier lugar
del planeta aparecían epidemias que se propagaban y mataban mucha gente. Nuestro Tabiles y los pueblos vecinos también
fueron atacados por algunas epidemias que causaron estragos.
Los más viejos
contaban que llegó un tifus que ocasionó muchas muertes, las altísimas fiebres
prácticamente los fundía. Un hermano de mi mamá llamado Buenaventura, falleció
siendo muy joven, ella misma estuvo a punto de morir, tenía once años; lo que
indica que corría el año 1928, era nacida en 1917.
Cuando yo
recuerdo, apareció otro tifus que mató muchos tabileños. De la familia Chilanguá murieron varios
integrantes; entre ellos había un señor llamado Mario, era cantor en la iglesia
y le tocó desempeñar ese oficio en los funerales de sus familiares, cualquier
día enfermó y también murió. Asimismo, causaban muchas muertes de niños, el
sarampión y la viruela. Yo hacía mi primer año escolar cuando me atacó el
sarampión, estuve a punto de morir, perdí 30 días de clase. Recuerdo que cuando
mi mamá me bañaba, con cocimientos de sauco, lloraba al verme tan enflaquecido
y lleno de cicatrices. Como al siguiente año la viruela también me puso en
peligro, una noche la fiebre que tenía era tan alta que me hizo convulsionar y
eso daña el cerebro. Seguramente desde allí quedé medio pendejo…
Ahora, y desde
varios años atrás, es alarmante tantos casos de cáncer que se han presentado en
nuestras gentes. Mis familiares ya fallecidos, casi todos han muertos a causa
de esa enfermedad, unos en Tabiles y otros en diferentes lugares del país.
Los médicos.- A la falta de medicinas apropiadas se sumaba la falta de
médicos profesionales en toda la región, sólo había curanderos. Mencionemos algunos: comentaban los más
viejos, que hubo un afamado curandero en el Latillo, un caserío cerca de
Sandoná; hasta allí viajaban los familiares de enfermos para llevar “remedios”,
los que consistían en bebedizos envasados en cualquier botella y taponados con
algún viejo corcho o un pedazo de tusa de maíz. Cuando ya recuerdo había otro
curandero llamado José María Rosales, era nativo de Yascual, quien vivió un
tiempo en Tabiles, luego se fue a vivir a Samaniego. En El Partidero había otro médico de apellido
Melo. Otro por el estilo era Joaquín
Cuasquen, era un señor que tenía muchos rasgos de indígena y era muy difícil de
tratarlo. Más tarde también curaban un
señor llamado Horacio Luna, Segundo Alvarado, mi tío materno. En la vereda
Vendiaguja, vecina a Linares, había otro curandero de nombre Célimo Belalcazar.
Pero, el mejor de
estos aficionados a la medicina estuvo en Samaniego y se llamaba Miguel Ruales;
este señor, sin ser profesional tenía amplios conocimientos de medicina, hasta
practicaba pequeñas cirugías, además, tenía una droguería bien surtida. Se
daban casos en que los trabajadores en los trapiches se molían una mano y parte
del antebrazo; don Miguel podía realizar la amputación y así evitar una
gangrena.
En un trapiche de
don Tulio Melo, se molió la mano izquierda y parte del brazo un trabajador
llamado Leonardo Guerrero, don Miguel le amputó el brazo. Este Leonardo con un
solo brazo trabajaba en la agricultura mejor que los que teníamos los dos
brazos. Era chistoso verlo manejar la
botella cuando repartía aguardiente en las cantinas. Pero, la mala suerte lo perseguía: en una
noche de parranda, le dio muerte de una puñalada a un paisano más acuerpado y
con los dos brazos. El difunto se llamó Salomón Sánchez, le decían “el plato”.
Para fortuna de
nuestros coterráneos, las cosas han cambiado y mucho, ahora en todas esas
poblaciones prestan sus servicios, médicos y odontólogos profesionales, además,
con la red de carreteras se facilita conseguir los medicamentos o remitir al
paciente a los hospitales donde diariamente se salvan tantas vidas.
Las señoras
comadronas se quedaron sin oficio porque las mujeres van a recibir sus bebés en
un hospital, donde son atendidas higiénicamente, y si el parto se complica, le
practican una cesárea, de manera que el chiquillo sale por que sale y la mama
se salva.
CAPITULO DÉCIMO TERCERO
Personajes.
No podría seguir con estas líneas sin referirme a personas ya fallecidas
y que dejaron gratos recuerdos en nuestro corregimiento:
Anticipo que no mencionaré para nada los errores y defectos que como seres
humanos hayan tenido a lo largo de sus vidas, no es ese mi propósito. Además de su condición humana, no fueron
hombres con formación académica suficiente para tener amplios conocimientos y
buenas maneras de comportamiento. Lo que sí mencionaré, y con gusto, es la
chispa o sentido del humor que algunos tenían. Hechas estas consideraciones,
vamos con el primero:
Manuel J. Estrada P.- Así firmaba y con buena
letra, un ciudadano que sin ser raizal de nuestro corregimiento, trabajó mucho
por la comarca. En varias ocasiones fue nombrado corregidor o inspector, y
desde ese cargo trabajó con gusto, con voluntad, para realizar pequeñas obras
que se podían hacer sólo con el concurso de la comunidad porque no se contaba
con recursos económicos de parte del municipio y menos del departamento.
Era una gran preocupación de don Manuel, mantener en buen estado los
caminos del corregimiento, para ello era muy exigente con las obligaciones que
de acuerdo a leyes de la época, cada ciudadano tenía que dedicar anualmente
determinado número de días al mantenimiento de caminos. A los desobedientes les aplicaba multas y con
esos pocos pesos compraba pólvora para triturar piedras que hacían difícil el
paso en algunas vías, como en El Gramal y El Motilón. A veces los castigaba con
unas dos horas de calabozo el día domingo.
En una ocasión dos de esos jodones que no faltan, al salir del calabozo
el uno dijo: “Este viejo si nos pone a brinco de chucha”. El otro dijo: “Y
cuando dice och es con todos los marranos”.
Cuando se inició la carretera de Tabiles a Linares, este buen hombre era
el corregidor. Para esa obra si hubo
aportes del departamento. A punta de
pico y pala hasta hoy estaríamos en ese trabajo… El departamento colaboró
enviando por Linares una máquina pequeña y vieja, que llamábamos buldócer. También pagaría el salario del maquinista y
daría los insumos necesarios.
Por razones que no vale la pena mencionar, se tomó la determinación de
subir la máquina a Tabiles por el camino de las Cuatro Esquinas, para que comience
desde allí el trabajo. La subida se inició un día viernes y los tabileños
fuimos convocados con herramientas para ayudar ampliar la vía. Contamos con suerte porque en esas curvas tan
difíciles no se derrumbó el buldócer y mató gente.
Como la convocatoria era por turnos, a mí me tocó el domingo. La máquina ya había remontado el Pailón,
estaba superado lo más difícil. En medio
del gentío encontré a don Manuel, lo saludé y le manifesté mi pesar por las
penurias de ese trabajo. Me dijo esto:
“la ventaja es que ella misma (la máquina) viene hociqueando y ampliando el
camino. Desde el viernes, apenas hoy,
Elisa (la esposa), pudo hacerme llegar una chara con papas y coles verdes y, un
pedazo de puerco, que me supo a gloria”.
Durante los trabajos de apertura de esa carretera, se hacía mingas. Los pudientes del corregimiento, a quienes me
referiré más adelante, regalaban una y hasta dos vacas para el almuerzo de los mingueros, las
mujeres hacían su trabajo.
La no asistencia a la minga, era castigada con multa, o unas dos horas
de calabozo el día domingo. Para una minga que se realizó en cercanías de la
quebrada del carrizal, subió la banda de músicos de Linares, para amenizar el
trabajo. La anécdota no podía faltar;
recordémosla: pasó un minguero halando una yegua, y un caballo que estaba por
allí se entusiasmó tanto que relinchaba como loco; los trabajadores en medio de
risotadas gritaban: viva la banda. Los
músicos siguieron el chiste y tocaban la “Mula Rusia”.
Daniel Mora.- Este señor tampoco era
nativo de Tabiles, había nacido y vivía en el Tambillo de Bravos. Sin embargo, también fue corregidor en
nuestro pueblo en más de una ocasión.
Para la época en que vivió, era un hombre con buena formación, leía
bastante, tenía muchos libros, hasta obras de los filósofos griegos. Se
expresaba bien en un discurso, un memorial, o conversando con quienes nos
gustaba escucharlo. Sus críticos decían
que era un hombre melindroso, yo pienso que sólo era fino en su manera de
expresarse. Y, lo más importante en esos
tiempos, no era sectario en política. Recuerdo un domingo que recién
posesionado como inspector habló al público desde el bordo de la iglesia y la
finalizar dijo: “Les prometo trabajar, servirles a todos, sin tener en cuenta
colores ni matices”. Recibió un caluroso
aplauso.
Protacio Rosero.- Me he paseado por gran
parte del territorio colombiano y en ningún lugar he escuchado el nombre de
este personaje, hasta dudo que se deba escribir con c. Teniendo en cuenta su
labor en la vereda donde vivió y murió, Pueblo Viejo, a Protacio mejor debieron
llamarlo Patricio, eso fue, un Patricio.
Era hijo de Cirilo Rosero y Juanita Estrada, parece que fue nieto de
Ramón Rosero, presunto fundador del pueblo de Tabiles, según la hipótesis
planteada en el primer capítulo. Estuvo casado con doña Trinidad Rojas.
Algunos críticos decían que era grosero, para mí sólo era un
irreverente, con una habilidad asombrosa para ponerle un apodo y tomar del pelo
a todo el mundo, como lo veremos más adelante.
Era de baja estatura, siempre usó anteojos, le decían don cuatro
ojos. Tenía una voz bastante
característica que le daba más gracia a las bromas que siempre tenía a flor de
labios.
Era otro preocupado por tener en buen estado los caminos veredales y el
puente sobre el rio Pacual, para pasar a Sotomayor, Cumbitara, la Llanada y el
Vergel, donde tenía unas propiedades. El
mantenimiento de ese puente a él le costaba dinero y a los demás interesados
trabajo, esfuerzo personal. Organizaba
mingas muy concurridas para transportar los maderos cuando había que reemplazar
los que ya estaban deteriorados. Esos
enormes palos eran las vigas sobre los cuales clavaban tablas de guayacán y así
estaba construido el puente.
Era un hombre acomodado; en su época tuvo la mejor casa y la mejor finca
en Pueblo Viejo. Debemos agradecerle que
buena parte de su fortuna la invirtió en organizar la escuela que tanto
necesitaba la región. Allí pudieron
asistir los niños de tres veredas, Pueblo Viejo, San José y Providencia. Con ese propósito compró una casa grande,
rodeada de un amplio lote. Con la
colaboración de los habitantes le arregló los pisos, andes y cielo raso, la
hizo pintar y la dotó de los muebles necesarios. También le construyó un cuarto
para dormitorio y otro para cocina de la profesora, maestra por esos tiempos.
Alguien me comentaba que durante el primer año de funcionamiento de esa
escuelita, también pagó el sueldo de la profesora.
Protacio era un godo de siete suelas, pero la vida se burló y mucho de
su sectarismo político. Una hermana
suya, María Rosero, se casó con un liberal, Floresmilo Solarte mi tío abuelo.
Un hijo, Diógenes se casó con una mujer liberal Georgina Solarte, hija de
Euclides y sobrina de Floresmilo, y, como si eso fuera poco, una hija, Ernestina,
se casó con un liberal Carlos Unigarro Alvarado. A este yerno, Protacio lo
trataba pocón pocón, pero… esas ironías del destino, lo llevaron a pasar los
últimos años de su vida y a morir en casa de ese yerno liberal, que por cierto
era un hombre noble y generoso.
En lo más bravo de la persecución política a los liberales, muchos lo
acusaban de orientar bajo cuerda los ataques a los pobres cachiporros de la
región. Pudo ser… si eso se daba desde
la presidencia de la república, qué raro era que lo hiciera un jefe de vereda…
Pero, esa época dolorosa pasó y seguimos adelante… Como dice la canción a Rojas
Pinilla: “Olvidemos los rencores y vivamos como hermanos”.
Con el correr de los tiempos, Protacio sólo se servía de la política
para hacer bromas: una noche y ya estando viejo, se había sentado en un rincón,
parecía estar dormido; los demás conversaban y de pronto recordaron a un
muchacho que no sabían a qué partido político pertenecía. Sin levantar la
cabeza, ni mirar a nadie, don Protacio soltó esta perla: “Si tiene cara de
puerco tiene que ser liberal…”.
Entre los hijos de Diógenes y Georgina Solarte, mi tía, hay un hijo de
nombre Cardenio, somos nacidos el mismo año y más que primos parecíamos
hermanos en nuestra niñez y juventud. A
pesar de las diferencias políticas de las dos familias, Cardenio no era del
todo alejado de su abuelo Protacio y fue así como tuve tantas oportunidades de
escucharlo en su casa, en sus fincas, en fiestas y en reuniones.
La chispa o sentido del humor que tenía este hombre era para reír mucho
escuchándolo y ahora recordándolo. Utilizaba mucho el término “bestia” y la
frase “se lo llevó el diablo” para joderle la vida a todo el que se le cruzaba.
Como era corto de vista, y cuando ya estaba viejo, más conocía las personas en
la voz: un día, a eso de las cinco de la tarde lo encontré por el camino y en un
fatal descuido mío lo saludé diciéndole: Buenos días don Protacio, ni tal me
contestó el saludo, pero si me dijo: Este bestia, y donde se te aclaró...?
Su compadre del alma era un vecino llamado Espíritu Santo Guerrero, papá
de Vicente (el paisa) y de Celia (la mocha). Don espíritu Santo era un hombre
alto, flaco y un tanto jorobado por eso le decían: “don cute”. Ese genial compadre que tenía sólo lo
mencionaba “mi compadre Cute”. Don
Espíritu santo era amable, buen conversador, chistoso, pero el compadre
Protacio lo superaba ampliamente. A
veces discutían cualquier bobada y Protacio remataba así el alegato: Compadre
Cute no sea bestia, no diga esas pendejadas.
Otro compadre con el que hacían llevadera la vida campesina, era
Marceliano Caicedo, más conocido como “el bola”. Mi compadre bola lo referenciaba. Don
Marceliano era devoto de San Antonio.
Tenía una imagen de aquel santo en un altarcito humilde, pero bonito. Un
buen día lo ve don Protacio y pregunta: Compadre Bola, ese santo tan chiquito
puede ser milagros…?
Otra vez le ve al mismo compadre un escapulario y unas medallas sobre el
cuello y le pregunta: “compadre Bola esos arremuescos que tiene colgados, para
qué sirven…?” Marceliano responde: “es un escapulario de la virgen del Carmen y
unas medallas de otras virgencitas; esas reliquias llevamos los buenos
cristianos, usted no las lleva compadre…?” Protacio responde: “Ahí sí me jodió
porque yo no tengo esos colgandejos”.
Por aquellos tiempos, el bautizo de un bebé era la oportunidad para
reunirse un buen rato entre familiares y amigos de los padres del bautizado,
allí conversaban, hacían bromas, comentaban los chismes más frescos y hasta
recordaban anécdotas de pasados tiempos.
En una de esas reuniones alguien comentó que en un pueblo de clima frío,
el cura párroco tenía un hijo en una de sus feligresas. Protacio, que era uno de los invitados, salió
con la suya, nos hizo este comentario: Cuando peleábamos con el padre Remigio
Narváez, viajamos a Pasto unos cuantos opositores para pedirle al señor obispo
que traslade ese curita a otro lugar.
Estando reunidos con el prelado, apareció en la sala un Sibundoy y
descargó un canasto que traía lleno de cosas.
A nosotros ni siquiera nos miró, se arrodilló pidió la bendición y luego
dijo: “obespo aquí traigo unos regalitos, esto para voz obespo, le entregó un
paquete, no supimos que contenía; luego sacó otro paquete y dijo: esto para la
obespa, tu mojer y estos otros regalitos para los obespetos, tus guaguas”.
El señor obispo un poco turbado le dijo: hijo te agradezco mucho, pero
te explico qué yo como obispo, como hombre dedicado al servicio de Dios, no
puedo tener esposa, tampoco hijos, de manera que sólo dejo el regalo mío que
Dios te pague. El indígena contestó: Aaa, como el cora que mandaste a mi
pueblo, allá tiene corana y coranitos, yo pensaba que voz también. Se arrodilló
de nuevo, pidió la bendición y se fue…
Comentaban los más viejos, que hubo unos hermanos, sino recuerdo mal, de
apellido Madroñero, que por apodo les decían “los diablos”. Los recordaban como hombres bien robustos y
con una fuerza admirable; le gustaba el trabajo de cargar leña y caña a la
espalda para los trapiches desde lugares donde no podían entrar las mulas por
falta de caminos adecuados.
Que en cierta ocasión el señor cura párroco enfermó de gravedad de
manera que su familia consideró conveniente llevarlo en camilla hasta Túquerres
donde lo podían tratar médicos profesionales. Y como era apenas lógico los
hermanos Madroñero eran los más indicados para transportarlo. El día de iniciar
el viaje, asistieron varios feligreses para despedir a su párroco, desearle
buen viaje y pronta mejoría. Entre los
asistentes estaba el joven Protacio Rosero; una vez partieron con el enfermo,
Protacio salió con la suya: “Cómo les parece, ahora sí es cierto que al padre
se lo llevaron los diablos”.
Aunque ya envejecido y enfermo, Protacio no abandonó su gran obra, la
escuela, siempre estuvo pendiente de hacerle las reparaciones que necesitaba y
cuando tocó reclamar un lote que jurídicamente se podía recuperar, para
construir allí otra escuela, él fue pieza importante para orientar todos los
trámites que las leyes exigían.
En unos festivales que se realizaron en la escuela, los habitantes de
las veredas Pueblo Viejo, San José y Providencia, programaron también un
homenaje de gratitud a don Protacio, asistió el cura párroco Juan Bautista
Díaz, conocido como “Juan chiquito”. Éste presbítero no era un buen orador, pero esta vez estuvo a la altura del
evento; e improvisó un discurso muy sentido, muy emotivo y con una elocuencia
que conmovió a los presentes. Comenzó diciendo: “No es mi costumbre asistir a
festivales en horas de la noche, pero no podía estar ausente en este merecido
homenaje que la comarca le quiere ofrecer a la persona que durante muchos años
los ha representado, los ha liderado, los ha ayudado para realizar obras tan
útiles, como esta escuela, donde tantos niños aprendieron sus primeras letras y
recibieron la formación que les sirvió para más tarde ser personas de bien a lo
largo de su existencia. A pesar de estar ya carcomido por los años y las
enfermedades, sigue siendo un hombre prestante, digno de todo respeto, de
consideración y aprecio”. Y para terminar dijo: “don Protacio: con gusto vine y
emocionado estoy aquí, interpretando el sentir de todos sus coterráneos para
pedirle que reciba el más sentido agradecimiento por su incansable labor,
reciba también el respeto y el cariño de todos los aquí presentes y del cielo
las bendiciones que bien se las merece”. Y dirigiéndose al público dijo: “pido
un caluroso aplauso para nuestro personaje homenajeado”. Así fue, y muchos de los asistentes, pasaron
por el lugar donde estaba el anciano Protacio para abrazarlo o estrecharle la
mano.
Y yo, no quiero terminar estas líneas dedicadas a este valioso ejemplar
humano, sin felicitar a sus descendientes, a la vez que los invito a imitarlo
en todo lo bueno que tuvo este patriarca.
Gumersindo Rodríguez.- Curiosamente, don
Gumersindo estuvo casado con una señora que se llamaba Gumersinda
Rodríguez. De ese matrimonio hubo dos
hijos, Gustavo, el padre del político doctor Aramio Rodríguez, y Beatriz, que
se casó con Gustavo Caicedo y pasó a vivir a la población de Ancua.
Esta familia Rodríguez Rodríguez, era pudiente, fueron los primeros en
la región que se dieron el lujo de tener planta eléctrica en su casa y así
llevar radio y toca-discos, lo cual era un verdadero lujo en esa época. En las
fiestas sacaban al pueblo la planta y la instalaban en una casona que tenían
sobre una esquina de la plaza; allí se podía ver luz eléctrica, escuchar radio
y música grabada. Entre la cantidad de
discos que tenían había uno ecuatoriano, muy de moda y llamado “Pañuelito” en
los arreglos se escuchaba una sordina que sonaba bellísimo.
Don Gumersindo, fue un gran benefactor en reparaciones a la iglesia del
pueblo, en mantenimiento de caminos y en la apertura de la carretera Tabiles –
Linares. En varias ocasiones regaló vaquitas para las mingas que ya comenté en
otro lugar de este escrito; asimismo, buenas sumas de dinero para comprar aguardiente y cigarrillos que
daban más ánimo a los mingueros.
A la iglesia y a los devotos les regaló una hermosa imagen de la Virgen
de Fátima, que la hizo venir de Barcelona – España. Barcelona es una gran
ciudad ubicada al oriente de España y sobre el mar mediterráneo.
Gustavo, estudió unos años de bachillerato y por enfermedad no pudo
terminar. Más tarde contrajo matrimonio con Ermencia Rosero, hija de Enrique.
Fue corregidor en más de una ocasión.
Era un buen conversador y le gustaban mucho las bromas para amenizar las
reuniones. Cuando siendo corregidor llegaba diciembre, redactaba el testamento
de año viejo, documento que lo hacía muy bien y se comentaba mucho por lo
gracioso de las herencias.
A mi abuelo Euclides, a mi papá Sergio y sus hermanos, las herencias no
podían ser otras: El partido liberal, las cantinas del pueblo y del camino a
Pueblo Viejo y una docena de gallos finos a cada uno. Veamos una herencia que
hizo reír mucho hasta varios días
después: había en el pueblo un señor solterón, llamado Manuel Guevara, le
decían, el “cabezón Manuel”, tenía una bicicleta para alquilar a los muchachos
y un telar para tejer empaques de cabuya.
Todo el pueblo sabía de los amoríos que tenía con otra solterona llamada
María, pero más conocida por su apodo.
En los primeros días de un diciembre, que llueve tanto, se encontraron
por el camino estos dos solterones, cerca del pueblo y se trabaron en una
acalorada discusión. Parecía que Manuel
se salió de la ropa y le dio un empujón que la tiró sobre el barro del camino.
Ese detallito llegó a oídos de don Gustavo que estaba escribiendo el testamento
y la herencia fue la siguiente: “A mi hijo Manuel Guevara, el cabezoncito, le
dejo un bicicleta y un telar, y cuando encuentre la vaca loca que no se ponga a
torear”, que tal…
Los testamentos de año viejo en los pueblos, donde las gentes se conocen
y saben las debilidades de cada quien, son un verdadero goce; también en las
instituciones y empresas de las ciudades.
Cuando estudiábamos en Samaniego, un jovencito de esa población de
apellido Ruiz, estudiaba en el seminario de Pasto; de vez en cuando aparecía
por el pueblo y se lo veía paseando con dos amigas, que tenían su
correspondiente apodo. A la una le
decían “polla pucha” y a la otra “la perdiz”.
Llegó un 31 de diciembre y el que redactó el testamento le dio por
joderles la vida a las dos chicas, escribió así: “Volando, volando viene, la
carta del padre Ruiz, será para la polla pucha o será la perdiz”.
En la construcción de las carreteras, tanto la que nos lleva a Linares,
la primera que construimos, como la que conduce a Samaniego, la más transitada
hoy en día, hubo personas que colaboraron mucho, se entregaron a esas obras con
alma y vida. Sin el empeño de ellas,
esas obras tan necesarias se hubieran demorado mucho más tiempo. Nombremos
algunas de esas personas: Petronila Mora Benavides y sus hermanos, Faustino
Getial, Remigio Portilla (que en paz descanse), Luis Alfonso Guerrero,
Filadelfo Portilla, y otros que se me quedarán en el tintero, a quienes les
ruego me disculpen ese olvido involuntario. Estos tabileños, interesados en las
carreteras, recibían funcionarios que llegaban a visitar las obras, viajaban a
Pasto en busca de partidas de dinero, de maquinaria, repuestos, insumos, pólvora. Todo eso demandaba tiempo y dinero. Sentidos agradecimientos para todos ellos.
Luvino
Caicedo Díaz. Fue el hijo menor del matrimonio
conformado por Belisario Caicedo y Tránsito Díaz, hermano de mi abuela María
Isolina Caicedo. Según él mismo lo
comentaba, algunos años de su juventud los vivió con la
hermana y el cuñado Euclides Solarte.
Una vez le escuché decir que al cuñado Euclides le agradecía mucho que
le enseñó a trabajar y a ser hombre de bien, cumpliendo a cabalidad con todos
los compromisos adquiridos.
Luvino era un hombre alto y robusto, bastante refinado, se expresaba
bien, le gustaba hablar en público y no lo hacía mal. Era muy perfeccionista, le gustaba hacer las
cosas lo mejor posible. Todo en la vida hay que hacerlo con técnica decía; su
gran amigo don Protacio, lo llamaba “don técnico”.
A primera vista parecía muy serio, hasta despótico, sin embargo le
gustaban mucho las bromas, finas eso sí.
Pero cuando se reunían con don Protacio, eran un verdadero circo. Luvino con sus refinamientos y el otro para
joderle la vida, se volvía bien ordinario.
Por allí en la vereda Oratorio, vivían unas primas de Luvino, que les
decían las “venadas”. En una ocasión
llevó a una de ellas para que le ayude a cosechar café. En cualquier momento al primo Luvino le dio
por cantar: “De qué le sirve al ciego casa pintada, ventanas a la calle, y si
no venada”. La señora que si entendió la
cosa, le dice: “Primo, dígame venada sin andar por tras de las ramas”.
Tuvo un trabajador permanente, más que peón, era como hijo adoptivo, se
llamaba Lorenzo; éste Lorenzo tenía cierto retraso mental, lo que lo hacía
ordinario, rústico y mal hablado. Como
sucede con todos los que tienen esa condición mental, para sus maldades,
Lorenzo razonaba mejor que tantos de los que equivocadamente nos consideramos
normales.
Un día de semana santa llegaban a casa, después de confesarse, Luvino,
la esposa y Rosita (la única hija que tuvieron), también Lorenzo. Este bribón, tomándose una taza de café soltó
esta perla: “Confesados los patrones y el peón, nos componemos o nos lleva el
diablo”.
Luvino era conservador pero nunca persiguió a ningún liberal, al
contrario, les brindó protección a algunos amigos que fueron perseguidos
brutalmente; así lo hizo con Adolfo Alvarado y Ruperto Benavides. A este último un domingo lo sacaron de su
casa y le propinaron una paliza que por poco lo matan. Tenía una bonita finca y casa de vivienda por
el camino viejo que conducía a Pueblo Viejo, a unos 2 ½ kilómetros del pueblo. Se dijo luego que Luvino había comprado esa
finca buscando evitar que le destruyan la casa, pero, en otro domingo le
hicieron saber en el pueblo que se dirigía una pandilla comandada por el
corregidor, con el propósito de destruir esa vivienda.
Luvino que siempre andaba a buen caballo, sin pensarlo dos veces se
enrumbó al lugar; al salir del pueblo una amiga lo previno: no te vayas solo,
te pueden matar porque son muchos. Él
dijo: “me moriré solo”. La amiga le
preguntó si llevaba algún arma, Luvino respondió que solo el perrero para
animar el caballo, ella le dice: espera te consigo algo, y volvió con un
machete de cubierta, y bien que le sirvió…
Llegó a la casa atacada y se encontró con el corregidor dirigiendo la
destrucción, lo cogió a planazos y hasta le cortó un poco el saco que tenía
puesto. Los pandilleros viendo a su jefe
humillado y vencido, huyeron. El
corregidor también se fue pero amenazando a Luvino que lo atacarían en su
propia vivienda. Este le dijo: “Cuando
quieras puedes ir, pero te advierto, que yo sí estaré esperándote”. Nos contaba después que varías noches los
esperó armado con unas piedras, un machete y un revólver que le prestó un
amigo, pero nunca llegaron los pandilleros.
Por esas cosas raras de la vida, después de algunos años, este
corregidor se casó con una hija extramatrimonial que tenía Luvino.
Parménides Maya.- Otro conservador,
campesino humilde, pero de buen corazón con los liberales perseguidos. Era un hombre muy corpulento, tendría mínimo
1.90 de estatura, sus brazos y manos parecían de un oso, tenía una fuerza
descomunal.
Un domingo en la tarde, un grupo de “marimberos” (así los llamábamos a
los pandilleros) estaban tirando piedras a las casas de los liberales en el
pueblo. Unas primas de mi papá tenían un pequeño almacén en el costado norte de
la plaza; les mandaron a decir que ya iban donde ellas… De esa amenazante razón
se enteró don Parménides, se fue a verlas y las encontró todo asustadas. Les
dijo: “No se preocupen, consíganme un buen machete y yo respondo”. Se ubicó en
la puerta y cuando se acercaban los marimberos, les dijo: “Aquí la cosa es
conmigo, a ver, quien se viene de primero”, y les mostró el machete… Con ese
muchacho en la puerta, armado y desafiante, los atacantes la vieron fea y se
fueron…
Si analizamos el encontrón de Luvino con el corregidor y éste de
Parménides con otros, o los mismos pandilleros, podemos llegar a la conclusión
que esos maleantes no eran tan valientes; cuando alguien los enfrentaba salían
corriendo. Pero los pocos liberales estaban desorganizados y atemorizados;
además, presionados por el miedo y el llanto de las esposas y los hijos
pequeños que no los dejaban reaccionar y lo único que hacían era huir…
Parménides era cazador y tenía en su casa de campo dos escopetas de
fisto. Un día de esa época azarosa, se
llegaron a su casa dos maleantes y le pidieron en préstamo esas armas. Les preguntó para qué las necesitaban si
ellos no eran cazadores… Les respondieron que esa noche iban a atacar la
vivienda de Sergio Solarte, mi taita. Se puso bravo Parménides y les dijo: “Es
que no se dan cuenta que en esa familia hay niños y que los pueden matar…?”.
Los sinvergüenzas le respondieron: “A eso es que vamos”. Se embejucó el pequeño
Maya y con una de esas escopetas los iba a echar a culatazos. Se fueron asustados.
Enseguida éste buen hombre mandó por desechos una hija con esa noticia a
mi papá; de esa manera nos salvó la vida. A eso de media noche comenzó el
ataque al rancho, pero gracias a Parménides nosotros estábamos a unos 500 metros de distancia, acampando en una zanja.
Cuando terminaron mi papá dijo: “Al menos no le prendieron candela”. Pero al
día siguiente mi mamá no pudo llegar hasta la cocina para preparar almuerzo. En
todo el interior del rancho sólo había montones de escombros.
En esa situación era imposible seguir viviendo en la vereda y tuvimos
que salir. Mi papá se fue donde unos
primos que vivían en La Peña, una vereda de Samaniego, y mi mamá, con cuatro
hijos donde papá Tobías Alvarado, cerca del pueblo. Así vivimos unas semanas, o meses tal vez,
mientras organizaban el viaje a Ipiales donde había liberales desplazados de
varios pueblos del departamento.
Una tarde conversaba mi papá con otros desplazados en una esquina del
barrio donde vivíamos, de pronto apareció un borrachito y a todo gráznate
gritaba: “Viva el gran partido liberal”.
Cuánto tiempo llevarían esos liberales sin escuchar esos vivas, que uno
de ellos dijo: “Qué grito tan sabroso”.
Por esos tiempos el contrabando con el Ecuador también era muy activo;
el cambio era de 5 y 6 sucres por 1 peso. Lo que más se traía de Tulcán era,
harina de trigo, arroz, haba seca, maíz capio y enlatados. A las cuatro de la tarde salía yo de la
escuela, también unos primos, nos daban en casa un cafecito con pan de leche y
para Tulcán por los caminos del contrabando, algunos hasta hoy existen. De allá regresábamos a Ipiales pasadas las
siete de la noche.
Miércoles o jueves bajaban a Samaniego para vender esos productos y
comprar panela y frutas. El viernes en
la tarde salían a Ipiales para el mercado del sábado. Por esos tiempos era plaza de mercado lo que
ahora es Parque de la Pola. En una esquina de esa plaza había un restaurante,
que a la vez era cafetería y cantina; en la puerta colgaban un pequeño parlante
donde sonaba mucho ese conocido disco “Senderito de amor”.
José María Acosta. Era hijo de madre
soltera, ella llamó Celia Acosta y era medio hermana de los Solarte Viejos;
Euclides, Floresmilo y Laura. Las malas
lenguas hicieron de público conocimiento que José María era hijo del padrastro,
Antonio Solarte, lo que hacía más cercano el parentesco con los Solarte ya
mencionados. Este pariente era de buen porte, buen físico, muy serio pero buen
conversador y amante de los chistes finos, se expresaba bien y tenía buena
letra. Estuvo casado con doña Modesta Delgado (Tía de Raúl Delgado). Ésta señora era una conversadora incansable,
chistosa, agradable y, lo más querido en ella, era muy generosa no sólo con la
familia, sino con todos los que la rodeaban. Recuerdo, y no olvidaré jamás
cuando llegamos desplazados a Ipiales, nos recibieron en su casa a mis padres y
cuatro hijos, allí estuvimos con alimentación y alojamiento gratuitos hasta
conseguir la casa donde vivir, la encontraron frente a la guarnición militar.
Don José y doña Modesta, ya envejecido bajaron a vivir a Samaniego, allí
fallecieron. En esa ciudadela sobrevive una hija, Aula Gelia, a quien visito
con cariño y gratitud cuando de paseo estoy por esa tierra. Otro hijo de José y
Modesta fue Diomedes, a quien apreciábamos mucho en la familia.
Mis abuelos.- No quiero terminar la
referencia de algunos antepasados de mi pueblo, sin hacer una corta mención de
mis abuelos. Debo aclarar primero que
ellos no tuvieron el perfil de quienes ya relacioné, pero los conocí lo
suficiente para tener una idea de cómo fueron y lo que significaron dentro del
entorno familiar. A quienes lean este escrito y no pertenezcan a mi familia,
les ruego me disculpen esta vanidad.
Euclides Hermógenes Solarte Acosta. Así se llamó mi abuelo
paterno, era conocido como Euclides Solarte, hijo de Antonio Solarte y Mercedes
Acosta, el mayor de tres hermanos, los otros eran Floresmilo y Laura.
Floresmilo dejó nueve hijos, Laura estuvo casada pero no tuvo hijos.
Quienes conocieron a Euclides en su juventud hacían buenos comentarios
por su estatura y su buen físico. Yo lo
recuerdo ya viejo, muy fornido y de color tan blanco que parecía fabricado de
porcelana. Tenía el rostro afeado por un
pañuelo que siempre llevó amarrado a la cabeza para ocultar la falta de un ojo
que había perdido cuando joven al triturar con pólvora una roca en busca de una
huaca, que jamás encontraría. Por el
mismo accidente tenía cierta deformidad en la nariz.
Estuvo casado con María Isolina Caicedo Díaz, una señora alta, delgada y
de ojos grises, casi verdes y una abundante cabellera. Al contrario del marido, tenía un genio muy
agradable con propios y extraños. Era de
familia conservadora y en tiempos de persecución a los liberales se vio
enfrentada a su misma familia a favor de hijos y marido.
En la fiesta patronal de julio 2 de 1948, los hermanos godos del
Tambillo, atacaron la casa que tenían en el pueblo el matrimonio Solarte
Caicedo. A Euclides le causaron varias heridas, recuerdo una muy profunda que
tenía en una pierna; a la esposa le causaron una herida en un brazo cuando
defendía a Gerardo, el hijo menor. Algunos buenos vecinos pudieron sacara
Euclides al huerto de su casa y debajo de unas ramas de campanillo lo ocultaron
para evitar que lo mataran. Ya de noche
le avisaron a mi papá y él fue con amigos a sacarlo del escondite y llevarlo a
casa para curarlo con baños y remedios caseros, lo mismo a la esposa. Al día
siguiente mi papá viajó a Samaniego a conseguir medicamentos, pero como las
heridas no fueron suturadas, demoraron mucho en sanar y les dejaron cicatrices
muy visibles.
Aparte de los oficios domésticos, Isolina fabricaba un jabón llamado
“jabón negro”, que utilizaban para lubricar los trapiches de madera. También lo utilizaban como shampoo anti
caspa.
Siendo aún solteros adquirieron el primer hijo, Sergio, mi papá. Más tarde, Euclides reconoció ese hijo
mediante escritura pública. Yo conservo
ese documento. Fueron seis (6) los hijos
de ese matrimonio: (Sergio, Georgina, Octaviano, Guillermo, Edelina y
Gerardo).
Como lo recordaba el cuñado Luvino, Euclides fue un hombre muy
trabajador, responsable con sus compromisos y generoso con sus hijos. Fue liberal, y de los jodones, alborotista y
pendenciero. Tomó traguito toda la vida
y tenía fama en toda la región, de malgeniado.
La esposa lo llamaba: “Viejo resoplón” y su consuegro Protacio, lo
referenciaba: “Tuerto genio de perro”. Entre sus amigos de tragos, había uno
llamado José Araujo, natural de Guaitarilla.
Recordaba mi papá que un domingo en la tarde, y bien borrachos los dos
caminaban por la plaza del pueblo; de pronto José pisó mal y se fue a tierra. Euclides ayudándolo a levantarse le recitó
esta copla: “Ancuya téngase duro, que Guitarilla se cayó, Túquerres quedó
temblando, del puto miedo que le dio”.
Cuando se tomaba sus guarilaques, lo que hacía con mucha frecuencia, le
daba por cantar; aunque no tenía ni voz ni gracia para el canto, gustaba escucharlo
porque cambiaba la letra de las canciones por cualquier grosería. Le gustaba mucho una vieja canción
ecuatoriana, “Dolencias” y una estrofa al canta así: “Nadie se admire que yo,
venga a recoger mi prenda, dueño soy puedo quitarla al hijuepuerca que la
tenga”.
Euclides dejó a sus hijos tres pequeñas fincas: La más amplia llamaba
Guadual, donde tuvo dos trapiches de bueyes. Otra llamaba Guabal, a 5
kilómetros del pueblo y donde también tuvo un trapiche. La otra llamaba Naranjo,
donde no había ni un solo árbol de naranjas, lo que había era un pedrero
endiablado. Si algunos de los hijos,
entre ellos mi papá, no aprovecharon bien esa herencia que recibieron, la culpa
fue sólo de ellos.
Ya viejo y enfermo, mejor que con medicinas, calmaba los nervios, el mal
genio y las dolencias con un buen trago, que nunca le falto en el rincón de la
cama. Cuando decía que se sentía enfermo, la esposa le preguntaba si quería que
lo visite el sacerdote. Le contestaba:
“Y para qué?, El diezmo y la primicia contigo le mandé a pagar”, pero, cuando
ya estuvo muy enfermo él mismo solicitó que le lleven el padre. Murió el 18 de julio de 1957 a los 82 años de
edad.
El gusto o interés por las huacas, lo había heredado uno de los hijos,
Guillermo; veamos esta anécdota:
Una noche se va acompañado de mi tío materno Segundo Alvarado, a buscar
una huaca en un lugar del camino que conduce a pueblo viejo; muy cerca de la
casa del señor Otoniel Ortega, se
pusieron a abrir un hueco, y no faltó quien los vea y los conozca. Al siguiente domingo, un anónimo les dedicó
en el parlante un disco llamado “El Guaquero”.
Caía como anillo al dedo una estrofa que dice: “Yo son el guaquero viejo
y vengo de sacar huacas”. Los dos ya estaban haciéndose viejos.
Hagamos aquí un paréntesis para comentar lo que fue el famoso parlante:
con ese nombre era conocido un altavoz muy potente, que a punta de
contribuciones y festivales compró para
la parroquia el padre Román Solarte.
Ese aparato modificó mucho la vida de los habitantes del pueblo y sus
alrededores; se escuchaba la música de moda, los chismes más frescos, se lo
llevaba a los festivales de las veredas y hasta servía de alcahueta de los
enamorados. A nombre de “un amigo o una
amiga” se hacía las dedicatorias musicales, unas veces románticas y otras de
despecho. Cuando una novia se disgustaba
y tomaba la determinación de irse a Pasto, o a otro lugar, pero pronto
regresaba al pueblo, el novio abandonado días antes, le dedicaba ese bonito
bolero de los Isleños “Gotitas de dolor” por esos versos que dicen: “Por qué no
te quedaste por allá, por donde andabas, por qué no te pudiste comportar con
quien estabas…” Qué tal…
El primer locutor (Porque también lo llamaban emisora) fue el profesor
Luis Meneses. El siguiente locutor y por mucho tiempo, fue Raúl Delgado
Solarte, un excelente amigo y conocido como el “patojo Raúl”. También hizo locución Fanny Narváez, tenía
una voz muy agradable y facilidad de expresión; cariñosamente le decíamos la
negra Fanny, era una trigueña muy bonita y con un acento valluno que la hacía
más elegante.
Tobías Alvarado Figueroa.- Así se llamó mi abuelo
materno. Era hijo de Manuel Alvarado y
Obdulia Figueroa, estuvo casado dos veces.
La primera esposa se llamó Alejandrina Basante, con quien tuvo seis hijos. Al poco tiempo de muerta esta señora, Tobías
se casó con una cuñada de nombre Eumelia y con ella tuvo otros cuatro hijos
entre ellos mi mamá Cervelina y el tío Segundo, el dentista del pueblo. Los
hijos de Tobías en esos dos matrimonios, sí en realidad eran primos hermanos.
Tobías fue un trabajador incansable, con una fuerza y una resistencia
admirables. Fue acomodado, tuvo buenas tierras y bien ubicadas. En amplios
potreros de la finca del Carrizal, cerca del pueblo, tuvo ganado, bestias,
cerdos y una buena cantidad de ovejas.
Tuvo una bonita finca en la Golondrina, en los confines de la loma del
Tambillo de Bravos y sobre el río Pacual.
En tiempos de la persecución a los liberales, era el único cachiporro
que andaba por esa vereda, a veces le propinaban algunos insultos, pero de allí
no pasó.
Comentaban los hijos que cuando joven también le gustaba el traguito y
que dando golpes era temido por lo duro que pegaba.
“Los viejos
también andaban
con apodos
a granel,
a la chicha
llamaban Juana
y al
aguardiente Manuel”.
Mis tíos Alvarado tenían esta anécdota escuchada a los más viejos: Que
había expendios de chica y aguardiente un poco adentro del camino y la clave
para preguntar era ésta: ¿Está don Manuel? Si la respuesta era que sí, había
aguardiente; pero, a veces contestaban: Don Manuel no se encuentra, sólo está
doña Juana, eso significaba que sólo había chicha.
Desde que yo lo recuerdo, el abuelo Tobías ya no tomaba ningún licor y
era un hombre tímido y alejado totalmente de todo lo que en la época significa
sociedad. Nunca lo vi en Tabiles,
Linares o Samaniego, sólo iba a esos pueblos cuando tenía que hacer algunas
diligencias en oficinas públicas.
Durante muchos años lo acompañó un hijo solterón llamado Florentino; a
éste hijo le había escriturado todas sus propiedades… Muerto el papá,
Florentino mostró las escrituras a los hermanos. Como éste tío no tenía esposa ni hijos, se
pensó que al morir dejaría todo a los demás herederos, y ya estaba viejo. Pero, después de unos días de muerto, cuál
sería la sorpresa de los hermanos (yo ya vivía en Pasto) cuando los vecinos se
presentaron con escrituras, pues, les había vendido todo lo que le dejó el
papá. Así se esfumó la fortuna del
abuelo Tobías. Algunos amigos me han
hecho preguntas como ésta: ¿Y ustedes qué diablos hicieron con la herencia que
recibirían de don Tobías…?
En otro capítulo expliqué como llegaron los primeros Solarte a la
región. Los primeros Alvarado llegaron
de España al Ecuador, de allí pasaron a Guachucal en Colombia, y de allí a Tabiles,
Sotomayor y Cumbitara. En Guachucal hay
descendientes de los viejos Alvarado, son personas acomodadas, dueñas de
fincas, ganados, y almacenes en el pueblo.
Tengo la satisfacción que mis abuelos tuvieron apellidos que sueñan bien
y tienen buen origen: Solarte Acosta, apellidos típicos de Linares y de origen
Español. Alvarado Figueroa, apellidos
que se escuchan con frecuencia en radio y televisión de la madre España.
CAPITULO DÉCIMO CUARTO
Trapiches y moliendas.
No me detendré
narrando como eran los trapiches de madera, movidos por bueyes, porque creo que
hasta los jóvenes los conocieron, inclusive, en Pueblo Viejo hay uno que aún
está funcionando y si no estoy mal informado es de propiedad del señor Diógenes
Rosero. En la vereda Carrizal, los herederos de don Reinaldo Alvarado, mi tío
materno, tienen la maquinaria de otro en perfecto funcionamiento. Pero sí quiero
referirme un poco a las moliendas: eran un trabajo muy duro y de mucho cuidado,
donde actuaba un buen número de trabajadores y para ciertos oficios era
indispensable conocimientos, experiencia y habilidad, lo que ahora llaman
Talento.
En una semana de
molienda intervenían un mínimo de 17 trabajadores que operaban así:
En la máquina o
trapiche, cuatro personas, dos moledores, un bagacero y un arriero. En el horno principal, un trabajador llamado
hornero. En el hornillo, dos
trabajadores, llamados labradores. Una cocinera y su auxiliar. El aguatero, cuando
no había agua cerca del trapiche. El “chirimbolo”, un trabajador dedicado a
hacer mandados. Si faltaba o enfermaba
cualquier trabajador, el chirimbolo estaba para reemplazarlo. El leñero.
Éste trabajador, en mula o a la espalda, transportaba la leña para los
hornos. Para la cocina no hacía falta
leña, cocinaban con el fuego del horno que salía a través de un conducto que
llamaba oído. Dos cortadores de
caña. Dos acarreadores o transportadores
de la caña de la plantación al trapiche. El cogollero, éste transportaba el
cogollo de la caña para alimentar a los bueyes.
Si a estos 17
seres humanos le agregamos las tres yuntas (parejas) de bueyes, las dos parejas
de mulas de los acarreadores de la caña y la mula del cogollero, ya son 29
seres vivientes que intervenían en la molienda.
Me estaba olvidando de dos perros que generalmente tenía el dueño de la
molienda y que se pasaban la semana jodiéndoles la vida a los bueyes que
estaban en descanso.
En el trapiche
trabajaban todo el día y en la noche hasta las dos o tres de la madrugada. Si
la caña estaba maluca no rendía el trabajo y algunas noches le pegaban hasta el
amanecer y seguían derecho para cumplir las 23 botijas que eran obligatorias en
la semana. Pero, así como trabajaban, comían, de día y de noche. Más o menos a media noche, tenían un sabroso
caldo de carne que llamaban desayuno; tenían también a disposición una olla
grande con café tibio para tomar a cualquier hora, pero no había pan.
El sistema de
iluminación era muy rudimentario, unas lámparas de petróleo que no aclaraban ni
para conversar, pero no había más, las velas resultaban muy costosas y el
viento las terminaba rápido.
La cachaza.- El guarapo al calentarse separa una sustancia espesa
llamada cachaza, la que se debe retirar para que la panela salga fina y limpia.
La cachaza es buena comida para las mulas y caballos que trabajan en los
trapiches, también para los marranos.
Cuando no hay moliendas, los animales que están acostumbrados a ese
alimento se flaquean.
El labrador, así
se llamaba en los trapiches de bueyes el trabajador encargado de elaborar la
panela. No era cualquier obrero; debía
saber el punto en que podía sacar la cocha sobre la artesa (una pequeña canoa
de madera), allí debía saber cuánto tenía que batir el dulce hasta que estaba
en punto de llevarlo a los moldes que eran platos de madera, tallados en unos
enormes tablones de guayacán.
Ya secas y frías
las panelas eran retiradas de los moldes y llevadas a otro lugar, allí venía la
parte artesanal más importante, envolverlas con tiras de látigo. Ese trabajo no
era para todos… cualquier trabajador en otro oficio que intentaba envolver una
panela, pasaba el chasco de no poder hacerlo, si al fin lo hacía corría el
riesgo que al primero movimiento de la panela ésta se desenvolviera porque el
trabajo estaba mal hecho.
Hasta que llegaron
los radios de pilas, la manera de espantar el sueño era cantando y
silbando. Había unos trabajadores que
tenían buena voz, se destacaba uno llamado Jesús Madroñero, más conocido como
“Jesús conejo”. Éste señor era más
buscado y preferido por los patrones por oírlo cantar. Le gustaba mucho una canción ecuatoriana
llamada “Negra del Alma”. En las
emisoras estéreo de los pueblos hasta ahora se la escucha.
“Allá va mi corazón
querida negra del alma
hazlo cuatro pedazos
querida negra del alma”.
Además este señor
tenía un admirable sentido del humor, a todos cuántos lo rodeaban los tenía
riendo.
En una noche de
molienda, la patrona doña Alejandrina Instuasty, dejó mal parqueada una sartén
llena de chicharrones, los trabajadores de la máquina los encontraron y se los
comieron, a la vez que cantaban esa canción de Olimpo Cárdenas: “Que se acabe
ahorita mismo la existencia de mi ser”. Al día siguiente se da cuenta doña
Alejandrina, y con ese genio medio atravesado que tenía dijo: “Y éstos
muérganos me cantaban, se acaban ahorita mismo”.
CAPITULO DÉCIMO QUINTO
La Educación.
En un capítulo
anterior señalé el lugar donde estuvo ubicada la casa que sirvió de escuela,
colegio y universidad de nuestros viejos.
Mi tío abuelo, y a
la vez primo José María Acosta, con cierta gracia me decía una vez: El primer
grado era la escuela, el segundo el colegio y el tercero la universidad. Como sólo enseñaban hasta el tercer grado no
se habló de posgrados.
Bueno, si algunos
padres de familia querían que sus hijos hicieran la primaria completa, se
asociaban y le pagaban por aparte al profesor, que era uno sólo, para que les
dicte el cuarto y quinto grado. Así
varios jovencitos hicieron su primaria completa, entre ellos: Horacio Luna,
Agustín Mora, Antonio Zambrano, Juan Ortega, Aureliano Acosta, mi papá, y otros
cuyos nombres ya se me han olvidado.
A dos profesores
(maestros en esa época) recordaban con mucho cariño y gratitud por su gran
trabajo: Gumersindo Rodríguez de una familia que les decían los “Currucos” y
que después se fueron a vivir a Cumbitara.
El otro se llamó Luis Delgado. Éste maestro fue trasladado a Sotomayor y
algunos padres de familia mandaron sus hijos a esa población a estudiar con el
profesor Delgado, uno de esos chiquillos fue Gerardo Solarte, mi tío.
Según algunas
informaciones que pude recoger, por esos mismos tiempos, la escuela de niñas
estuvo ubicada por la salida a Pueblo Viejo, por el sector donde ahora está la
residencia de la señora Petronila viuda de Paredes. Allí trabajó una profesora
llamada Isabel Ortega, a quien recordaban como una excelente maestra. Esta señorita era natural de una población de
clima frío, Sapuyes si no estoy equivocado, y se quedó viviendo en Tabiles
porque contrajo matrimonio con Manuel Acosta, pariente de mi abuelo Euclides. De ese matrimonio hubo dos hijos: Mardonio y
Celina, que más tarde también fue profesora en nuestro pueblo.
Los estudiantes de
nuestro pueblo en la segunda y tercera década del siglo pasado, utilizaron la
“pizarra”, que todos sabemos cómo era. Los cuadernos, que también utilizaban,
los tenían que fabricar ellos mismos, recortando pliegos de papel ministro y
cosiéndolos con hilos caseros. Ahora
vienen elegantemente elaborados, con tapas plastificadas y con fotografías de
bellísimas modelos.
Por esos tiempos
estudiaron bastante la religión católica (también hasta el tiempo nuestro) por
lo tanto era infaltable el catecismo del padre Astete para los primeros grados
y para los últimos había uno llamado catecismo mayor. También estudiaron y
estudiamos con seriedad la urbanidad de Manuel Antonio Carreño, una autor
venezolano; ese librito pequeño que tanta falta hace hoy en día, no sólo a los
estudiantes…
La dificultad para
estudiar la primaria completa duró mucho tiempo porque tanto en la escuela de
varones como en la de niñas había un solo profesor y no estaba obligado a
enseñar más de los tres primeros grados.
Estoy convencido
que la enseñanza que impartieron el maestro curruco y los que le siguieron, fue
importantísima, merecedora de admiración y agradecimientos. Quienes fueron sus alumnos, hasta viejos
recordaban puntos importantes de gramática, de geografía e historia, dominaban
las cuatro operaciones básicas de la aritmética, eran expertos haciendo cuentas
sin lápiz ni papel porque se sabían al dedillo las tablas de multiplicar (ahora
eso lo saben las calculadoras).
Mi taita, en un
mapa moral de Colombia que hasta hoy lo conservo, ubicaba con facilidad las
principales ciudades, los ríos más importantes, los volcanes, las dos costas y
los Llanos Orientales. Sabía las fechas de nacimiento de los próceres de la
independencia, los lugares y fechas de las más importantes batallas. Cuando en una olla sonaba el maíz pira
reventando crispetas decía: “La batalla de Palo Negro en Santander, en la
guerra de los Mil Díaz”. Se sabía de
memoria toda la letra de nuestro himno nacional, tenía buena letra y una
redacción aceptable… De todas estas cosas, que son cultura general, los
bachilleres de hoy saben pocón, pocón…
Hasta que yo hice la
primaria sólo enseñaban hasta el grado tercero; mi papá y otros padres de
familia se pusieron de acuerdo y le rogaron al profesor que nos dictara el
cuarto nivel, acordaron un sobresueldo y nos matricularon.
El profesor era un
señor de Samaniego llamado Luis Meneses Rodríguez, un maestro con una
responsabilidad en su trabajo, que hoy en día puede resultar increíble. Era incansable en su labor de enseñar al que
no sabe, por las buenas o por las malas; digo esto porque era muy estricto y
regañón, como todos los buenos maestros de esos tiempos; tenía mística, cariño
por su profesión.
En esas épocas de
feliz recordación, los maestros sólo pensaban en trabajar, no en buscar un
pretexto para hacer un paro. En estos últimos tiempos con tristeza hemos
observado en algunos años que, la misma semana en que inician labores, decretan
un paro.
Antes de Meneses
estuvo en Tabiles otro famoso profesor, Libardo Muñoz, que luego trabajó, vivió
y murió en Linares, donde viven algunos de sus hijos.
Quienes fueron mis
compañeros en los dos últimos niveles, estarán de acuerdo conmigo en que
Meneses fue un excelente profesor, que si algo le faltaba saber para enseñarlo,
lo buscaba hasta encontrarlo. Por esos tiempos el gobierno tenía establecido
unos programas de enseñanza; este señor los tenía desarrollados punto por
punto, de manera honrada, amplia y suficiente. A los alumnos que pagábamos por separado nos
dictaba clase hasta los sábados en la mañana.
A vuelo de pájaro,
veamos cómo trabajaba este maestro, a quien le decíamos señor Meneses: Llegaba
a la escuela a las siete de la mañana; los alumnos, en unos diez minutos
estábamos todos en el salón. Entrábamos
en completo orden y disciplina para estudiar las lecciones del día hasta las
7:50 a.m. A esa hora salíamos al patio para formar y contestar lista;
entrábamos al salón, dos oraciones y clases hasta las 9:30, hora en que
salíamos para un recreo de treinta minutos, luego clases hasta las doce, para
volver a las dos de la tarde. La hora de salida era a las 5 p.m., un cafecito
en la casa y el “puro” estaba listo para ir a traer agua y de paso ver a las
niñas más bonitas que también iban por agua.
Nombremos unas pocas: Noemí Solarte, Aura Elisa y Carmela Rosero, Enna
Lucía Paredes, Zoila Mora, Elba Eraso, Hilda Mora, Saturia Villamarín, Angélica
Guevara Torres, y muchas otras cuyos nombres se me quedan en el tintero.
Mis compañeros en
el cuarto grado fueron: Rómulo Ruales, Claudio Solarte, Hernando y Marcos
Torres, Celix Ortega, Moisés Narváez, Francisco y Aurelio Portilla. Es posible
que olvide a más de uno. De los
nombrados tres ya fallecieron. Para el grado quinto algunos se fueron a
Samaniego, allá dictaban ese grado en el Colegio Simón Bolívar y lo llamaban
preparatorio.
Cuando terminamos
el cuarto grado, el profesor presentó exámenes orales, como eran en ese tiempo,
durante tres días seguidos y, cuando terminamos el quinto los presentó durante
cuatro días; fueron cuatro días de duro trabajo para el maestro, los alumnos y
los jurados, generalmente el presidente de la junta era el párroco y secretario
el mismo secretario del corregimiento, tenía la obligación de sentar acta.
Terminado el grado
quinto, cuando presentó en Túquerres la correspondiente documentación, el
inspector escolar (hoy tiene otro nombre) le propinó cierto regaño, le dijo que
lo felicitaba por su gran trabajo, pero que los exámenes estaban programados
por el Ministerio de Educación para un solo día; le exigió presentar excusa por
escrito. Meneses, con cierta ironía puso
de presente que había material para dos días más de exámenes. Lo acompañábamos
algunos alumnos, de los más grandes quienes le confirmamos al inspector que eso
era verdad.
Como puede verse,
en materia de educación sí cabe decir que todo tiempo pasado fue mejor. Antes los maestros soportaban tirones de
orejas por exceso de trabajo, ahora el Ministerio de Educación Nacional, se ve
en la obligación de amenazarlos con el nó pago del tiempo que dejan de trabajar
mientras anda alborotando y hasta tirando piedra en las calles y plazas de las
ciudades.
Nos dicen ahora
que nosotros aprendíamos como loros porque las lecciones se aprendían de
memoria, pero, lo así aprendido se grabó de tal manera que hasta viejos
recordamos lo más esencia. Ahora sólo le pegan un vistazo a las lecciones y de esa manera lo que ven en
un mes al siguiente lo han olvidado.
En la empresa
donde trabajé los últimos 26 años, había unos funcionarios que también eran
docentes, trabajaban en colegios nocturnos.
Más de una vez conversé con ellos sobre estos temas. Un buen día les comentaba que en mi tiempo
sólo se hacía dos exámenes, uno en medio año y otro al final, mientras que
ahora comienzas clases un lunes y el jueves o viernes ya están en exámenes… Me
explicaban: es que ustedes aprendían de moría, ahora el sistema es diferente,
se trata de que el alumno solamente entienda los temas, pero, si se deja pasar
más tiempo se olvidan y todos se rajan… Yo les comentaba que antes nos
enseñaban en las aulas lo que ahora los mandan a copiar de un libro o del
Internet. Me explicaban: Que ese sistema
es para enseñar a los alumnos a investigar, pero, la investigación en estos
casos parece que sólo se reduce a encontrar el libro y la página donde hay que
copiar. Así será muy poco lo que
aprenden. Me decían que luego tienen que exponer en clase, pero la tal
exposición se reduce a un poco de cháchara, incoherente lo que antes decíamos,
“echar paja”. Sin embargo, como el
sistema es así, el profesor tiene que aceptar y calificar bien.
No sé cómo será en
los colegios de pueblo el sistema que en las ciudades llaman trabajos en grupo.
Se reúnen en la casa de uno de los integrantes del grupo, o en una biblioteca;
lo primero que hacen es chismosear de las novias, de los novios, comentan las
telenovelas y los cantantes de moda. Luego
hacen el dispendioso trabajo, uno dicta y otro copia, los demás siguen sus
comentarios y una vez copiado el trabajo le aplican la firma para entregar al
día siguiente; quedando pendiente la exposición en clase.
Es importante
hacer esta aclaración: La mala calidad de la educación hoy en día no es culpa
de los profesores, la culpa es del Estado, que con el cuento de actualizarla,
de modernizarla, la ha deteriorado tanto hasta ponerla en un deshonroso lugar a
nivel mundial. El año pasado, por radio
y televisión, también en los periódicos, nos decían que en materia de educación
estábamos ubicados junto con países señalados como muy atrasados, hasta daban
nombres de esos países, la mayoría del África.
Esa modernización
de la educación, introdujo el facilismo; para muestra un botón: Antes nos
tocaba leer libros completos, ahora hay resúmenes que se pueden leer en unas
dos horas, y qué decir de los trabajos que los hace un computador…
Sin embargo, hay
cosas que admiro mucho en los profesores de hoy; es la paciencia, la
resignación y la valentía para lidiar con alumnos tan difíciles de manejar por
lo indisciplinados que son. Las leyes de protección al menor, que en algunos
casos son muy importantes, en otros resultaron perjudiciales, porque colmaron a
los menores de derechos y les quitaron obligaciones y deberes. Los papás ya no
pueden reprenderlos, menos los profesores, si lo hacen estarían violando “LOS
DERECHOS DEL MENOR”. Los profesores se exponen al odio de los alumnos, a que
les pongan apodos ofensivos y a ultrajes de la familia. En otras regiones del país, se han dado caso
de agresiones físicas y hasta asesinato de profesores a manos de algún alumno desadaptado. Da
tristeza saber de tanto menor en la delincuencia. Cuando alguno de esos jovencitos es sorprendido
por las autoridades cometiendo delitos, lo primero que hace es manifestar que
es menor de edad, significando con eso, que puede hacer lo que le venga en
gana, sin que haya leyes ni autoridades que lo castiguen.
Se necesita ser
muy valiente para llevarse un grupo de alumnos, ya jovencitos, a una excursión.
Cuántos alumnos han terminado muertos, porque de noche y borrachos se tiran a
nadar, pues, generalmente las excursiones las hacen a centros recreaciones a
orillas del mar. Cómo será la angustia de los profesores ante una desgracia de
ese tamaño; una vida perdida a tan temprana edad, con el consiguiente dolor, el
vacío, la tristeza para su familia.
Al final de este
capítulo encontrarán fotocopia de dos artículos escritos en el periódico El Tiempo
por el periodista y profesor de colegios privados, señor Andrés Hurtado,
referente a las excursiones y a la indisciplina de los alumnos hoy en día. Eran
tres lo artículos, pero el primero lo presté a una amiga cabeza de familia y
ella lo perdió.
Cómo sería de
importante un cambio radical (pero no como el de Vargas Lleras) en este estado
de cosas, referentes a nuestros menores, todo encaminado a hacer un hombre
nuevo, que cada niño, cada “TABILITO” (en nuestro caso) sea preparado también
para la paz, para la concordia, para el perdón y no para el odio, para la
dignidad, la decencia, el don de gentes; sólo así tendríamos un hombre nuevo
que tanto necesita nuestro pueblo y el país entero. Pero, eso es pensar con el deseo. Se han introducido culturas nuevas que ya no
permiten cambios que mejoren la conducta del menor; veamos solamente el primer
peldaño de la escala, no los demás, porque podría herir susceptibilidades y ese
no es mi propósito: las madres de familia, ya no son hogareñas como las de antaño,
ya no les gusta cuidar a sus hijos, los envían a los Hogares Infantiles, donde
las personas encargadas sólo se interesan en cuidarlos y alimentarlos, no en
educarlos, y aunque quisieran hacerlo, no tienen la necesaria formación para
esa labora tan importante.
Bueno, hechas
estas consideraciones, volvamos a nuestro último año de primaria con el
profesor Meneses. El día de la clausura, julio de 1955, este señor pronunció un
emocionado discurso y al final nos despidió con el cariño y la tristeza de un
papá que despide a unos hijos que sólo le duraron dos años.
Dijo que algunos
jovencitos, de los que allí terminábamos la primaria, merecíamos seguir
estudiando porque teníamos capacidades y cariño por el estudio; pero que
nuestros padres no tenían recursos para enviarnos a otros lugares, el más
cercano Samaniego. Se le ocurrió pedir a los riquitos del corregimiento que nos
ayudaran. Los asistentes le aplaudieron
la idea.
Cuando llegó el
tiempo de matrículas, alguien me informó que una familia pudiente tenía la
intención de ayudar, pero no a mí por ser hijo de un liberal y en ese caso
podían resultar educando un adversario en política; que le ofrecieron esa ayuda
al papá de Hernando Torres, pero que no la aceptó. Si eso fue verdad, qué lástima; Hernando fue
un estudiante con grandes capacidades, si hubiera hecho una carrera profesional
muy pronto descollaba como una auténtico líder de la región. No solo perdió él, perdimos todos los
tabileños. Otro estudiante destacado fue
Rómulo Ruales, pero tampoco pudo hacer una carrera.
Por lo que a mí
respecta; durante un tiempo luché por conseguir una beca en establecimientos
educativos de Bogotá, la única ciudad en aquellos tiempos donde había algunas
posibilidades, pero me faltó lo indispensable en este país, un buen padrino.
Por ese amor al
estudio que tengo desde niño, no he dejado de ser estudiante. Leo bastante, lo que puedo entender, claro
está. Escribo aunque sea pendejadas, como estas que vienen leyendo. Escucho con atención a las personas
instruidas sin tener en cuenta su credo religioso o su tendencia política; así
como admiro mucho la inteligencia y la capacidad oratoria de Gaitán, también me
gusta escuchar los incendiarios discursos de Laureano Gómez. Este político fue un hombre muy inteligente,
un excelente orador, lástima que esas grandes cualidades no las utilizó para
luchar por la grandeza del país, sino, para perseguir a los adversarios.
Nunca me gustó la
política como profesión, aunque admito que allí pudo estar alguna superación,
así me lo han dicho tantas personas.
Aunque soy poco
creyente, durante muchos años escuché con atención el sermón de Viernes Santo
de Monseñor Augusto Trujillo Arango, con quien tuve alguna comunicación
escrita. Por qué me gustaba escuchar a
Monseñor Trujillo? Porque en cada
palabra, pronto salía de lo doctrinal, de lo místico, y abocaba el problema
social colombiano con una visión realista sin temblarle la voz para decir
verdades, duélale a quien le duela. Tengo una cantidad de casetes grabados con
los mejores apartes de esos sermones.
Pero, también leo
obras como el Enigma Sagrado, Saulo en incendiario, El escándalo de los rollos
del Mar Muerto, En nombre de Dios, El Evangelio de Judas, Los Evangelios
Apócrifos, libros estos que cuestionan duramente a nuestro libro sagrado, La
Biblia.
No quiero
enrumbarme al final de este escrito sin antes hacer un paréntesis para
referirme a algo muy importante en nuestro pueblo: El Colegio Luis Carlos
Galán. Qué ventaja para los estudiantes
de hoy, poder hacer su bachillerato sin tener que abandonar sus hogares, como
sucedía antes; y no están estudiando en un colegio cualquiera, lo están
haciendo en un establecimiento de prestigio, prueba de ello es que varios
egresados de allí han podido hacer su carrera profesional en las mejores
universidades del país, ese es el caso de la odontóloga que está prestando sus
servicios al corregimiento después de hacer su carrera en la Universidad
Nacional de Colombia. Felicitaciones
doctora Dilsa, y felicitaciones también a quienes fueron sus profesores en sus
estudios de bachillerato.
En el mes de
agosto del 2008, estuve de paseo por Tabiles y me encontré que el colegio está
publicando anualmente un periódico titulado LO NUESTRO. La señora madre del párroco tuvo la gentileza
de obsequiarme tres ejemplares, uno del año 2002, otro del 2005 y el último,
del 2007. Me leí hasta las propagandas
comerciales, a varios de los propietarios de negocios los conozco. Me gustó el periódico, es interesante. Está bien armado y bien editado y, lo más
importante, contiene el pensamiento claro, altivo y valiente del párroco, de
profesores y de varios alumnos. Qué
buenas las cartas de algunos estudiantes dirigidas al viejo Tiro Fijo; en una
zona roja y con una violencia que ha causado tantos muertos, hay que ser
valiente para escribir así como ellos le escribieron a ese genio del terror.
Felicitaciones chiquillos tabileños.
Encontré un
artículo escrito por una profesora pariente mía, Tania Guerrero Solarte, donde
se refiere a brujas y brujerías y a espíritus que tanto han ocupado la mente de
nuestros coterráneos. Ese artículo me
hizo recordar a una señora que vivió en la vereda El Tablón, a quien muchos la
llamaban bruja, pero sólo era la manera de fregarle la vida, ella no tenía
conocimientos de brujería. Don Protacio
Rosero, pariente lejano de Tania, de frente le decía doña bruja. Esta señora era de buen porte y quienes la
conocieron en su juventud decían que fue muy bonita, vivió hasta una edad muy
avanzada.
Encontré una
lacónica alusión a la muerte de dos caudillos del partido liberal en el siglo
pasado, pero dejaron en el tintero el asesinato de otro caudillo, el general
Rafael Uribe Uribe. Este político
militar fue asesinado en las gradas del Capitolio Nacional el 15 de octubre de
1914. El general Uribe se destaca como
uno de los personajes más polémicos e influyentes de comienzos del siglo
XX. Lo acusaban de haber traicionado al
liberalismo en las negociaciones para ponerle fin a la Guerra de los Mil Díaz,
y, de haber traicionado a la clase trabajadora colaborando con el gobierno de
Rafael Reyes.
Como decía un
locutor pastuso, en este punto y hora, me acosa el deseo de transcribir aquí
algunas páginas de la literatura de hace unos 50 y más años, esa literatura que
utilizaba una terminología exquisita, selecta, sonora y brillante. Para cumplir con ese deseo, transcribiré a
continuación un discurso y unos poemas de grata recordación. Comienzo con la “Oración por la paz”
pronunciada por Gaitán, el 7 de febrero de 1948 en la Plaza de Bolívar en
Bogotá, dos meses antes de su muerte. A
lo largo de 60 años, expertos en la materia nos vienen diciendo que ese
discurso es una página magistral de la literatura colombiana, que aún resuena
en la mente de quienes sufrieron el fragor de la violencia política. Analistas
políticos dicen también, que Gaitán al pronunciar esa oración firmó su
sentencia de muerte.
ORACIÓN POR LA PAZ
Señor Presidente Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra
Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que
esconde su ardiente corazón, lacerado por tanto injusticia, bajo un silencio
clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.
En todo el día de hoy, Excelentísimo Señor, la capital de Colombia ha presenciado un
espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas
las latitudes, de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies, han
llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar
la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud
desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque
en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza
subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz
cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: aquí no se oyen aplausos: solo se ven
banderas negras que se agitan!
Señor Presidente: Vos que sois un hombre de Universidad,
debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra
contrariar las leyes de la sicología colectiva para recatar la emoción de su
silencio, como el de esta inmensa muchedumbre.
Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría
reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración
superior a la presente. Pero si esta
manifestación sucede, es porque hay algo grave, y nó por triviales
razones. Hay un partido de orden capaz
de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que
las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia
general. No me he engañado cuando he
dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido
ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos
desaparecen para que sólo se escuche el rumor emocionado de los millares de
banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres
villanamente asesinados.
Señor Presidente: serenamente, tranquilamente con la
emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os
pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para
devolver al país la tranquilidad pública.
Todo depende ahora de vos!.
Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su
ciega perfidia. Esos espíritus de mala
intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra
barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su
destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis
económicas o políticas. Apenas os
pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante
propios y extraños. Os pedimos hechos de
paz y civilización!
Os pedimos que cese la persecución de las autoridades;
así os lo pide esta inmensa muchedumbre.
Os pedimos una pequeña y grande cosa: Que las luchas políticas se
desarrollen por los causes de la constitucionalidad. No creáis que nuestra serenidad, esta
impresionante serenidad es cobardía!.
Nosotros Señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que
aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado.
Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la
libertad de Colombia.
Impedid, Señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es
lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada,
debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para el beneficio del
pueblo de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta
silenciosa muchedumbre y esto grito mudo de nuestros corazones sólo os reclama;
que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros
hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a
vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes.
Os decimos finalmente, Excelentísimo Señor:
Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no
deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan
tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo,
porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la
historia!
Para las madres de
familia de nuestro pueblo copiemos a continuación una bella página titulada:
HAY UNA MUJER
“Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad
de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una
mujer que, siendo joven, tiene la reflexión del anciano, y en la vejez trabaja
con el ardor de la juventud; una mujer que, si es ignorante, descubre los
secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda
a la simplicidad de los niños; una mujer que, siendo pobre se satisface con la
felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro, por no
sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que, siendo vigorosa
se estremece con el gemido de un niño, y siendo débil, se reviste con la
bravura de un león; una mujer que mientras vive, no las sabemos estimar porque
a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta daríamos todo lo
que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por escuchar un
solo acento de sus labios. De esta mujer
no me exijáis el nombre, sino queréis que empape con lágrimas este álbum,
porque yo la vi pasar por mi camino. Cuando crezcan señora vuestros hijos
leedles esta página, y, ellos cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que
un humilde viajero, en pago de un suntuoso hospedaje recibido ha dejado aquí
para vos y para ellos un boceto del retrato de su MADRE”.
Autor: Un obispo de la iglesia católica, cuyo nombre no
lo recuerdo.
En un 20 de julio,
el año no lo recuerdo, el profesor de la escuela de varones en el pueblo, le
dio por hacer la clausura del año escolar en la plaza. Era un señor de nombre Humberto Checa;
pronunció un emotivo discurso con la elocuencia propia de la época. Ahora
decimos, un discurso veintejuliero cuando a alguien le da por utilizar esa
elocuencia como lo hizo Timochenco para anunciar la muerte de Tirofijo. Luego
un alumno, natural del Tambillo de Bravos, declamó un poema titulado “Bárbula”,
es un homenaje al héroe Atanasio Girardot, muerto en la batalla de El Bárbula
en Venezuela. Ese alumno declamó con
tanta elegancia ese poema épico, con entonación y accionar que le merecieron
muchos aplausos aún antes de terminar.
Este es el texto
de aquel poema:
BÁRBULA
Allí están. Ved, en la altura
de la elevada montaña,
sobre las armas de España
el sol levanta y fulgura;
y bate la brisa pura
el regio pendón que un día
sobre el mundo se extendía
siendo el asombro y el espanto
del agareno en Lepanto
y del francés en Pavía.
Allí están. Ved lentamente
van por las faldas marchando
tres columnas, ondulando
cual gigantesca serpiente
y agita el ligero ambiente
los altivos pabellones
que a las hispanas legiones
arrancaron la victoria
sobre los campos de gloria
de Angostura y de Horcones.
Sube en el oriente el sol
y al alumbrar la montaña,
los ejércitos baña
con su primer arrebol.
En la cima, el español
que sus ventajas advierte
tras de sus trincheras fuerte
espera a que el otro avance
y esté de su arma al alcance
para lanzarle la muerte.
Y el patriota lentamente
con el fusil en balanza
tranquilo, impasible, avanza,
por la escabrosa pendiente;
pues cada soldado siente,
aquel ardor sin segundo
aquel anhelo profundo
que en la ruda lid inflama
al que su sangre derrama
por la libertad de un mundo.
Se oye de pronto un rugido
terrible, estridente, seco,
que es mil veces por el eco
del monte repercutido;
como volcán encendido
el alto cerro aparece,
entre el humo que oscurece
los resplandores del sol
el pabellón español
envuelto desaparece.
A torrentes la metralla
lanza el cañón enemigo;
los patriotas sin abrigo
van en orden de batalla
y al vivo fuego que estalla
sobre la alta serranía,
sin contestar todavía,
siguen redoblando el paso;
pues, si es su pertrecho escaso,
es mucha su bizarría.
Y avanzan. Siempre adelante
van esas huestes tranquilas;
si un hueco se abre en las filas
hay quien lo llene al instante.
Más de pronto vacilante
una columna se para
como sí se intimidara
ante el fuego aterrador
que sobre ella, en su furor,
el enemigo dispara.
El jefe, que tal advierte
veloz, como un rayo parte,
y el tricolor estandarte
empuña con brazo fuerte
y a despecho de la muerte
que en las filas se pasea,
lanzándose a la pelea,
Girardot valiente exclama
agitando el oriflama
que sobre su frente ondea.
“Permite Dios poderoso
que yo plante esta bandera
donde se mece altanera
la del español furioso,
y yo moriré dichoso
si tal es tu voluntad.
Compañeros avanzad
nos espera el enemigo
venid a buscar conmigo
la muerte o la libertad”.
Dice, y lleno de osadía
hacia las trincheras parte
agitando el estandarte
que es el ejército guía;
todos siguen a porfía
tras el audaz granadino
y cual fiero torbellino
se lanzan a la batalla
sin que pueda la metralla
detenerlos en su camino.
Avanzan con ira fiera
sobre la enemiga tropa
a punta y a quema ropa
dan la descarga primera;
saltan sobre la trinchera
llenos de ardor y de saña,
allí en confusión extraña
se ven luchar pecho a pecho
los que invocan su derecho
y los que invocan a España.
El humo de los cañones
oscurece el limpio cielo
que ya se asemeja un velo
de desgarrados crespones;
y de las detonaciones
al espantoso rugido
se mezcla el triste gemido
que lanzan los moribundos
y los gritos iracundos
del vencedor y el vencido.
Es la victoria segura,
pero, a qué precio comprada?
sobre el sol de esa jornada
se extiende una nube oscura,
pues del Bárbula en la altura,
por traidora bala muerto
el jefe heroico y experto
que asegura la victoria,
cae en el campo de gloria
por su bandera cubierto.
Bolívar, ese coloso
que en la libertad se inspira
esa alma noble que admira
todo lo que es generoso,
llora el héroe valeroso
y los hijos de Granada
piden su primer jornada
para vengar como hermanos
con sangre de los hispanos
aquella sangre adorada.
Y Girardot fue vengado;
tres días después en la
trinchera,
sobre las huestes iberas
va D’enlhuyar denodado,
y cual torrente lanzado
desde elevada montaña,
lleno de ardor y de saña
se lanza con sus legiones
y recoge hecha girones
la altiva insignia de España.
Roberto Macc Donall, poeta y
educador colombiano.
El 30 de
septiembre de 1813 se llevó a cabo la Batalla del Bárbula donde murió el
antioqueño Atanasio Girardot. En ese
hecho histórico se inspiró el autor del anterior poema.
El profesor
Meneses, años tras año enseñaba un poema titulado “Anda”. El alumno que mejor
declamaba era el encargado de ese bello poema.
Esta es la letra:
“ANDA”
A través de la insana
muchedumbre
arrastrando la cruz sobre la
arena,
trepaba el Redentor meditabundo
más blanco que un capullo de
azucena.
Samuel de Belibeth, fornido
atleta
solado de Tiberio desde mozo,
se reía y blasfemaba del profeta
al borde del brocal de un ancho
pozo.
Hasta él llegó Jesús acongojado
y con acento suave y dolorido,
dadme le dice estoy cansado
apacigua mi sed que estoy
herido.
Más ante aquella celestial
demanda
se irguió el judío y con afán
sereno,
“anda” repuso entre blasfemias
“anda”
que yo nada he de darte
Nazareno.
Y Cristo ante aquel hombre
endurecido
clavó sus ojos de color de
selva,
sí, yo me voy le dijo
entristecido
más tú andarás también hasta que vuelva .
Y siguió con la cruz cuando al
instante
en el fondo de esa alma sin
clemencia,
siniestro se agitó el remordimiento
y “anda” gritó una voz en su conciencia.
Era Cristo que le hería con su
gloria
era la maldición: dobló la
frente,
y Cristo despertó por su memoria
subiendo ensangrentado la
pendiente.
Tembloroso, aturdido y sin sosiego
se puso a andar por la fragosa
vía,
y cual si fuera un círculo de
fuego
la voz de su conciencia le
seguía.
Se internó en el osario y al
instante
se pusieron de pie todos los
muertos,
y extendiendo su mano amenazante
“anda” gritaron con sus labios
yertos.
Huyó desesperado y los torrentes
“Anda” gritaron con sus voces
rudas,
“Anda” gritaron árboles y
fuentes
y “Anda” gritó desde el abismo
Judas.
Penetró desolado en su aposento
y “Anda” también dijeron al
maldito,
la madre anciana con terrible
grito
y un tierno niño con acervo grito.
Retrocedió espantado hasta la puerta
y allí un Arcángel fulgido y
divino,
del sol poniente ante la luz
incierta
“Anda” le dijo y le mostró el
camino.
Después besó al infante y a la
anciana
y del sol a los últimos
reflejos,
en cumplimiento de orden soberana
tomó un cayado y se perdió a lo
lejos.
Hoy refieren las gentes por
doquiera
que a veces ven pasar un
peregrino,
de blanca faz y aluenga
cabellera
que nunca se detiene en su
camino.
Y las gentes agregan que en los
ojos
lleva las huellas del perenne
llanto,
y que tiene los párpados muy
rojos
a causa del insomnio y del
quebranto.
A aquel hombre se le nota una
tristeza
lo agobia el peso de una acción
nefanda,
y que siempre resuena en su
cabeza
la voz de Cristo que le grita
“Anda”.
Autor desconocido.
No quiero terminar
esta deshilvanada narración, sin antes hacer un paralelo, o comparación, de
cómo fue antes la vida en Tabiles y como parece ser ahora. Es algo que me da vueltas en la cabeza.
Entonces a manera
de epílogo, veamos estas cosas, o mejor estos detalles:
Cuando no había
carreteras hasta nuestro pueblo, de pronto que podíamos salir a Pasto, de
regreso llegábamos a Linares después de la cinco de la tarde; al que traía
cosas pesadas lo esperaba allí un familiar o un peón con un caballo, mientras
cargaban el animal se hacía de noche.
Los que vivíamos en el campo estábamos llegando al rancho a eso de media
noche. Los únicos problemas que podían
presentarse en la vía, era el ataque de un perro bravo, un tropezón por la
oscuridad, o un buen aguacero si era tiempo de lluvias.
Hoy en día hay
carreteras a Samaniego, Linares y a las
veredas, pero es peligroso transitar de noche…
En dos oportunidades estuve en Samaniego después de las cinco de la
tarde; queriendo ir a dormir a casa de mi hermana, en Tabiles, busqué un
campero que me haga la carrera, ninguno quiso viajar a esa hora, me decían que
ya era peligroso. En otra ocasión
buscaba carro que me lleve hasta Pueblo Viejo y aunque eran como las nueve de
la mañana, ninguno se comprometió a pasar del pueblo, me decían lo mismo, que
era peligroso.
Por esos tiempos
tampoco había energía eléctrica ni acueducto en las veredas, y, si hubiéramos
tenido esos servicios, mucha gente no teníamos con qué pagarlos, así era la
situación. Ahora tienen plata para pagar esos servicios y muchas cosas más,
pero, no tienen la paz y tranquilidad que teníamos antes, en medio de la
pobreza.
Pasaban dos, tres,
cinco y hasta más años, sin que se sucediera un homicidio, y cuando eso
ocurría, la causa era una borrachera; el reo se iba a la cárcel y seguían los
comentarios por meses y años. Ahora los
homicidios son frecuentes, los responsables no van a la cárcel y nadie hace
comentarios fuera del ámbito familiar por temor a represalias.
Se siente mucha
tristeza al observar que nuestras gentes se han acostumbrado a esa situación;
no les importa los muertos, así se trate de personas jóvenes que tenían mucha
vida por delante, o que eran útiles a la comunidad como la enfermera asesinada
en el vecino corregimiento del Tambillo de Bravos.
Vuelvo a hacerme
el interrogante que ya me hice en otro capítulo: ¿Será el trágico tributo que
le rinden a eso que llaman “la matica”?.
Tan encariñados están con esa planta, que hasta le atribuyen milagros. A mediados de agosto que estuve por allá,
alguien me decía: “Estamos en agosto, mes de verano, si está lloviendo es
milagro de “la matica” por ella necesita mucha agua”.
Mientras haya ese
cultivo, habrá buena plata, y mientras haya plata no faltarán las visitas de
los violentos, que llegan a reclamar su
tajada.
JORGE
SOLARTE ALVARADO
San Juan de Pasto,
19 de septiembre de 2008
Señor Jorge
ResponderEliminarSoy de Bella florida (pueblo viejo), estudie en el colegio de Tabiles, nunca antes había leído algo tan bonito y detallado sobre la historia de nuestra tierra, le quiero dar las gracias por dedicar su tiempo a escribirlo, ojalá que muchos otros paisanos puedan leerlo y enriquecerse con este escrito.
muchas gracias
mi madre es de tabiles, que buen trabajo recopilar la historia de un pueblo tan bonito ....gracias
ResponderEliminarmi madre es de tabiles, que buen trabajo recopilar la historia de un pueblo tan bonito ....gracias
ResponderEliminarSeñor Jorge,
ResponderEliminarExcelente recopilación histórica. Yo soy de Cali, pero la familia de mi mamá nació y fue criada en los pueblos cercanos a Tabiles. Estoy interesado en profundizar más en algunos aspectos de su recopilación pero no se como contactarlo. Mi correo es sarubio82@hotmail.com. De antemano muchas gracias.
Excelente artículo muy espresivo e informativo me encanta saber la historia del pueblo donde nacieron mis bisabuelos"Marcial Ibáñez y ernestina" y con ello mis abuelos . Además donde también vive durante un buen tiempo y donde estudie mis primeros años educativos. Me queda felicitarlo por excelente texto.
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